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Crisis climática: el cambio es imparable, y muchas de sus consecuencias irreversibles

El calentamiento es generalizado en toda la Tierra y en todo el sistema climático, señala el sexto informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), publicado el pasado lunes 9 de agosto. Según el informe, no hemos conseguido frenar el aumento de la temperatura media de la Tierra, que continuará durante el próximo siglo. El cambio ya es imparable, y muchas de sus consecuencias irreversibles. Lo que nos queda por saber es qué niveles alcanzará. Y cómo responderemos como humanidad. Dejamos aquí este especial sobre el informe del IPCC, con las voces de cuatro expertos: Fernando Valladares, Antonio Ruiz de Elvira Serra, Josep Lluís Pelegrí Llopart y Manuel de Castro Muñoz de Lucas.


Las consecuencias ya están aquí

Tras tres años de redacción y dos semanas de negociaciones virtuales para aprobar la redacción final, la primera entrega del Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) vio la luz el pasado lunes 9 de agosto.

El análisis, basado en la ciencia física del clima, considera como un hecho “inequívoco” que los seres humanos somos los principales responsables del calentamiento global. El trabajo advierte que los cambios observados en el clima no tienen precedentes y que algunos ya se han puesto en marcha y son irreversibles, como el continuo aumento del nivel del mar.

Sin embargo, una reducción fuerte y sostenida de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero limitaría el cambio climático. Mientras que los beneficios para la calidad del aire llegarían rápidamente, podrían pasar entre 20 y 30 años para que se estabilice la temperatura global, según el informe del Grupo de Trabajo I del IPCC.

“El documento refleja un esfuerzo extraordinario en circunstancias excepcionales”, ha dicho Hoesung Lee, presidente del IPCC. “Las innovaciones de este informe y los avances en la ciencia del clima que refleja suponen una aportación inestimable a las negociaciones sobre el clima y a la toma de decisiones”, ha añadido. La próxima Cumbre del Clima (COP26) se celebrará en Glasgow (Reino Unido) del 1 al 12 de noviembre de 2021.

Valérie Masson-Delmotte, copresidenta del grupo de Trabajo I del IPCC, ha subrayado que, “a menos que se produzcan reducciones inmediatas, rápidas y a gran escala de las emisiones de gases de efecto invernadero, la limitación de no superar el calentamiento global en hasta 1,5 °C [con respecto a los niveles preindustriales] será inalcanzable”.

El informe Cambio climático 2021: las bases de la ciencia física fue aprobado por 195 gobiernos miembros del miembros del IPCC, a través de una sesión virtual que se celebró durante dos semanas. Supone la primera entrega del Sexto Informe de Evaluación del IPCC que se completará en 2022.

Los expertos han destacado, durante la presentación, que llevan años advirtiendo que las consecuencias ya están aquí, “aunque el mundo oye, pero no escucha. Ahora es más visible y más grave”.

“Se trata de una cruda evaluación del aterrador futuro que nos espera si no actuamos. Con el mundo al borde de un daño irreversible, cada fracción de grado de calentamiento es importante para limitar los peligros del cambio climático. Está claro que mantener el calentamiento global en 1,5 ºC es un reto enorme y sólo puede hacerse si se toman medidas urgentes a nivel mundial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y proteger y restaurar la naturaleza”, ha afirmado Stephen Cornelius, asesor principal sobre cambio climático y líder mundial de WWF en el IPCC.

El ser humano, el gran responsable

Valérie Masson-Delmotte ha sido clara: “Este informe es una prueba de la realidad. Ahora tenemos una imagen mucho más clara del clima pasado, presente y futuro”.

Por primera vez, el Sexto Informe de Evaluación ofrece una evaluación regional más detallada del cambio climático. Para ello se ha facilitado un atlas interactivo, el cual aporta información útil para la evaluación de riesgos, la adaptación y la toma de decisiones.

El trabajo también facilita información para la comprensión del papel de la crisis climática en la intensificación de determinados fenómenos meteorológicos y climáticos extremos, como las olas de calor extremas y las lluvias torrenciales. “Hace décadas que está claro que el clima de la Tierra está cambiando y el papel de la influencia humana en el sistema climático es indiscutible”, ha indicado Masson-Delmotte.

El informe muestra que las acciones humanas todavía tienen el potencial de determinar el curso futuro del clima. La evidencia es clara en cuanto a que el dióxido de carbono (CO2) es el principal impulsor de estos cambios. “Estabilizar el clima requerirá una reducción fuerte, rápida y sostenida de las emisiones de gases de efecto invernadero y llegar a cero emisiones netas de CO2”, ha declarado Panmao Zhai, copresidente del Grupo de Trabajo I del IPCC.

