Artículos

Las damas del narco

El alimento de la bestia.

Noviembre, 2022

Las relaciones entre las mujeres hermosas y los capos no empiezan con Emma Coronel ni con Sandra Ávila. Tienen décadas de construir una imagen emblemática que es la aspiración de muchas jóvenes de nuestros días. Hoy asistimos a su paroxismo que no se apagará mientras perdure la herencia que Felipe Calderón dejó a nuestro país. La reflexión es de Vicente Francisco Torres —ensayista, narrador y profesor-investigador en la UAM-Azcapotzalco—; en este ensayo, él es claro: las vidas de estas mujeres parecen argumentos literarios en donde el destino juega un papel relevante.

En el año 2021, cuando la epidemia de covid-19 no acababa de amainar en nuestro país, aparecieron dos libros que se convirtieron en best sellers: A la mitad del camino, del presidente Andrés Manuel López Obrador y Emma y las otras señoras del narco, de Anabel Hernández. Alguna vez afirmó José Emilio Pacheco que él no era un escritor de muchos lectores porque no había pasado la prueba de fuego: que sus libros fueran vendidos en los puestos de libros piratas. Hoy nuestro querido JEP tendría que rectificar su dicho porque esos singulares vendedores ya tienen Las batallas en el desierto.

El libro de Anabel Hernández fue todo un acontecimiento: cuando acudí a buscarlo en librería, estaba agotado pero, al transitar por las calles del Centro, vi que ya estaba con los piratas. Además, me crucé en el camino con varias jóvenes comerciantes que iban maquilladas como la foto de Emma Coronel que el libro tiene en la portada. Por si algo faltara, llevaban diademas doradas que semejaban la corona que ostenta la joven esposa de Joaquín Guzmán Loera, quien ha pasado a nuestra historia reciente como el Chapo Guzmán.

Siempre atenta a los temas delincuenciales del momento, Anabel Hernández decidió hacer la vida —a la manera de Marcel Schwob— de Emma Coronel y aprovechó para invocar a otras mujeres, incluyendo actrices, cantantes y conductoras televisivas que han estado involucradas, sentimental o sólo sexualmente, con protagonistas del mundo narco.

El libro se arma con expedientes judiciales, entrevistas y testimonios de colaboradores que estuvieron cerca de las mujeres. Visto fríamente, tiene dos vasos comunicantes: por un lado están las reinas de belleza —casi todas fueron premiadas en algún certamen que va desde Miss Universo hasta algunos juegos florales— y en otro tenemos a narcos, políticos y policías. Ambos grupos buscan poder y dinero. Ellas son trofeos que no preguntan de dónde vienen las joyas, los autos, las influencias ni las mansiones. Aceptan lo mismo a tipos de traje y corbata que a enchamarrados con pistolas de oro.

Las vidas de estas mujeres parecen argumentos literarios en donde el destino juega un papel relevante. Este es el caso de Emma Coronel, quien nació en California, en 1989, pero se crio en una ranchería de Durango, en un verdadero paraíso que se alteró con la llegada del Cártel de Sinaloa a la región:

La Angostura es una comunidad circundada de montañas que se levantan a una altura de mil 300 metros sobre el nivel del mar. Donde la naturaleza esculpió una obra de arte: cordilleras cubiertas de bosques de pino, nogal, palo colorado, madroño, zarzamora y laurel que impregnan el ambiente con sus perfumes; y los ríos sinuosos y cascadas que cantan. Por las noches, bajo una danza de luciérnagas, el coyote aún aúlla; y en el día, el cielo es surcado por audaces águilas que cazan ardillas y liebres al filo de los acantilados[1].

