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Ese hilo luminoso de energía creadora…

En los últimos años se ha formado en Europa una diáspora africana de inmigrantes económicos, entre ellos músicos que ni siquiera tuvieron medios suficientes para comprar sus propios instrumentos en África y prefirieron probar suerte en otras latitudes.


Lección elemental

Las expresiones culturales más contundentes de la música africana se manifiestan en los núcleos de su diáspora.

Tanto en su elaboración tribal como en los ya enriquecidos por las mutuas influencias de los grupos desarraigados de la amplia franja continental, los ritmos son eslabones de una gran cadena, forjada en la fragua de los sincretismos.

Estas combinaciones, en su momento, proveen a la música de una explosividad inexplicable, cuya racionalización apenas puede iniciarse con el movimiento de los pies. Los bailarines de raza blanca, según se ve, aún no logran darle explicación a la buena nueva.

Por ello, no debe extrañar el éxito y veneración que tiene la música africana en las principales metrópolis del mundo, sobre todo en las europeas. Su contenido nos obliga a regresar a periodos remotos, pero también a reflexionar en nuestro destino.

Esta lección elemental se reitera, a menudo, en selectos fragmentos del libro La música es el alma del futuro (Fifty Years of African Popular Music, de Frank Tenaille, Editorial Lawrence Hill Books, Chicago, 2002), cuya traducción y algunos comentarios personales ofrezco a los lectores.

Conversaciones con la diáspora

Hay indicios de que los primeros africanos que llegaron a América eran miembros de una expedición encabezada por Abubaki, nieto de Sundiata Keita, 50 años antes del “descubrimiento” de Cristóbal Colón; lo cierto es que le siguieron unos cuantos millones secuestrados para la esclavitud.

Su cultura quedó marcada por el nuevo ambiente surgiendo muchísimas músicas afroamericanas como la samba, el blues, el son, el reggae, el kompas, el zouk y el calipso. Posteriormente, el regreso de antiguos esclavos al continente africano puso en marcha un diálogo a través del Atlántico que, actualmente, se halla enriquecido por la tecnología moderna.

El primer grupo de esclavos repatriados desembarcó en Sierra Leona en 1785 (denominados maroons, esclavos que se habían escapado y formado comunidades en las colinas de Jamaica; los británicos consideraron que sus capacidades subversivas serían menores en África). Entre su equipaje había tambores gombe que sonaban con tanta gracia que, medio siglo después, la música gombe hacía furor a lo largo y ancho de África Occidental. La combinación de estos tambores con nuevos instrumentos —el acordeón, la guitarra e incluso la sierra musical— creó otros estilos como la moringa y el asiko que, a su vez, se convirtieron en ingredientes para el guisado del highlife. Se añadió más picante cuando los británicos enviaron a sus soldados caribeños a Ghana, en 1874.

En sus ratos libres sus trompeteros y trombonistas tocaban calipso, de modo que los músicos locales se sintieron estimulados no sólo por tocar calipso sino para utilizar instrumentos de charangas en sus propios ritmos. El fruto de esas experiencias se reflejaría en el siglo XX con el nacimiento del Dance-Band Highlife.

Aunque la influencia musical en la diáspora era profunda, el contacto fue inevitablemente esporádico hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando los modernos medios de comunicación empezaron a fraguar una conexión más contigua. El fuego de la música latina sopló a través de la extensa distribución, por parte de la discográfica EMI, de 200 discos cubanos clásicos. Más tarde, la aparición de la radio y la televisión y los cassettes baratos popularizaron a figuras como James Brown, Bob Marley y Michael Jackson.

En los últimos años se ha formado en Europa una diáspora africana de inmigrantes económicos, entre ellos músicos que ni siquiera tuvieron medios suficientes para comprar sus propios instrumentos en África y prefirieron probar suerte en otras latitudes.

No siempre fue fácil: el guitarrista zairense Diblo Dibala tuvo que pasarse dos años fregando platos en Bruselas antes de conocer el éxito junto al cantante Kanda Bongo Man, en París.

Son muchos aún los que siguen sin conseguir escapar de su vida marginal. A pesar de todo, importantes comunidades musicales arraigaron en Lisboa, Londres, Berlín y, sobre todo, París, donde artistas de distintos países francófonos se emocionaron ante la oportunidad de poder trabajar juntos, como explica Bongo Man: “Antes, los zairenses no conocían a los senegaleses ni a los antillanos, era muy difícil. Ahora todos vivimos juntos y eso produce una mezcla fantástica”.

Profundos arcanos

En última instancia, los recursos económicos para adquirir un gran equipo de instrumentos carecen de importancia. Lo esencial está dentro de uno. En los músicos africanos, ese hilo luminoso de energía creadora es la base de un amplio movimiento musical que se verifica a veces aceleradamente, a veces con paso perezoso, en todo el mundo, pero cuya esencia más íntima —clave definitiva que nos conduce a profundos arcanos— acaso sólo puede ser reproducida por ellos.

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