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Ernst Jünger y la resistencia al presente

Ofrecemos un extracto del nuevo libro de Salvador Gallardo Cabrera; una aportación definitiva en la lectura de uno de los más importantes escritores y pensadores del siglo XX en Alemania

Febrero, 2024

El nuevo libro de Salvador Gallardo Cabrera, Ernst Jünger. La resistencia al presente (Matadero Editorial, 2023), constituye una aportación definitiva en la lectura de uno de los más importantes escritores y pensadores del siglo XX en Alemania.  En esta obra de estilo impecable, Ernst Jünger se aparta de los clichés políticos que lo encasillan como escritor aliado con el nazismo, para aparecer revivificado como un puntal de resistencia presente contra el sistema moderno que reduce todo a la lógica solipsista de su técnica y su economía. En esta ocasión, como regalo a los lectores, ofrecemos un extracto significativo del primer capítulo de esta magnífica obra.

La topografía cristalina

El modo cristal del mundo

El mapa no es el territorio, pero los sueños de exploración se entretejen en sus líneas. Corre el día mediterráneo y Ernst Jünger sigue por la isla de Pafos el curso de un río que había descubierto en un mapa. Acaba de cumplir noventa años. Es un “cazador sutil”, un entomólogo amateur con una colección inmensa de escarabajos, ordenada con rigor luminoso. “A mi biografía”, escribe en su diario, “le podría servir de hilo rojo la caza de coleópteros; viajes, expediciones militares, meditaciones solitarias han formado el telón de fondo.” Jünger creía que había una fuerza común a las plantas, animales y cosas. Un carácter vegetativo, por ejemplo, conformando órganos: dentaduras que son molinos, mandíbulas que son palas de cavar. Una fuerza operativa de varias dimensiones o facetas que enlaza los cuernos de los escarabajos y las cornamentas de los gigantes de las praderas con las ramificaciones de los árboles, y que no se detiene en las formas. Así, la urdimbre de vidas y de fuerzas, cierra la distancia lógica entre las cosas del mundo: un escarabajo diminuto se inserta en el tejido cristalino como un vínculo, el mapa y el territorio se hallan sobrepuestos y sus dimensiones se tocan.

La obra de Ernst Jünger es un poliedro, un cristal con múltiples facetas. Lo mismo dirige su atención a los fundamentos de la guerra que a las experiencias con drogas, a las consideraciones acerca de nuestra época, los saberes ocultos de la tradición, los relatos de viajes, la entomología y las ciencias naturales, las gramáticas antiguas, la literatura fantástica, los mecanismos de transmisión del poder, las culturas fundacionales y sus mitos, el salto de lo micro a lo macro, los saberes yuxtapuestos en un mismo estrato: la astrología tanto como la astronomía, la ordenación de Linneo y las cualidades mágicas de las plantas. A esta multiplicidad de puntos de aplicación responde una diversificación de formas literarias que siempre están imbricadas, en constante combinación: la luminosa mezcla de las especies. Pocas escrituras han sacado de la propia vida tanta literatura. Pero también muy pocas vidas de escritor han sido vividas de una manera tan poco literaria, fuera de los cubículos, fuera de los congresos y los circuitos de promoción, en la línea de resistencia al presente. De ahí la ambivalencia que rodea su vida y su escritura. Ambivalencia, no confusión. Escritura donde lo exacto pesa más que lo bello, lo necesario más que lo moral.

¿Cómo se alternan las facetas del cristal? Hay una conjetura que recorre toda la obra de Jünger: el mundo, en su vastedad como en su miniatura, está formado según el modelo de los cristales; el cristal es la figura del mundo. Un cristal irregular, polifásico, pues lo que nosotros llamamos vida no podría haber surgido de un mundo simétrico. Por tanto, es posible crear una teoría de las fases, o más exactamente, una topografía cristalina que disloca y recoloca los ejes del saber. La escritura de Jünger es esa topografía cristalina que busca mostrar cómo las inteligencias del mundo no discurren en una secuencia laminar y compartimentada, sino por medio de relaciones, cambios de fase, simbiosis, transparencias: fuerzas combinatorias. “La facultad combinatoria se diferencia de la razón estrictamente lógica en que siempre opera en contacto con el mundo […] domina una matemática superior capaz de multiplicar y elevar a la potencia…”, escribe Jünger en El corazón aventurero (1938).

