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“El ‘capitalismo de vigilancia’ nos ha reducido a la calidad de usuarios”

El ensayista y narrador mexicano Naief Yehya ha publicado «Mundo dron», que es, como apunta su subtítulo, una “breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas”.

Junio, 2022

Escriben los editores en la contraportada de Mundo dron: “Hoy algunas de nuestras creaciones tecnológicas surcan los cielos en busca de víctimas humanas. Por el momento aún hay manos y ojos guiando los misiles de los drones militares. En un futuro cercano es probable que algoritmos de inteligencia artificial se encarguen de guiar la cacería”. Ante este horizonte, “Naief Yehya nos ofrece un ensayo de rabiosa actualidad que parte desde diversos hitos cinematográficos como Blade Runner, Alien o Terminator, hasta llegar a producciones más recientes como Ghost in the Shell, Ex Machina o la serie Black Mirror”. La inquietante cuestión que atraviesa estas páginas es hasta qué punto esos momentos de la ciencia ficción han prefigurado y normalizado la idea de las máquinas asesinas. Con Naief Yehya es la conversación.


David Guzmán Játiva


El asombro y la zozobra son dos sentimientos que se aplican al efecto que produce la obra de Naief Yehya (México, 1963), que comprende novelas, cuentos y ensayos. La imagen de Yehya, un ingeniero industrial sensible a las paradojas existenciales, a los efectos de la violencia política y a la soledad humana, es posiblemente la de un hombre prometeico confundido con el fuego que ha encontrado. Si la brutalidad que Yehya denuncia en sus cuentos de Rebanadas (2012) nos llena de temor, la compasión que dirige a los androides sobre los que habla en Mundo dron (Debate, México, 2021) suscita las más extrañas consideraciones sobre lo que significa el diálogo entre especies.

La literatura escrita por Yehya es una literatura testimonial, urgente, implicada totalmente con las vicisitudes desgarradoras que hemos vivido y vivimos. Mundo dron: Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas nos da luces sobre los terroríficos instrumentos que se usan en la guerra contra el terror.

Los escritos sobre pornografía de Yehya (Pornografía. Sexo mediatizado y pánico moral, 2004; Pornografía. Obsesión sexual y tecnología, 2012; Pornocultura. El espectro sexualizado de la violencia en los medios, 2013) son de una erudición fascinante. De la explicación de lo que es el money shot a la inmersión en el escabroso mundo del snuff, pasando por la discusión sobre los cambios en el porno, tocan, también, las transformaciones que sufren los cuerpos de mano de la tecnología, la evolución del cine de ciencia ficción —Blade Runner, Mad Max, Terminator, Alien— y cómo estos mundos delirantes han preparado la forma de nuestro presente.

Las obras de Yehya sobre tecnocultura (a destacar Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos 2003; Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra, 2008; El cuerpo transformado. Cyborgs y nuestra trascendencia tecnológica en la realidad y la ciencia ficción, 2001) tienen mucho de pioneras, pues combinan una delicada sensibilidad —que contrasta con el trabajo de muchos científicos— con el conocimiento exacto de cuestiones tecnológicas, sociales y científicas. Quienes hemos seguido de alguna manera la literatura de ciencia ficción, agradecemos los ensayos y las novelas de Yehya porque se asientan firmemente en el saber científico aplicado, en una visión crítica de la sociedad y en la lucidez política.

Pese a estar publicada en sellos cuya sede principal es española (Tusquets, Debate Random House), la obra de Yehya apenas ha circulado internacionalmente; empero, la publicación de Mundo dron: Breve historia ciberpunk de las máquinas asesinas ha sido casi simultánea a la reedición de La verdad de la vida en Marte y Camino a casa, novelas escritas en los años noventa, y nos sirve de pretexto para conversar con él.

El ensayista y narrador Naief Yehya.

—G. Ballard, a quien cita en el epígrafe del libro Mundo dron, se refiere en una de sus historias, El imperio del sol, al resplandor de la bomba atómica, y dice que éste tiene un carácter místico. ¿Puede entenderse de la misma manera a las máquinas asesinas a las que dedicas Mundo dron como una especie de divinidades potenciales?

—Sí, creo que las máquinas inteligentes, que como bien sabemos no lo son tanto, cargan una mística que las ha convertido en monstruosidades voladoras capaces de sembrar terror simplemente al proyectar su sombra o al dejar escuchar el sordo zumbido de sus motores. Para quienes viven a merced de los operadores y comandos de esas armas (que probablemente pronto seremos muchos, muchos más, ya que esta es una cacería de humanos sin fronteras ni limitaciones), el dron aparece como un asesino mecanizado, un ser sobrenatural, una bestia ciega e impredecible, inhumana e irracional.

