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El cambio social es una batalla de toda una vida y de muchas vidas: Eduardo Galeano

Nació en Montevideo en 1940 y falleció ahí mismo el 13 de abril de 2015, a causa de un cáncer de pulmón. Escritor y periodista, Eduardo Galeano era también un historiador informado, fundado, certero, directo, claro, confiable —dispuesto a divulgar lo que la historia oficial escondía. En sus 74 años de vida, vivió muchas vidas, sintió mucho más que la mayoría, y defendió, como pocos, la dignidad humana. Aunque ya había publicado media decena de libros, una gran visibilidad le llegarían cuando publicó Las venas abiertas de América Latina. Era 1971. Aquel fue un ensayo rompedor, en el que literalmente cuenta y narra la historia de nuestro continente; como él mismo lo definió: “Un manual de divulgación de ciertos hechos que la historia oficial, escrita por los vencedores, esconde o miente”. El libro cumple 50 años, y Siglo XXI Editores ha lanzado una edición de aniversario. El periodista Fernando de Ita ha recuperado esta conversación con él, con el querido Eduardo Galeano, en donde habla, entre otras cosas, de Las venas, la escritura y de la vida misma…


Fue un encuentro extraño: el primer Congreso Internacional de escritores de Lengua Española después de Franco, celebrado en el verano de 1979. Tal vez por ello se realizó en las Islas Canarias, lejos de los grandes centros urbanos de la península ibérica y lejos de la gran prensa española, aun dominada por la derecha, aunque los diarios de la transición, como El País, fundado en 1976, comenzaban a ganar muchos lectores. Fue un encuentro extraño porque los tres campeones del Boom que habían apoyado la apertura política de Adolfo Suárez faltaron a la cita. Gabriel García Márquez porque no quería toparse con Mario Vargas Llosa, el novelista peruano porque no podía ver ni en pintura al fabulador colombiano, y Carlos Fuentes porque como amigo de los dos no quería tomar partido. Se leyeron las escusas de los tres escritores pero todos sabían que el derechazo que Vargas Llosa le colocó en la cara a García Márquez en la ciudad de México, circa 1976, fue la auténtica razón de su ausencia. Faltaron las estrellas del Boom pero estuvieron sus padres literarios: Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti. Los dos juanes fueron los patronos de la fiesta y, como tales, no tuvieron que asistir a las maratónicas y acaloradas mesas de trabajo, aunque sí debieron hacer la peregrinación diaria a diversos establecimientos comerciales para comer y cenar porque los organizadores tuvieron que recurrir a esos patrocinios ya que aún no eran los días de los inmensos presupuestos públicos que tuvo la cultura con Felipe González.

La falta de recursos económicos para el Congreso provocó una crisis soterrada entre las Famas del Congreso porque sólo los juanes y otro puñado de privilegiados alcanzaron hotel de cinco estrellas, el resto fue colocado en diversos albergues. A Eduardo Galeano le tocó en un convento de monjes fuera de Las Palmas, la capital de Gran Canaria, pero como él siempre fue un Cronopio aceptó sin malestar su destino provisional, donde lo encontré tirado en el camastro de su celda dolido por una crisis muscular que dificultó su peregrinaje en busca del sustento diario. Galeano ya era un personaje singular dentro de la narrativa y la izquierda latinoamericana, aunque no tenía aún la estatura que alcanzó después por su coherencia política y su buena prosa. Reproduzco la entrevista que se publicó en el diario unomásuno en el mes de julio de 1979 porque ahí está ya la suma de su pensamiento, aunque el tiempo le haya puesto fecha de caducidad a algunas de sus aseveraciones. Ahora que se cumplen los 50 años de Las venas abiertas de América Latina, y ante la polarización que atraviesa en México la República de las Letras, Galeano nos enseña que entre la derecha y la izquierda hay una franja en donde la dignidad personal está por encima de cualquier ideología.

Aprovecho la coda para comentar que aquel Congreso fue mi bautizo de fuego como reportero y escritor en ciernes. Primero por estar en medio de la crema y la nata de los narradores en lengua española. Segundo, porque fui unos de los privilegiados que alcanzó cuarto en el hotel de lujo, en donde también estaban Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco, dos maestros del vituperio que junto a los juanes no dejaban títere con cabeza. Era tal mi azoro por aquel destazadero del prójimo literario que Rulfo, que no tomaba, notó mi rubor y dijo, luego de una de las múltiples carcajadas de sus colegas:

—Cuidado, que hay oídos castos.