La autora no sólo quiere informar, mostrar y analizar el dramatismo del mundo criminal. No se las da de sabihonda ni de intelectual pues apenas cita a Ignacio Manuel Altamirano, Eurípides y Sófocles (este mundo es eminentemente trágico y las referencias son obligadas); hay en sus páginas una intención literaria que se acentúa en la descripción de sus personajes:

Puntual y sin escoltas entró al lugar. Era una mujer alta, de cabello largo e impecablemente teñido, peinado y enrizado; con un espeso maquillaje profesional que hacía resaltar sus ojos redondos, marrones y brillantes, enmarcados con pestañas postizas tan largas que los hacían parecer como los de una muñeca. Sus labios estaban cuidadosamente pintados de un color nude sobrio, aun así no podía disimular que eran voluminosos gracias al silicón. Su nariz era recta, fina y ligeramente respingada. Su figura curvilínea había sido esculpida varias veces por la liposucción, siguiendo el modelo de narcobelleza impuesto en el mundo que la rodeaba, aunque sin vestir de forma escotada ni llamativa, como las típicas buchonas, sino de manera impecable y recatada[2].

Anabel Hernández tiene los objetivos de su libro muy claros: quiere entender las motivaciones de estos hombres y mujeres que generan muerte y ríos de sangre, pero que no dejan de ser imanes lo mismo para pobres asalariados que para personajes de la política, el poder y el dinero:

¿Cómo son las vidas personales de estos jefes de la droga? ¿Cómo interactúan en la intimidad con sus mujeres y sus familias? ¿Cuáles son sus necesidades primordiales? (…) me he enfocado en explorar el mundo de sus mujeres: madres, hijas, esposas y amantes. Mujeres que forman parte de la corte en el reino de los narcos y se amoldan a las reglas machistas que les son impuestas y en recompensa disfrutan del botín obtenido de masacres, corrupción y violencia, cuyas principales víctimas son otras mujeres (…) Les dan afecto, los solapan, los justifican, los aplauden, les dan placer, procrean hijos y multiplican su especie, y con ello los impulsan a seguir delinquiendo en un círculo vicioso sin fin. Ellas son el motor y a la vez son el objetivo. Son el alimento de la bestia[3].

A lo largo de las varias biografías que Anabel entrega, vemos que tanta ambición, dinero y belleza no conducen a parte alguna. Las muertes violentas, las traiciones o el encarcelamiento perpetuo siempre las esperan al final de sus montañas de oro. Ellas están condenadas a ser una de tantas amantes —aunque sean esposas legítimas—; ellos nunca sacian sus apetitos y tienen relaciones sexuales furiosas, estimuladas con medicamentos que no necesitan, o por la misma droga con que envenenan al mundo. Sus hijos quedan al garete, como los hijos de cualquier mortal. Ellas mueren en la aventura o viven escondidas porque son perseguidas para servir con delaciones contra sus parejas. Es común que las persigan los mismos traficantes porque han abierto demasiado la boca. Tal parece que los únicos ganones son los políticos, expresidentes y empresarios que sacan provecho de su respetabilidad de cuello blanco.

Más allá del interés biográfico, un tanto morboso, está la exploración de las motivaciones más hondas que propician las conductas de estos personajes. Cantantes, actrices y modelos les abren a los narcos las puertas de la sociedad empresarial. Las mujeres bellas alimentan su ego y confirman su sed de poder. Son un trofeo, porque no sólo son bellas, sino famosas. Estas mujeres, los cantantes y deportistas que se sientan a sus mesas los hacen sentir legítimos, a ellos, que ni siquiera han terminado la educación primaria. Este amasijo de personas puede comprar todo lo que quiera, y acaba comprando políticos y autoridades.

Cuando Emma y las otras señoras del narco empezó a promocionarse, algunas divas protestaron y amenazaron con demandas judiciales; pero finalmente no hicieron nada y dejaron en el aire la máxima que reza: el que calla, otorga. Aparecieron como amantes o sexo servidoras que recibían joyas, autos y casas en condiciones infamantes: los choferes iban por ellas y las transportaban encapuchadas y tiradas en el piso de los autos para que no vieran los sitios en los que iban a cantar o a ejercer sus sexo servicios a cambio de pagas siempre en dólares y en efectivo. En la nómina estaban Marcela Rubiales, Zoila Flor, Lucha Villa, Ninel Conde y Galilea Montijo.

