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Pablo Milanés (1943-2022)

El aplauso a las telenovelas por una canción.

Noviembre, 2022

Cuba está de luto. El cantautor Pablo Milanés, una de las figuras icónicas de la cultura y música cubana, falleció en la madrugada de este 22 de noviembre —noche del lunes 21 en la Isla— en Madrid, España, donde estaba hospitalizado. Nombre imprescindible del movimiento de la Nueva Trova cubana y la canción de autor en Iberoamérica, deja una inmensa obra musical que le mereció numerosos premios y distinciones, pero sobre todo la admiración de millones, dentro y fuera de la Isla. Víctor Roura aquí lo recuerda…

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Ya que la vida la vivimos como una escuela al revés, tal como apunta Eduardo Galeano (“con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies”), no pareciera una incongruencia lo que hizo Pablo Milanés poco antes de finalizar el siglo XX —en 1998, para mayor concreción—, sino pasó como un acto admirativo, fascinante, hasta cierto punto incluso envidiable: el cantor cubano, fallecido el martes 22 de noviembre de 2022 —a los 79 años de edad de una muerte que se predecía desde la década de los ochenta que el cantautor nacido en la cubana Beyamo el 24 de febrero de 1943 supo con fortuna sortear—, se mostró radiante comentando que eso de las telenovelas no estaba nada mal si con ellas el trabajo de un compositor lograba llegar a masas desmesuradas.

Se mentía graciosamente, pero muchos, bastantes, le creían, cuando decía que gracias a la televisión era hasta saludado en los aeropuertos. Confesaba ya no tener prejuicios con el término “comercio” relativo a la industria musical, porque asombrosamente se había percatado de que su música, aun no siendo “comercial”, se vendía igual de bien que ahora que ya era considerada como tal.

¡Ah, la dicha que otorga el dinero!

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Pero como las cosas ya entonces funcionaban con normalidad al revés, a nadie debía extrañar que un radicalista “revolucionario” como Milanés aceptara gustoso firmar contratos con emporios cuyas líneas políticas fueran visiblemente anticastristas. Esas cosillas ya no tenían ninguna importancia, aun con vida el propio Fidel, fallecido a los 90 años en 2016.

Así como, ¡zum!, de pronto se volatilizaron los significados de palabras como “burguesía” o “proletariado” o “marxismo” —aunque haya gente empeñada hoy en recordarlas por el absolutismo obradorista, según dicen con sumo enfado—, de igual modo un convencido de la dictadura cubana —o morenista que para demasiados es lo mismo, no siéndolo, sobre todo para los académicos críticos mexicanos que denuestan todo lo proveniente hecho y dicho por el gobierno obradorista— podía, o puede, con facilidad amoldarse en una empresa que, desde su fundación, no cesaba de promover la caída de Fidel Castro en la isla, como lo hicieran todo el tiempo Televisa y TV Azteca, digamos, emporios expertos en telenovelas con música de fondo de compositores tan auténticos como, por ejemplo, Pablo Milanés, que acabarían agradeciendo la incorporación suya en esas trascendentales series televisivas de mucho impacto comercial: mientras el dinero siga teniendo un agradable sonido y se introduzca sin trámites burocráticos en los bolsillos, ¿a quién diablos le va a importar esas minucias elaboradas con base en las santas tecnologías?

Vaya, ni a los propios afectados.

Si William Clinton, presidente de Estados Unidos de 1993 a 2001, hubiera decidido una tarde, luego de un devaneo ocasional, convocar a la trova cubana a participar en una audición privada en la Casa Blanca, ¿por qué demonios no habrían aceptado el reto Silvio o Pablo, sin que nadie se entrometiera en sus sigilosas congruencias, si con ello los retratos de los protagonistas hubiesen inundado las portadas del Rolling Stone o del Newsweek, si con ello su público “elitista” se hubiera ampliado gradualmente?

¡Ah, los tiempos neoliberales ésos!

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Hacia finales de los setenta del siglo XX, precisamente por haberle hecho una entrevista a Silvio Rodríguez que no fue de su agrado (¿acaso porque salió a relucir que la música de rock del Imperio de una u otra manera podría influir en las composiciones de la nueva trova cubana?), fui “congelado” abiertamente en las sesiones periodísticas por ambos cantautores. Silvio Rodríguez me enfrentó cara a cara:

—¡Contigo ni una entrevista má, chico, ni una má! —me gritó, iracundo, fuera de quicio, en los pasillos del Auditorio Nacional.

Gabino Palomares, tal vez Óscar Chávez y alguien más (¿el Negro Ojeda?) me dijeron que no me preocupara, que no le hiciera caso.

—Así tiene Silvio el carácter —me explicaron.

No entendía sus razones. Confieso que aún sigo sin entenderlas. Recuerdo mi desconcierto. Le dije a Silvio que no entendía su enojo. Que me explicara sus argumentos.

—¡Tú sabrá po qué! —gritó Silvio, nuevamente, y se largó rumbo a los vestidores del Auditorio Nacional.

Pensé que era una pasajera fiebre de enconos, un voluble apasionamiento revolucionario.

Pero no.

Porque años después los volví a encontrar en una conferencia de prensa. La gente, como siempre, hacía preguntas complacientes, después de todo (con o sin televisión) Pablo Milanés y Silvio Rodríguez siempre han sido ídolos en México y siempre abarrotaron los lugares donde se presentan.

Hice una pregunta.

Algo relacionado con los arreglos musicales, algo acerca de la nula transferencia en vivo de la practicidad sonora en los estudios de grabación.