Pero además de la temperatura, la crisis climática afecta a cambios en la humedad, en los vientos, en la nieve o el hielo. Por ejemplo, el calentamiento en el Ártico es mucho mayor que la media, y un calentamiento amplificará el deshielo del permafrost y la pérdida de la capa de nieve estacional.

En el caso de las ciudades, donde se concentra el grueso de la población mundial, algunos aspectos del cambio climático pueden verse amplificados, como las olas de calor, las inundaciones provocadas por las fuertes precipitaciones y la subida del nivel del mar en las urbes costeras.

Finalmente, es importante señalar que el IPCC no hace recomendaciones políticas, sólo proporciona la información científica necesaria para que los políticos puedan tomar las decisiones apropiadas. Una de las cosas que las evidencias provistas en el nuevo informe dejan claro es que limitar el calentamiento global al objetivo del Acuerdo de París de 1,5 ℃ requerirá reducciones inmediatas, rápidas y a gran escala de las emisiones de gases de efecto invernadero. (Redacción SdE)


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Informe IPCC: La emergencia climática nos impone programar una desescalada económica

Fernando Valladares

Tres décadas de resumir y comunicar la evidencia científica sobre el cambio climático de origen humano nos han dejado tres conclusiones:

• La primera es que seguimos sin hacer nada efectivo contra el origen del problema, la emisión de gases de efecto invernadero, que sigue subiendo y con ella las temperaturas.

• La segunda es que la escala temporal y espacial del fenómeno sigue confundiéndonos a todos. Todavía pensamos que estamos hablando del clima futuro y de que es algo global y lejano. Dicho de otro modo, no tenemos del todo claro que el cambio climático nos afecta aquí y ahora.

• La tercera conclusión es que todos los matices científicos, todo el lenguaje de probabilidades y escenarios de emisiones y clima no hace sino confundir y abrir espacio a debates estériles y a posponer decisiones ingratas. Por ello los científicos combinamos informes con manifiestos y somos cada vez más tajantes en nuestras afirmaciones sobre lo que ocurre con el clima y por qué ocurre.

Imagen: Wikimedia Commons.

Sin tiempo para soluciones lentas

El panel internacional de cambio climático acaba de sacar un nuevo informe (el AR6 del IPCC) que ha generado mucha expectación y ha merecido extensos análisis.

Con el informe en la mano podemos decir un par de cosas bien sencillas de entender: hemos perdido un tiempo precioso para cambiar progresivamente a otra economía menos dependiente de la energía, en general, y del petróleo, en particular, que la actual, y tenemos que reducir nuestras emisiones como mínimo a la mitad en diez años para no entrar en escenarios climáticos realmente apocalípticos. Aunque aún estamos a tiempo y todavía están a nuestro alcance muchas opciones, nos estamos quedando sin tiempo para lo gradual y para adoptar medidas por consenso.

Estas dos cosas, sencillas y contundentes, están ortogonalmente contrapuestas a la estrategia que la mayoría de los países están planteando para salir de la crisis provocada por la covid-19. Suponen incluso una confrontación directa a nuestros deseos más íntimos de recobrar una cierta normalidad tras la pandemia.

El sexto informe del IPCC no deja margen para la duda. No se trata de especulaciones ni ideologías sino de un compendio riguroso de la aplastante evidencia científica que señala a las toneladas de gases de efecto invernadero emitidas a la atmósfera durante el último siglo como responsables de las sofocantes temperaturas de casi 50 ℃ a más de 50⁰ de latitud norte en Canadá, de las inundaciones escalofriantes sufridas en Alemania, Bélgica y China, de la sequía extrema de Asia Central y de los incendios inextinguibles de Siberia, Grecia, Turquía e Italia.

Todo esto por mencionar apenas la meteorología de los meses del verano de 2021. Pero todos tenemos en mente las tormentas Gloria o Filomena, la temporada de huracanes o los incendios de Australia y California en el 2020, si nos remontamos apenas unos pocos meses más atrás.

Un camino tan incómodo como inevitable

Reducir la emisión de gases de efecto invernadero supone frenar el desarrollo económico, reorganizar y limitar la generación de energía, transformar completamente el transporte de mercancías y personas, reducir la agricultura y la ganadería intensivas, y reorganizar las ciudades empezando por el aislamiento de las viviendas y terminando por la gestión del tráfico y de los residuos. Son cosas que sabemos que hay que hacer, pero son justo las cosas que no estamos haciendo. O no a la velocidad adecuada al menos.

