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Los fans canallas

Observador del entorno, el periodista y escritor Víctor Roura se adentra ahora al tema del fanatismo. “No es lo mismo coleccionista que fanático, o admirador que fanático. Seguidor tampoco puede significar lo mismo”, escribe en este ensayo. Theodor W. Adorno lo sabía, y los conocía, desde los años cuarenta: “En general, las fans están intoxicadas por la fama de la cultura de masas, una fama que esta última sabe cómo manipular, lo único que pueden hacer es reunirse en clubes para adorar a las estrellas de cine o para coleccionar autógrafos. Para ellas, lo más importante es la sensación de identificación sin prestar atención especial a su contenido”. Yolanda Saldívar, encontrada culpable de la muerte de la cantante texana Selena, era una verdadera fanática. Tal como Mark David Chapman era un fanático irremediable de John Lennon.


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Dice el Diccionario de la Real Academia Española que el fanático es la persona que “defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás”. No es lo mismo coleccionista que fanático, o admirador que fanático. Seguidor tampoco puede significar lo mismo. Un fanático está enceguecido por alguien a quien supone Dios, no en vano las sectas religiosas reciben el nombre de templos del fanatismo. Perteneces al culto (religioso, político, empresarial, periodístico, magisterial, etcétera) si crees en un solo discurso, en ninguno otro. El fanatismo amoroso por eso, con el tiempo, destruye las relaciones. Todo acto de fanatismo conduce, de alguna forma (o de muchas formas) a un rapto de irraciocinio.

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Los fans. Ahí están, puntuales. Creen, siempre, que su ídolo al cantar posa sus ojos precisamente en ellos. Cada uno de ellos cree que su ídolo está cantando para ellos. O ellas. Que el término fans, “fanáticos”, adquiere, en este sentido, una amplia apertura de género.

Theodor W. Adorno lo sabía, y los conocía, desde los años cuarenta: “En general, las fans están intoxicadas por la fama de la cultura de masas, una fama que esta última sabe cómo manipular, lo único que pueden hacer es reunirse en clubes para adorar a las estrellas de cine o para coleccionar autógrafos. Para ellas, lo más importante es la sensación de identificación sin prestar atención especial a su contenido. Cuando eran jóvenes, se han entrenado a adorar la voz de un cantante vulgar. Sus aplausos se desencadenan disciplinada y generosamente a una señal luminosa del director de las emisiones en directo, y se transmiten como un elemento más del programa popular. El entusiasmarse por algo, el tener una cosa supuestamente propia, es para ellas una compensación de su miserable existencia sin formas. Así se socializa la actitud de la adolescencia, decidida a entusiasmarse por esto o por lo otro y de un día para otro, con la posibilidad siempre presta a condenar mañana como tontería lo que hoy se adora con pasión”.

Selena.

Los fanáticos, o fanáticas (no seguidores o seguidoras, que éstos no están, o no son, tan enceguecidos: siguen a un grupo o a un personaje por alguna causa reflexiva, no apasionada), de los encumbrados no pierden su tiempo cuando esperan al ídolo (¡esperar horas para mirar al ídolo por supuesto que no es perder el tiempo!). Ahí los vemos haciendo filas interminables en las estaciones radiofónicas o en las taquillas para comprar el boleto o alrededor de los estadios después de los conciertos o sin fila sino en aglomeraciones pavorosas, y lo mismo el ídolo es un músico que un futbolista, un cantante que un locutor de la televisión. ¡Y los vemos en los aeropuertos esperando a sus equipos de futbol aunque hayan perdido goleados o a mujeres enloquecidas a la espera del galán de la telenovela sin importarles la noticia reciente de su violencia doméstica contra su esposa! Como acaba de suceder con Eleazar Gómez, liberado el pasado jueves 25 de marzo con la condición de que no se le acercara más a su mujer, quien lo demandara por violencia familiar, asunto que ha caído como anillo al dedo a cientos de hermosas fanáticas que tratarán de darle consuelo al actor de telenovelas que de pronto, pobre, se ha quedado solo sin pareja amorosa. ¿Para qué entonces están las fanáticas sino para velar por el ídolo sin importarles un diablo los pareceres (o los padeceres) de una alterada feminista? Las reporteras de espectáculos, el día de la liberación del personaje televisivo, se mostraban tan preocupadas por el galán de telenovelas que no dejaban de preguntarle, con gritos desbordados, al abogado defensor de Gómez cómo se encontraba de ánimo su cliente, desamparado como seguramente se hallaba el —aquí sí literalmente— infeliz!