Silvio Rodríguez, entonces, le pasó el micrófono a Pablo Milanés.

—Yo no contesto a ese periodista —dijo.

Milanés, como pudo, ya que tampoco quería contestarme, se las arregló para no contestar nada.

—Prefiero que hagan otra pregunta —indicó Silvio por el micrófono.

Bah.

Me levanté de mi asiento y abandoné el lugar.

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No obstante, con el tiempo las cosas cambiaron.

Si Pablo Milanés aceptaba, con júbilo, sin reservas, acomedido, grabar con Televisión Azteca —siendo ésta una empresa declaradamente a favor de los cubanos miamenses— es que, en definitiva, sus visiones de las cosas (no sé si para bien ni quiero saberlo) habían cambiado.

Y, sí, el disco Vengo naciendo (1998) de Milanés (una buena recopilación de sus “éxitos” acumulados durante los años, y la canción de la telenovela El amor de mi vida es, como la inmensa mayoría de las composiciones del cubano, de factura irrefutable, impecable, hermosa: “Te negaré tres veces antes de que llegue el alba, me fundiré en la noche donde me aguarda la nada, me perderé en la angustia de buscarme y no encontrarme, me encontraré en la luz que se me esconde tras el alma”.

Pero así como siempre saludaré, con sumo agrado, a los compositores Milanés y a Rodríguez, de la misma forma me pasaré de largo cuando mire enfrente caminar en mi acera a los hombres Milanés y Rodríguez…

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Sin embargo, varias de sus canciones son admirablemente distinguidas. De los casi 180 discos que Milanés grabara entre sus grabaciones de estudio como solista, en colectivo, en colaboraciones con otros artistas y con el Grupo de Experimentación Sonora cubano, sin duda alguna me quedo con Querido Pablo, de 1985, y Pablo Querido, de 2002, ambos álbumes dobles con las intervenciones de diversos artistas como, entre otros, Ana Belén, Miguel Ríos, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Chico Buarque, Víctor Manuel, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, los Van Van, Gal Costa, Fito Páez, Milton Nascimento, Eugenia León, Tania Libertad, Joaquín Sabina, Marco Antonio Muñiz, Maná, Caetano Veloso, Illapu, Soledad Bravo, Alberto Cortez, Charly García y hasta Gabriel García Márquez se apunta con una introducción, cancionero donde reluce con innata sobriedad la lírica de Milanés acompañado, esta vez, de soberbios arreglos musicales, a diferencia de sus presentaciones en vivo con su agrupación que a la cuarta pieza ya el espectador sabía que el concierto continuaría en la inquebrantable monotonía, pues jamás alcanzaban las audiciones emparentarse con la sonoridad desplegada en los estudios de grabación. Yo fui a verlo y a escucharlo unas tres veces con la esperanza de que algo cambiara en su audición, en vano; mas sus letras me reconciliaban con su arte, siempre.

Y, por supuesto, prefería mil veces a un Pablo Milanés sobrio y escueto en sus conciertos en vivo —desfasado de melodías, con cantos lineales, pero no me importaba, porque a veces los que no exploran con su voz suplen esta deficiencia con su explosiva narrativa— que a un, digamos, Arjona o a un Manzanero que despilfarraban ocasionalmente vértebras sonoras deleitosas, y nombro a estas dos personalidades porque también participaron, a mi pesar, en el disco Pablo Querido.

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¿Cuál es la canción más popular de Milanés entre sus cientos de composiciones?

Expongo seis, nada más, de su vasta obra.

¿“Yo no te pido”?

“Yo no te pido que me bajes / una estrella azul. / Sólo te pido que mi espacio / llenes con tu luz”. (Perfectos versos de dos líneas de nueve sílabas y otras dos de seis.)

¿“Cuánto gané, cuánto perdí”?

“¿Dónde estarán los amigos de ayer?, ¿la novia fiel que siempre dije amar? ¿Dónde andarán mi casa y su lugar?, ¿mi carro de jugar, mi calle de correr? ¿Dónde andarán la prima que me amó?, ¿el rincón que escondió mis secretos de ayer?”

¿“Yo pisaré las calles nuevamente”?

“Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes”.

¿“El tiempo pasa”?

“El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos y el amor no lo reflejo como ayer. Y en cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón”.

¿“Para vivir”?

“Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien, que a esta unión de nosotros le hacía falta carne y deseo también. Que no bastaba que me entendieras y que murieras por mí, que no bastaba que en mis fracasos yo me refugiara en ti… Y ahora ves lo que pasó: al fin nació, al pasar de los años, el tremendo cansancio que provoco ya en ti”.

¿O “El breve espacio en que no estás”?

“Todavía quedan restos de humedad. Sus olores llenan ya mi soledad. En la cama su silueta se dibuja cual promesa de llenar el breve espacio en que no está. Todavía yo no sé si volverá. Nadie sabe, al día siguiente, lo que hará. Rompe todos mis esquemas. No confiesa ni una pena. No me pide nada a cambio de lo que da. Suele ser violenta y tierna. No habla de uniones eternas, mas se entrega cual si hubiera sólo un día para amar. No comparte una reunión, mas le gusta la canción que comprometa su pensar. Todavía no pregunté: ¿te quedarás? Temo mucho a la respuesta de un jamás. La prefiero compartida antes que vaciar mi vida. No es perfecta, mas se acerca a lo que yo simplemente soñé”.

Y hay más, muchas más, que me hacen sentirme cercano a Pablo a pesar de la evidente —e inexplicable dado su exterior iluminado de carismático humanismo— distancia que marcó, o puso airadamente, en nuestro respectivo camino.

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