La rumba es cultura
Periodista, docente y promotor cultural, Froylán López Narváez falleció el sábado 6 de noviembre a los 81 años de edad. Originario de San Luis Potosí, López Narváez fue formador de varias generaciones de comunicadores en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; fue, también, un gran impulsor de la música afrontantillana y creador de la famosa frase “La rumba es cultura”. Sirvan estas líneas para recordarlo…
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⠀⠀⠀⠀Perfil biográfico
En su columna “La República de las Letras” que publica todos los lunes en Excélsior, Humberto Musacchio vertió estas exactas palabras a su amigo don Froylán dos días después de que abandonara este mundo (el 6 de noviembre, don Froylán, y el artículo salió publicado el 8 de noviembre), que reproduzco por su valía biográfica en una síntesis que no admite refutación alguna: “Se nos fue el amigo, el maestro, el colega Froylán M. López Narváez, profesor de la UNAM por casi cuatro décadas en las que formó a incontables chicos de la prensa, a los que obligó a leer periódicos e informarse debidamente. Como complemento, algo les enseñó de la vida pública, la que debe observarse con lente crítico. También guio a sus alumnos hacia el campo lúdico de la vida, pues eran memorables las visitas de la muchachada al extinto Bar León, donde Froy solía tomar el güiro. López Narváez fue pieza clave en la fundación de la Unión de Periodistas Democráticos, para la que redactó los estatutos, aunque no aceptó cargo alguno. Su carrera como articulista se inició en El Día, de donde pasó a Excélsior, cuando Julio Scherer era el director. Ahí, en la época del absolutismo presidencial y de la autocensura obligada, su estilo barroco le permitía envolver sus críticas en una prosa retorcida, pero gramaticalmente correcta que era una potente luz echada sobre los excesos del poder y las desviaciones de la política. Era tan eficaz su crítica que se convirtió en conductor de un programa en Canal 11, donde permaneció varios años. Cuando Luis Echeverría asestó el golpe a Excélsior, en 1976, figuró entre los fundadores de Proceso, revista de la que fue codirector. Estuvo después en Reforma y Milenio, cuando él y periodistas como él habían ganado un amplio margen para la libertad de expresión. Debió parecerle facilona, pueril, la crítica tendenciosa y ofensiva de hoy a la figura presidencial, ese periodismo que ladra sin morder ni arriesgar. Él se la jugó con inteligencia, con estilo y valentía. Esa es la mejor herencia que nos deja”.
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⠀⠀⠀⠀Periodista
“La rumba es cultura” definió, de pies a cabeza, al profesor universitario y periodista Froylán M. López Narváez (San Luis Potosí, 1939-2021), quien se significó aquel tempestuoso 8 de julio de 1976, día en que salen a la calle, expulsados de la empresa periodística Excélsior, diversas personalidades, encabezados por Julio Scherer García, entre las que se contaba Froylán López Narváez, cuatro meses después fundador de la revista Proceso junto con distintos periodistas que acompañaron a Scherer García en esta nueva e interesante empresa editorial, que modificara la mirada costumbrista de la prensa hacia el poder político.
Y don Froylán, con su visión cuestionadora del conservadurismo ideológico, coadyuvó a instalar en México un nuevo modelo de hacer periodismo con la fina intención de desprenderse de la dependencia del Estado protector del cual todos los medios se colgaban del brazo, sin excepción alguna, incluyendo el Excélsior de donde provenían los ahora declarados periodistas independientes… corridos de manera descalificadora por una asamblea amañada y orquestada por un núcleo periodístico de común acuerdo con la Presidencia de la República, entonces a cargo de Luis Echeverría Álvarez.
Nadie podía ocupar un puesto importante en la prensa sin el visto bueno de la autoridad política, por supuesto, de modo que hasta la conducción de locutores en los noticiarios nocturnos televisivos tenían que ser evaluados y aprobados por la figura presidencial, no en vano Scherer García, como lo contó en su libro Los presidentes, andaba muy preocupado después de la matanza del 2 de octubre de 1968 porque no lo recibía el mandatario desconociendo, así —Scherer García—, el futuro económico de la empresa que acababa de tomar en sus manos: era, es, imposible que un medio pudiera, pueda, sobrevivir sin el respaldo de la publicidad oficial.
Y los extrabajadores de Excélsior bien lo sabían, de ahí la importancia de fundar un medio independiente del Estado, como lo fuera Proceso hasta la partida, lenta, de sus fundadores, como la de don Froylán.
Estricto y vigilante periodista, atendía la más mínima (¿es correcto anteponer, por ejemplo, un adverbio denotativo de cuantía a una diminuta sustancialidad?) alteración redaccional, virtud de todo buen periodista. Recuerdo una de sus palabras favoritas: felonía, que acomodaba a la perfección en lugar de utilizar las denominaciones comunes de traición o deslealtad. Porque, finalmente, la palabra bien aceitada es el arma del periodista.
No en balde la última conversación que he sostenido en vivo en un medio electrónico ha sido en Radio Educación sólo porque don Froylán me insistió en ello: su cuestionamiento era una garantía invaluable.
