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Hunter S. Thompson, dos décadas después

Periodismo gonzo

Febrero, 2025

Cuando murió tenía 67 años; 17 más de los que él mismo había previsto y habría querido. Aburrido de estar aburrido, tomó un arma y se disparó un tiro en la cabeza en la cocina de su casa (en Colorado). Era el 20 de febrero de 2005. Así se iba de este mundo Hunter S. Thompson, el periodista salvaje. Años antes, ya había revolucionado en varios sentidos y de muchas formas la manera de hacer y de entender el periodismo. Empezó como periodista deportivo, se consagró como una de las grandes estrellas de la revista Rolling Stone y se inventó el llamado «periodismo gonzo» —aquel que involucra al periodista en el centro de la acción y por lo tanto del relato. De ese laboratorio saldrían dos grandes obras: Miedo y asco en Las Vegas y Los Angeles del Infierno / Una extraña y terrible saga. Ahora que se cumplen dos décadas de su partida, Víctor Roura lo recuerda.

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En los sesenta, y, si hemos de tener una mirada generosa, digamos que incluso hasta antes del arribo de los últimos tres lustros del siglo XX, hablar de nuevo periodismo era remitirse, invariablemente, a las publicaciones como Rolling Stone (aunque luego despidiera injustificadamente a gente como Lester Bangs —1948-1982) cuya decadencia, junto con su fundador Jann Wenner (ahora con 79 años de edad), se acelera conforme se va limpiamente difuminando el espectro del socialismo, que en noviembre de 1989 contempla su tiro de gracia con la caída del Muro de Berlín —la revista Rolling Stone, fundada en 1967, acabaría vendiéndose en su totalidad en 2019.

Las revistas entonces revientan en su ingenuo idealismo: las utopías sólo existen en las cabezas blandas que aún torpemente creen en las [inverídicas] igualdades sociales. El capitalismo duro las convierte en empresas semejantes, si desean por supuesto sobrevivir, a los emporios mercenarios de la comunicación. Basta de sueños y quimeras, de espejismos e ilusiones. Todo ese movimiento irreverente del denominado nuevo periodismo, que tuvo en Tom Wolfe a su máximo divulgador, se transformaba, de súbito, en una invención pueril de yoes y superficialidades individuales.

Las numerosas parrafadas de egos encontrados —porque efectivamente entre las veintenas de quienes se consideraban nuevos periodistas muy pocos, escasos, tenían esa luminosa vena de talento literario que debe tener un buen periodista heterodoxo— fueron levantadas, y expandidas por los aires invisibilizando sus significados, por los vientos inmoderados de los acuciosos y codiciosos jerarcas de la prensa de finales del milenio que desmentían, de un plumazo, el equilibrio entre la buena prosa y la escandalosa noticia, lo que hizo solitario, todavía más, a la figura del periodista enfrentado con los poderes tradicionales del sistema establecido.

Ya el norteamericano Hunter Stockton Thompson, fallecido a los 67 años de edad justo ahora hace dos décadas, quien se matara de un tiro en la cabeza, el 20 de febrero de 2005, acaso por concebir demasiado realistamente la ominosa realidad —y permítaseme la válida redundancia— desde aquellos lejanos tiempos de los setenta, antes de que llegaran los magnates de la prensa a comulgar sus desgarbados y premiosos principios basados en menos lecturas y mayor atractivo visual (como si la prensa fuese misóginamente un cuerpo femenino), sabía —Thompson— que eso del nuevo periodismo, si no se lo esculpía a fondo, se convertiría nada más, con el paso del tiempo, en un rótulo provocador.

Porque nuevo periodismo, en su acepción más profunda, no meramente encasillable, era, es, debiera ser, una conversión absoluta del viejo periodismo, una reconstrucción de los antiguos cimientos, un remozamiento radical de las primitivas fachadas. No quedarse en las intenciones, tal como ocurre, por ejemplo, en esta novedosa, si bien no tan nueva, asociación de Gabriel García Márquez denominada Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, que se solaza en las teorías (“el periodismo debe ser…”) sin reparar en las realidades obtusas de las prácticas cotidianas, que es ahí en donde debiera cristalizar sus propósitos, no en sus cimbrantes discursos. El verdadero nuevo periodismo no sólo consiste en modificar literariamente a la totémica prensa, sino en reformarla desde adentro, cosa que no hizo nunca míster García Márquez, aunque escribiera periodísticamente como los dioses: el Nobel colombiano sólo estaba íntimamente relacionado con los cuerpos directivos de algunas empresas, que le publicaban lo que el literato tuviera a bien disponer (que ya bastante carrera había hecho como para no publicar lo que le diera la gana) sin detenerse en minucias de revisión de éticas y estéticas, de modo que, contradiciendo el aparente empleo de su bienhechor y dadivoso método nuevoperiodístico, el maestro García Márquez podía publicar, sin una pizca de prurito profesional, en un diario donde las mezquindades al interior eran la efervescencia cotidiana.