Portada del nuevo libro de Salvador Gallardo Cabrera.

Facetas y fases donde lo importante son las funciones, no los géneros. Las novelas, los ensayos, los diarios y los libros de varia invención intercambian sus fases entre sí y funcionan como una red de resonancias.

Jünger muestra que también el lenguaje, como los cristales, posee profundidad y superficie; el símil y muchas otras figuras estilísticas permiten superar la ilusión de los términos contradictorios. Pero, en ocasiones, el alfabeto no basta:

Siento la necesidad de una escritura que se asemeje a la egipcia o también a la china con sus centenares de miles de ideogramas, de ahí que haya adoptado esta escritura de los insectos, con la que participo en el festín de enteras celdillas de la colmena de la erudición acumulada en dos siglos … de ese modo alcanzo una serie de puntos, de tipos, de multicolores incrustaciones que recubren el mundo cual nudos de una red (Radiaciones, diarios de la Segunda Guerra Mundial, 26 de junio de 1940).

La entomología, la caza sutil, como escritura que crea una red cristalina entre novelas, diarios y ensayos.

Los ensayos jüngerianos tienen una gran fuerza conceptual; Jünger era un creador de conceptos. Como se verá, esos conceptos movilizan fases argumentales, observaciones históricas, morfologías del presente, problemas, posturas éticas y desarrollos narrativos. Sus ensayos se andan por las ramas, por las zonas menos transitadas o nunca vistas, son instrumentos de exploración antes que piezas de prueba, son mapas en formación antes que postes señalizadores, son experimentaciones y no opiniones sabias, son dispositivos que crecen a partir de lo que no conocen, planteados siempre desde el presente.

Jünger construía sus ensayos con parágrafos numerados o titulados que son estaciones de enlace: los puntos de aplicación, las explicaciones, los teoremas, las rupturas de ritmo, las referencias que van de parágrafo en parágrafo, con una orientación de facetas múltiples, concentrando o ampliando, matizando y difuminando, haciendo espacio a líneas de observación imprevistas, solidificando macizos de imágenes, relativizando posturas filosóficas, volcando la línea argumental con digresiones luminosas y ramificantes, crean una variedad de gérmenes cristalinos. A la intempestividad del parágrafo nietzscheano, a su fuerza plástica, a su acción contra el tiempo a favor de un tiempo venidero, Jünger le suma una intensidad diagonal que busca los flancos de los acontecimientos, una escritura y unos conceptos descentrados y de flanqueo que van y vienen por los bordes, por las cosas secundarias, entre las comisuras de los grandes relatos, de los problemas considerados centrales, del canon filosófico y literario, de la opinión pública. Un ejemplo: a finales de los años ochenta del siglo pasado, los tecnócratas que Jünger había anticipado desde los años veinte y encarnado en la Orden de los Mauritanos, gobernaban el mundo. Y gracias al despliegue de unos medios biotecno-instrumentales nunca antes soñados, trazaron una gubernamentalidad de seguridad que configura nuestros actuales modos de vida. En La tijera (1990), un libro escrito a los 95 años, Jünger hace una crítica diagonal de ese poder de control, crítica que no se contenta con la simple denuncia del neoliberalismo, de los peligros ecológicos, del sufrimiento de finalidad posmoderno, todos lugares comunes que paralizan la resistencia:

El impulso plutónico no lleva ya a excavar en busca de oro, sino a excavar, desde los combustibles fósiles hasta el uranio, en busca de energías que se transmutan en utopías… a la acción titánica le corresponde una “aceptación” universal. No tiene necesidad ni de misioneros ni de traficantes de trozos de cristal; encuentra un voraz asentimiento incluso entre los pueblos más apartados y entre los niños que apenas saben andar. […] Es de suponer que la razón subsanará por su parte la pérdida de trascendencia que ha sufrido. Tal cosa podría repercutir hasta en los detalles técnicos, como se insinúa ya en las consideraciones que ahora se tienen con el medio ambiente. […] El hecho de que la historia clásica, con sus regulaciones y fronteras, haya llegado a su término ha hecho surgir a la vez una ampliación y un espacio vacío, al que afluirán cosas que no cabe prever.

