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Centenario natal de Juan Miguel de Mora: cuando la crítica no descansa

Si existe un hilo conductor que entretejió la vida de Juan Miguel de Mora ese fue el amor por la justicia, su adhesión al periodismo, su gusto por la literatura, y su pasión por la cultura sánscrita de la India —a la cual le dedicó más de la mitad de su vida. Dramaturgo, novelista, cronista, activista social, filólogo, sanscritista, este 18 de octubre se cumple el centenario natal de Juan Miguel de Mora. Aquí lo celebramos-conmemoramos…


Dos dieciochos

A los 95 años de edad, el 18 de marzo de 2017, fallece el escritor Juan Miguel de Mora (dramaturgo, novelista, cronista, activista social, filólogo, sanscritista), de quien el 18 de octubre se cumple su centenario natal. Y quién mejor que María Ludwika Jarocka y Bernier (Ciudad de México, 1939), su viuda, para hablarnos, y sobre todo centrarnos, de la vida cultural de este hombre sin par de las letras, que viera la luz primera en Madrid para invertirse posteriormente en un irredento mexicano que no descansaría nunca en dejar de alentar la cultura de este país nuestro.

La India, clave en su unión

—Mi padre, Tadeusz Jarocki —nos cuenta Ludwika—, era un diplomático polaco adscrito a la embajada de Polonia en Buenos Aires. Mi madre, Marie Simonne Bernier, canadiense francesa, había venido a México desde Argentina para estar con mis abuelos a la hora de dar a luz. Mi abuelo, abogado canadiense, era en aquel entonces jefe del Jurídico de la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza, perteneciente a la transnacional belga Sofina. Estos datos te darán una idea de la familia en la que nací, y mi entorno cultural. Mi infancia y primera juventud, en México, las viví dentro de la colonia extranjera con muy poco contacto con mexicanos, como los Rincón Gallardo, los Sánchez Navarro, los Ortiz de la Huerta y los Escandón. Esas cuatro familias, y algunas otras que frecuenté, eran parte de lo que Juan Miguel llamaba “la aristocracia pulquera”. Al enamorarme de Juan Miguel, corté definitivamente con todo ese pasado y renací a una nueva vida.

Licenciada en artes, en la especialidad de literatura española, en Mills College en Oakland, California.

—Esta experiencia en Mills —donde tuvo acercamientos con la cultura hindú— me iba a preparar para mi futuro con Juan Miguel que duró casi medio siglo. Y mis conocimientos sobre la India fueron uno de los elementos que, cuando nos conocimos en Querétaro, iban a ser importantes para que se cimentara nuestra relación a nivel intelectual. Y eso desde el inicio, mientras ambos trabajábamos en la obra teatral Guillermo Tell tiene los ojos tristes.

Se unió (“en mis segundas nupcias”) con Juan Miguel, por lo civil, el 31 de agosto de 1988 en Cuernavaca, Morelos, “20 años después de conocernos”, apunta Ludwika, con quien paso a platicar sobre Juan Miguel de Mora para rendirle este breve homenaje.

“Tenemos manos y podemos trabajar en lo que usted diga”

—¿En qué momento de su actividad creadora conociste a Juan Miguel de Mora? ¿Cómo se sucedió el encuentro? ¿Era activista social, periodista, filólogo, novelista, dramaturgo? ¿Qué más lo distinguía de todas estos empleos humanistas?

—En el momento que conocí a Juan Miguel, en Querétaro, él era crítico de teatro, novelista, corresponsal extranjero y maestro de literatura sánscrita en la UNAM. El rector de la Universidad Autónoma de Querétaro, viejo y muy buen amigo suyo llamado Enrique Rabell Trejo, le había invitado a dirigir una obra de teatro con alumnos de dicha universidad para participar con ella en la Olimpíada Cultural que se celebraba en México con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968. Creo que corría el mes de junio, el día 6, cuando Sirhan Sirhan asesinó a Robert Kennedy.

“Yo trabajaba como asistente de dirección en Joy Manufacturing, a las órdenes del gerente general, Carlo Botti, un italiano que resultó ser un buen amigo y que me dio un excelente consejo cuando llegué a necesitarlo. Y me aburría como una ostra, mi querido Víctor. Salía de mi trabajo y volvía al Gran Hotel donde vivía entre semana, y así día tras día. Los fines de semana los pasaba con mi madre y mi hija Michou en San Miguel Allende, donde mamá tenía varias casas que alquilaba principalmente a extranjeros.

