Legitimidad y esnobismo
En su columna para Salida de Emergencia, Constanza Ordaz escribe: “La confluencia del jazz y las formas musicales locales continuaron después de la Segunda Guerra Mundial cuando algunos pastores, recién emigrados del campo a la ciudad, cambiaron sus tradicionales flautas por instrumentos de latón baratos. Tocaban en las calles de los townships, pero en 1964 su alegre música, denominada kwela, consiguió una repercusión internacional”.
La mercancía musical
Los estilos norteamericanos siempre han dado empellones a las formas musicales más auténticas. Pero no sólo eso: existen muchos vivales que deshonran el contenido profundamente popular de las músicas nativas y, con el pretexto del “rescate” cultural, hacen de las composiciones tradicionales una mercadería más, impulsoras de sus riquezas y pretexto para mantener una dudosa hegemonía artística.
Esto es lo que se puede deducir de los siguientes dos apartados, extraídos del libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music, de Frank Tenaille, Editorial Lawrence Hill Books, Chicago, 2002).
La difícil nota para conseguir un trago
Durante los años veinte del siglo pasado se celebraban fiestas todos los fines de semana en los shebeenes —bares forzosamente ilegales, ya que hasta 1962 no se permitió a los negros surafricanos comprar licor. Las propietarias —Sheebeen Queens— dispersaban unos brebajes a veces mortales. El consumo repetido de mbamba provocaba una coloración gris en la piel, seguida por descamación y muerte, por la excesiva dilatación del abdomen.
El marabi —la música que acompañaba a este proceso-, sostenida por un piano y percusión, normalmente una lata con piedras en su interior— se alimentaba de simples ritmos cíclicos adornados por melodías que reflejaban el crisol urbano, como himnos cristianos adecuadamente sincopados y sobre todo canciones tradicionales de los zulúes, sothos y xhosas.
El marabi evidentemente era desaprobado por la burguesía negra, pero alcanzó tanta popularidad que grupos sofisticados como los Jazz Maniacs tuvieron que incorporar algunos temas de este estilo en su repertorio.
La mole urbana y los bolsillos vacíos
La confluencia del jazz y las formas musicales locales continuaron después de la Segunda Guerra Mundial cuando algunos pastores, recién emigrados del campo a la ciudad, cambiaron sus tradicionales flautas por instrumentos de latón baratos. Tocaban en las calles de los townships —barrios reservados para negros, tal como en Soweto—, pero en 1964 su alegre música, denominada kwela, consiguió una repercusión internacional con el tema “Tom Hark” de Aaron Lelele, que supuso una ganancia para el artista de 30 rands y de 250 mil para su compañía discográfica.
Cuatro años después, el flautista Spokes Mashiyane experimentó temáticamente con el saxo en “Big Joe Special” dando origen al mbaqanga —así llamado por su evocación a un buñuelo casero y popular— que asimiló jazz y rhythm’n blues en una combinación genuinamente africana, de guitarras rapidísimas y robustas armonías vocales, reforzadas por un bajo retumbante.
El mbanganga ocupó la cima de la música surafricana hasta su desplazamiento, en los años setenta, por la soul disco de artistas como los Cannibals y Sipho Mabuse, pero en la década siguiente conoció un inesperado despertar con el álbum Graceland de Paul Simon, del que se vendieron siete millones de copias. Aunque este fenómeno debe verse sólo como una fase más del complejo tráfico de ideas entre África y el resto del mundo.
“Sólo estamos aquí por el dinero”
Es una cuestión esnob asumirse como parte de la Música del Mundo (world music), pero es poco atractivo incorporarse al largo proceso de la composición africana porque no viste, no da crédito, no es “socialmente correcto”.
Empero, hablar de kwela o del mbaganga puede resultar contraproducente, porque no hay caminos cortos para atraer el amplísimo contenido lúdico de la música popular surafricana.
(Por cierto, quien esto escribe aún recuerda el Mundial de Futbol de 2010, profuso de comerciales descontextualizados, hechos a la carrera para vender y competir, dejando en claro que los mass media eran, son, en definitiva, los primeros enemigos de nuestro disfrute y conocimientos musicales. Y no se diga algo de las compañías disqueras. A propósito de ellas, Frank Zappa comentó alguna vez: “Sólo estamos aquí por el dinero”.)