Un ejemplo: el Pacto Verde Europeo y la política agraria comunitaria distan de ser todo lo verdes que parecen ser y que necesitamos que sean.

Los fondos de recuperación y los planes de desarrollo económico de los países de nuestro entorno vuelven a apuntar a la forma tradicional de hacer dinero. Una forma que se apoya en la definición monetaria de felicidad, salud y bienestar humano. Y sabemos que esta forma de hacer dinero no nos trae felicidad, ni salud ni bienestar.

El modo de vida insostenible y contaminante al que vamos orientándonos no nos hace felices y los escenarios climáticos a los que ese modo de vida nos lleva nos enferman, nos quitan literalmente el sueño y nos sumen en ansiedad, depresión o enfado. Si cambiar el clima no nos hace ni sanos ni felices, entonces ¿por qué afanarnos en dar la espalda a lo que propone la ciencia del clima?

Decrecer para reducir emisiones

En lugar de aceptar la evidencia científica y programar una desescalada económica que permita realmente reducir las emisiones de gases con efecto invernadero, nos proponemos una y otra vez hacer malabarismos socioeconómicos para conciliar desarrollo y sostenibilidad. Nos planteamos una agenda de objetivos de desarrollo sostenible que no estamos cumpliendo entre otros motivos porque está llena de contradicciones. Empezando por el propio concepto de desarrollo sostenible. Por este motivo están creciendo las voces de los que abogan por un decrecimiento, un término que asusta y escandaliza a propios y extraños, pero que resume con claridad lo que debemos hacer mientras no se nos ocurran malabarismos ambientales más eficaces.

Si recapacitamos bien, estamos transfiriendo al concepto de decrecimiento nuestro pánico, ancestral y justificado, a las recesiones económicas. Es una transferencia desafortunada porque son cosas bien distintas. Hacer resonar ambas cosas como algo parecido dificulta la adopción de medidas de mitigación climática. Una recesión sobreviene, un decrecimiento se programa. Por tanto, una recesión siempre tendrá más y peores efectos colaterales que un decrecimiento planeado.

El informe del IPCC asegura que sigue siendo matemáticamente posible no rebasar los 1,5 °C de calentamiento respecto a la era preindustrial. Pero para no rebasarlos no son suficientes las matemáticas, la física, la química y la biología. Hace falta la concurrencia rápida y eficaz de la economía, la política y la ciudadanía.

Estamos hablando de medidas difíciles de encajar por los políticos debido a su elevado coste electoral, por los ciudadanos por su notable esfuerzo de aplicación y por la economía porque supone, simple y llanamente, ponerlo todo patas arriba. Hay tecnología suficiente, pero el cuello de botella es su implementación real. No basta con tener soluciones tecnológicas, marcos jurídicos y estrategias políticas. Es imprescindible tener voluntad y capacidad de aplicar todo esto.

Cuando hablamos de reducir emisiones en serio, no podemos creernos que aumentando la eficiencia en el uso de la energía lo vamos a lograr. No olvidemos el efecto rebote o la paradoja de Jevons, según la cual el incremento de eficiencia da lugar a un aumento del consumo.

Podemos electrificar todos los coches y los edificios, podemos reorganizar el transporte público y favorecer el teletrabajo. Pero aun así no estaremos reduciendo emisiones lo suficiente. Pensemos en las imponentes emisiones asociadas a la agricultura convencional, a la aviación, a la generación y gestión de los residuos o a industrias como la del acero o del cemento. No hay más opción que reducir el consumo. Y lo mejor que podemos hacer es programarlo y acompañar las medidas con reconversiones profundas y con información, mucha información y diálogo social.

Si pensamos que mitigar el cambio climático es difícil y caro, recordemos, por ejemplo, el coste astronómico de los incendios de California en 2020, o que transitar por la senda óptima de emisiones le ahorrará a Homo sapiens 74 millones de fallecimientos para finales de este siglo y mejoraría significativamente la salud y el bienestar físico y mental de centenares de millones de personas en todo el mundo. ¿Hay algo más valioso que eso? ¿Realmente necesitamos más razones para poner en práctica los informes científicos sobre el cambio climático?


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Informe IPCC: No hemos evitado el calentamiento del planeta, ¿lo haremos a partir de ahora?