“Pues bien, la noche anterior a mi encuentro con Juan Miguel, un amigo llamado Paco Rabell que tenía una librería en Querétaro, la Sancho Panza, que yo frecuentaba y que sabía cómo me aburría, me habló de Juan Miguel y sugirió que fuera al siguiente ensayo y solicitara participar en la obra que dirigía: Guillermo Tell tiene los ojos tristes, de Alfonso Sastre, amigo de Juan Miguel.

“Y fui, Víctor, acompañada de una pintora amiga mía, Cindy. Y me presenté y le dije:

“—Maestro, tenemos manos y podemos trabajar en lo que usted diga.

“Y Juan Miguel nos aceptó como parte de la compañía. Cindy pintó varios elementos de la escenografía y yo ayudé al director del coro de la Universidad de Querétaro llamado Aurelio a ponerle al coro una canción de la Guerra Civil Española: ‘Si me quieres escribir’. Yo iba anotando la música en papel pautado, según la iba cantando Juan Miguel, y Aurelio se la pasaba a sus cantantes. A propósito de esa canción, Juan Miguel había cambiado la letra para adaptarla a la realidad mexicana en aquel momento, con su movimiento estudiantil. La primera parte de la canción decía: Si me quieres escribir, ya no es nada como antes, sólo policía armada pegando a los estudiantes…”

Los discursos del sanscritista en París

—Acerca del activismo de Juan Miguel en 1968 tuvo tres facetas: como orador, como autor y como participante en manifestaciones —puntualiza Ludwika Jarocka—. Fue orador en la Facultad de Filosofía y Letras en pro del Movimiento Estudiantil (claro está). Yo recuerdo una intervención, pero sospecho que hubo más y no las recuerdo por estar en Querétaro en mi trabajo. Nunca participó como orador en ninguna manifestación en el Zócalo. Cuando la embajada de México en París (donde nos refugiamos) denunciaba a Juan Miguel ante las autoridades francesas con la esperanza de que nos corrieran de Francia, alegaba que era orador y agitador en las manifestaciones que llegaban al Zócalo. Esto no era verdad, pura invención de los honorables diplomáticos mexicanos.

“Por cierto, Juan Miguel en París pronunció un discurso acerca de cómo los estudiantes mexicanos se habían convertido en los maestros de sus maestros. Fue en una inmensa reunión de estudiantes franceses en un gran auditorio cuyo nombre se me escapa. Juan Miguel había aprendido francés de chico cuando su padre, antes de la guerra, lo había enviado a París a estudiar (en el liceo Victor Hugo que yo conocí durante nuestro exilio en esa ciudad). Juan Miguel también habló del Movimiento Estudiantil por la radio. Creo que fue (no estoy muy segura) en el programa de radio que tenía una amiga suya, Marianne Monéstier, en la ORTF (Office de Radiodiffusion-Télévision Française).

“Como orador de lucha en 1968 había tenido la experiencia durante la Guerra de España, entre los 14 a los 17 años, de pararse en una silla en los cafés y restaurantes de Barcelona a pronunciar discursos de agitación y propaganda a favor de la República Española. Le vino bien esa experiencia al dirigirse a los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Sorbona.

“Como autor, escribió una breve obra que debía representarse en la calle (teatro callejero), sin vestuario especial y, claro, ninguna escenografía. Estaba pensada para ser tan breve que no daría tiempo a nadie denunciarla y que llegara la policía a interrumpirla y detener a los actores. El título de la obra era Acto de amor, y su mensaje último, al final de la misma, era que la revolución es un enorme, inmenso acto de amor. Recuerdo el texto, pero no recuerdo ninguna representación. Juan Miguel y yo estábamos parte del tiempo en Querétaro y parte en la Ciudad de México, y no podíamos seguir las actividades de sus alumnos de la UNAM a cada instante.

“En cuanto a participar en manifestaciones, Juan Miguel fue a varias con su facultad (una de ellas La Silenciosa, conmigo). Al principio de las manifestaciones, los maestros de Filosofía y Letras iban todos juntos a la cabeza del grupo, con los estudiantes detrás. Pero los maestros se dieron cuenta que los granaderos los dejaban pasar para luego concentrar sus ataques físicos contra los muchachos. Por consiguiente, los maestros decidieron ir entre los alumnos y así fue mientras hubo manifestaciones. Así, la agresión de las fuerzas del orden era más pareja contra maestros y alumnos.

