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Severo Iglesias: un filósofo de los grandes

En el siguiente texto, Iván Iglesias evoca a su padre con motivo de la publicación de «Cultura y Arte», primer tomo que reúne una selección de las obras del filósofo mexicano, editado por La Mueca

Noviembre, 2024

Desde luego que La Mueca hace libros. Así que como parte de la extensa celebración por sus 40 años, esta organización mexicana de arte, cultura, pensamiento y acción política acaba de editar Cultura y Arte, primer tomo de obras selectas de Severo Iglesias (1942-2021). Filósofo y maestro —además de amigo entrañable de Joaquín Ortiz y Analaura Díaz, fundadores de la agrupación cultural—, Severo Iglesias es evocado por su hijo, Iván Iglesias, en el siguiente texto, leído hace unos días en la presentación del citado libro, en el Foro La Mueca, en Morelia, Michoacán. Es reproducido con autorización.

“Es normal que los grandes pensadores mueran,
pero no es normal que sus sillas se queden vacías”.
Severo Iglesias

Monterrey, Nuevo León. Siglo XX. Una de las ocho entidades de la República Mexicana que colindan con Estados Unidos. Situada entre Tamaulipas y Coahuila, y Estados Unidos al Norte, se dice que es la capital industrial de México. Caracterizado por su clima extremoso —seco y árido en verano, húmedo y gélido en invierno— su gente responde al mote de “regios” por su forma de hablar: directa, franca y sincera.

Sinceridad que el filósofo Severo Iglesias consideraba alienada a las condiciones de vida del lugar, siempre ligadas al desarrollo de oficios supeditados a un patrón, así como empleos técnicos e industriales en grandes trasnacionales, actividades necesarias para la vida y economía diaria pero poco propensas para el desarrollo sistemático de ideas.

Aquí, en este ambiente, fue donde Severo un lejano día de los años cincuenta, cuando él tenía alrededor de 15 años y acompañado de un amigo, vio como desfilaba un grupo de ferrocarrileros por una de las calles principales de Monterrey en protesta por sus derechos laborales.

“¿Cruzamos la calle?” se preguntaron ambos adolescentes, en referencia a si se unían a la marcha o permanecían como espectadores.

Con un simple movimiento de sus piernas, Severo cruzó la calle y, cual si cruzara el Rubicón, esta acción fue el detonante de una carrera que duró casi 60 años dedicada al pensamiento filosófico y político.

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Severo Iglesias González nació el 6 de noviembre de 1942, en el municipio de Higueras, Nuevo León, ubicado a 53 kilómetros al norte de Monterrey.

Hijo de Jesús Iglesias Rodríguez y Mercedes González González, él y su hermano gemelo, Leonardo, fueron los menores de una familia de ocho hermanos que, siendo ellos muy niños, se trasladó a la capital del estado.

En 1963 Severo Iglesias entra a la carrera de Filosofía en la Universidad de Nuevo León, emulando, tal vez, aquel decisivo cruce de calle que realizó años atrás cuando era más joven.

Severo Iglesias fue un pensador preocupado en realizar verdaderos cambios sociales en nuestro país. Particularmente, la vida universitaria y la sociedad mexicana en general le preocupaban en demasía. No concebía un país como México, con tanta riqueza social y natural pero tan lleno de injusticias, que fuera manejado por grupos que ostentaban el poder y quienes, más que un bien, estaban dañando al país y que, de no hacer algo, el futuro nacional estaba en juego.

Severo era un luchador social y un reformador universitario. Sin embargo, no era un líder provocador vacío, sin fundamento ni bases sólidas. Lo que él decía, lo decía con conocimiento de causa, con la seguridad que le brindaba todo un aparato teórico, conceptual, político, comprometido con el conocimiento, con el pensar crítico reflexivo y con los profundos valores de la libertad, justicia e igualdad.

