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‘Querido lector’: hablemos de Kierkegaard y Barthes

Agosto, 2022

Ángel Viñas nos acerca a la figura de Søren Kierkegaard. El filósofo danés defendía que había que escribir filosofía con variados temples. Si hay que tener en cuenta al interlocutor que tienes delante, no es lo mismo dirigirse a un tipo de lector que a otro. Por su parte, Luis García nos habla de Roland Barthes, a quien se le atribuyen muchos perfiles pero no siempre se le considera un filósofo. Sin embargo, toda su obra sin duda alguna está impregnada de filosofía.


La filosofía y el ‘querido lector’ de Søren Kierkegaard

Ángel Viñas Vera


Cualquier parecido entre lo que sea la filosofía en su ideal y lo que aparece en los medios y las redes sociales actualmente es mera coincidencia.

A algunos de los que nos dedicamos en cuerpo y alma a esto nos causa perplejidad que sólo esté en el foco mediático la filosofía que vende, la que es polémica o la que quiere ser demasiado radical sin aportar nada nuevo.

Una de las preguntas decisivas a la hora de ponerse a hacer filosofía es, junto con la convicción aguda de que uno llega siempre tarde, el plantearse cómo vivir filosóficamente. La filosofía, al menos la que nace de Sócrates, es a la vez lo más necesario en la vida y, también, lo que viene siempre después de haber vivido, actuado, hablado mucho.

¿Con qué temple hacer filosofía hoy?

Martin Heidegger enfatizó la angustia como temple fundamental para poder vivir auténticamente en este mundo finito, una angustia ante la nada. Con independencia de saber si alguien ha podido vivirla, el filósofo danés Søren Kierkegaard desarrolla esa idea de manera diferente en El concepto de la angustia. Él habla más bien de ansia, porque trata un sentimiento de atracción y/o repulsión que se puede dar ante el bien y el mal, la muerte, el amor, pero no ante la nada.

El filósofo danés defiende que se puede vivir, y escribir, con temples variados. Es más, es muy difícil que haya uno principal. Para descubrir cómo entendía los estados de ánimo con los que hacer filosofía ayuda ver cómo escribió él su obra.

Si el que hace filosofía, es decir, el que escribe y habla con amigos y amigas en libertad, la entiende desde el diálogo, esa persona no puede olvidar nunca con quién habla. ¿Se debe escribir igual si hablas del amor a alguien enamorado, de la materia a un físico, de la libertad a un libertino, de la belleza a un pintor o de los números a un poeta?

Kierkegaard escribió libros de forma apasionada a un seductor empedernido, un lógico tremendo, un angustiado, una enamorada, un creyente deseoso de amar, un arrepentido o un niño. El temple con el que escribe incluye implícitamente una forma de comprender al lector.

Posible retrato de Kierkegaard en una cafetería, obra de Christian Olavius Zeuthen. The Museum of National History / Wikimedia Commons

El querido lector

Kierkegaard realizó casi toda su obra con respeto y amor a su querido lector (Min kjære Læser). Escribe dirigiéndose de manera directa a su lector, sin considerar su autoría como un nuevo sistema superior al anterior.

Por eso le dice a sus lectores que es una tontería que estén de acuerdo con él o sus ideas. Si algo es verdad, no lo es porque Kierkegaard lo diga o lo haya descubierto. Él no es creador de nada. No se puede leer su obra como quien acoge un edificio completo donde poder vivir, sino como una forma de obtener materiales para construir la casa donde uno puede existir en verdad.

Al final de su libro La repetición se dirige así a su lector:

“Mi querido lector: Perdona que te hable con tanta confianza, pero no te preocupes, que todo quedará entre nosotros. Porque a pesar de ser un personaje ficticio, no eres para mí una colectividad, una multitud indiferenciada, sino un individuo particular”.

Según el pensador danés, algunos escriben libros de filosofía de tal manera que ya sólo hacen falta lectores. Así lo dice en Prólogos, un libro en el que ofrece prefacios correspondientes a libros inexistentes.

Aborda ahí ese tipo de filosofía que elabora un sistema, es decir, que es capaz de pensar toda la diversidad de la realidad bajo un último y único principio explicativo. A los que escriben libros así les dice: “En cuanto este haya salido, las posteriores generaciones no tendrán siquiera necesidad de aprender a escribir, pues no habrá ya nada más que escribir, sino solo que leer: el Sistema”.

Evidentemente no entiende así su propia escritura, el temple o su manera de hacer filosofía. Kierkegaard sabe que, antes que un escritor, él es un lector, también de su propia obra. Nunca sus libros están del todo terminados porque exigen, suplican, que el lector los haga suyos.