“(Abro un paréntesis para contarte algo que se me estaba quedando en el olvido acerca de las canciones que incluyó Juan Miguel en la obra que dirigió con los alumnos de la UAQ: además de ‘Si me quieres escribir’ hubo otra, con música de una canción mexicana, que rezaba: ‘Granaderos asesinos, ojalá se los lleve el diablo’. Era una especie de ritornello que se cantaba al final de cada estrofa.)

“Lo que distinguía a Juan Miguel, en aquellos tiempos revolucionarios, era que era, y perdona la reiteración, sanscritista. La cultura sánscrita de la India era su materia preferida. Era maestro de la misma en la UNAM y escribió varios libros (algunos fueron traducciones del sánscrito al español) sobre ella durante su vida. Yo he traducido al inglés algunos de ellos, los que más interesarían a los especialistas sanscritistas que hay en el mundo de habla inglesa. El inglés, amigo querido, es el principal metalenguage en el cual se tratan temas de sanscritismo. Pero hay también muchas obras en otros idiomas: francés, alemán, portugués, italiano…”

Los gritos altisonantes de Díaz Ordaz

—Bien, Ludwika, hay algo que me interesa precisar: ya nos has hablado del forzado exilio europeo, ¿pero cómo o por qué se llegó a tal extremo? Juan Miguel de Mora vino a México a exiliarse después de su participación, muy joven él, en la Guerra Civil Española contra la dictadura fascista de Francisco franco, sin embargo dos décadas después el exiliado, aunque ya mexicano, Juan Miguel de Mora se vio obligado a exiliarse de nuevo ahora por la represión presidencial de Luis Echeverría por las aún rencillas y migajas discursivas del 68. Su libro sobre esta matanza en Tlatelolco es uno de los más aclamados en la literatura mexicana, por cierto. ¿Nos puedes relatar las causas exactas de su partida a Francia, por favor?

—¿Por qué el segundo exilio de Juan Miguel? No fue como tú dices, por Luis Echeverría. Fue por la relación de Juan Miguel con su antecesor, Gustavo Díaz Ordaz. Un día de 1968 Juan Miguel, que ya era un intelectual reconocido, fue invitado a la Presidencia de la República a una entrevista con el presidente Díaz Ordaz. La entrevista se celebró. No recuerdo los detalles, pero sí me parece recordar que Juan Miguel contradijo algo que dijo el presidente y éste se enojó y se puso a gritar de voz en cuello. Me parece que Díaz Ordaz le pidió a Juan Miguel que le explicara por qué el Che Guevara, teniéndolo todo en la vida después del triunfo de la Revolución Cubana, se había ido a causar problemas a Bolivia. Al parecer, no le gustó la respuesta que le dio. Sin duda fue una respuesta en defensa de los movimientos revolucionarios en América Latina.

“A los gritos airados del presidente, Juan Miguel contestó:

“—Sí, señor presidente…

“Y tan pronto como pudo, salió de ahí. No recuerdo si la entrevista tuvo lugar antes de o ya empezado el Movimiento Estudiantil.

“La policía ya estaba vigilando de cerca a cualquiera relacionado, aunque no fuera más que sólo remotamente, con el movimiento del 68. Juan Miguel tenía varios puntos en contra: su activismo ya descrito y el enfado de Díaz Ordaz, conocido por ser una persona rencorosa. Su rencor, unido a su omnipotencia como presidente, hacía de él una persona sumamente peligrosa.

“Juan Miguel no estuvo en el mitin de la Plaza de las Tres Culturas, pero el ambiente en México después de ese acontecimiento se volvió tóxico. Juan Miguel decidió que había llegado el momento de irse del país. Le propuso a su íntimo amigo Pepe Revueltas que lo acompañara, pero Pepe decidió quedarse. Esa decisión la iba a pagar muy cara.

