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‘Exotizar’ al Otro (para triunfar en las Ciencias Sociales)

Los Otros son distintos a nosotros. Y nos resultan “tremendamente interesantes” ya sea por su música, por la manera en que bailan, por sus ropas, por el lugar donde habitan…, tal y como le pasó a la inglesa Amanda Watkins frente a sus cholombianos. Pero eso de exotizar al Otro, nos dice Juan Soto en el siguiente artículo, es algo que se aprende de manera muy temprana en nuestra cultura y no se necesita ser un investigador o algo por el estilo para hacerlo.


El chisme va así. En una entrevista que Amanda Watkins dio a BBC News, y que fue publicada el 19 de agosto de 2015, contó que en 2007 comenzó a visitar México para dar clases de moda. Dijo que en ese entonces vio por primera vez grupos de jóvenes que, de manera inmediata, captaron su atención y le parecieron “tremendamente interesantes”. En otra entrevista que apareció en Canal 22 y que fue subida al canal de Noticias 22 en YouTube el 8 de julio de 2014, la fotógrafa y diseñadora de moda relató lo siguiente: “Los vi junto al río una tarde de domingo y estaban tocando música. Solamente me senté ahí y los observé. Me encantó la música, la manera en que bailaban, sus ropas y dije: ‘Estos chicos son interesantes, voy a regresar la próxima semana para buscarlos’”. No obstante, cuenta que después de un tiempo ya no pudo encontrarlos frente al río. Razón por la cual decidió abrir una página en Facebook y buscar ayuda para entrar en contacto con ellos. Gracias a la colaboración de un voluntario fue que pudo lograrlo. Fue así que tiempo después los entrevistó, fotografió, conoció y, tras de 4 años de trabajo, pudo publicar un libro editado en 2013 por Trilce que se llama Cholombianos.

Watkins es profesora de la Universidad de Monterrey (UDEM), y como parte de las actividades del Año de México en el Reino Unido en 2015 logró montar en la Mezzanine Gallery de la organización cultural Rex Mix en Londres, su ciudad natal, una exposición de retratos de los cholombianos (apelativo que parece haber acuñado ella misma mezclando las palabras “cholo” y “colombiano”), la cual se pudo visitar entre el 7 y el 29 de agosto de dicho año. En Guadalajara, la Secretaría de Cultura de Jalisco organizó su propia versión de esta muestra intitulándola Cholombianos, cultura popular contemporánea de Monterrey para el mundo, pero con una duración más larga, del 26 de noviembre de 2015 al 10 de enero de 2016. La exposición ya se anunciaba como parte de un proceso de investigación. A decir de la misma Amanda Watkins, fue Debbie ―como se refiere a Déborah Holtz, escritora, periodista, locutora de radio y fundadora de la propia casa editorial Trilce, en la entrevista que le hizo Canal 22― quien le pidió que entrevistara a los cholombianos, que hablara con ellos para poder tener una mirada más profunda de dicha subcultura.

Para la exhibición que se organizó en el Museo de la Ciudad de México entre el 1 de julio y el 28 de agosto de 2016, a la exposición ya se le describía como multidisciplinaria y no sólo se mostraron imágenes, sino también objetos que iban desde escapularios hasta gorras, camisas y artículos de uso personal de los propios cholombianos. La exposición contó con más de 2 mil 600 piezas, incluida una colección de discos de vinil y la primera consola de cumbia rebajada, así como algunos mixes de quien es considerado el primer sonidero colombiano, Gabriel Duéñez. La exposición intercontinental causó el debido revuelo y fue anunciada con bombo y platillo en múltiples medios. Fue bien recibida por la gran mayoría. Sólo en Letras Libres (salvo que exista otro caso por ahí) se pudo leer un texto sensato y crítico a la vez en torno a Cholombianos. Llevaba el sugerente título de “La exotización de los pobres”. En él, se destacaba cómo el clasismo buena onda puede regodearse en lo que hace la gente ordinaria (especialmente la más desfavorecida en un mundo desigual como el nuestro). Se hizo notar la idea de cómo en los museos se abre el paso a las colecciones de lo que sea ya que el trabajo curatorial, museográfico y de difusión es, precisamente, el que se encarga de justificar su valor cultural o dotarlo de éste. La exotización de los pobres, que bien podemos entender como una lógica y una dinámica es, en el fondo, una forma de hacer del turismo cultural un proyecto. De hacer de la vida, de los diferentes, de quienes tienen una apariencia y unos modales distintos, un atractivo cultural. Es decir, una pieza de museo. Con mucho tino, Héctor Villarreal escribió que en la miseria se busca la riqueza creativa. Como si el ingenio de los marginados (en este caso para crear un estilo) fuese razón suficiente para convertirlo en algo divertido y atractivo al mismo tiempo. Lo exótico es cool (y su creatividad reivindicable).