Y replicó Onetti:

—Ya es hora que se desfloren.

oOo

Islas Canarias. España. Dos veces Premio Casa de las Américas, autor de un best seller como Las venas abiertas de América Latina, reportero desde los 14 años, editor insobornable, director de Crisis, exilado político, Eduardo Galeano cree, con Unamuno, que son hombres de carne y hueso quienes escriben la historia, la íntima y la colectiva, dos espacios sociales que no pueden desligarse porque el uno no es posible sin el otro.

En la conversación que ha sostenido con este reportero, Galeano defiende su derecho de volar en sus libros, opina que la más alta misión de la política debe ser la de instaurar la plenitud del hombre sobre la tierra, y afirma que quien más, quien menos, los partidarios de la izquierda en Latinoamérica han cometido el pecado de la impaciencia.

Aguantándose el dolor muscular que lo obligó a recostarse en el camastro que le asignaron como huésped del Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española, Galeano ha ido hablando de sus convicciones políticas, literarias y existenciales, con esas pausas y entonaciones que le dan a la narración la estructura de un cuento que se sabe dónde comienza pero se ignora cuál puede ser su porvenir.

—Yo pienso que uno pelea contra el miedo desde niño, y que en el fondo, la participación pública, la participación política, no es más que la manifestación colectiva en contra de ese temor de estar vivo que se desarrolla las 24 horas de cada día —dice Galeano—. En literatura ocurre que también uno tiene miedo. ¿De qué? En el caso de un escritor de izquierda bien intencionado, miedo de darle municiones al enemigo, miedo de no ser útil a los demás… que no son miedos que en sí sean jodido, pero que pueden tener consecuencias muy castradoras, pues para que la literatura dé placer, debe comenzar por ser un placer al escribirla.

“En literatura no hay que darse órdenes, uno no puede proponerse hacer una literatura útil a los demás. La palabra escrita, cuando es verdadera, nace de una necesidad interior profunda e intensa. Sin embargo, entre los escritores de izquierda existe una cierta vergüenza por volar, como si la fantasía fuera reaccionaria y el derecho al sueño un privilegio reservado a las clases dominantes. ¡Y eso no es verdad! Por el contrario, sostengo que la cultura burguesa es una arma mutiladora de la realidad y de los sueños, que nacen de la realidad y hablan de ella. Por eso, muchas veces en la fantasía se presienten los grandes cambios sociales y se vislumbran las trasformaciones individuales”.

Galeano no acepta que exista una frontera entre literatura íntima y literatura política, ni barreras entre el plano íntimo y el plano político de la participación. No cree que pueda sustentarse una moralidad doble:

—No se puede estar en los actos públicos contra Pinoché y actuar como Pinoché en nuestra propia casa. La literatura de verdad tiene que ser espontáneamente política. Como quien come, como quien respira. Tiene que ser igualmente un acto de placer. Yo no puedo escribir una cosa que no me permita establecer con los lectores una relación de placer, porque entonces me incorporo a la legión de soporíferos, y no quiero eso. De ningún modo deseo ser uno más de entre tantos aburridos y aburridores que siguen repitiendo las mismas consignas con ese lenguaje muerto, de mimeógrafo.

Según Galeano, ese miedo de aburrir a sus lectores le llevó a escribir el ensayo sociopolítico que es Las venas “como si fuera una novela de Emilio Salgari”, con la intención de que las ideas y la investigación ahí expuesta llegaran a un mayor número de gente, sin menoscabo de la validez de su contenido que es el siguiente: “Yo creo que no hay en este mundo una riqueza inocente, una riqueza que no se explique por una pobreza. En este sentido, América Latina continúa siendo la sirvienta de los países ricos”.

—A nueve años de la visión crítica que expuso sobre el desarrollo de Latinoamérica, ¿las condiciones y los resultados del mismo se han modificado?

—No, yo creo que continúa la hemorragia que describí en mi ensayo. La única alteración notable en el proceso socioeconómico de América Latina es el considerable desarrollo industrial que han logrado países como Brasil y México. Pero este se ha hecho más hacia fuera que hacia dentro; y más para satisfacer necesidades extranjeras que las propias.

Con todo, Eduardo Galeano se declara optimista, “no a pesar de la realidad sino por ella”. Y añade:

—La Historia se ha encargado, de nueva cuenta, de mostrarnos que no camina al paso que uno decide sino al ritmo que le imponen las grandes mayorías de cada país. Nos hace falta humildad y paciencia para reinsertarnos en la realidad tal cual es, para entender que no hay modelos revolucionarios y que fue un error grave querer trasplantar mecánicamente la experiencia cubana a otros lugares. También debemos tomar en cuenta el fracaso del bonapartismo militar bien intencionado en el caso peruano, y recordar que la vía pacífica del proceso chileno para instaurar el socialismo terminó costando más vidas que cualquier proceso violento en Latinoamérica.

