«Sin novedad en el frente»: la derrota de la moral humana
Noviembre, 2022
Basada en la novela homónima del autor germano Erich Maria Remarque, la vigorizante nueva versión de Sin novedad en el frente, del director sajón Edward Berger, opera no sólo como una épica fúnebre, sino que es también un update macabro de la cinta original de 1930, escribe Alberto Lima en esta entrega de ‘La Mirada Invisible’. Soberbiamente fotografiada por James Friend, y soportada en una eficaz edición de Sven Budelmann, el lenguaje de sus imágenes oscila desde una preeminencia de campos vacíos de corte naturalista, hasta los hiperrealistas y crudelísimos combates en las trincheras.
Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues),
película coproducida por Alemania, Estados Unidos
y Reino Unido, dirigida por Edward Berger, con
Felix Kammerer, Aaron Hilmer, Albrecht Schuch,
Edin Hasanovic y Daniel Brühl. (2022, 2 h 28 min.)
Creada durante los albores del cine sonoro, Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930) es hoy una cinta clásica al ser la precursora del género bélico, no sólo por lo virulento de sus imágenes, sino también por sus innovadoras técnicas del filmación que marcaron el derrotero del universo de películas de guerra subsecuentes. Sin embargo había un detalle en el filme: pese a abordar el tema de la participación de Alemania en la Primera Guerra Mundial, éste fue realizado desde la perspectiva de Hollywood, con todo lo que ello implicaba. Y aunque hay una segunda versión de la obra de Milestone —la de 1979, con producción estadounidense e inglesa, hecha para televisión y dirigida por Delbert Mann—, no es sino hasta este año que se estrena en Netflix una tercera versión, pero ya con plena producción alemana, encabezada por el director sajón Edward Berger.
En la Alemania del norte, siendo la primavera de 1917 y el penúltimo año de la Primera Guerra Mundial, el entusiasta joven patriota Paul Bäumer (Felix Kammerer) se enrola devoto en el ejército junto con sus amigos de fervor compartido Albert (Aaron Hilmer), Franz (Moritz Klaus) y Behm (Adrian Grünewald) para servir al káiser, a Dios y a la patria, según la retórica ideológica de la época. Sin embargo, pronto sus cándidos ojos se abrirán de manera brutal apenas pongan un pie en el frente occidental donde se ubican las trincheras alemanas y francesas, respectivamente, pese a la protección y amistad brindadas por los soldados veteranos Katczinsky (Albrecht Schuch) y Tjaden (Edin Hasanovic). Así, ante la enorme cantidad de bajas que evidencian una inminente derrota, la presión de las esferas políticas aumentará para poner fin a la guerra, cuyas tensas negociaciones con el gobierno francés estarán a cargo del ministro de finanzas Matthias Erzberger (Daniel Brühl), pese a la obcecación del general Friedrichs (Devid Striesow) en seguir sacrificando tropas en las trincheras, mientras la desazón y muerte continúan minando los espíritus y los cuerpos del ejército alemán, en particular la del joven Paul y compinches.
Basada en la novela homónima del autor germano Erich Maria Remarque, la cinta opera no sólo como una épica fúnebre, sino que es también un update macabro de la cinta original de 1930. Soberbiamente fotografiada por James Friend, y soportada en una eficaz edición de Sven Budelmann —en donde todo se muestra al espectador, sin contemplaciones ni miramientos, escamoteos o sobreprotección—, el lenguaje de sus imágenes oscila desde una preeminencia de campos vacíos de corte naturalista, contrapicados contemplativos, un top shot de cadáveres que remata en sobrio top shot de café y bocadillos a medio terminar, hasta los hiperrealistas y crudelísimos combates en las trincheras. Así, la reapropiación del tema desde la perspectiva alemana crea una poética singular, sea ésta mostrada con el cuidado de un escarabajo dentro de la cajita de cerillos como metáfora de la sobrevivencia, o con el culto al cartel de la chica hermosa enclavado en la trinchera como esperanza simbólica de que, lejos del frente de guerra, existe la belleza, aunque sea de papel. Ni tampoco renuncia a los ecos de otras cintas bélicas, porque además de citar directa o indirectamente secuencias de su predecesora original —como el apuñalamiento y posterior agonía del soldado francés en el cráter, a manos del joven arrepentido Paul, o el sutil y bello plano de las botas volantes sobre la plataforma de un camión—, hay guiños a otras, como esa amargada descomposición paulatina con close-ups sobre el rostro del mismo Paul a lo largo de la película, mientras atestigua cómo sus amigos mueren uno tras otro, al igual que el rostro cambiante y descompuesto de aquel inocente niñito en Ven y mira (Klimov, 1985), o los dollys al interior de la trinchera dispuestos en la Patrulla infernal (Kubrick, 1957), la cámara en mano que acompaña presurosa y trémula a los combatientes como ocurre en Salvando al soldado Ryan (Spielberg, 1998), o el detalladísimo diseño de producción de las horrendas trincheras de 1917 (Mendes, 2019) y Caballo de guerra (Spielberg, 2011).
“Estar aquí es como la fiebre, nadie la quiere, pero de repente aparece”, reflexiona un resignado Katczinsky ante un desencantado Paul, porque al igual que las dos versiones previas de este filme, la derrota de la moral humana, y la inutilidad de la guerra, subyace con esos soldados muertos de hambre, pronto acobardados, vestidos con uniformes hábilmente reciclados por costureras de los niñatos caídos en combates previos, que son lanzados a la carnicería de unas batallas sordas, sórdidas, para ganar sólo unos cuantos metros de territorio que de inmediato perderán, sea a costa de los implacables tanques que arrollan de manera explícita al compañero, o con la mirada impotente de Paul mientras el indefenso amigo Albert es quemado vivo bajo el fuego de esa moderna arma de época conocida como lanzallamas, y que luego de la humillante firma del armisticio para el gobierno alemán, habrá un último e inútil arranque de vanidad militar que dejará tras de sí a ese cadavérico rostro agonizante caminando hacia la luz mortecina, y quizá celestial, de la trinchera gala.