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⠀⠀⠀⠀Profesor
Profesor diríamos emérito en la carrera de comunicación de la UNAM, don Froylán por lo regular no era apreciado, o de plano era despreciado, por un amplio sector femenino que solía denominarlo “misógino” en sus cursos debido a su creencia, respaldado en la práctica que él visualizaba todos los días en la redacción, de que la mujer era muy débil en la materia informativa. Una vez una auxiliar en la mesa editorial del diario La Jornada me contó, en un principio orgullosa, de que en su Facultad había tenido de maestro a don Froylán, satisfacción que pronto se convirtió en decepcionante frustración cuando el profesor le dijo que mejor se dedicara a quehaceres del hogar porque la mujer, no en pocas ocasiones, se olvidan de las letras cuando se enamoran de un hombre. Y se lo había dicho, según ella, muy enojado delante de todo el alumnado, lo que a ella le pareció un acto mezquino de su magisterio (no de ella, obviamente, sino de su profesor), motivo que la hizo empeñarse en su preparación para demostrarle lo equivocado de su ligera aseveración, y demostrarse a sí misma que las mujeres podían ser mejores, mucho mejores, que los hombres en este oficio. Con el paso de los años llegó a La Jornada donde jamás pudo ascender a reportera, jamás aprendió a escribir, luego se casó con un diplomático con quien viajó por Sudamérica a expensas del erario para luego sufrir el abandono del marido y exiliarse en una subjefatura de una institución gubernamental consiguiendo los amores clandestinos de un burócrata que se sintió atraído por esta espontánea mujer a la vez que cobraba un sueldo en una editorial por no hacer lo que debía hacer gracias a la nobleza de un hombre que se solidarizaba con ella al sentirla desamparada madre soltera.
Y culpaba a don Froylán de su ingrato destino:
—Las mujeres somos despreciadas en el círculo informativo porque nos creen inferiores —solía asegurar con la mirada extraviada en el horizonte indistinguido.
Pero este es un caso infortunado, nada más, de aquella insolvencia magisterial de don Froylán, renuente a creer en la fortaleza femenina en los gajes informativos que, en efecto, le acarrearía mil y un diatribas en su carrera periodística. No faltó, por supuesto la mujer airada que lo motejara de “cerdo patriarcal” por su parcializada visión magisterial.
Porque su creencia era, sí, muy suya, pero externarla y radicalizarla en las clases era, y lo es, un símbolo de visible desigualdad, o desequilibrio, de género, inaceptable en las academias de cualquier tipo.
Aunque, y también hay que notificarlo, así como existen veintenas de vituperios hacia su persona (sobre todo sesgos sobre su latente misoginia), asimismo existen crónicas a su completo favor que hablan, como señala Musacchio, de su orgullo magisterio. Otra periodista, por ejemplo, me contaba que nunca sufrió un acto en su contra como estudiante, sino todo lo contrario: acaso su “misoginia” era transitoriamente mudable a los irrelevantes estados de ánimo cotidianos, si bien esta calamidad, ciertamente, no es excusa para generalizar la capacidad femenina en el oficio periodístico.
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⠀⠀⠀⠀Rumbero
Acuñó la frase “La rumba es cultura” y con ella armó un escándalo acaso sólo concebible en los años ochenta cuando los géneros musicales merecían, cada uno, un específico apartado o una respectiva consideración teórica ya que, por ejemplo, el rock y la nueva canción se confrontaban a veces de manera intolerante, al grado de que el cubano Silvio Rodríguez fuera severamente reprendido por las autoridades de su país por haber hablado, tan ligeramente, del rock, esa música del malhadado imperio dominante que subyugaba a las masa del mundo, incluso socialistas.
Siendo sus padres músicos, Froylán M. López Narváez (la M misteriosa resultó ser su segundo nombre: Mario) tuvo una inclinación irremediable por la música, eligiendo la afroantillana (para él, la rumba) como su acontecer nodal: sin ser periodista cultural, hizo por la salsa (la música afroantillana, la rumba) más que cualquier periodista cultural: su categorización de que la rumba era, sin duda alguna, “cultura” dejó signada una impronta que con rapidez se metió en todos lados como un asunto subliminal publicitario. Incluso los que no sabían que la rumba formaba parte de la cultura en sí, que era, que es, una forma cultural, entonces esos escépticos empezaron a cambiar de opinión respecto a esta corriente musical tomándola, ahora sí, en serio, y no importaba si esta calificación procedía de un periodista político, lo trascendente es que lo afirmaba un periodista con credibilidad, por lo tanto debía asumirse la veracidad de tal teoría: la rumba es cultura, maromería verbal que consagró a la rumba de una vez por todas en el momento indicado justo cuando la salsa buscaba desafanarse de la tropicalería comercial. Porque vaya si no don Froylán sabía distinguir las calidades musicales: en su casa, por ejemplo, entrevisté a Rubén Blades, un gigante de la rumba.
“La rumba es cultura” fue, es, un rubro tan innegable que nadie creía cómo antes de López Narváez no se había suscrito lo anterior. Y don Froylán alguna vez lo desglosó brevemente con estas sencillas palabras: “La rumba es cultura porque es algo que se cultiva; tiene un siglo de existencia y su raíz africana hace que distintas estirpes nos reunamos y gocemos con ella, nos regala una alegría comunitaria”.