—Así las cosas, ¿cuál es la esperanza posible, es decir, realizable para las masas populares?

—Pienso que una de las claves de la esperanza es la impotencia del sistema: América Latina está sometida a un sistema económico y social que es incapaz de dar respuestas a sus problemas más agudos. Aun así, no es el momento de decir cuál es la alternativa sino el de ir buscándola conforme el proceso de lucha vaya avanzando.

—El caso es que de una u otra forma nos mantienen derrotados.

—¡No, no, no! Lo que pasa es que la liberación de una sociedad es una lucha larga, mientras que algunos creyeron que la Revolución era una excursión de una semana, y no es así. El cambio social es una batalla de toda una vida y de muchas vidas. Por desgracia, el tiempo de la Historia no siempre coincide con el tiempo personal de quienes se han empeñado en cambiarla. Esto ha provocado el desencanto de muchos intelectuales que se sentían elegidos para trasformar el mundo y se han sentido traicionados por el pueblo que no cumplió con sus deseos. Entonces, lo que eran heroicas masas populares se convierten en ‘este pueblo de mierda’. Se puede descubrir en esas expresiones, de la pequeña burguesía iluminada, las claves del fracaso político de varias experiencias revolucionarias frustradas por el mesianismo.

“Existe la estúpida costumbre de identificar una actitud política exclusivamente con las actividades de partido, pero es un hecho que la política no termina con los partidos. Es obvio que los partidos políticos son parte medular de la vida política, pero ésta es ante todo el ejercicio constante de la relación entre la libertad y el miedo, de tal forma que uno define su posición política hasta cuando coge, a través de lo que uno elige y uno rechaza, de lo que uno ama y odia”.

Galeano militó en el Partido Socialista de Uruguay a los 15 años, pero desde los 20 ha mantenido una vida independiente de cualquier organización, lo que no implica que no haya tenido una vida política. Por el contrario, la política, como la entiende el escritor uruguayo, ha sido el motor de su vida y de su obra.

Portada de la edición especial por el 50 aniversario de Las venas, enriquecida con las geniales viñetas de Tute.

Dice Galeano:

—Escribí Las venas a partir de algunas preguntas sobre América Latina que me acosaban y después de una investigación de cinco años. Para su tiempo, considero que fue una gran síntesis del problema del subdesarrollo escrito con un lenguaje nuevo, o por lo menos diferente al tradicional de los ensayos. Entre otras cosas, eso provocó que mi trabajo no fuera premiado por Casa de las Américas. En 1970 se pensaba que un buen ensayo debía ser aburrido, un libro latinoamericano típico, abigarrado, solemne, escrito en código para unas cuantas personas. Vos sabés que la receta para nuestra narrativa dice que debe ser barroca, macarrónica, hinchada. Y yo no creo que estas concepciones sean inocentes, no, no lo creo. Considero que ahí está la intención de las clases dominantes que procuran que la literatura de la resistencia no sea peligrosa, esto es, contagiosa. Mientras no exista el riesgo de que la literatura diga cosas a la gente vulgar y silvestre, a la gente de carne y hueso, no meten bronca. Pero cuidado cuando esa literatura los converse, los cambie; cuando las palabras les lleguen, les penetren… En fin, que después de Las venas he seguido escribiendo algunos libros como La canción de nosotros y Días y noches de amor y de guerra, ambos premios Casa de las Américas.

“Desde el punto de vista instrumental en relación a Las venas, te diría que en último libro hay un cambio hacia la simplificación del lenguaje, que tiende a despojarse de su grasa, por lo tanto, cada día me cuesta más trabajo escribir. Pude terminar el ensayo de un tirón, en tres meses de insomnio. En cambio ahora, para hacer una página, puedo estar una semana peleando con la palabra pues trato de decir la mayor cantidad de cosas con el menor número de palabras. Escribo entonces con la lapicera, pero también con el hacha, y transpiro mucho… Cada página que queda parece, ¡ja!, como si fuera el escenario de una guerra mundial, llena de tachaduras y correcciones que solamente uno entiende. Voy, creo, hacia la limpia dignidad de la palabra desnuda.