Como suele suceder en estas obras llamadas periodismo en libros, las cronologías delictivas marchan paralelas a los temas dominantes: a finales de los setenta, el Chapo, Arturo Beltrán Leyva, Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo (Don Neto) y Rafael Caro Quintero formaron la clica de Guadalajara, porque todavía no se acuñaba la expresión cártel. En este momento, el Chapo apenas era chofer de Miguel Ángel Félix Gallardo pero cuando asesinaron al agente norteamericano Enrique Camarena, cayó el cártel pero no el Chapo quien, a pesar de todas las crueldades que ya practicaba, no era notorio. Tras la caída de sus jefes, el Chapo se fue a trabajar con Amado Carrillo Fuentes, creador del Cártel de Juárez. El Mayo Zambada estaba fundando el Cártel de Sinaloa…

Si bien el acento de este libro está puesto en el protagonismo de las misses, los narcos y políticos aparecen reiteradamente: Manuel Garibay Flores, el Gordo, terror de Mexicali, Baja California, ejemplifica el control que tenían los narcos en los penales, a donde metían bandas musicales, alcohol, mujeres y comida de los mejores restaurantes. La traición campea en las lides amorosas, pero también en la conducta criminal:

La Barbie era una moneda de dos caras. No sólo como marido de Priscilla, sino también como narcotraficante. En 2008 dio la orden a su gente de mayor confianza de cambiar secretamente de bando: “Ahora somos chapos”, pero hacía creer a Arturo Beltrán Leyva que aún estaba de su lado. Lo que nadie sabía en su grupo es que Edgar Valdez había entrado en comunicación con la DEA y el FBI; no lo sabían ni sus jefes, ni sus socios ni las autoridades a las que seguía pagando sobornos (…) Una de las colaboraciones que la propia Barbie se adjudicó fue haber revelado datos que derivaron en el operativo que llevó a cabo la Marina en diciembre de 2009, en el cual fue abatido Arturo Beltrán Leyva, con quien la Barbie trabajó durante años y según testigos se estimaban como “padre e hijo”[4].

Emma Coronel fue reina de la Feria del Café y la Guayaba; la venezolana Alicia Machado fue Miss Universo y pareja de José Gerardo Álvarez, el Indio. Ninel Conde, la Bombón Asesino, fue Miss Estado de México y se involucró con un hijo de Joan Sebastian que estaba en el narcotráfico. Después se casó con Juan Zepeda y a él se la quitó Arturo Beltrán Leyva, quien anduvo al mismo tiempo con ella y con Galilea Montijo, ganadora del reality show Big Brother. Cuando Ninel Conde cayó en problemas por operar con recursos de procedencia ilícita y contar con recursos inexplicables, y siendo pareja del empresario Giovanni Medina, no tuvo empacho en irse con el Secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong. Lucero Guadalupe Sánchez, la Chapodiputada, fue reina de belleza de su pueblo —Cosalá— gracias a las presiones de su marido

Emma Coronel sabía bien lo que hacía su esposo; incluso comentaban el tema cuando había matanzas. Ella y los cuatro hijos mayores del Chapo, junto con el Licenciado, orquestaron la construcción del túnel para la fuga de la cárcel. Ella le entregó un reloj con GPS para saber en dónde debería desembocar el túnel construido desde un terreno que el Chapo mandó comprar.

Cuando Joaquín Guzmán Loera, después de exponerla a humillaciones sin cuento, fue condenado a prisión perpetua, ella entró en una actividad febril: fue de viaje a Europa, se hizo nuevas liposucciones, se inyectó más colágeno en los labios y publicó fotos suyas en bikini. Con su conducta y delación final, desafió las reglas machistas y de complicidad del mundo que la mimó y proveyó de lujos.