En 1964-1965, Severo conformó en Nuevo León el Movimiento Espartaquista Revolucionario (MER), inspirado en la Liga Leninista Espartaco, fundada en 1960 por el escritor y amigo personal, José Revueltas.

Ya para 1967 el MER se encontraba disuelto, aunque aún la conocida fuerza policiaca-política del Estado mexicano a Severo y sus aliados les seguía llamado “Los espartacos”. A fines de 1970, en plena lucha por la autonomía universitaria, movimiento en el que a Severo le importaba más la reforma de la universidad que la autonomía, la policía política lo clasifica como “persona peligrosa”, por ser uno de los principales estrategas del espartaquismo con amplia penetración en el sindicalismo obrero.

El enfrentamiento era tal con la clase patronal y política imperante en Nuevo León que el conflicto se prolongó hasta 1973 mientras las derechas y ciertas izquierdas pugnaban por la autonomía universitaria, concebida más como una autonomía administrativa. Para aquel momento, las derechas aliadas a cierta facción del Partido Comunista Mexicano ya habían tomado el control de la Rectoría de la UANL.

Para entonces, Severo Iglesias ya había sido corrido como secretario de la Preparatoria 2. Los porros lo “despidieron” tirando al patio los libros de la biblioteca, a los que le prendieron fuego; se dice que a Severo lo corrieron a balazos en la Facultad de Filosofía. Lo que le obligó a exiliarse del estado, orillado por la amenaza de no poder garantizar su vida ni la de su familia.

La observación, estudio y participación en los diversos fenómenos sociales de México fue parte de lo que motivó a Severo Iglesias a acercarse a la filosofía. Para él, siempre estuvo presente tomar de manera seria una postura, en especial el buscar un sentido a las cosas, pero no como algo aislado, sino compenetrado con el amplio sentido de la vida; ambas circunstancias avanzan “junto con la búsqueda de la filosofía”, decía Severo.

Esta toma de postura crítica siempre fue congruente a lo largo de toda su vida. En lo personal, estoy seguro que el momento mismo en que cruzó la calle para unirse a los ferrocarrileros, fue una toma de postura plenamente consciente y reflexiva. La filosofía ya estaba ahí presente.

Este hecho fue un ejemplo claro de cómo la filosofía podía engendrar un pensamiento nuevo en cada persona (y así cambiar a México). Este es, decía, “el asunto central que yo persigo como filósofo”.

Su misión filosófica, decía, era un compromiso consciente que se debe tomar, se apuesta por ello y va de por medio hasta la vida misma. A la pregunta de si la filosofía era algo alejado de nuestro día a día, Severo señalaba: “Lejos de suponer que la filosofía es algo abstracto, es algo tan concreto como el mundo y la vida. Los problemas pueden ser expuestos de manera muy abstracta y teórica (es cierto), pero las repercusiones tienen un carácter práctico verdaderamente gigantesco. No hay verdadera filosofía si no hay contacto con el mundo y la vida”.

Para Severo Iglesias, su labor como filósofo fue algo a lo que no podía renunciar y algo con lo que estaba completamente comprometido. Éste era el enlace más importante de la existencia de Severo con la filosofía.

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Corría 1974. A Severo se le presenta otro “cruce de calle” que lo marca de por vida.

Ya había sido expulsado de la Universidad de Nuevo León y del estado. Con diferentes opciones de trabajo por escoger en universidades como la UNAM y Puebla, un amigo le plantea la necesidad de su visión filosófica en la ciudad de Morelia, Michoacán, en específico, en la nueva Escuela de Filosofía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Entre 1974 y 1976, Severo Iglesias fue el primero director de esta escuela. Le decían “El maestro sin aula” pues la escuela, a pesar de haber sido fundada, no tenía recinto. Pero eso no impidió que Severo impartiera clases y diera forma a la nueva escuela.

Quien lo conoció en aquella época, decía que su verdadera labor como profesor y maestro estuvo fuera de las aulas, en los pasillos, sentados en alguna banca o metidos en algún cubículo prestado.

