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Uslar Pietri, dos décadas después

El escritor y político Arturo Uslar Pietri está considerado junto a Rómulo Gallegos como el escritor más célebre de la literatura venezolana del siglo XX y uno de los más importantes intelectuales de toda Hispanoamérica. Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela, y a lo largo de su vida combinó la vocación literaria con la actividad de diplomático y político. Testigo excepcional de la historia latinoamericana del siglo XX, desarrolló una muy productiva carrera literaria que arrancó en 1928 con el título Barrabás y otros relatos, una colección de cuentos en los que describió la vida rural venezolana. Las múltiples novelas y relatos que vinieron después, junto a su copiosa labor periodística y ensayística, le aseguraron un lugar destacado en nuestras letras. Uslar cultivó también la poesía, el teatro y la literatura de viajes y jugó un papel destacado en la política de su país (llegó a ser candidato a la presidencia en 1963). Considerado renovador del cuento venezolano, Arturo Uslar Pietri falleció hace exactamente dos décadas, motivo por el cual aquí lo recordamos…


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A los 94 años de edad falleció, hace 20 años —el 26 de febrero de 2001—, el venezolano Arturo Uslar Pietri, nacido en Caracas el 16 de mayo de 1906.

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Frustrado político, que no pudo alcanzar la Presidencia de la República, el venezolano Arturo Uslar Pietri sin embargo fungió, durante tres lustros, como diplomático, director de Inmigración, ministro de Educación, secretario de la Presidencia en el mandato de Medina Angarita, ministro de Hacienda y de Relaciones Interiores.

Luego, se dedicó a lo suyo: la enseñanza de las letras hispánicas, tanto en universidades de su país como en algunas foráneas (en Nueva York impartió cursos en Columbia). En 1931 —hace justo nueve décadas— publicó su novela Las lanzas coloradas, que a sus 25 años lo catapultaría en un primer plano intelectual. Diecisiete años después, en 1948, se editaría su segunda novela de tintes históricos: El camino de El Dorado, que marcaría en definitiva su objetivo escritural.

Pero no se dedicó exclusivamente a estos trazos de la historia local, si bien con ello definió su estilo literario; de hecho, no hubo género que no abordara, ya sea en la crónica (El globo de colores, 1974), en el teatro (Chúo Gil y las tejedoras, 1960), en la poesía (Las visiones del camino, 1945), en el ensayo (La otra América, 1974) y en el relato breve, como Un mundo de humo (Plaza y Janés, 2000).

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En “La mosca azul”, uno de los tres cuentos que se recoge en Un mundo de humo, el personaje central es un tal José Gabino, que duerme donde la noche lo encuentre. Una tarde lo hallaron varios muchachos bajo un tronco, “era un lío de trapos sucios y desgarrados. Debajo del sombrero hecho hilachas le asomaba la cara barbuda y la nariz roja”.

Un muchacho le aventó la guayaba. “El fruto amarillo estalló en el tronco, junto a la cabeza. El dormido abrió los ojos con susto”. Desde lejos, los muchachos coreaban con estrépito: “¡José Gabino, ladrón de camino!”, lo que hizo enfurecer, como siempre, a este hombre. “La madre de ustedes. Ésa es la que es”, respondió el adormilado, buscando una piedra para contestarles la agresión.

Tenía la boca seca.

“Un día de éstos —se dijo— voy a coger a uno de esos vagabundos y le voy a aplastar la cabeza con una piedra lo mismo que una guayaba. Para que aprendan a respetar. Faltos de padre y de palo. ¡Pila de vagabundos!”

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Dice Uslar Pietri que, en seguida, se volvió a poner el sombrero sobre los ojos: “Ya no era de ningún color ni de ninguna forma. Era color de tierra y de sombra, y por eso a veces parecía que no tenía cabeza, sino un hueco oscuro y sucio, y a veces parecía que llevaba un zamuro dormido parado sobre los hombros”.

Decía José Gabino que ese sombrero, que no lo cambiaba por ninguno, era del circo. “Yo se los he dicho —se decía—. Pero esos muchachos no respetan. Creen que todo el mundo es igual. Yo se los he dicho. Éste es el sombrero del circo. José Gabino, trapecista. El doble salto mortal. José Gabino y el rey del alambre. Lo hubieran visto, para que respetaran. Míster Pérez se paraba en la pista, con su pumpá y su látigo. Y empezaba esa música. Y aquel alambre listo y largote”.