En 2007, Sandra Ávila Beltrán, conocida como la Reina del Pacífico, fue detenida por el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, quien acababa de declarar su insensata guerra al narcotráfico para justificar su espuria llegada a la presidencia de la república. Al año siguiente, 2008, aparecieron dos libros sobre este personaje.

Apenas detenida en la Ciudad de México, Julio Scherer García solicitó permiso por escrito a Antonio Hazel Ruiz —director de reclusorios del entonces Distrito Federal— para ingresar a la cárcel de Santa Martha Acatitla y hacer a Sandra Ávila una serie de entrevistas que cristalizaron en La reina del Pacífico: es la hora de contar. Scherer dio voz a su entrevistada que dijo: “Mi papá tenía dos ferreterías enormes y la varilla y el cemento le llegaban de Japón. También tenía un rancho en Culiacán, con cabezas de ganado y caballos de carreras. Nos proporcionó una vida muy buena. Le daba joyas a mi mamá, que mi mamá me iba regalando. Ahí comenzó mi gusto por las alhajas. Yo las miraba como soles”[5].

Este libro deja tantas dudas que más bien parece una apología de Ávila Beltrán. ¿El dueño de dos ferreterías, por grandes que fueran, podía tener rancho con ganado y caballos? ¿Qué necesidad había de casarse con judiciales y un traficante colombiano si podía vivir entre ganaderos y rancheros? Frente a la idealización de sus parejas, Ávila Beltrán no recibe cuestionamiento alguno. Hay contradicciones como decir que a su esposo no le gustaba la ostentación pero a ella le compraba coches Mercedes Benz y BMW. El comandante, dueño de ganado fino, compraba joyas y casas enormes con alberca en Bolivia, Guadalajara, Culiacán y Brasil… pero buscaba vivir en paz. Cuando se describen algunas de sus joyas, uno pregunta ¿cómo pudo soportar tanta ostentación? Unas son así: “Un reloj de pulso para dama de oro 18 K marca Rolex Oyster Perpetual con 42 diamantitos alrededor del bisel (…) un anillo de oro blanco de 14 K, con figura de cuerpo de víbora, con 18 esmeraldas en la cabeza y 13 rubíes, tres zafiros, dos en los ojos y uno en la cola, más 58 incrustaciones de diamantes en el cuerpo…”[6].

Aunque se presenta como víctima de Felipe Calderón, no es creíble que, después de crecer y vivir entre narcos, nunca se haya involucrado en ese comercio. Una cosa, al menos, es cierta: todas sus joyas, ranchos, autos y demás propiedades estuvieron y están manchadas de sangre. Se adquirieron con el sufrimiento de las familias que vieron sucumbir a sus hijos o hermanos en el abismo de las drogas. Hasta se jacta de ser empresaria… con dinero mal habido, manchado de sangre y lágrimas. Sus parejas mataron y corrompieron, y el dinero que le dejaron está empapado de sangre. Cuando se le pregunta si no le duele tener tanto en un país de millones de pobres dice que ella no los hizo así, que fueron los políticos. Pero no reconoce que ella y sus parejas, sus familiares y sus amigos, son también culpables del manto de dolor y de sangre que todavía cubre al país.

Al menos en un par de ocasiones manifiesta su rencor hacia la mujer de Vicente Fox, Marta Sahagún, quizá porque disfrutaba, junto con sus hijos, del mismo mundo de ella: joyas, dinero y todo tipo de bienes que le entregaban políticos y empresarios sin que se ensuciara la ropa ni arriesgara nada. Cuando le preguntan sobre los capos que están encarcelados, ella dice que los peores están afuera. Y tiene razón porque ningún expresidente ha pisado la cárcel. Así define a las mujeres del narco:

Competitivas, exhibicionistas. Me incluyo porque yo también fui así. Siempre miran, miramos, a la que tenía la mejor joya, el mejor carro, quién era más y mejor atendida por el esposo, por el marido, por el novio. Nos gusta mantenernos arregladas y fijarnos en la moda. Cuidar hasta el detalle el cuerpo, la cara. En todo esto se esmeran y son muy entregadas. También me parece que… cómo decirlo, no que sean sumisas pero sí que están pendientes del hombre, digámoslo así, para aprender de él[7].