“Yo sigo escribiendo a partir de las preguntas que no me dejan dormir, tratando de buscar las respuestas. Así he cultivado todos los géneros porque he escrito de todo menos poesía, para la que soy muy bruto; por lo menos para la poesía en verso, quizá no para la poesía en prosa. Y he cultivado todos los géneros porque he sentido que mi necesidad de expresión requería en algunos casos de la novela, en otras del reportaje, del relato, de la crónica, del testimonio. En ningún caso ha resultado una orden dictada por voluntad propia sino una decisión que el texto mismo toma al margen de su escribidor. Soy de los que piensa que el tema te busca, te encuentra. Por eso, después de Las venas ya no hice más ensayo, aunque Las venas tampoco es un ensayo tradicional, y La canción de nosotros tampoco es una novela tradicional, y este último trabajo, Días y noches, es un libro de clasificación dificilísima porque no, no es un libro de memorias, no, no es del todo un testimonio. En todo caso es un largo poema en prosa, quizás una novela en la condición, mejor dicho, comprendiendo que los personajes existieron de verdad y las situaciones ocurrieron en serio”.

—Tan en serio que si no se marcha de la Argentina, es improbable que hoy estuviéramos conversando…

—Cierto, cierto. Ahora bien, Días y noches de amor y de guerra es una especie de collage que recoge los juegos de la memoria, todo lo que la memoria me fue contando. Es como un doble juego. La memoria sabe de uno más que uno, aunque debemos reconocer que también nos tiende trampas. Lo que quiero decir es que con toda honestidad conté cosas que pasaron. Mira, la espina dorsal del relato son mis dos últimos años en Argentina, en Buenos Aires, donde estuve muy acosado por las amenazas, donde cayeron varios amigos secuestrados, asesinados…

“Cuento la experiencia de todo ese tiempo y la cuestión es que se van convocando cosas, se van llamando fantasmas que vienen desde muy lejos, desde el fondo del pozo de la memoria: es la infancia. Las tierras por donde uno anduvo y uno amó. Los hombres y las mujeres con quienes uno anduvo y uno amó. Hombres y mujeres que a uno le han multiplicado el alma…

“¿Es literatura íntima? ¡Sí lo es! ¿Pero es literatura política? ¡Absolutamente! Repito, cuando la literatura política es de verdad, es espontánea, como el oxígeno que se respira, como quien come, como quien coge. Escribir, definitivamente, debe ser un acto de sumo placer. Lo juro, lo siento, lo vivo”.

Un último detalle: sin duda el momento más álgido del Congreso fue cuando el periodista y escritor cubano en el exilio, Alberto Montaner, expuso la represión que ejercía la Revolución cubana y su líder, Fidel Castro. Como su dolencia le impidió estar en esa controversia, le pregunto a Galeano si tiene alguna opinión al respecto. El doble Premio Casa de las Américas me responde de inmediato que sí:

—Yo he estado varias veces en Cuba y he dicho en sus universidades que el periodismo cubano es el peor que existe. Sin embargo, no me han censurado ni estoy en la cárcel del socialismo. Pero vamos a ver. Lo importante fue que Carlos Monsiváis se asustó, con justicia, porque Montaner acusó a la Revolución Cubana de represiva y todos sus defensores se apresuraron a justificar la represión en lugar de negarla. Nadie dijo: la Revolución Cubana no es represiva. No, yo no creo que el gobierno cubano sea represivo. Tampoco pienso que Cuba sea el paraíso terrenal. Pero hay un hecho. Cuba está lanzando a su pueblo más allá del egoísmo. De verdad que su gobierno está involucrado en un nuevo orden de valores, fundamentado en la solidaridad. Que hay problemas políticos los hay, pero una cosa es importantísima: no se puede comparar, de ningún modo, lo que ocurre en el Cono Sur con lo que está sucediendo en la sociedad cubana. En el Cono Sur el enemigo número uno es la gente, toda la muchedumbre. En Cuba, la gente es el propósito, la ambición, la utopía.

oOo

Como dijo el propio Eduardo Galeno en esta lejana entrevista, la Historia tiene su propio paso y hoy desmiente la opinión que el escritor uruguayo se forjó del gobierno de Fidel Castro. Aunque sospecho que no tendría empacho en reconocer que se equivocó y que tomaría partido por los artistas e intelectuales cubanos acorralados por el régimen, porque hablando de Crisis, la revista que fundó y dirigió en Buenos Aires, huyendo de la dictadura uruguaya, dijo estas palabras:

—La verdad, nos defendimos como fieras de la censura. Pero hubo un decreto, además de la confiscación de la revista en la provincia, por el que no se podía reproducir opiniones no especializadas sobre cualquier tema. En otras palabras, prohibieron los reportajes con la gente de la calle, y no, no, te juro, no hicimos Crisis para entrar en componendas, para caer de rodillas.

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