Escribir es algo muy serio

Sócrates, al que él considera su modelo como filósofo, no escribió nada y consideraba que hablar era una tarea muy noble. De ahí que criticara a los sofistas que hacían negocio enseñando a hablar para parecer y tener éxito.

Si Sócrates enseñó, a aquellos que quieren aprender con él, que el hecho de hablar era algo muy serio, Kierkegaard lo hace con el hecho de escribir, entendido por él como otra manera de hablar.

Es serio porque lo que decimos crea realidad, pone en el espacio público ideales o mentiras, condena o edifica. La escritura es una tarea ardua no porque uno esté descubriendo la verdad a los ignorantes, sino porque uno es una partera, como la madre de Sócrates, que ayuda al lector a que, mediante el diálogo con el libro, pueda ser invitado a una vida apasionada por la verdad.

Termino con otro texto de Kierkegaard, del prólogo de Discursos edificantes de 1843. En el libro podemos encontrar no sólo temática religiosa o explícitamente cristiana, que también, sino un acercamiento a los temas filosóficos por un método indirecto y provechoso.

¿Cómo comprendía, pues, Kierkegaard la relación entre sus escritos y el lector? Refiriéndose a su obra dijo esto:

“Allí estaba, como una florecilla insignificante oculta en el gran bosque, que nadie busca ni en función de su ornato, ni de su aroma, ni como alimento. Pero entonces vi también, o creí ver, que ese pájaro que yo llamo mi lector puso de súbito los ojos en ella, se lanzó en vuelo, la recogió y se la llevó. Y, habiendo visto esto, ya no vi más”.

[Ángel Viñas Vera: profesor de Filosofía moral, Universidad Loyola Andalucía. Es doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Comillas. / / Fuente: The Conversation. Texto reproducido bajo la licencia Creative Commons.]

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Roland Barthes es, sobre todo, un filósofo

Luis García Soto


Leer, interpretar, a Roland Barthes (1915-1980) como un filósofo puede parecer una propuesta tanto banal como chocante. Decimos esto porque Barthes sí es reconocido como tal, aunque sea oficiosa y no oficialmente. Es un filósofo raro, que trabaja, no sobre filosofía, sino sobre literatura, comunicación y cultura de masas, imagen y subjetividad, empleando metodologías propias de las ciencias humanas y sociales.

La naturaleza y variedad de sus escritos permite respaldar las diversas opciones. Y así ha sucedido en la recepción crítica, que según los contextos culturales y las modas ha subrayado uno u otro perfil: político, científico, literario, filosófico.

Todos estos calificativos convienen a este autor, considerado un intelectual, un semiólogo y también un escritor. Por nuestra parte, colocaríamos esas denominaciones, y alguna más, bajo el paraguas de la filosofía. No sólo porque, en su amplitud y diversidad contemporáneas, la filosofía permite acoger todos esos matices, sino porque en el trabajo de Barthes es posible señalar una raíz y una textura filosóficas.

¿Quién es Barthes?

Roland Barthes estudió filología clásica. Aunque nunca ejerció como tal, sus estudios le dotaron de un notable conocimiento del mundo clásico, griego y latino, y aplicó ese conocimiento durante toda su carrera. No en vano, uno de los componentes destacados de la cultura clásica a la que accede Barthes es la filosofía.

De hecho, esta aparecerá con frecuencia en su obra. El “primer texto” que escribe es sobre Platón, Aristóteles sirve una y otra vez de base a sus planteamientos y el hedonismo (como el estoicismo y el escepticismo antiguos) nutre posiciones propias, entre otros muchos detalles.

Además, desde su juventud y a lo largo de toda su vida, Barthes se interesó por la filosofía contemporánea y conterránea. Ya convertido en autor, consideró la obra de varios filósofos y una filósofa como “intertexto” de la suya propia.

Alguien que filosofa

Como siempre, lo que uno quiere hacer y lo que puede hacer son cosas distintas. Durante su trayectoria profesional, Barthes continuó formándose y fue adaptándose a aquello que las circunstancias le permitían investigar y publicar.

En más de una ocasión, cuando recapituló sobre su vida y obra, Barthes se calificó y presentó como alguien que filosofaba, aunque su obra no fuese siempre o propiamente de filosofía. En el libro Roland Barthes por Roland Barthes, el autor distinguió cuatro fases dentro de su trabajo, del que había desarrollado hasta entonces y del que proyectaba realizar: mitología social (años cincuenta y comienzos de los sesenta), semiología (resto de los sesenta), textualidad (finales de los sesenta y primer lustro de los setenta) y moralidad (de 1975 en adelante).