Aceptan que el hombre tenga cuatro o cinco mujeres porque, dice, es un signo de poder y de éxito. “Es un hábito acendrado” (sic).

El retrato casi seráfico que Scherer presentó, pudo contrastarse con lo que escribió José Luis García Cabrera en Las reinas de la coca (2012): muchos años antes de ser conocida como La Reina del Pacífico, a Sandra se le conocía como La Venada. Nació en 1960, en Tijuana, Baja California, de la unión de María Luisa Beltrán Félix y Alfonso Ávila Quintero, ambos conocidos narcotraficantes. El matrimonio enviaba droga a Estados Unidos para la banda de Arturo y Roberto Beltrán Félix, tíos de Sandra y primos hermanos de Miguel Ángel Félix Gallardo. Muy joven se casó dos veces con sendos comandantes de la Policía Judicial Federal, metidos en el narco y que a su tiempo fueron asesinados. Cuando Félix Gallardo y Roberto Beltrán fueron detenidos, Sandra y cuatro de sus hermanos consolidaron el negocio al relacionarse con traficantes colombianos. El grupo seguía la ruta Colombia-Guadalajara-EUA. En esta situación, Sandra conoció a su nueva pareja, el colombiano Juan Diego Espinosa Ramírez, El Tigre, y ambos hacían negocios con el Mayo Zambada, Nacho Coronel, el Chapo Guzmán y Rafael Caro Quintero. Como puede verse, ella estuvo desde los tiempos de la clica de Guadalajara (años noventa).

Al ser detenida en el sur de la Ciudad de México, su historial estaba limpio porque no tocaba los estupefacientes. Sólo cobraba, todo en efectivo y después compraba propiedades. Llegó a tener en Sonora y Jalisco 230 fincas valuadas en 225 millones de dólares. Para justificar su detención, la policía calderonista dijo que en sus celulares y en su casa estaban los registros del Mayo Zambada, Nacho Coronel, Rafael Caro Quintero, el Chapo y los Beltrán Leyva. Su encarcelamiento en EUA y México duró ocho años y, al conseguir la libertad, sus propiedades le fueron devueltas.

El otro libro inspirado en la figura de la empresaria Sandra Ávila Beltrán, también publicado en 2008, como el de Scherer, es un conjunto de textos llamado La reina del Pacífico y otras mujeres del narco, de Víctor Ronquillo. El titular del volumen coincide con lo dicho por Scherer y José Luis García Cabrera: el secuestro de su hijo, el asesinato del padre del niño, sus bienes raíces y casas de cambio, sus lazos con los colombianos… Pero señala un elemento que ayuda a entender por qué no tenía delitos en su historial:

Además de manejar el dinero, de tener el don de que los dólares quedaran despojados de su pasado y pudieran ingresar sin problema a las arcas de sus propietarios convertidos en provechosos negocios, de ser mucho más que una hábil administradora, la Reina sirvió de nexo con los colombianos (…) lejos de pugnar por el control del mercado, ofreció rutas y bajos costos a sus socios y amigos de siempre[8].

En sus historias, Ronquillo entrega, primero, un texto de ficción y, después de éste, proporciona los datos que se pueden encontrar en la prensa. Por ejemplo, si se sabe que a su pareja colombiana le decían el Tigre, Ronquillo lo convierte en el León.