“Nosotros nos fuimos, en un largo periplo aéreo por varias ciudades mexicanas, hasta llegar a Chiapas y eventualmente dar con nuestros huesos en Belice. Ahí tuvimos que esperar hasta lograr las conexiones aéreas que nos llevaran a París sin pasar por territorio norteamericano. Juan Miguel, para entonces, ya era una persona non grata en grado sumo y teníamos que ser muy cuidadosos”.

El pesaroso silencio

—Recuerdos de nuestra huida de México —prosigue Ludwika develando esta desconocida historia hasta este momento—: el día que salimos de la Ciudad de México, Juan Miguel dejó las llaves de nuestro coche en un estanquillo cercano a la estación de autobuses, y le pidió a un mecánico amigo suyo (un señor Concheso, español) que las recogiera y llevara el coche a casa de su entonces esposa Carmen Morales Peralta, madre de su hijo Carlos Miguel de Mora y Morales. Y como había agentes policíacos de civil vigilando a los pasajeros y las salidas de los autobuses, yo subí al vehículo sola pero Juan Miguel tuvo que esperar hasta que el agente vigilante se distrajera para hacer lo mismo. Y salimos de México, primero a Veracruz en autobús.

“Nuestro periplo mexicano nos llevó de Veracruz hasta Chiapas en varios aviones, y de ahí, antes de la madrugada un día de ese mes de octubre, salimos de una ciudad chiapaneca que no recuerdo, en un taxi, hasta Belice. A esa hora, los agentes en la frontera estaban medio dormidos y pasamos la frontera sin ningún problema.

“Siento mucho que me esté fallando la memoria acerca de la etapa que estoy tratando de describir. Quizás el miedo que sentía yo, niña bien, de buena familia y por lo mismo muy protegida, muy mimada, con poca experiencia en la vida real, contribuyó a borrar mis recuerdos. Disculpa lo fragmentario que han resultado ser.

“Sí recuerdo que pasamos la noche del 47 cumpleaños de Juan Miguel, el 18 de octubre de 1968, en un sillón en la sala de espera del aeropuerto de Montreal, P. Q., Canadá. De ahí salimos para París al día siguiente. Creo que el avión era de la Canadian Pacific, que ya no existe.

“En cuanto a Echeverría, tuvimos que esperar a que Díaz Ordaz saliera del poder y entrara Echeverría para poder volver a México. Echeverría más tarde persiguió a Juan Miguel hasta donde pudo sin causar escándalo. Fue en la época de Echeverría que empezó el gran silencio que rodeó a Juan Miguel durante el resto de su vida. No se hablaba de él ni de su obra. Nada. Silencio.

“Afortunadamente, Rubén Bonifaz Nuño invitó a Juan Miguel a pertenecer al Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM que fundó. No recuerdo en qué año. Pero ahí hizo carrera Juan Miguel como investigador en el área de lengua y cultura sánscritas. Además, siguió dando clases en la facultad y llegó a cumplir casi 50 años en la UNAM antes de jubilarse”.

Los estudiantes mexicanos: maestros de sus maestros

—Respecto de la primera pregunta —precisa Ludwika antes de proseguir la conversación—, la enorme sala en París en la cual habló Juan Miguel a los estudiantes de la Sorbona en octubre de 1968 se llama La Mutualité. Puedes verificarlo en algún mapa de la ciudad. Estaba llena a reventar. Jacques Sauvageot, dirigente estudiantil, presentó a Juan Miguel diciendo, palabras más o palabras menos: “Tenemos entre el público a varios mexicanos que, para no ser molestados por nuestra policía, no se van a identificar ante nosotros. Y tenemos aquí en el estrado a un profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Miguel de Mora, que no le teme a nuestra policía y que les hablará del Movimiento Estudiantil en Mexico”. El lugar casi revienta por los aplausos y vivas que duraron unos buenos cinco minutos, todo el mundo de pie. Juan Miguel, conmovido, emocionado, no sabía qué hacer, dónde meterse, y se tuvo que dejar ovacionar. Y cuando finalmente lo dejaron hablar, es cuando dijo, en su mejor francés, que los estudiantes mexicanos se habían convertido en los maestros de sus maestros.

“En cuanto a la segunda pregunta y Díaz Ordaz, me tomo la libertad de recordarte que en el libro de Philip Agee acerca de la CIA, dijo el autor que Díaz Ordaz fue agente de la misma bajo el seudónimo de Litempo. Quizás ese hecho explique la furia del presidente cuando Juan Miguel le habló de los ideales del Che que lo llevaron a luchar por la revolución en Bolivia”.