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Hunter S. Thompson, con toda —y a pesar de— su locura encima, sabía que la carátula del nuevo periodismo podía venderse a precios exorbitantes, cosa que hizo con esmero Tom Wolfe, pero era imposible, o casi no posible, su derrama democrática en los pasillos de las redacciones. De ahí que en la introducción a su libro Miedo y asco en Las Vegas, hacia principios de la década de los setenta (su tercera obra, de más de una docena, entre la que también se halla la crónica sobre aquella sega denominada Hells Angels), apuntara que, aunque dicho reportaje “no sea lo que yo pretendía que fuese, es, pese a todo, tan complejo en su fracaso que creo que puedo arriesgarme a defenderlo como una primera y torpe tentativa en una dirección con eso a lo que Tom Wolfe llama nuevo periodismo y lleva coqueteando casi una década”.

El problema de Wolfe, sin embargo, “es que está demasiado enconchado —decía Thompson— para participar en sus historias. La gente con la que él se siente cómodo es tan sosa como mierda seca, y la gente que parece fascinarle como escritor es tan rara que lo pone nervioso. Lo único nuevo e insólito del periodismo de Wolfe es que es un periodista excepcionalmente bueno; tiene una admirable capacidad de evocación y sabe captar, periféricamente al menos, eso a lo que John Keats se refería cuando dijo lo que dijo sobre la Verdad & la Belleza. Wolfe sólo parece nuevo porque William Randolph Hearst [el entonces magnate de la prensa manipuladora, servil, doblegada a los poderes estadounidenses, amarillista, ramplona] dobló el espinazo del periodismo norteamericano, espectacularmente, en el preciso momento en que empezaba. Lo único que hizo Tom Wolfe (al no conseguir triunfar en el Washington Post ni que le contratara siquiera el National Observer) fue comprender que no merecía mucho la pena jugar el juego del viejo Colliers, y que la única posibilidad de triunfar en el periodismo era conseguirlo en sus propios términos personales: siendo bueno en el sentido clásico (más que en el contemporáneo) y siendo el tipo de periodista que los medios de información impresos norteamericanos honran principalmente en la brecha. O, a falta de esto, en el funeral”.

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Hunter S. Thompson, por lo menos, sí pretendió radicalizar el interior de las redacciones, lo cual habla de una comprensión mucho más honda de la acepción “nuevo periodismo”, distanciada de los prolegómenos esnobistas con que era tratada por sus inofensivos teóricos, que desconocían, o quieren desconocer, los complicados encadenamientos entre el poder económico y la veta informativa. Thompson, modesto, se percataba de estas liviandades y no las ocultaba: “Lo único importante —escribió a propósito de su famoso reportaje ya citado sobre Las Vegas— es que fue divertido escribirlo, lo cual es raro, al menos para mí, pues escribir siempre me ha parecido el tipo más odioso de trabajo. Sospecho que es un poco como acostarse con alguien, que sólo divierte a los no profesionales. Las rameras viejas no se divierten gran cosa, según creo. Porque nada es divertido cuando tienes que hacerlo (una & otra vez & otra & otra) ya que, si no, te expulsan; y eso envejece. Así que resulta un viaje sumamente raro, para un escritor encerrado que paga el alquiler, verse metido en una juerga así…”

Así que, por ello, una de dos, decía Thompson: “O hay esperanza o quizás me vuelva loco”, si bien “no son cosas de las que uno pueda estar muy seguro, de todos modos”.

Acaso en Thompson ocurrió lo segundo.

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Si bien cuando se habla de periodismo gonzo se remite uno, de inmediato, a Thompson, a diferencia de Wolfe cuando él mismo fue el propagador del término nuevo periodismo, no fue el propio Thompson el impulsor de esta faceta periodística aunque sí el primero, en 1970, en publicar un artículo (“El Derby de Kentucky es decadente y depravado” en la revista deportiva Scanlan’s Monthly) refiriéndose a lo gonzo como algo personal de la gente que acostumbraba ir a esta carrera atlética en Louisville, sino fue el periodista Bill Cardoso, del diario Boston Globe, quien bautizara a Thompson, en ese mismo año después de leer su crónica del afamado derby, como el representante del periodismo gonzo, que quiere decir algo así como una rama periodística inusual que da preferencia a la primera persona, sin pretensiones de la sacrosanta objetividad tan recurrente en las aulas escolares de comunicación: de muchos modos, el periodismo gonzo viene a ser una especie de subgénero del nuevo periodismo, ya que ambos procederes escriturales dan un trascendente lugar al estilo propio. En algunos sitios se apunta que el vocablo proviene “de la jerga irlandesa para referirse al último hombre que quedaba en pie después de un maratón de alcohol”, lo que no le caía nada mal a Thompson, bebedor compulsivo.

La vida a veces nos da a tragar cosas que no hubiéramos deseado nunca: Thompson, tan renuente a cargar en sus espaldas con un término periodístico como lo llevara, siempre, Tom Wolfe (en febrero de 1973 declaraba a la revista Rolling Stone: “Si yo hubiera escrito la verdad que sabía durante los últimos diez años, unas 600 personas —yo entre ellas— se estarían pudriendo hoy en celdas de cárceles desde Río hasta Seattle. La verdad absoluta es un bien muy escaso y peligroso en el contexto del periodismo profesional”, en una clara retirada del uso del nuevo periodismo), acabó siendo, vaya cosas, el artífice del periodismo gonzo, algo parecido al nuevo periodismo pero no igual.

Casi una década después, en 1979, Thompson publicaría sus Gonzo Papers (cuatro en total, el último de los cuales salió a la luz un año antes del suicidio del autor) ya con plena conciencia de haber desplegado un estilo particular en los medios de comunicación.

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