La segunda mujer de esta galería es una maestra rural de la montaña de Guerrero. Una maestra jubilada que narra cómo la muerte y la destrucción llegaron hasta las rancherías más apartadas de la mano de la droga y sus protagonistas (sicarios, soldados, policías, políticos, campesinos…). El marco temporal es la década de los setenta, cuando el ejército perseguía a los guerrilleros mientras entregaba a los campesinos abonos, semillas y herramientas para sembrar mariguana y amapola. Las drogas se pagaban mejor que el maíz y por eso tuvieron que cuidar los sembradíos ilegales con las armas que empezaron a vender los soldados y los compradores de las cosechas. La violencia se desató con el robo de los cargamentos. Los campesinos eran asesinados cuando llevaban sus cargas y los criminales las vendían, después, más baratas. El ejército simulaba quemar algunos plantíos y comenzó el derribo de sus helicópteros. Empiezan también algunos hechos que pasaron a ser parte del costumbrismo nacional, como la entrada de sicarios a los hospitales para rematar personas o llevarse los cuerpos de sus líderes muertos o heridos. Dato curioso: para bajar la droga de la montaña, usaban los camiones que subían con papas fritas y refrescos.

Debo decir que Ronquillo dramatiza muy bien sus estrujantes historias; crea un suspenso literario aprendido en sus estudios de la facultad de Filosofía y Letras: una locutora radiofónica asesinada por difundir lo que no debía; una joven abogada, también sacrificada, metida a policía gubernamental; la adicta ultimada por delatora; la abogada de narcos que se salva a pesar de recibir varios disparos en más de un atentado; el travesti (“La otra reina”) asesinado después de ser usado por sicarios; la reclusa que llega a la cárcel arrastrada por su amante narco…

Víctor tuvo la excepcional oportunidad, como Luis Spota, de visitar las Islas Marías cuando todavía eran penal y no el centro de estudios agrarios y turísticos en que lo convirtió el gobierno de nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador. Allí se topó con las burreras, mujeres que perdieron su libertad por transportar narcóticos. ¡Qué gran tensión la que Ronquillo sabe crear en estas mujeres que, con un escenario marítimo hermoso, sólo pueden ver sus muros de agua y desembocar en el suicidio!

“La gran noche de Vanessa” es un texto plenamente literario en donde la emoción y la tensión están magistralmente manejadas. Es la vida de una mujer que Ronquillo conoció en un table dance de Hermosillo. Huyó de su pareja y padre de sus dos hijos, un agente de la Agencia Federal de Investigación (AFI). Está harta de vender droga para su explotador y no siente amor por sus hijos. Quiere huir de la sordidez de los antros, de las manos que la estrujan y las bocas que la babean. Tiene un final cinematográfico. Este relato —reportaje me hizo recordar un diálogo entre John Berger y Ryszard Kapuściński a propósito de la literatura artística que está saliendo de las plumas periodísticas:

Tal vez ha llegado ya el momento de hacer distinciones entre relatos e incluso abolir, al menos por el momento, la palabra fiction. (…) La palabra fiction es demasiado reductiva, cuando de lo que se trata es de dar un nombre a las cosas en el momento en que se originan, en el momento de su fundación (…) Ryszard Kapuściński es un corresponsal en el extranjero, un periodista, un viajero. No forma parte de los autores de fiction, pero es uno de los grandes narradores de nuestro tiempo[9].

En 2009, el periodista sinaloense Javier Valdez Cárdenas, una de las víctimas del mar de sangre en que nos hundió Felipe Calderón, publicó Miss narco. Belleza poder y violencia. Historias reales en el narcotráfico mexicano, en donde hay misses, pero sobre todo narcas de a pie, como la sinaloense Yoselín, quien fue reina de belleza municipal en 2000, y Sugey, que no llegó a la cumbre. Violada y golpeada por su pareja, terminó prostituyéndose en antros y subiendo a la sierra para participar en las orgías que los capos ofrecían a los soldados, mismos que vivían en pobreza y mal alimentados. No faltan testimonios de madres que levantan los cadáveres de sus hijos pedazo a pedazo para ponerlos sobre una cobija.