Las novelas tejen diversos materiales, responden a diversos mecanismos, adherencias, ramificaciones, arborescencias, disonancias serpenteantes:

Fue después de las grandes devastaciones. Había ocurrido hacía varios años. La estepa, de rala vegetación ya antes, quedó totalmente devorada por el fuego. Las rutas de las caravanas estaban sembradas de esqueletos de hombres y animales. Los huesos brillaban como ópalos bajo el sol; estaban calcinados. No los había blanqueado la putrefacción. La carne debió quedar consumida en un instante. También habían quedado fundidas bajo el fuego las cabañas de barro de los oasis, las casas junto a los pozos; arcilla y piedra se vitrificaron. Sobre los muros se dibujaban las siluetas de palmeras, camellos y hombres como sombras chinescas proyectadas por la irradiación que siguió al incendio abrasador. De una de las torres junto a los pozos pendía el varillaje superior. Como surtidor de agua solidificado. El cañón de una pieza de artillería se había curvado como el chorro de una manguera. A su alrededor, sobre la arena, aparecían esparcidas gotas de acero. También las catástrofes tienen su estilo (Eumeswil, 1977).

Jünger introdujo fases ensayísticas en sus novelas mucho antes de que ese recurso se convirtiese en una moda. La narración sirve, como los viajes, para mostrar cómo crece, cómo se densifica la red de resonancias. Las novelas jüngerianas no son ilustraciones de conceptos ni obras filosóficas revestidas literariamente, y sin embargo, logran hacer una inflexión creativa sobre nuestro tiempo; algunas de ellas, además, ofrecen atmósferas de tiempos por venir. Las novelas jüngerianas circulan por el extrarradio de la tradición y de la vanguardia: están comprometidas con su tiempo, pero no con los aspavientos de la “actualidad” literaria; están conectadas con la tradición, pero no siguen una corriente determinada. Lo nuevo, explica en El autor y la escritura, surge siempre por artificios camaleónicos, donde menos se espera: “quien pretende ser revolucionario siguiendo una receta termina en el camino real.” Hay en sus novelas mecanismos surrealistas, como el ensamblaje de cuadros ligados a fases narrativas construidas según el modelo de Las mil y una noches o de las novelas de formación. Brincos en el tiempo del relato, planos quebrados por intrusiones —cuentos cortos contados por un personaje de la novela, apuntes marginales que ocupan todo un capítulo, parágrafos unidos por aquello que los separa, monólogos que incluyen conversaciones enteras—, periodos narrativos al servicio de la exploración ensayística, disolución de la unidimensionalidad histórica y del prestigio del Gran Relato. Fragmentos, observaciones, escenas, apuntes, digresiones, los elementos constructivos que utiliza Jünger tienen, vistos uno a uno, una larga historia en el arte de la novela. Pero tomados en su conjunto funcionan como mosaicos en el que uno completa a los otros, como los lados de un cristal de roca. La novela como un flujo de mosaicos desplazados.

