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Coronavirus: entre la salud, las vacunas y las patentes

A mediados de 2020, en medio de la pandemia, Dean Baker — economista estadounidense, cofundador y codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR)— reflexionaba en varios de sus artículos sobre la búsqueda de la vacuna contra el coronavirus. En todo el mundo, decía, los laboratorios se apuran para producir una vacuna; sin embargo, los investigadores biomédicos no están colaborando: están compitiendo. Y se preguntaba: ¿los anima la salud o la competencia por el capital? Ya con la vacuna —o las diversas vacunas— en nuestras manos, Dean no ha dejado de lado el debate. En los dos primeros meses de 2021, Dean publicó una breve nota y un interesante artículo sobre el acaparamiento de las vacunas existentes por parte de los países ricos, y una brevísima nota sobre un debate imperdible que sostuvo con Thomas Cueni, el director general de la Asociación Internacional de Comercio Farmacéutico, en el que este último deja muy mal parados a los expertos en salud pública y al propio Bill Gates, probablemente para desviar la atención sobre los monopolios de patentes. Aquí reproducimos sus reflexiones…


Para prevenir el resurgimiento de la pandemia, ¿podemos hablar de investigación de acceso abierto?

A medida que avanzan los planes de vacunación, varios expertos en salud pública nos advierten que la pandemia puede resurgir por la aparición de nuevas cepas resistentes a las vacunas. La lógica dice que cuanto más personas estén protegidas contra la cepa dominante aparecerán nuevas mutaciones, y las vacunas con las que contamos ya no serían eficaces. Esto puede colocarnos en una situación de “whack-a-mole” (un juego mecánico en el que hay que darle martillazos a varios topos que vuelven a aparecer todo el tiempo, NdT), debiendo alterar constantemente nuestras vacunas y volver a aplicarlas para limitar la muerte y el sufrimiento por la pandemia.

Como nunca antes, esta situación muestra la urgencia de acelerar la investigación sobre vacunas. Aunque la cuestión es que sería deseable que rápidamente las pruebas sobre las nuevas cepas se compartieran y también los ensayos sobre la eficacia del lote actual de vacunas en relación con cada una de las nuevas cepas.

El problema de los monopolios de patentes

Ni duda cabe que es poco probable que estas cosas ocurran, mientras las compañías farmacéuticas sólo intenten maximizar los beneficios de los monopolios de patentes que les otorgan los gobiernos. Tienen pocos incentivos para compartir pruebas capaces de poner en evidencia que sus vacunas podrían no ser eficaces ante determinadas cepas. Las agencias reguladoras deberían tomar esta determinación y divulgar públicamente sus hallazgos aunque a Pfizer, por ejemplo, no le interesa divulgar sus hallazgos de manera abierta.

El problema que supone la protección de los derechos de propiedad intelectual en pandemia ha recibido una atención considerable en el resto del mundo —aunque no en Estados Unidos—, a raíz de una resolución presentada por India y Sudáfrica en la Organización Mundial del Comercio. Si tal resolución se aplicara, se dejarían sin efecto los reclamos de patentes y otros derechos de propiedad intelectual sobre vacunas, tratamientos y pruebas mientras dure la pandemia. La resolución cuenta con un apoyo aplastante por parte de los países en desarrollo, aunque Estados Unidos y otros países ricos están prácticamente unidos en la oposición.

Luego de la presentación de la resolución, varios analistas argumentaron que poner fin a la protección de la propiedad intelectual no aceleraría la expansión de las vacunas (aunque en general no abordaron la cuestión de los tratamientos y las pruebas). El argumento fue que la producción de vacunas supone complejos procesos de fabricación que otros productores no estarían en condiciones de replicar, aún cuando no estuvieran bloqueados por los monopolios de patentes. También argumentaron que existen límites para escalar la producción, y que estos limites no se verían afectados por la eliminación de los monopolios de las patentes.

Sobre el primer punto no hay discusión. Pfizer, Moderna y otros fabricantes de vacunas tienen un conocimiento específico de los procesos de fabricación que no está disponible de manera amplia; y si bien es probable que con el tiempo los productores de otros lugares sean capaces de replicar sus procesos, nos gustaría que estas empresas compartieran directamente sus conocimientos de fabricación.

Y esto podría hacerse de dos maneras: podríamos pagarles para que transfieran sus conocimientos y organizar seminarios y consultas con los ingenieros de otros fabricantes para que se pongan al día lo antes posible. Lo ideal sería negociar unas condiciones que fueran aceptables para estas empresas.

Ahora bien, supongamos que Pfizer, Moderna y el resto no estuvieran dispuestos a vender, o no quieren hacerlo a un precio razonable. Entonces tenemos una segunda posibilidad: ofrecerles mucho dinero de manera directa a las personas que tienen los conocimientos necesarios. Supongamos que les ofrecemos entre 5 y 10 millones de dólares a los ingenieros más aptos durante un par de meses para que trabajen con ingenieros de todo el mundo. Obviamente que Pfizer y Moderna podrían demandarlos, entonces nosotros pagaríamos la cuenta de sus honorarios legales y el dinero que puedan perder en los acuerdos. Las sumas son triviales en relación con las vidas que podrían salvarse y los daños que se evitarían con una difusión más rápida de las vacunas.

Si estas empresas realmente emprendieran acciones judiciales, también sería una gran oportunidad, porque le mostrarían al mundo su afán de lucro y la enorme corrupción del actual sistema de financiación de los monopolios de patentes.