Este libro muestra la vida cotidiana de la gente que está cerca de los traficantes: los que estaban en el lugar equivocado a la hora equivocada; los asistentes a bautizos en los que el bolo no es de monedas, sino de billetes de 20 dólares; los ricos instantáneos; los niños que, cuando ingresan en el sicariato, se convierten en los verdugos de los hombres mayores; los jóvenes que buscan el camino fácil y acaban perdiendo la conciencia y el amor al prójimo; la reportera que denuncia y muere; mujeres que logran huir de ese mundo y se convierten en cocineras o desempeñan otro oficio; los lujos absurdos de una quinceañera:

El Recodo y Los Intocables, el BMW y hasta el Valentín Elizalde. Le dijo que le iba a bajar la luna, el sol y las estrellas, pero no el techo.

No le gustaron los salones para fiestas que hay en la ciudad. No le llenaron el ojo. Le parecieron chiquitos, relingos, chaparros, frente a su nena quinceañera. Por eso le construyó un salón exclusivo para el banquete.

Meses, pocos, bastaron para que emergiera el nuevo local en ese terreno, en el Tres Ríos, en seguida del negocio de renta de limusinas, de su propiedad, a unos metros de un antro también suyo y frente a la Procuraduría de Justicia, casi suya[10].

Este libro no niega un espacio a la madre de Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos: mataron o desaparecieron a sus hijos, nueras y nietos. Así como el dinero entró a su rancho, también llegó el dolor. Este y otros casos dicen que tanta sangre no ha valido la pena, que el artífice de esta trituradora infernal es Felipe Calderón Hinojosa y sus ambiciones espurias. ¡Cuánto dolor puede generar un solo canalla!

Una gran paradoja, un regalo de cinismo se cierne sobre Miss narco: estas mujeres, prodigiosamente bellas y millonarias, con sus manos ensangrentadas organizan fiestas para niños con cáncer y para niñas de orfanatos. ¡Ah, y participan en programas contra las drogas!

Tantas mujeres bellas, provenientes en su mayoría del norte de México, pero particularmente de Sinaloa, han sido analizadas desde el punto de vista sociológico y psíquico por José Luis García Cabrera en libros como Las reinas de la coca (2012). Él sostiene que tantas bellezas aspirantes a una corona son producto de la educación que reciben desde niñas y que refuerza el contexto sinaloense. Las madres han sido reinas de algo y encaminan a sus hijas para que tengan esa aspiración en el marco del carnaval. Están fatalmente determinadas; ¡tanto que ni la Santa de Cabora, Teresa Urrea, se salvó de portar un cetro!

Y las mujeres saben que su asociación con los capos llegará tarde o temprano, como el astro que entra, indefectiblemente, en la campo del astrólogo: “En los años setenta, aparecen los primeros personajes del narcotráfico sinaloense, los que empiezan a merecer corridos con su nombre”[11] porque se engrandecían regalando dinero, haciendo obras en sus pueblos, apadrinando generaciones de estudiantes y reinas de belleza. Y el dinero y la belleza se atraen: “El narcotráfico, al levantarse como un poder emergente y alterno a los legalmente existentes, léase el del dinero, la política, la fama y el status, atrajo casi de manera natural a mujeres bellas, deseosas de esos poderes”[12]. Poco a poco fueron construyendo su estereotipo hasta llegar a la imagen actual, siempre deseada hasta por las jóvenes más apartadas de ese mundo criminal: “Mujeres de pequeña cintura con anchas caderas de las que se desprende un par de gruesas y torneadas piernas con potentes nalgas (…) calzan zapatillas de tacón alto, pantalones ceñidos de mezclilla, grandes aretes que adornan sus orejas (…) largas uñas postizas, infinidad de pulseras, sugerentes escotes y maquillaje a granel”[13]. Las buchonas son —concluye Arturo Santamaría Gómez— quizá, “la radicalización extrema de la estética femenina sinaloense y del gusto tradicional mexicano por los cuerpos abundantes en carnes”[14].