Antonio Ruiz de Elvira Serra

Se acaba de publicar la primera parte del sexto informe del IPCC (por sus siglas en inglés) sobre el cambio climático actual. Actual, porque durante toda la historia de nuestro planeta el clima ha cambiado constantemente, pero lo que nos interesa hoy es este cambio climático, pues nos afecta directamente: incendios cada vez más frecuentes, inundaciones, subida del nivel del mar, sequías, olas de calor y de frío…

Según la evaluación del IPCC, no hemos conseguido frenar el aumento de la temperatura media global de la Tierra. Durante este año y medio de pandemia la concentración de CO₂ en la atmósfera ha seguido su crecimiento al mismo ritmo que en los años y décadas anteriores.

Imagen: Wikimedia Commons.

Ya no hay duda de que este aumento de la temperatura global se debe a la emisión constante de gas carbónico por la extracción de energía a partir de los combustibles fósiles y, desde hace algunos años, por la emisión de metano de las tundras desheladas de Siberia y Canadá. Nunca hubo dudas entre los científicos, pues el fenómenos es transparente, pero sí las ha habido (y aún las hay) entre los políticos que tienen que poner en marcha las alternativas a esa quema de combustibles fósiles.

El CO₂ actúa en la atmósfera como una especie de manta que dificulta la salida de energía en forma de radiación infrarroja (la que se siente bajo un toldo recalentado por el sol estos días de playa y verano) desde la superficie del planeta hacia el espacio exterior. Gracias a este gas nuestra temperatura no es la Marte. Pero gracias a que no hay demasiado CO₂ en la atmósfera, esa temperatura no son los 400 ℃ del planeta Venus.

De la última glaciación al cambio climático

En los enfriamientos del último millón de años (las glaciaciones) el mar ha bajado su nivel al depositarse el agua en las zonas nórdicas y en las montañas en forma de glaciares. Como consecuencia, la presión sobre los clatratos de talud oceánico ha disminuido, de manera que estos han liberado enormes cantidades de metano. Este funciona como el CO₂, pero de forma treinta veces más intensa.

La atmósfera, fría, de las etapas glaciales, se ha calentado. Y con ella, los océanos, que han liberado, como una gaseosa puesta al fuego, el dióxido de carbono que tienen disuelto. Metano y CO₂ cambiaron las etapas glaciales a etapas calientes. La última tuvo su máximo hace unos 6000 años, cuando los glaciares se fundieron, arrastrando barro fértil hacia los valles y produciendo, en conjunción con la existencia del Homo sapiens (aparecido durante la ultima etapa glacial) la primera revolución energética, la revolución agrícola.

Hoy, como consecuencia de la segunda revolución energética (iniciada en Inglaterra hacia 1800 con el consumo masivo de carbón, y continuada con la extracción aún más masiva de petróleo y gas) estamos lanzando a la atmósfera mucho más dióxido de carbono que el liberado al final de la última glaciación.

La consecuencia es evidente: la subida de temperatura es muchísimo más rápida que entonces, y los niveles de CO₂ hoy en la atmósfera no tienen equivalente en los últimos tres millones de años. Por eso el informe del IPCC afirma que el cambio ya está hecho, y que la temperatura seguirá subiendo aunque pudiésemos detener bruscamente las emisiones de CO₂ y metano.

Ahora se trata de no aumentar aún más este cambio climático actual. Una subida de 1,5 ℃ de la temperatura media global es mala, pero un aumento de 3 ℃ sería realmente catastrófico. Si con la pandemia las sociedades han sufrido durante un año y medio, es fácil pensar lo que pueden ser décadas completas de perturbación climática con el aumento constante de extremos meteorológicos.

Cómo frenar el avance del cambio climático

Tenemos todas las herramientas en nuestras manos para frenar el calentamiento global del planeta, sólo nos falta la decisión para ponernos manos a la obra. Tres componentes de nuestras vidas son esenciales en el aumento de concentración de CO₂ en la atmósfera y su consecuencia, el incremento de metano: los edificios mal aislados (alrededor del 50% de responsabilidad), los vehículos de motores de explosión y combustión y la quema de gas natural para generar electricidad (otro 30%).

Los edificios nuevos ya se construyen relativamente bien, aunque deben mejorarse los aislamientos y las formas de calefacción y refrigeración. Por ejemplo, con el paso de radiadores a paredes, suelos y techos radiantes. Es imprescindible abordar el acondicionamiento de los edificios antiguos.