De acuerdo, supongamos que somos capaces de superar los obstáculos y lograr que los conocimientos de estas empresas se distribuyan libremente por todo el mundo. Todavía tenemos el argumento de que hay límites físicos para escalar la producción de vacunas.

En este argumento hay dos puntos. En primer lugar, aunque es innegable que hay límites, todavía podríamos avanzar más deprisa. Nadie tenía vacunas en el mes de marzo de 2020, pero los principales productores tenían la capacidad de producir decenas de millones de dosis al mes en noviembre, un período de menos de ocho meses.

Desafortunadamente es altamente probable que la pandemia siga siendo un problema grave en una buena parte del mundo en octubre de este año. Esto significa que si reprodujéramos las instalaciones de Pfizer, Moderna y los demás fabricantes principales, podríamos disponer de suministros adicionales en un plazo de tiempo en el que todavía sería enormemente útil, y el objetivo de octubre no supone ningún aprendizaje que acelere el proceso.

Recientemente Pfizer anunció haber descubierto algunos cambios en su proceso de producción que permitirían casi duplicar el ritmo de su producción. Por supuesto es una gran noticia que además significa que quienes aseguraban que no había forma de acelerar la producción no estaban en lo cierto.

Y este hallazgo de una producción más rápida por parte de Pfizer también hace que nos preguntemos si los ingenieros de Pfizer son los únicos en el mundo que tienen capacidad para descubrir nuevas formas de acelerar la producción. Digámoslo así: si el conocimiento del proceso de producción de Pfizer fuera libremente compartido con los ingenieros de todo el mundo, ¿sinceramente pensamos que no habría nadie con capacidad para aportar nuevas mejoras?

La lucha contra las variantes

Esto nos vuelve a mostrar la necesidad de pasar al código abierto para combatir la propagación de nuevas variantes resistentes a las vacunas. En este momento, tenemos más de media docena de vacunas que se están distribuyendo ampliamente en países de todo el mundo. Además de las estadounidenses y europeas, hay al menos dos de China (al parecer, el país acaba de aprobar una tercera), una vacuna de la India y otra de Rusia. Estas vacunas tienen tasas de eficacia diferentes y sin lugar a dudas también tendrán diferentes tasas ante las nuevas cepas.

Ante las numerosas quejas sobre la falta de transparencia en los resultados de los fabricantes no estadounidenses y europeos, preciso es recordar que incluso los fabricantes estadounidenses y europeos no han sido totalmente abiertos con los resultados de sus ensayos. Sería ideal que todas estas empresas divulgaran plenamente los resultados de sus ensayos clínicos para que los investigadores de todo el mundo pudieran ver en qué grupos de personas fue más eficaz cada una de las vacunas y qué resultados obtuvieron en la protección contra las distintas cepas.

Huelga decir que conseguir la total divulgación es algo que habría que negociar, pero para eso dios creó los gobiernos. En principio, esto debería ser una tarea no imposible, porque finalmente el control de la pandemia lo antes posible nos beneficia a todos. La tarea no requiere tanto esfuerzo, los fabricantes de vacunas tienen los datos, sólo tenemos que lograr que se publiquen en la web.

Si dispusiéramos de toda la información sobre la eficacia de cada vacuna, y si los fabricantes de todo el mundo tuvieran permiso para producir cualquier vacuna sin tener que enfrentarse a juicios de propiedad intelectual, estaríamos mejor situados tanto para contener la pandemia como para responder rápidamente ante la aparición de nuevas cepas. Obviamente esto supone plantear si nuestro sistema actual de financiación de monopolios de patentes es la mejor manera de apoyar el desarrollo de nuevos medicamentos y vacunas, pero es un riesgo que vale la pena correr.

Thomas Cueni, el director general de la Asociación Internacional de Comercio Farmacéutico, dice que Bill Gates es imbécil

Bueno, no fueron exactamente las palabras que usó el señor Cueni ni estaban dirigidas de manera específica a Bill Gates, pero también lo es que lo que Cueni afirmó sobre los esfuerzos para vacunar al mundo entero contra el coronavirus equivale a haberlo dicho.

En el debate que tuvo lugar hace unas semanas, Cueni dijo —y todos estuvieron de acuerdo— que el principal obstáculo para la vacunación en el mundo en desarrollo no era la vacuna sino la disponibilidad de jeringas y otros artículos necesarios para transportar y administrar vacunas. (Sus comentarios a partir del minuto 21.10 aproximadamente).

Cueni —es importante reparar en ello— está hablando en el mes de marzo de 2021 y no en marzo de 2020; y si aceptamos a pié juntilla su afirmación, deberíamos pensar que Bill Gates y los expertos en salud pública altamente capacitados que trabajan en su fundación, o en Covax, o en la OMS y en otros lugares, no sabían que serían necesarias miles de millones de jeringas y enormes cantidades de artículos para administrar las miles de millones de vacunas. O bien deberíamos pensar que incluso luego de un año de preparación —y con miles de millones de dólares a su disposición—, no han sido capaces de organizar la fabricación de estos artículos tan pedestres.

Si alguna de las dos opciones fuera cierta, no cabe duda de que “imbécil” sería una descripción correcta. Por supuesto, existe otra posibilidad: que el señor Cueni haya intentado desviar la atención sobre los esfuerzos para anular los monopolios de patentes concedidos por el gobierno, de los que gozan los miembros de su organización. (Dean Baker)

Traducción: María Julia Bertomeu

Fuente: The Center for Economic and Policy Research (CEPR) / Revista Sinpermiso.

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