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Información no es poder

Mayo, 2023

En un mundo en el que cada minuto hay más de seis millones de búsquedas en Google, las horas de video subidas a YouTube pasan de 500, se comparten más de 66 mil fotos en Instagram, los mensajes compartidos en Twitter rondan los 350 mil y los contenidos compartidos en Facebook rebasan los mil 700 millones, parece que esa vieja idea de que “información es poder” o de que “poseer información es tener el poder” ha ido perdiendo fuerza y, sobre todo, sentido, afirma Juan Soto. Así que, hoy día, discriminar, analizar, discutir y reflexionar son más importantes que simplemente informarse.

¿Ha escuchado esa frase que reverbera en vox populi que afirma que “información es poder” y que empata con la de “poseer información es tener el poder”? Bueno, esta idea se le atribuye de forma un tanto imprecisa a Thomas Hobbes, ese filósofo inglés considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna. Él escribió en De Homine (1658) que “el conocimiento es poder, pero es un poder pequeño porque el conocimiento que importa es raro”, pues éste sólo se mostraba muy poco y en pocas cosas.

Hobbes sostenía que la naturaleza del conocimiento no podía ser captada excepto por aquellos que estaban predispuestos a hacerlo. Sin embargo, durante su juventud, él había sido secretario de Francis Bacon, otro inglés a quien se le considera el padre del empirismo filosófico, defensor del método experimental. Y Bacon, en sus Meditationes sacrae (1597), escribió una frase que parece haber permanecido en la mentalidad occidental donde afirma que “la ciencia es poder en sí misma”. Y aunque el origen de lo que se convirtió casi en un aforismo pudo haber provenido de la sabiduría popular, los significados de dichas ideas en su propio tiempo eran muy diferentes a los que se les fueron atribuyendo con el paso de los siglos.

Hoy día, aunque pueden tomarse como sinónimos, sabemos que hay diferencia entre ciencia, conocimiento e información. Diferencias en las que no vamos a profundizar y sólo nos quedaremos con esa idea que se popularizó y que parece provenir de finales del siglo XVI y que reza que “información es poder”.

En 2002, un grupo de investigadores de la School of Information Managment and Systems de la Universidad de California en Berkeley, lidereado por Peter Lyman y Hal R. Varian, trató de responder a la ambiciosa pregunta de ¿cuánta información nueva se crea cada año? Para ello trataron de medir sólo el volumen de información (no la calidad) en un formato dado, así como su utilidad para diferentes propósitos. Después de estimar la producción de contenido original por tipo de medio, identificaron un estándar común de comparación. Enseguida tradujeron el volumen del contenido original a un estándar común (calculando el tamaño analógico en terabytes si se digitalizara utilizando prácticas estándar de la industria). Luego determinaron la cantidad de almacenamiento que tomaría cada tipo usando los estándares de la industria para la compresión. La información recién creada, nos hicieron ver, se almacenaba en cuatro medios físicos: impreso, de película, magnético y óptico. Y era vista u oída en cuatro flujos de información a través de canales electrónicos: teléfono, radio, televisión e internet.

El estudio tomó en cuenta tanto el almacenamiento como los flujos de información con la finalidad de estimar el tamaño anual del stock de información nueva registrada en los medios de almacenamiento, así como la información escuchada o vista cada año en los flujos de información. Estos investigadores pudieron determinar que sólo en 2002, gracias a los medios físicos, ponga mucha atención, se produjeron alrededor de cinco exabytes de información nueva (y que el 92 por ciento de esta información nueva se almacenó en medios magnéticos, principalmente discos duros). Un exabyte, por cierto, equivale a un millón de terabytes.

Si se digitalizaran los 17 millones de libros (con formato completo) de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, dijeron estos investigadores, se obtendrían 136 terabytes. Los famosos cinco exabytes equivaldrían a la información contenida en 37 mil bibliotecas nuevas del tamaño de la Biblioteca del Congreso. Tomando en cuenta la población mundial de aquel entonces (estimada en seis mil 300 millones de habitantes según el Population Reference Bureau), cada persona producía casi 800 megabytes de información registrada, para lo cual se habrían necesitado unos 30 pies (9.14 m) de libros para almacenarla en papel. Desde hace ya tiempo producimos información que no podemos digerir (o no estamos en condiciones para procesar, ni para sistematizar).