En cuanto a los vehículos, tenemos ya la tecnología necesaria para eliminar el petróleo. Y ya se pueden producir baterías de sodio, un metal muchísimo más abundante y barato que el litio, ya que forma parte de la sal del mar. Es necesario lanzar de manera acelerada la producción de vehículos eléctricos, coches y camiones.

Pero esa producción no sirve de nada si la electricidad se sigue produciendo mediante combustibles fósiles, que es preciso eliminar, y si no hay una infraestructura capaz de cargar rápidamente los vehículos. Es preciso llenar las calles y carreteras de cables eléctricos que permitan recargarlos con la misma velocidad y facilidad con la que se recargan de combustible en las gasolineras. Sin esto, la producción de vehículos eléctricos no avanzará.

El sistema climático es un sistema no lineal, y estos sistemas tienen la tremenda característica de realimentarse y empezar a acelerar. La desaparición del hielo del norte del planeta aumenta cada vez más el calentamiento. Atajar el problema no es urgente, es urgentísimo.


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Informe IPCC: Certezas e incertidumbres sobre el cambio climático

Josep Lluís Pelegrí Llopart

A mediados del siglo pasado, las primeras voces de la comunidad científica advirtieron sobre la posibilidad de que el clima de la Tierra se modificase por la continua emisión de dióxido de carbono a la atmósfera como resultado de la quema de combustibles fósiles. Esta preocupación llevó, durante la década de los ochenta, a la creación primero del Programa de Investigación del Clima Global (1980) y, posteriormente, del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (por sus siglas en inglés IPCC, 1988).

El IPCC es una entidad de las Naciones Unidas encargada de valorar la ciencia relacionada con el cambio climático. Desde 1990 ha preparado numerosos trabajos relacionados con el cambio climático, entre los que destacan los Informes de Evaluación producidos cada 5-7 años, el último de ellos publicado entre 2013 y 2014 (Quinto Informe de Evaluación). En 2018 y 2019 se publicaron otros tres informes intermedios: el calentamiento global de 1,5 °C, los océanos y la criosfera en el cambio climático y el cambio climático y las zonas terrestres.

Ahora el IPCC acaba de publicar el primer volumen del Sexto Informe de Evaluación, dedicado a las ciencias físicas del cambio climático. Esta evaluación nos envía un contundente mensaje: el aumento de los gases invernadero en la atmósfera ha tenido, tiene y tendrá un grave impacto sobre el clima de la Tierra.

Imagen: Wikimedia Commons.

La certeza

La certeza básica —lo que podríamos llamar el punto de partida— es que el rápido aumento de los gases de tipo invernadero es de origen antrópico. Para el periodo 1960-2019, los dos principales gases de efecto invernadero han sido el dióxido de carbono (CO₂) y el metano (CH₄). Su contribución al efecto radiativo es del 63% para el CO₂ y del 11% para el CH₄. En el caso del CO₂, aproximadamente 2/3 partes corresponden a la quema de combustibles fósiles y 1/3 parte al uso de la tierra. En el caso del CH₄, la situación se invierte, con 1/3 parte proveniente de los combustibles y las 2/3 partes provenientes de la agricultura y la gestión de residuos.

Esta evidencia indiscutible, conduce a otra realidad que también se considera irrefutable: el aumento de gases invernadero hace que la superficie del planeta haya recibido y siga incorporando un exceso de calor. La radiación de onda larga que emite nuestro planeta no es suficiente para deshacerse de este exceso de energía y la diferencia se almacena principalmente en los océanos (el 91%). Este desbalance hace que la temperatura del planeta —no sólo la de la superficie del globo sino también del océano profundo— haya aumentado sobradamente por encima de los cambios planetarios naturales.

El incremento medio de temperatura del aire en la superficie de la Tierra, entre 1850-1900 y 2011-2020, ha sido de 1,09 °C (1,29 °C entre 1750 y 2019). Sobre las zonas terrestres este aumento ya ha alcanzado 1,61 °C, siendo un 45% superior a la media planetaria y un 80% superior al incremento experimentado en la superficie de los océanos.

El desbalance radiativo actual hace que, incluso si dejásemos de emitir gases invernadero, la temperatura del planeta continuaría aumentando. Con el fin de detener este incremento de temperatura lo antes posible, la única solución es eliminar la emisión de gases invernadero. El nuevo informe del IPCC nos advierte que cualquier alternativa de reducción progresiva en la emisión de estos gases ocasionará que la temperatura de la Tierra aumentará durante un periodo más largo.