—El hombre, por su dependencia de la tecnología, es cada vez más un ser artificial: lo dice en El cuerpo transformado y en otros libros. Mientras las máquinas son cada vez más parecidas al hombre, como los androides de Blade runner sobre los que escribe en Mundo dron, ¿hasta dónde llegará la semejanza entre hombre y máquina?

—Es posible que en algún momento tenga lugar, o que ya haya sucedido, ese momento en que la inteligencia maquinal sobrepasará a la humana o bien el punto en que una mente artificial adquiera consciencia y “despierte”. Puede ser que nunca suceda pero la pregunta es qué quiere decir la consciencia humana. ¿Hasta dónde ese parámetro de referencia es algo incomparable, supremo o divino? O bien es simplemente el resultado de algoritmos e información que procesa nuestro cerebro. Si bien en el terreno de la inteligencia artificial (IA) hay progresos asombrosos en campos específicos, la realidad es que estamos muy lejos de ver una IA general, una mente que pueda resolver problemas en cualquier dominio, tener sentido común y un “instinto” de autopreservación, es decir que pueda ser considerada como una persona. Más difícil aún será que una mente semejante esté incorporada en un cuerpo móvil como hemos visto en películas como Blade Runner o ExMaquina.

—Anticipa en su libro una profunda crisis social y económica provocada por la inteligencia artificial. ¿A qué tipo de trabajos se dedicarán las personas en un futuro próximo?

—Sí. Cada día hay más áreas laborales en las que la mano de obra y la mente humana es sustituida por IAs. El desplazamiento que originalmente perjudicaba únicamente a los trabajadores manuales, obreros, agricultores y otros que dependían de la fuerza física para trabajar, y que fueron reemplazados por máquinas, comenzó a afectar hace décadas a los empleos de cuello blanco, desde los empleados de bancos y agentes de viajes hasta los analistas de la bolsa de valores. Cada día hay más áreas en que los algoritmos toman el lugar de personas que invirtieron años de su vida estudiando una disciplina y otros tantos adquiriendo experiencia. La realidad es que hay campos en los que difícilmente volveremos a ver empleados humanos dada la inquietante habilidad que han mostrado las IAs para cumplir con los objetivos y la economía que representan. Aquí es donde el término progreso se desgarra ya que por un lado hay una “mejoría” para cumplir objetivos a menor costo, con mayor eficiencia y con la posibilidad de seguir mejorando las tecnologías, pero por el otro de qué sirve progresar cuando miles de trabajadores son desechados por ser obsoletos con la falaz promesa de que tan sólo tienen que especializarse más o adquirir un nuevo oficio.

“Obviamente esta crisis se ha vivido en otros momentos de la historia, la revolución industrial es el ejemplo más claro. Pero en esta ocasión estamos frente a tecnologías escurridizas capaces de sustituirnos incluso en el terreno de la creatividad. Hemos visto ya programas que escriben artículos periodísticos, que diseñan publicaciones, que pintan y muchas más cosas tan bien como podría hacerlo un profesional y aún estamos en la infancia de estas inteligencias. Podríamos soñar que lo que se viene es un tiempo de relajamiento, paz y felicidad en el que las máquinas se encargarán de trabajar mientras nosotros nos dedicamos a nuestras pasiones, sin embargo la historia muestra que eso es altamente improbable y que una élite se beneficiará inmensamente del trabajo de las máquinas y de no tener que mantener trabajadores mientras que el resto de la humanidad será considerada redundante.

“También es posible considerar la hipótesis de que, en un futuro, más que ser los amos de las máquinas seremos sus mascotas. Así como hay un marcado interés por diseñar robots inteligentes como recursos sexuales, también hay un marcado desarrollo en el campo de los robots que cuiden niños, ancianos y enfermos. Quizás en un futuro la humanidad entera estará en manos de niñeras cibernéticas que se ocuparán de entretenernos y evitar que nos metamos en problemas”.

—El ciberpunk tenía un carácter libertario, anticapitalista, anti-autoritario, y sin embargo ahora nuestro contacto con el ciberespacio nos somete a híper-vigilancia, híper-control. ¿Cree que es posible todavía una alternativa política y social en la que juegue algún papel la tecnología?