Estas fases no sólo indican sus intereses sino también las oportunidades que se le iban presentando. Así pasó de ser una especie de crítico social, sobre todo de la literatura y de la comunicación y la cultura de masas, la política y el modo de vida occidentales contemporáneos, etc., a tener una posición menos crítica, más analítica, como de un científico, sobre esos y otros fenómenos sociales, como, por ejemplo, la moda.

Posteriormente abrazaría una posición más estética, en la que estudió y destaca los aspectos placenteros, lúdicos, de la literatura: lo que podemos disfrutar y aprovechar para nuestra propia vida leyendo una obra literaria (o con el arte en general). Por último, se centrará en la subjetividad y la existencia del individuo, reflexionando, como experiencias más marcantes, sobre el amor y la muerte.

En fin, en todas esas indagaciones, aquello de lo que Barthes se nutre, con lo que interrelaciona y que continúa, está constituido abrumadoramente por filosofía: Sartre, Marx y Brecht (mitología social), Saussure (semiología), Lacan, Sollers, Kristeva y Derrida (textualidad), Nietzsche (moralidad). Podríamos añadir otros nombres e incluso, en el período y discurso científico, semiológico, agregar a Aristóteles. El resultado de todas estas interrelaciones, no sólo con la filosofía, es una obra indudablemente filosófica.

El signo como hilo conductor

Cuenta Barthes que, según algunos budistas, es posible ver todos los paisajes del mundo en un haba. Uno se sienta en posición de loto, medita y, cuando se siente preparado, abre los ojos y centra su atención en ella. Concentrándose en su forma, en sus rugosidades, recorriendo su superficie e, incluso, escrutando en su interior, es posible acceder al universo entero.

La semiótica, o semiología, es la ciencia que estudia los diferentes sistemas de signos que representan lo real y permiten que los individuos se comuniquen entre ellos. Igual que se podía observar el mundo entero en las rugosidades de dicha haba, para explorar la obra de Barthes, podemos servirnos del signo como esa haba. En ese contexto, un signo sería una palabra o una imagen, o una combinación de ambas, en la que aparece algo que es lo que nosotros llamamos, y consideramos, la realidad.

En su obra, Barthes trata una gran variedad de signos, sistemas en los que se combinan palabras e imágenes o predominan unas u otras: literatura (narrativa y teatro), cultura mediática y masiva (entretenimiento, información, política y publicidad), imagen (de la pintura al cine) y fotografía.

Hoy en día, en nuestro mundo casi vivimos más con esos signos que con las personas. Y es a través de esos signos como aparecen las personas (por ejemplo, en las redes sociales, televisión o fotografías), como accedemos al contacto. Nosotros de cierta forma juzgamos, positiva o negativamente, esa aparición. Pero ésta se puede quedar en una apariencia si detectamos algo en el signo que nos ha facilitado el contacto que resulta ser falso. Por supuesto, también puede suceder lo contrario, que la aparición no sea falsa y eso convierta al signo en una vía para acceder a las personas.

Entonces, ¿cuándo hablamos de apariencia y cuándo de aparición? Señalar esta diferencia, marcarla, es un acto en el que están en juego la verdad, el bien y la justicia (e inclusive la belleza). Por todo ello, en la labor de Barthes hablamos de un trabajo múltiple y una reflexión con variados focos: la indagación en torno al signo no comprende sólo descripción y análisis, sino también juicio, especulación y propuesta.

Crítica, ciencia, estética y ética: filosofía

En suma, el quehacer de Barthes pasa por la crítica literaria, histórica y social; la ciencia, eminentemente la semiología, a cuya formulación él mismo contribuye; la estética, entendida como teoría y práctica de la recepción, sobre todo, literaria; y la ética, una reflexión sobre el individuo, pivotando sobre las experiencias del amor y la muerte.

Y la filosofía, en conclusión, sería la quintaesencia de cada una de esas fases, la llave de paso de una a otra y el hilo conductor que las conjunta. El fondo o forma común, y el acicate motivador, de trabajos tan distintos como Mitologías (1957), una disección crítica de la sociedad, mediática y masiva, occidental contemporánea; El sistema de la moda (1967), un estudio minucioso de la representación (imagen y texto) de la moda en las revistas; Sade, Fourier, Loyola (1971), una lectura en sesgo de textos del pasado para vivir otra vida en el presente y el futuro; y Fragmentos de un discurso amoroso (1977), una propuesta de reconstrucción e indagación reflexiva de la pasión amorosa.

Luis García Soto: profesor titular de Filosofía Moral, Universidade de Santiago de Compostela. / / Fuente: The Conversation. Texto reproducido bajo la licencia Creative Commons.]

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