Los daños colaterales

El Sexto Informe de Evaluación explora detenidamente los posibles impactos colaterales, de alcance global, asociados a la subida de la temperatura del planeta. A lo largo de todo el informe, se valora la confianza y grado de probabilidad de las predicciones. La confianza se determina a partir de la robustez de las evidencias disponibles y por medio del grado de concordancia entre investigadores y metodologías diversas. En la verosimilitud de futuros cambios, se destacan aquellos que tienen un grado de probabilidad muy elevado (90%) o de casi total certeza (99%).

Unos de las consecuencias indiscutibles es el aumento del nivel del mar, causado tanto por la expansión del agua que se calienta como por la pérdida de glaciares y hielo continental. El aumento para finales del siglo XXI dependerá del escenario de emisiones. Para un escenario realista se prevé un incremento de entre 0,55 y 0,90 m para finales de siglo, relativo al nivel del mar durante el periodo 1995-2014. Debido al deshielo y el calentamiento de las aguas profundas, el nivel del mar continuará aumentando durante varios siglos, pudiendo perfectamente alcanzar varios metros para el año 2300.

Otro impacto esperado es el incremento en la frecuencia de eventos extremos, tanto las tormentas con fuertes vientos y lluvias extremas como las sequías prolongadas. La combinación del incremento del nivel del mar y las tormentas más extremas reforzará el impacto sobre muchas zonas costeras.

El aumento de la temperatura superficial también conllevará una mayor cantidad de agua en la atmósfera. En particular, se prevé un incremento en precipitación de entre un 2 y un 8% para finales de siglo, dependiendo del escenario de emisiones de gases invernadero. Sin embargo, las precipitaciones se distribuirán de forma irregular, con sequías en zonas de climas mediterráneos y mucha más lluvia a altas latitudes. La variabilidad interanual también aumentará.

A estos dos ejemplos se le añaden otros como la acidificación y desoxigenación de grandes regiones oceánicas, un considerable aumento en la estratificación de las aguas superficiales y las oleadas de calor marino en regiones costeras. Todo ello con un importante impacto sobre la biodiversidad y salud de los ecosistemas marinos. También vale la pena destacar la previsión de que, durante el verano austral, en el año 2050 ya no habrá hielo ártico, con consecuencias importantes no sólo en la biodiversidad de estas regiones sino también en la disminución del albedo polar.

Las incertidumbres

El sexto informe nos dice que el cambio ya es imparable, lo que nos queda por saber es qué niveles alcanzará. Una gran parte del informe se dedica a analizar cuál será la magnitud de estos cambios para diferentes escenarios de emisión de gases invernadero. El informe concluye que si el equilibrio radiativo se logra con aumentos de temperatura moderados, entre 1,5 y 2,0 °C, el impacto sobre el clima tendrá consecuencias mucho menos drásticas.

Para llegar a esta conclusión el informe analiza multitud de factores, en cada caso valorando cuál es la respuesta más probable del sistema climático y a menudo reconociendo un elevado grado de incertidumbre. Se trata de aspectos del sistema climático cuya evolución futura no se conoce con suficiente confianza, a pesar de que tienen un papel muy importante en el aumento de la temperatura.

Un primer factor es la cantidad de dióxido de carbono que terminará en la atmósfera. Durante las seis últimas décadas aproximadamente el 56% del CO₂ ha terminado en el océano y en la biosfera terrestre. Sin embargo, el informe anticipa que este porcentaje disminuirá progresivamente hasta el extremo de que incluso podría revertirse, de modo que océano y masas terrestres podrían convertirse en fuente de CO₂ en lugar de sumidero.

Otro aspecto de importancia clave es la cinta transportadora global, encargada de distribuir energía hacia altas latitudes y de intercambiar las aguas superficiales y profundas. El informe indica que hay una alta probabilidad de que esta cinta se debilite, incluso previendo la posibilidad de su colapso total, pero con baja fiabilidad.

También se apunta hacia una reducción de las regiones con permafrost, que es la capa de suelo permanentemente congelada que ha acumulado grandes cantidades de materia orgánica. Su efecto parece estar muy por debajo del impacto que ocasiona la quema de combustibles fósiles pero el grado de incertidumbre es elevado.

Otro factor importante e incierto para el clima futuro de nuestro planeta es la evolución de las grandes masas de hielo antártico, localizadas en zonas emergidas sobre este continente. A diferencia de la región ártica, su posible deshielo vendrá condicionado no por la temperatura del aire sino sobre todo por la temperatura de las aguas subsuperficiales.