—En efecto, era un movimiento anárquico y pirata que en esencia clamaba por la apropiación de las tecnologías, porque “las calles tenían su propio uso para las cosas”. Esa mentalidad fue liberadora por años, pero eventualmente ella misma fue apropiada por gente y corporaciones sin escrúpulos y con ambición que se han dedicado a explotar la creatividad de otros y que han fracturado de forma irreparable la posibilidad de un ciberespacio de colaboración, generosidad y altruismo.

“Pero más allá de eso, resulta perturbador cómo el mundo virtual se convirtió en ese territorio de hiper-vigilancia e hiper-control, como bien dices. Gracias a la red, las comunicaciones digitales y los dispositivos ‘inteligentes’ que cargamos en el bolsillo apareció ese engendro que es el capitalismo de vigilancia, como lo llamó Shoshana Zuboff y que nos ha reducido a la calidad de usuarios, una condición que no es exactamente la de clientes ya que no se nos ofrece atención o resolución de problemas. Como se ha dicho mil veces, cuando uno no paga por un servicio, uno mismo es el producto, y la experiencia humana que compartimos en línea ha sido convertida en mercancía ‘monetizable’ sin que obtengamos compensación alguna por ello”.

—Ha escrito relativamente pocas novelas y, para mayor inri, no son textos de ciencia ficción. ¿Por qué? ¿Qué diferencia existe entre el ensayista y el novelista?

—Así es. Me alejé de la ficción después de escribir El cuerpo transformado porque las posibilidades del ensayo me parecían fascinantes. Seguí escribiendo cuentos pero casi siempre las historias se derivaban de mi trabajo de investigación tecnocultural y no volví a publicar una novela hasta Las cenizas y las cosas, veintidós años después de La verdad de la vida en Marte. Tuve la suerte o la desventura de que me tocó escribir en un momento de cambios brutales debido a las nuevas tecnologías, la masificación de las computadoras, la aparición de nuevos ciberentornos, de una nueva ecología y relaciones virtuales sin precedente y quería ser un testigo fiel de lo que ocurría, me interesaba ser una especie de cronista de este cambio de era. Por lo tanto hice a un lado mis pretensiones de narrador. En gran medida me arrepiento. Las exigencias periodísticas, además de mi trabajo como crítico de cine y comentarista político, me dejaban muy poco tiempo para la ficción. Aunque tengo unos cuantos relatos que considero de ciencia ficción, no es un género en el que me sienta muy cómodo, me inquieta que muchas de las cosas que leo son muy similares y me da terror reciclar fórmulas. Mi nueva colección de relatos por publicarse, El apocalipsis de los animales, es lo más cercano que tengo a la ciencia ficción.

—¿Qué significa la sexualidad en un mundo híper tecnológico?

—Esa es una pregunta difícil de responder. Yo no sé tanto de sexualidad como de sus representaciones, que es a lo que me he dedicado en buena medida al escribir sobre pornografía. La sexualidad es parte biología y parte cultura. La primera parte en esencia no ha cambiado desde las cavernas, la segunda está en continua reinvención. Definitivamente, la tecnología juega un papel importante en la forma en que cambian los estímulos eróticos y lo que se considera sensual. La mediatización del deseo empezó desde que la humanidad comenzó a crear representaciones corporales y el acto sexual dejó de ser un simple mecanismo de reproducción al irse cargando de significados y tabúes. Las formas de imaginar el sexo han cambiado gracias al arte, la imprenta, el cine e internet, entre otros sistemas y dispositivos de representación. Pero quizá nada se compara al impacto que han tenido las comunicaciones digitales y la importancia de los teléfonos inteligentes como filtros, visores y validadores de la experiencia humana y particularmente el sexo. Parecería que si alguien tiene sexo y no lo postea en alguna red social en realidad no cuenta. En la pornografía, el momento del clímax, la toma de la eyaculación se llama el money shot o toma del dinero y era el momento de validación supremo del género sin el cual la verosimilitud era cuestionada. Hoy parecería que el money shot consiste en compartir el registro del acto sexual.

—Te defines como pornografógrafo, pero ¿nunca has participado en un rodaje porno? Y si nunca has estado, ¿participarías en uno?

—No, para nada. No es lo mío. Soy mucho más pudoroso de lo que se pensaría al ver la clase de temas que he tratado. Una cosa es el análisis y otra la práctica. Lo de ser pornografógrafo es precisamente una forma de separarme de la creación pornográfica y permanecer en la crítica de ese tipo de representaciones.

[Entrevista publicada originalmente en CTXT / Revista Contexto; es reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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