Pero nadie le creía.

“Mentira, José Gabino. Mentira. No digas tanta mentira, José Gabino. Tú no fuiste sino payaso. Y dos noches. Cuando se enfermó el payaso al llegar al pueblo con un dolor de barriga”.

De pronto, se despierta de nuevo. “El sol se ha puesto amarillo. Se acerca la tarde. Cuando entreabre los ojos divisa un borrón azul sobre la nariz. Se esfuerza por ver más claro”. Es una mosca azul. “Grande, metálica, brillante. Parece de vidrio de collar. Se restriega las patas delanteras. José Gabino lanza un manotazo. La mosca vuela con un zumbido grueso. Esas son las moscas que se les paran a los animales muertos. Brillan en las inmensas barrigas de los caballos muertos”.

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Un borrón azul no se le quita de la nariz. Se restriega y no se borra. El animal maldito ya le ha hecho el daño. Lo que necesita es un guarapo de raíz de mato, que lo pondría bueno en un saltico. Cerca estaba la casa de María Chucena. Tal vez ella pudiera darle alguna toma. Se dirigió al rancho. Miró a las gallinas y a un pavo que se hinchaba y deshinchaba ruidosamente. En otro tiempo, “hubiera podido de un salto echarle mano a aquella gallina que estaba allí junto a él picoteando en la raíz del taparo. Pero ahora no podía. Estaba muy pesado. La gallina hubiera revoloteado, alborotando el patio”.

Cuando, de todos modos, hizo el intento de agarrar a una por el cuello, la voz de María Chucena se oyó detrás suyo. Escondió la mano con rapidez y, fingiéndose más dolorido, dijo:

—Aquí he venido arrastrándome para pedirle un guarapito —pero la india María Chucena lo conocía bien.

—Está bueno —le dijo—. Pero no se me le acerque mucho a las gallinas, José Gabino. Entre usted y los zorros no van a dejar pavo ni gallina por estos campos.

José Gabino no se quedó callado.

—Si eso no es verdad, María Chucena. Maldades de la gente. Yo no me robo los pavos ni las gallinas. Lo que pasa es que se vienen conmigo por su gusto.

Este José Gabino siempre con sus cuentos y sus marramucias. Por donde iba, José Gabino dejaba su rastro, ya llevándose una botellita de aguardiente, ya pidiendo un lugarcito para acomodarse a lo largo del camino. Ahora que una mosca azul lo ha picado, no sabe cómo remediar el mal. Se va a morir de mengua, José Gabino, y nadie va a hacer nada por este hombre que va por la vida buscando algún remedio para todos sus males.

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En “Un espejo roto”, Uslar Pietri cuenta la historia de una mujer que mira pasar los años ya sin retenerlos. “Desfilaban rostros, desfilaban voces, desfilaban nombres. Se daba cuenta de que confundía. Procuraba no ponerse los anteojos, pero aun cuando los tenía puestos no veía con claridad. A ciertas distancias las fisonomías se fundían en un empastado blando y casi informe. Era más por la silueta, o por la voz que podía reconocer. Además, los presentes se parecían mucho a los ausentes”.

Se fueron yendo los maridos y llegando los hijos y los nietos y los bisnietos. Cuando hablaba con uno de ellos no sabía con quién estaba hablando en realidad. “A veces, también, se ponía a hablar sola. Era entonces cuando hablaba con los muertos y los ausentes. Cuando casi oía las réplicas que no le daba nadie. Cuando reanudaba viejas discusiones”. La vida no es más que un incesante transcurrir de años.

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Y en el cuento que da título al libro: “Un mundo de humo”, trata de la creíble venganza de un general que nunca olvidó la afrenta que le cometiera Juan al meterse con su hija la aciaga noche en que la madre de Juan agonizaba. A partir de aquella vez en que ambos jóvenes, Juan y Carmencita, conocieran el amor, la vida ya no fue vida sino pura angustia, escondedera, silenciamiento. Una noche los sorprendió el general.

—¡Tú no sabes con quién te has metido, Juan! —gritaba el viejo—. Matarte sería poco. Me la vas a pagar más completa. Lo recojo de la calle. Muerto de hambre. Le entierro la madre. Lo traigo a mi casa. Para que me salga con esto. A lo mejor creíste que yo te iba a casar con ella. No. Estás equivocado. Prefiero que se meta a puta.

La venganza del general fue eterna, al grado de que Juan no pudo vivir la vida el resto de sus días.

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