Finalmente, el ciclo de agua, especialmente en lo relativo a la formación de nubes y sus efectos albedo e invernadero, se mantiene como uno de los elementos con mayor incertidumbre. El fortalecimiento del ciclo del agua, con cambios significativos en la cantidad de vapor de agua en la atmósfera, podría ocasionar diferencias regionales importantes en las tasas de evapotranspiración.

La mayor incertidumbre

El clima de la Tierra está cambiando y cambiará aún más como resultado de un ritmo de vida insostenible que mantiene una parte de la población planetaria. A corto plazo experimentaremos fuertes sequías y lluvias torrenciales. A medio plazo viviremos una progresiva desertización de grandes regiones planetarias y nuestras costas y sus habitantes sufrirán fuertes temporales marinos superpuestos a un nivel de mar en lento pero progresivo aumento. A largo plazo, dejaremos a las generaciones futuras, a los nietos de nuestros nietos, un litoral inundado y en continuo retroceso.

El cambio climático conllevará también un fuerte impacto sobre los ecosistemas terrestres y marinos, deteriorando la salud de ecosistemas regionales y la resiliencia del sistema climático tal como lo conocemos. En el horizonte se vislumbra, como una realidad casi inminente, un sistema climático distinto al actual, para el cual la especie humana no se encuentra bien adaptada.

Sin duda es un aviso que nos dice que no estamos en el buen camino. ¿Cuál será nuestra respuesta? ¿Miraremos con amor y empatía a nuestros vecinos amenazados, con menos posibilidades de adaptarse que nosotros, y a esos nietos lejanos que no conoceremos? ¿Nos imaginaremos formando parte del planeta? ¿O seguiremos actuando como sus dueños y usuarios, con nuestras comodidades y lujos absurdos?

¿Seremos capaces de reinventarnos en nuestros pequeños gestos diarios? Reciclar, reutilizar, reducir… desde el consumo sostenible hasta nuestro goce armónico junto con la naturaleza. La respuesta está en nuestras manos, todos tenemos nuestra responsabilidad personal diaria y todos tenemos la oportunidad de exigir esta misma responsabilidad a nuestros gobernantes.

La humanidad ha ocasionado el cambio climático actual, y la humanidad también, paradójicamente, es la mayor incertidumbre en el futuro climático que nos espera.


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Informe IPCC: Por qué los escenarios optimistas son cada vez menos optimistas

Manuel de Castro Muñoz de Lucas

Se acaba de presentar públicamente el Sexto Informe de Evaluación del IPCC (siglas en inglés del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático) de Naciones Unidas. El documento recoge los avances en el conocimiento científico sobre el cambio climático global respecto al que se disponía en el 2013, cuando se publicó el anterior informe.

En la evaluación se presentan nuevas evidencias que, de forma aún más abrumadora que en los anteriores, responsabilizan de este grave problema a diversas actividades humanas. Entre ellas destaca la progresiva acumulación en la atmósfera de ciertos gases de efecto invernadero emitidos, que provoca un evidente calentamiento global de la superficie terrestre que altera otros factores del sistema climático.

Los aspectos más relevantes de la evaluación sobre el clima actual son:

• que el calentamiento global de la superficie terrestre se está acelerando (0,2 ℃ en la última década frente a una media de 0,12 ℃ por década entre 1950-2011),

• que un comportamiento similar se observa en otros factores climáticos (aumento global medio de las precipitaciones, reducción de la cubierta continental de hielo y nieve y elevación del nivel medio del mar),

• y, la mayor novedad, que los eventos climáticos extremos (olas de calor, lluvias torrenciales, periodos de sequía) han aumentado tanto en frecuencia e intensidad que en varias regiones del planeta ya no permiten explicación posible sin la influencia humana.

Todo lo anterior se detalla mediante el análisis riguroso de un conjunto masivo de observaciones inequívocas a escala planetaria.

¿Qué ocurrirá en los próximos años?

Estas alertas que lanzan los científicos sobre lo que está ocurriendo se agudizan al mostrar los resultados de un conjunto de proyecciones de cambio climático hasta final de siglo. Han sido realizadas con decenas de aún mejores y más sofisticados modelos físicos que simulan el comportamiento de los diversos componentes del sistema climático.

Para ello, han considerado cinco hipotéticos escenarios sobre la posible evolución futura del volumen global de emisiones humanas de los gases invernadero responsables de la alteración del clima.