Santamaría, como Anabel Hernández, muestra muchos casos de bellezas que se vieron envueltas en amores con los capos, pero su fama no trascendió el ámbito local, salvo María Susana Flores Gámez, que cayó abatida en Mocorito, en un enfrentamiento entre narcos y militares. La enterraron con su vestido de Mujer Sinaloa 2012.

A lo largo de más de 40 años de ejercer el periodismo cultural he podido comprobar que muchos libros valiosos se escriben en la provincia y, si no tienen resonancia en la gran urbe, sus méritos pasan de largo. El libro de Santamaría Gómez ha dejado una lección. Sabíamos que la primera narco novela escrita era Contrabando (1991), de Víctor Hugo Rascón Banda, y la primera publicada era El cadáver errante (1993), de Gonzalo Martré. Pero Santamaría informa que Nacavera. Diario de un narcotraficante, de autor anónimo, se publicó en 1967. Tal parece que se ubica en la década de los cincuenta, durante la época idílica del narco en Sinaloa, tiempo en que todo transcurría sin la violencia descomunal que hemos conocido. Otro antecedente es Tierra blanca (1966), de Leónidas Alfaro Bedolla.

Las relaciones entre las mujeres hermosas y los capos no empiezan con Emma Coronel ni con Sandra Ávila. Tienen décadas de construir una imagen emblemática que es la aspiración de muchas jóvenes de nuestros días. Hoy asistimos a su paroxismo que no se apagará mientras perdure la herencia que Calderón dejó a nuestro país.

[Vicente Francisco Torres: ensayista y narrador. Profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco]

Fuentes de consulta

García Cabrera, José Luis, Las reinas de la coca, Populibros Libertad, México, 2012.

Hernández, Anabel, Emma y las otras señoras del narco, México, Editorial Grijalbo, 2021.

Kapuściński, Ryszard, Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo, Barcelona, Editorial Anagrama (Compactos), 2002.

Ronquillo, Víctor, La reina del Pacífico y otras señoras del narco, México, Editorial Planeta, 2008.

Santamaría Gómez, Arturo, De carnaval, reinas y narco. El terrible poder de la belleza, México, Editorial Grijalbo, 2014.

Scherer García, Julio, La reina del Pacífico: es la hora de contar, México, Editorial Grijalbo, 2008, p. 24.

Valdez Cárdenas, Javier, Miss narco. Belleza poder y violencia. Historias reales de mujeres en el narcotráfico mexicano, México, Santillana Ediciones Generales, 2011.

Notas al pie

[1] Anabel Hernández, Emma y las otras señoras del narco, México, Editorial Grijalbo, 2021, p. 19.

[2] Ibídem, pp.17 y 18.

[3] Ibídem, p.10

[4] Ibídem, pp. 149-150.

[5] Julio Scherer García, La reina del Pacífico: es la hora de contar, México, Editorial Grijalbo, 2008, p. 24.

[6] Ibídem, p. 51.

[7] Ibídem, p. 149.

[8] Víctor Ronquillo, La reina del Pacífico y otras mujeres del narco, México, Editorial Planeta, 2008, p. 25.

[9] Ryszard Kapuściński, Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo, Barcelona, Editorial Anagrama (Compactos), 2002, pp.96, 98 y 99.

[10] Javier Valdez Cárdenas, Miss narco. Belleza poder y violencia. Historias reales de mujeres en el narcotráfico mexicano, México, Santillana Ediciones Generales, 2011, p. 113.

[11] Arturo Santamaría Gómez, De carnaval, reinas y narco. El terrible poder de la belleza, México, Editorial Grijalbo, 2014, p.117.

[12] Ibídem, p. 151.

[13] Ibídem, p. 33.

[14] Íd.

Related Articles

2 Comments

  1. Yo pensaba quei novela “El fin”, Plaza y Valdez, era la primera que vinculaba poder marco, poder económico, poder político y poder plliciaco.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button