El diario tiene varias funciones: crear un calendario propio, con sus propios días de fiesta o de recogimiento, que ahueca el calendario general. Para Jünger uno de los días de fiesta era el de la resurrección anual de sus tortugas, y uno de recogimiento el día en que recordaba la muerte de su hijo caído en combate en Italia en la Segunda Guerra Mundial. El diario, como escritura de sí, ha estado asociado al rendimiento de cuentas, a la regulación anímica, a la terapéutica escritural y al despliegue de la memoria; también al desbordamiento del yo, a las confesiones íntimas, al cultivo de los efluvios estilísticos y al repliegue íntimo de las pasiones públicas. Ha funcionado como un dispositivo que estando a las espaldas del escritor lo ve escribir y le plantea exigencias y responsabilidades. Hay líneas de todas esas funciones en los diarios jüngerianos. Pero la función decisiva es servir como cristalización entre las facetas de su escritura, una cristalización que permite seguir el crecimiento de las dalias o los progresos de las hormigas afanosas y hacer así una entrada al jardín en el diario; una cristalización en movimiento donde los hallazgos del cazador sutil, del entomólogo, se asocian al celo del microarchivista, a las inflexiones teóricas sobre el coleccionismo, la polución creciente del mundo y las reminiscencias del lenguaje del universo que recibieron una impregnación fonética, erótica, mágica, poética entre los diversos pueblos. El susurro del viento, el murmurar del agua acompañan así la escritura y el habla, los continúan y los inspiran: “contar en voz alta y callarse luego: el agua prosigue la serie de números. Después, pensar en un poema y entregar el texto al agua.” Cuando, explica Jünger, “el agua salta sobre la piedra o cae en la poza”, el soliloquio, la escritura o la lectura sufren un cambio, como si viniesen de allí. El diario es la cristalización de esos cambios. En el diario, las actividades en apariencia tan dispares a las que se entrega Jünger, tienen puntos de encuentro, de condensación, de bifurcación o ramificación. La caza sutil alimenta los archivos, pero también prepara la observación diagonal, encuentra espacio para los sueños, y lleva las flores del jardín al cuarto de trabajo. Los métodos de trabajo son puestos unos junto a otros, en rotación: la gozosa brevilocuencia del diarista al lado del lacónico cinismo del practicante de la máxima, el empecinamiento metódico del entomólogo al lado de las planificaciones inconexas del viajero y a las exploraciones del soñador. Por ese efecto de rotación, el diario requiere de reescrituras sucesivas; no puede limitarse a la captación inmediata de sensaciones y apuntes. En el diario, la casa del Guardabosques mayor de Wilflingen, donde vivía Jünger, se transforma en un espacio ligado a las potencias del afuera: los insectos que habitan el musgo y las cortezas podridas de los árboles circulan en un microclima histórico, los hallazgos lingüísticos que trae Jünger consigo de sus largas caminatas pueden ligarse a su colección de citas o hacer resonar tal o cual libro, y si en camino se detuvo a recolectar hongos y setas, entonces la sintaxis de las vinculaciones puede alcanzar un rincón etimológico, un sueño, el recuerdo de un guiso comido a orillas del Mediterráneo. El diario moviliza también la correspondencia con amigos y desconocidos, hace que circulen las observaciones más alejadas o crea un suelo para que germinen los apuntes tomados en sus numerosos viajes, impulsa engarces con las obras en curso, con los proyectos de escritura y lectura, se abre a las minucias del día a día. Es justo esta función de cristalización en movimiento la clave para apreciar la gran potencia literaria de los diarios jüngerianos y para entenderlos como una anomalía en el cuerpo de la literatura contemporánea. Un cuerpo reacio a la escritura del diario, al que ya desde Flaubert, pero señaladamente desde Joyce, se ha considerado un género aborrecible y antimoderno.

Kirchhorst, 8 de abril de 1939.

Proseguida la ordenación de la biblioteca. He colocado manuales también en las estanterías de la parte alta. Luego he estado removiendo la tierra del jardín en un sitio donde es de color castaño claro; al hundir la pala brilla como el cobre. Attagenus, el escarabajo de las pieles, que suele ser para mí el anuncio de la primavera, ha aparecido tarde este año; ha estado haciendo una revisión de mis papeles. Este granujilla, que es del tamaño de un grano de arroz, tiene unas graciosas antenitas claviformes y lleva dos manchas blancuzcas, de color de tiza, en su negro tórax […] se desarrolla en las ranuras de las ventanas y en las rendijas de los pisos de madera […] cuando el animalillo revolotea en el círculo luminoso de la lámpara y luego cruza la hoja de un manuscrito como si estuviese atravesando un campo de cultivo, es como un reencuentro. Cuando lo contemplo, me parece que es más grande la habitación y que hay en ella más vida.

Wilflingen, 12 de septiembre de 1966.

Ya refresca por las noches; por la mañana las hojas de las coles aparecen perladas de gotas de rocío. Junto a la valla he contado cuarenta flores en la campanilla imperial; en ella es donde más se acerca Flora al éter, se convierte en algo ingrávido…

En el avión, 9 de junio de 1975.

Que en el avión ya no se mire por la ventana es también una de las características que, casi sin darse cuenta, penetran en la conducta. En especial en los grandes aeropuertos se prepara el estilo del próximo siglo, también en lo referente al hervidero de mezclas…

Los vínculos entre los ensayos, las novelas, los diarios y los libros de varia invención, entonces, se producen como la irradiación del pensamiento que se da a través del lenguaje; la escritura envuelve al pensamiento, el hablar abarca el oír.