Estos mismos investigadores determinaron que en 1999 se habían producido dos exabytes. Lo cual indica que la cantidad de información que hemos producido hasta la fecha debe haberse incrementado de manera continua. Pero no podemos saber si se duplica cada dos o tres años como se ha alardeado en los medios. Esta cuestión requiere de una importante aclaración. En la convención de Atmosphere 2010 de Google, Eric Schmidt (CEO de la compañía en aquel tiempo), declaró que desde los albores de la civilización hasta 2003 se habían creado 5 exabytes de información y que esa información (en ese momento), era creada cada dos días. Lo cual fue un error de interpretación. Y esta declaración se propagó en distintos medios de manera viral. El impreciso dicho de Schmidt apareció en TechCrunch, ReadWriteWeb, FoxNews, Ink e, incluso, en The Huffingotn Post, sólo por mencionar algunos destacados medios.

Robert J. Moore, cofundador de RJMetrics, escribió en 2011 una reflexión sobre la declaración de Schmidt titulada “Eric Schmidt’s ‘5 Exabytes’ Quote is a Load of Crap”. Ahí afirmó que nadie dudaba de que el volumen de información registrada había crecido a un ritmo tremendo en la última década. Pero que, irónicamente, Eric Schmidt parecía haber tergiversado alguna información con el fin de ofrecer ese punto de una manera grandiosa. Es importante señalar que ese dato de los cinco exabytes se ha divulgado en libros, revistas, periódicos, etc. Gracias a Lyman y Varian sabemos que la información que producimos crece inevitablemente. Y seguirá creciendo a menos que ocurra algo realmente excepcional.

DOMO (una plataforma de “inteligencia empresarial” en nube que recopila, almacena y analiza grandes cantidades de datos), desde hace 10 años publica, bajo el sugerente nombre de “Data Never Sleeps”, una infografía que permite darnos una idea sobre cuántos datos se generan cada minuto a través de las redes sociales, la transmisión de contenido, las compras en línea, los pagos entre pares y otras actividades. De acuerdo con los datos que presentaron en 2023, las búsquedas realizadas en Google pasaron de dos millones por minuto en 2013 a 5.9 millones por minuto en 2022. Las horas de video subidas en YouTube se incrementaron —recuerde que los datos son por minuto— de 48 en 2013 a 500 en 2022. Las fotos compartidas en Instagram fueron de tres mil 600 en 2013 a 66 mil en 2022. Los mensajes compartidos en Twitter pasaron de 100 mil en 2013 a 347 mil en 2022. Los contenidos compartidos en Facebook subieron de 684 mil en 2013 a mil 700 millones. Los correos electrónicos enviados se incrementaron de 204 mil en 2013 a 231 mil en 2022, etc. Todo esto —no lo olvide— en un solo minuto.

Nos encontramos en un momento de transformación cultural donde hay un constante flujo de datos que están siendo creados y consumidos todo el tiempo. Incluso sin que nosotros “estemos haciendo algo”, pues nuestros dispositivos inteligentes lo están haciendo por nosotros aun cuando estamos dormidos. Los flujos de información (texto, imágenes, audio, video, datos, realidad virtual y aumentada), así como el acceso a ella que tenemos hoy día, son incomparablemente superiores al de otras épocas. Una sociedad como la nuestra parece producir y acumular más información de la que puede procesar e incluso utilizar (hay más libros de los que se pueden leer, más música de la que se puede escuchar, más películas o series de televisión de las que se pueden ver, etcétera).

En nuestras sociedades se producen grandes volúmenes de información que suelen acumularse y ponerse a circular de manera frenética, pero no se cuenta con el tiempo para analizarla y, paulatinamente, se va perdiendo la capacidad para procesarla. La saturación de información favorece, entre otras cosas, la desinformación. Y no estaría mal preguntarnos ¿cómo es que podemos ser unos desinformados en sociedades donde la información abunda y los flujos de información son permanentes?

Una de las formas en las que se produce la desinformación en nuestros tiempos es por atasco, por atragantamiento. Hay tanta información que circula a diario y que recibimos sin solicitarla que es fácil, incluso, producir la censura por asfixia como lo ha ilustrado Ignacio Ramonet (ese brillante periodista, escritor y académico español). En sociedades como las nuestras, donde la información es abundante y se produce y circula en todo momento, esa vieja idea de que “información es poder” o de que “poseer información es tener el poder” ha ido perdiendo fuerza y, sobre todo, sentido. Aprender a discriminar información, entre la relevante y la que no lo es, entre la que es malintencionada y la que no lo es, entre la “falsa” y la que “no lo es”, por ejemplo, es uno de los elementos más importantes para poder moverse entre esos tsunamis de información con los que tenemos que lidiar a diario, y que van desde los mensajes publicitarios hasta las notas de medios que recibimos de los molestos compañeros de trabajo, que lo único que hacen es enviar este tipo de información sin que se las hayamos solicitado (incluso sin hacer comentario alguno sobre lo que han compartido).

Hoy día, discriminar, analizar, discutir y reflexionar son más importantes que simplemente informarse. Información no es poder… Compartir información no solicitada, menos.

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