Olu Oguibe, artista, curador, poeta y profesor de arte y estudios afroamericanos, nos recuerda, en un texto que tituló La conectividad y el destino de los no conectados, cómo en 1996 una artista y curadora sudafricana blanca montó una exposición en la Galería Nacional de Sudáfrica sobre la historia y la cultura material de los Joisa. La exposición, mayormente etnográfica, que mostraba imágenes y documentos de archivo sobre la afrenta colonial europea a los Joisa y el casi completo exterminio de los mismos, implicaba estrategias de construcción y realización que ofendían al grupo. Después de ver la exposición, un foro representativo del grupo —la Conferencia Nacional Griqua— censuró la exposición, describiéndola como una “cuestionable y activa contribución a promover la marginalización de las primeras naciones de África del Sur”. La curadora, en ese caso, no consultó al grupo. Otro foro de los Joisa, el Movimiento Cultural Hurikamma, condenó la exposición como “otro intento más de tratar a las personas morenas como objetos”. ¿Será por esta razón que los científicos sociales del siglo XXI se preocupan tanto por la ética en la investigación (aunque suelen confundirla con la moral)? ¿Será por eso que piensan que teniendo la autorización de todos aquellos con los que se vinculan para realizar sus investigaciones y publicar sus testimonios bajo el anonimato, eliminan la construcción y estigmatización de la diferencia sobre la cual, elegantemente, hacen sesudas reflexiones y sorprendentes elucubraciones? Eso de convertir los adjetivos en verbos, que también es una maldita moda cultural de los científicos sociales del siglo XXI con espíritu de hípster, no es lo más idóneo ni lo más inteligente para describir algo, pero lo vamos a hacer.

Exotizar al Otro (con “o” mayúscula) se ha convertido en una estrategia para estudiar la realidad social en viva voz de sus protagonistas. En realidad, las universidades (y los universitarios, obvio está) tendrían que preguntarse si en ese ánimo de tratar de luchar contra la diferencia y la desigualdad sociales no están terminando por reafirmarlas cada vez que un nuevo estudio o investigación se avala desde su interior. Para triunfar en las Ciencias Sociales, el requisito indispensable del siglo XXI es exotizar al Otro. Encuentre en sus vecinos algunos rasgos exóticos (en su apariencia y modales) y justifíquelo frente a un tribunal científico. Si lo hace bien, de manera convincente, le aplaudirán y seguramente le premiarán con una mención honorífica. Exotizar al Otro en las universidades, nunca como hoy, había sido demasiado sencillo. De cualquier modo, exotizar al Otro es algo que se aprende de manera muy temprana en nuestra cultura y no se necesita ser un investigador o algo por el estilo para hacerlo. Todos esos turistas que andan por ahí retratándose con la gente local de Machu Picchu, de alguna costa de Oaxaca, de alguna zona de Los Altos de Chiapas o de alguna urbe sintiéndose muy cool, saboreando el café en trastes de peltre, haciendo de la marginalidad y la pobreza un atractivo cultural para exhibirlo en las redes sociales, también tienen espíritu de investigador del siglo XXI. La exotización ya no sólo de la pobreza, sino de cualquier cosa que los investigadores de hoy consideren digno de ser invocado por ellos es, sin duda, una forma de triunfar en las Ciencias Sociales. La investigación social del siglo XXI es, cada vez más, una forma de turismo cultural.

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