¿Por qué a Severo le importaba poco el lugar físico? Porque para él la verdadera labor filosófica, la ejercida con dedicación y reflexión, era estudiar los problemas de frente. No ir de lo simple a lo complejo, o de atrás para adelante, como hacían otros maestros. Al contrario, era abordar de primera mano los problemas complejos del mundo y de México.

Tras ser cesado de su cargo como director de la Escuela de Filosofía por diversas diferencias políticas, Severo Iglesias regresa a la Ciudad de México. A su salida de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo algunos estudiantes mantuvieron el interés por el Maestro.

El fin de la década de los setenta, todos los años ochenta y hasta la primera mitad de los noventa fue el tiempo para que Severo Iglesias escribiera libros con temáticas muy variadas, pero igualmente sistemáticos y rigurosos. Al mismo tiempo, el Maestro hace una jugada que para mucha gente resultó desconcertante: entró a trabajar en el gobierno federal como funcionario público. “Lo importante es desconcertar al enemigo”, decía de tiempo en tiempo con cierto dejo burlón.

1994 fue el último año de estancia de Severo en la Ciudad de México. Su labor en el sector público lo absorbía de tal manera que le impedía enfocar sus esfuerzos en su principal objetivo de vida. Así, decide regresar a vivir a Monterrey, con la consigna de seguir escribiendo y desarrollando sus principales líneas de pensamiento en lo que, a juicio de muchos, es el punto cumbre de sus tesis expuestas durante las décadas anteriores y que continuaron hasta 2020: desarrollar la teoría de la triádica como un sistema filosófico que explicara la totalidad del mundo.

Esta etapa la empieza con un libro de 1988, pero que vio la luz hasta 1994: Crítica de la razón ficticia, que marca el inicio de esta nueva etapa de publicaciones.

A este título siguió un libro capital en el pensamiento de Severo Iglesias, Triádica: Dialéctica de tres términos (1997). Esta obra detalla el método seguido por Severo (y creado por él) en las obras filosóficas posteriores.

Tal método parte de una reinterpretación del proceso dialéctico: Severo plantea la conformación triádica del movimiento dialéctico a través de un ámbito subjetivo, uno objetivo y otro práxico que prevalecen en toda constitución del mundo (“desde un simple saludo de manos hasta la decisión política más compleja”, decía).

Durante estos mismos años también desarrolló algunos de los siguientes títulos: Valores y Sociedad, Teoría de la praxis, Dialéctica del pensamiento y Dialéctica de la existencia, es decir, en una plena aplicación de la triádica, Severo mostraba en el mundo existente el desenvolvimiento dialéctico de la praxis, de lo subjetivo y de lo objetivo.

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Es asombrosa la cantidad de saberes que abarcó el estudio de Severo Iglesias a lo largo de casi 60 años de trabajo ininterrumpido. Filosofía, historia, política, sociología, antropología, ciencia, economía… en fin, todas las humanidades fueron abordadas por él con un alto respeto por el rigor de las fuentes, la sistematicidad de pensamiento, el estudio ordenado y una indiscutible pasión por afrontar y aportar ideas claras para el avance del género humano.

En 2007 la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, la Sociedad Cultural “Miguel Hidalgo” y Morevallado Editores iniciaron la publicación de sus Obras completas. Una suma compuesta por nueve tomos (más uno por publicar) con más de 1,300 páginas cada uno.

El número de obras publicadas asciende a poco más de 125 (sin contar lo inédito…) Esto hace que a Severo Iglesias se le conozca como el filósofo más prolífico de Monterrey, Nuevo León y, quizá, de todo el país por la sistematicidad, diversidad y profundidad de temas que abordó.

Un pensador crítico, siempre dispuesto a compartir sus reflexiones, a encontrarse con la gente en el café, en la calle o en el campo, momentos en que él aprovechaba para conversar, durante horas, con gran pasión.

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