La escritura como operador de superficie

Una de las fases topográficas crea la división dicotómica, la más común entre las formas taxonómicas; su poder de irradiación lógico o moral es tal que amenaza con parcelar el mundo entero en pares opuestos. Pero es justo desde la escisión entre la superficie y la profundidad, una de las dicotomías más arraigadas, que es posible mostrar cómo opera la topografía cristalina, la escritura jüngeriana: si el sentido del estrato profundo de la realidad consiste en ser la matriz que engendra la superficie, entonces esa superficie, “la tez irisada del mundo”, estaría compuesta solamente por signos mediante   los cuales “el fondo último nos habla de sus secretos”, como explica Jünger en El corazón aventurero (1938). El modo cristalino muestra, por el contrario, que la profundidad y la superficie no son sino una ilusión de los pares opuestos. El mundo-cristal “es un ser capaz tanto de formar una superficie interior como de proyectar su profundidad al exterior”. Una superficie interior que desplaza la interioridad, y una profundidad proyectada que hiende el exterior; un ser inmanente, por tanto, desplazándose fuera de la lógica y la moral. Abordar la vida en términos lógicos crea una propensión al terror ante la simple insinuación de que ese enfoque lógico pudiera resquebrajarse. Así, desde el modo cristal del mundo no hay escisión entre profundidad y superficie. Desde el modo cristalino, por ejemplo, la “protoplanta” de Goethe, una planta de la que devendrían todas las demás, revela su verdadera forma transparente. El lenguaje, por su parte, se convierte en campo de consonancias y de resonancias, el lenguaje funciona como un símil que permite “superar la ilusión de los términos contradictorios”: lo múltiple ya no es lo contrario del Uno, la vida ya no conoce espacios vacíos.

El filósofo, poeta y ensayista Salvador Gallardo Cabrera.

Los movimientos de escritura de Jünger introducen siempre una misma corrección: remitir lo abstracto a los objetos concretos. Para Jünger el lenguaje se vuelve plano, predecible, en dos direcciones principales: en lo abstracto y en lo colectivo. En sus obras, las imágenes crean una interrupción y permiten, más tarde, trabajar las ideas como objetos concretos: “de las imágenes siempre irradia una seguridad de índole superior; proporcionan las bases para la escritura…” Es por ello que Jünger no lograba acordarse sino vagamente de las circunstancias en que había concebido una idea, pero la primera impresión de una nueva imagen dejaba en él una impronta indeleble y muy precisa. Esa corrección es un operador de superficie: permite confiar en los sentidos y entender que “la luz y el espíritu son superficies producidas por la materia”. De ahí, la estrecha fraternidad que muchos de los personajes jüngerianos tienen con lo fugaz y lo móvil. Nigromontanus, un iniciador, chamán u orientador de caminos que aparece desde El corazón aventurero y Sobre los acantilados de mármol (1939), tenía toda una teoría de las superficies: así como las hierbas y flores indican veneros de agua y yacimientos minerales, las superficies contienen revelaciones cifradas en sus dibujos multicolores. Nigromontanus amaba los materiales cambiantes, “los cristales y fluidos irisados, cuyos colores brillan o se alteran con la luz…”, los guijarros que, al atardecer, destacaban por su brillo fosforescente, las placas que al calentarse mostraban aforismos escritos en rojo, los caleidoscopios, y los seleccionaba según el principio de las imágenes enigmáticas. También apreciaba la fuerza enigmática de la escritura y recomendaba libros que podían seguirse como sendas de un bosque o como “techos pintados con aberturas”.

La teoría de las superficies enseña que hay relaciones entre las cosas, por ello Nigromontanus proponía a sus aprendices una serie de acertijos visuales con los que buscaba deshacer los hábitos y las rutinas ópticas que automatizaban su percepción cotidiana. Tales ejercicios debían revelar que el mundo también está construido conforme al modelo de un acertijo visual: sus secretos están en la superficie a la vista de todos.

En otra faceta del cristal, la división dicotómica opera dejando siempre un resto, una nueva elección erradicante, un umbral infranqueable o un polo magnético. ¿No es ese resto que dobla cada vez la división dicotómica lo que crea la incertidumbre acerca de si nuestra relación con el mundo se da como un todo? Para Jünger, sólo somos capaces de abarcar el todo en los fragmentos sucesivos: “no avanzamos en línea, sino según movimientos ondulatorios, y tampoco de grado en grado, sino de un extremo a otro”, muestra en El corazón aventurero. El problema es que al avanzar así miramos las cosas sin prestar atención, observamos de largo, escribimos como de pasada. “Un objeto empieza a hablar cuando ha sido observado el tiempo suficiente”, escribió Flaubert. De esta observación, Jünger extrajo su estética de vida.

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