• En el primero se supone un aumento rápido de emisiones hasta llegar a duplicarse a mitad de siglo,

• en el segundo que se llegan a duplicar a final de siglo,

• en el tercero que se mantienen similares hasta mitad de siglo y después decrecen moderadamente,

• en el cuarto que disminuyen desde el presente hasta alcanzar un valor neto de cero en el último cuarto de siglo

• y en el quinto que esa anulación neta se llega a alcanzar a mitad de siglo.

Es obvio que ninguno de estos escenarios coincidirá con lo que realmente ocurra a lo largo del siglo. Sin embargo, es el único procedimiento disponible para estimar los riesgos socioeconómicos asociados al cambio climático futuro que tendría que afrontar la humanidad en función de cómo evolucionen las emisiones globales.

Con los actuales modelos climáticos se logran reproducir de forma satisfactoria los principales cambios experimentados por el clima global en los dos últimos siglos. De los numerosos resultados de las simulaciones cabría destacar los siguientes:

• Se corrobora que el contribuyente principal del futuro calentamiento es el CO₂ (más del 75 %). Lo siguen a distancia el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O). Por tanto, las medidas mitigadoras deben contemplar prioritariamente la reducción de emisiones de CO₂, que casi exclusivamente proceden del uso de combustibles fósiles.

• De los cinco escenarios de emisiones considerados, sólo en el más optimista se conseguiría limitar el calentamiento global al valor que el Acuerdo climático de París señala como deseable (1,5 ℃ respecto al clima preindustrial). Por tanto, podría decirse que es altamente improbable conseguirlo. Tan solo los países de la Unión Europea y unos pocos más contemplan llegar a mitad de siglo a un valor cero de emisiones netas de CO₂.

Y tan solo en el siguiente escenario (llegar a cero emisiones netas a partir de 2075) habría posibilidad de limitar el calentamiento global a 2 ℃, el valor comprometido en el Acuerdo de París.

En los otros tres supuestos se llegaría a final de siglo con incrementos de temperatura global superiores, pudiendo llegar a aumentos por encima de 4 ℃. Temperaturas que no ha experimentado el planeta en, al menos, los últimos 3 millones de años, según todas las evidencias paleoclimáticas disponibles.

• Los futuros incrementos en la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos, los que provocan efectos más desastrosos, están en relación directa con el aumento de la temperatura media global. Es decir, que incluso en el escenario de emisiones más optimista se agudizarían los extremos que ahora se están observando, y sin duda mucho más en los otros escenarios. El informe muestra con ejemplos ilustrativos los cambios esperables en frecuencia e intensidad de olas de calor, lluvias torrenciales y periodos de sequía en muchas regiones del planeta.

¿Podemos realmente revertir el cambio climático?

Un aspecto que se tiende a resaltar mucho es el grado de “irreversibilidad” que presentan los cambios climáticos actuales o futuros. Primero habría que aclarar cuándo se considera que “revierte” un proceso de cambio. Sólo cuando se vuelve a las condiciones iniciales o a partir de que cambie el signo de su tendencia.

El calentamiento global observado está condicionado por el volumen acumulado de los gases invernadero emitidos desde la era preindustrial. Por tanto, sólo empezaría a remitir (cambiar de tendencia) después de que se anularan de forma neta las emisiones globales. Es decir, sólo se podría conseguir en los dos hipotéticos escenarios de emisiones más favorables.

Ahora bien, la temperatura media global de la superficie tardaría algunos siglos en volver a los valores preindustriales a partir de que cesaran totalmente las emisiones de gases invernadero. La principal causa es el efecto de los componentes del sistema climático con mayor inercia térmica (los hielos continentales y el océano profundo). Por tanto, serían irreversibles durante muchas generaciones.

En resumen, con este sexto informe, una vez más la comunidad científica advierte con argumentos muy sólidos a los gobernantes, a los poderes económicos y a toda la sociedad de los graves riesgos que irremisiblemente se derivarían de una mayor demora en la adopción de medidas para reducir drásticamente las emisiones generadas por el uso de combustibles fósiles. Esto no es catastrofismo, sino conocimiento y responsabilidad.

Fernando Valladares.
Profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).
Antonio Ruiz de Elvira Serra.
Catedrático de Física Aplicada, Universidad de Alcalá.
Josep Lluís Pelegrí Llopart.
Oceanógrafo y profesor de investigación, actualmente director del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC).
Manuel de Castro Muñoz de Lucas.
Catedrático de Física de la Atmósfera en la Universidad de Castilla-La Mancha y director del Instituto de Ciencias Ambientales de esa universidad.

A excepción del texto introductorio —“Las consecuencias ya están aquí”—, el resto de los artículos fueron publicados originalmente en  The Conversation.

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