“En total, escribió más de 100 libros…”

—Ha de haber sido agotadora la vida cultural de Juna Miguel. Yo recuerdo, Ludwika, una vez en su casa en el Ajusco cuando quería Juan Miguel comunicarse con el presidente del Conaculta en vano. Yo le decía que él se merecía el respeto que nunca obtuvo de esa institución cultural, al negarle cualquier tipo de respaldo a sus prolíficos proyectos, respaldo que siempre obtuvo la mafia intelectual que no volteaba a mirar a Juan Miguel para no perder sus privilegios económicos. Lo bueno era que este buen hombre, Juan Miguel de Mora, puso toda su intensidad creativa al magisterio sanscritista con el que vivió, satisfecho y orgulloso, hasta el final de sus días…

—Mencionas en tu comentario-pregunta la “intensidad creativa” de Juan Miguel. La canalizó por tres vías principales, hasta donde recuerdo: la vía creativa propiamente dicha, en sus múltiples novelas y obras de teatro; la vía activista en sus muchos libros de crítica política, y la académica, con siete libros sobre asuntos concernientes a la lengua y la cultura sánscritas de la India. En total, escribió más de 100 libros, ninguno autofinanciado. Habría que agregar una categoría de “varios”, en el marco de la cual estarían los centenares de artículos de crítica teatral y de tipo editorial en un sinfín de periódicos de la capital de México. Y no habría que olvidar su intensa vida como corresponsal extranjero, publicando en Siempre! y El Día y Novedades, entre otras publicaciones, sus experiencias en la guerra de Vietnam, en China, en Santo Domingo, etcétera.

“Fueron varias sus editoriales, desde la Editorial Rostra, la Editorial Diana, la Editora Latino Americana, Galvala Ediciones, la UNAM, Grijalbo, Editores Asociados Mexicanos (Edamex), Anaya Editores, Editorial Siglo XXI, hasta la Rampratap Shastri Charitable Trust de Beawar, Rajasthan, India. Y seguramente se me ha olvidado alguna.

“Supongo que en Internet encontrarás alguna lista de sus libros, pero como esposa y colaboradora suya quiero hablarte de tres amigos de Juan Miguel que fueron importantes en el campo que estoy tratando.

Fernando Arrabal. Hicimos amistad con él durante nuestro exilio en París. Le gustó mucho la obra de teatro de Juan Miguel: Primero es la luz, publicada en la Colección Teatro Mexicano en 1955. Fernando hizo que se publicara la traducción francesa en L’Avant-Scène du Théâtre en París, en 1968, con el título Avant tout la lumière. Después Fernando volvió a publicarla, esta vez con el título La lumière et la peur en la Christian Bourgois Editeur en París en 1969. Respecto de esta obra, hubo una lectura pública de ella mientras aún estábamos en Francia.

Octavio Colmenares. Fue el primero lo suficientemente valiente como para publicar su libro sobre la matanza de Tlatelolco. Eso fue en 1973, y el título fue Tlatelolco 1968. Se estuvo publicando durante años ese libro, y llegó a más de 30 ediciones. Después, Octavio se siguió de frente, en su Edamex, con Lucio Cabañas (1974), Esto nos dio López Portillo (1982) y CEU vs UNAM / ¿La hora del neofascismo? (1987) y otros.