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Sin los fanáticos, los ídolos no existirían. Y no existirían porque, luego entonces, serían personas comunes. Nadie se acercaría a ellos para mirarlos de cerca, para saber si su estatura es correcta o si sus ojos son justamente del color morado tal como se los mira en la televisión. Cuando los ídolos empiezan a fastidiarse de la gente significa que van por buen camino. Luis Miguel ha declarado que está tan lejos de la raza común que se ha mandado construir en su mansión un campo de golf para no ser estorbado por las miradas ajenas. (Justin Bieber, una vez durante un concierto en vivo, les pidió a sus fans que no gritaran tanto porque era muy molesto oírlas… y no faltaba a la verdad.)

El fanático lo es porque, como dice Adorno, suple su “personalidad”, que en realidad no tiene, por la de su ídolo. El fan aparece gracias a su ídolo. Es porque es fan. Sin él, sería aún más nada.

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Yolanda Saldívar, encontrada culpable de la muerte de la cantante texana Selena (1971-1995, fallecida a los 23 años de edad, quien estuviera cumpliendo, por cierto, medio siglo de vida el 16 de abril de 2021), era una verdadera fanática de la persona a quien dio fríamente la muerte. Tal como Mark David Chapman era un fanático irremediable de John Lennon, a quien dio calculadamente la muerte el 8 de diciembre de 1980.

A Yolanda Saldívar se le veía con Selena por todas partes (¿no era ella la presidenta de su club de admiradores?), saludando incluso antes que Selena a los directores artísticos, a los músicos, a los ingenieros de grabación. Yolanda Saldívar (también texana, nacida en 1960, contaba con 34 años cuando determinó quitarle la vida a la mujer que admiraba) decidió, mejor, desaparecerla del mapa acaso para apaciguar sus invencibles celos de no poder ser ella misma Selena. Yolanda Saldívar era Selena, en todo caso, en Yolanda Saldívar. Como Chapman (Texas, 1955, con 35 años cuando cometió el asesinato), que adoraba a Lennon, por eso lo eliminó: ¿por qué va a vivir John Lennon en John Lennon si Chapman debió haber sido Lennon y no Chapman?

Yolanda Saldívar, ante la inminente separación, pues ya Selena sospechaba de ella por los onerosos desvíos monetarios registrados en su cuenta, tuvo que eliminarla: ¿por qué Selena, que debería ser yo, va a proseguir su ruta sin mí? Y no es psicología gratuita, sino puro comportamiento común y corriente, cotidiano, vulgar, razonable, del fan.

El fanático, cuando le dan la mano, quiere inmediatamente el pie, y no lo quiere sino lo exige. Como el amante o la amante enfervorizado o enfervorizada que se hace a la idea de que el amado o la amada es solamente suyo, o suya, y de nadie más, los fans creen que el ídolo debe ser únicamente suyo.

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Los fans no intelectualizan su relación directa con su ídolo. Actúan. Nada más. Una vez un reportero de la revista Eres, fan a morir de Gloria Estefan (por eso escribía, y esto es un decir, en esa revista), gritó alocadamente durante una audición de ella en el Palacio de los Deportes que la amaba incondicionalmente. Gloria Estefan no lo oyó en el escenario donde estaba, ni sabía, ni supo, de su existencia, pero el reportero de Eres estaba seguro de que ella, Gloria, lo había escuchado con nitidez. Esa noche, el reportero durmió por primera vez plenamente satisfecho de su vida amorosa: ¡Gloria había oído su grito desesperado! Su misión, porque la misión de los fans es exhibir su devoción, estaba cumplida. Como los aduladores de los políticos, fans del poder, los fans de la música se olvidan de sí para darse totalmente a quienes admiran. No importa, como afirma Adorno, que mañana condenen como tontería lo que hoy adoran con pasión.

John Lennon.

Yolanda Saldívar y Mark David Chapman continúan encarcelados por sus crímenes. Chapman asegura de que Lennon ya lo perdonó y Saldívar podría salir de la prisión, según fuentes cercanas a la familia de Selena, en el año 2025, pero nadie puede confirmar tal temor. Los asesinos acabaron con las vidas de sus ídolos. Por lo menos en ese punto pueden estar tranquilos de que no siguen gozando sus éxitos sin ellos. Porque las razones de un fan a veces son extremadamente incomprensibles, que en ocasiones ni ellos mismos las entienden o son capaces siquiera de glosarlas.

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