Harry Fisher. La importancia de este amigo precisa de una explicación. Hasta que no conoció a Harry Fisher en una reunión internacional sobre las Brigadas Internacionales en la Guerra de España. Harry luchó en esa guerra en la Brigada Lincoln (norteamericana). Hasta no conocer a Harry, Juan Miguel tuvo lo que podríamos llamar un bloqueo mental respecto de esa guerra. Pero al conocer a Harry Fisher, alrededor del 2001, esa tremenda barrera mental que se había construido Juan Miguel se vino abajo y se abrió en él una espita. Uno de los primeros resultados de este fenómeno fue un poema dedicado a Harry: ‘Recuerdos de un brigadista’, fechado en La Querencia (nuestra casa en el Ajusco) el 10 de noviembre de 2001. El poema tiene dos dedicatorias: ‘En memoria de los compañeros de las Brigadas Internacionales que cayeron en Madrid, en el Jarama, en Brunete, en el Ebro y en otros lugares de la tierra española’ y ‘Y para Harry Fisher, del Batallón Lincoln, de la XV Brigada, camarada y amigo que también estuvo en la cota 666 de la sierra de Pandols’. Pandols, te recuerdo, estaba en el frente del Ebro. Al contarse sus cosas de guerra, esos dos combatientes descubrieron que habían luchado en la misma cota pero en momentos diferentes. Cuando se escribían sus e-mails, los dos viejos se mandaban ‘666 abrazos’. Después del derrumbe de su muro, Juan Miguel pudo escribir un libro que considero muy importante: La libertad, Sancho… Testimonio de un soldado de las Brigadas Internacionales en el principio de la Segunda Guerra Mundial, comienzo al que llaman ‘guerra civil española’ (Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2008) con introducción de nuestra buena amiga Lise London. Ella era viuda del famoso escritor Arthur London, víctima de Stalin y autor de L’Aveu. Quisiera agregar que sobre las peripecias de Lise en la Resistencia Francesa a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial se escribió un libro: La Mégère de la rue Daguerre, que se vendió muy bien en Francia, así como el libro de su esposo. Antes, y creo que también gracias a Harry, había escrito: Cota 666, Relato acerca de una batalla y de un hombre que escribía mucho (Libros Para Todos, México, 2003), también con introducción de Lise London.

“Antes de cerrar, quiero decirte que se estrenaron cinco obras de teatro de Juan Miguel, pero no fueron publicadas: Un hombre de otro mundo, México, 1952; El pájaro cantor vuelve al hogar, México, 1952; Los héroes no van al frente, México, 1953; Espartaco, México, 1962; La terre, París, Office de Radiodiffusion Télévision Française, 1969”.

Las vicisitudes de la hermenéutica

—Tú lo veías trabajar todos los días, Ludwika, incansable hombre de las letras. Por último, ¿en qué área más se afanaba, si es posible tal vislumbramiento: en el periodismo, en el teatro, en la literatura, en la academia filológica, en la crítica política, en los estudios sánscritos…?

—Preguntas en qué área se afanaba más Juan Miguel. Empezaré por decirte que no lo veía durante el día más que a las horas de los alimentos y al final de la jornada. Entre comidas se encerraba en la biblioteca, donde tenía su sitio de trabajo rodeado de sus amados libros. De nuestras conversaciones, hasta donde recuerdo, se entregaba con entusiasmo al tema que estaba tratando, fuera una novela, un artículo o un libro sobre cultura sánscrita.

“Pero para que puedas juzgar lo que más le importaba al final de su larga vida, creo que era el tema de la hermenéutica. Su último libro, actualmente en manos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, fue Vicisitudes de la hermenéutica. Logró terminarlo antes de morir, con todo y las correcciones que yo pude aportar al manuscrito. El tema no fue gratuito. Antes de jubilarse Juan Miguel, el doctor Mauricio Beuchot le había invitado a participar en el seminario de hermenéutica que dirigía en el Instituto. Inútil es decirte con cuánto entusiasmo participó hasta jubilarse. Las ideas sobre hermenéutica, por consiguiente, estaban frescas y yo diría que “hirvientes” en su cabeza al escribir su libro.

“Por lo tanto, pienso que lo más importante para Juan Miguel al final fue de índole filosófica. Se había impuesto en él su faceta quizá más profunda y más acorde con su labor filológica. Y afortunadamente su mente fue clara hasta sus últimos momentos”.

Un libro aún sin dictamen

Al final, Ludwika nos comenta que entregó el libro Vicisitudes… de Juan Miguel de Mora desde el 11 de enero de 2018.

—Aún no me ha dicho su decisión el Instituto de Filológicas —acota—, que dados los estragos de la pandemia y el consiguiente cierre de la UNAM, no me sorprende. Seguiré intentando comunicarme con ellos de vez en cuando con la esperanza de que decidan publicarlo. No estoy segura de que lo harán, sin embargo, porque su anciana viuda Ludwika, ¿qué puede hacer si deciden no publicarlo? Ante esa posibilidad, me siento absolutamente inerme.

Los trámites burocráticos parecen nunca cambiar en este país, caramba.

¡Tres años un libro estancada en la propia UNAM sin dictamen ninguno.

Ni Bartleby lo hubiera creído.

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