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La maldita covid-19 contra el arte

Entre premios y varios fallecimientos.


En los últimos días, los medios de comunicación no sólo han ido dando cuenta, como habitualmente lo hacen, del nombre y la semblanza de los artistas que lamentablemente han fallecido, sino también de aquellos que han perdido la vida a causa de la covid-19. Esta enfermedad, que le ha arrebatado la vida ya a más de cien mil personas en todo el mundo, fue la causa de muerte del director de cine chino Chang Kai, de 55 años, a mediados de febrero, y de tres de sus familiares: su padre, su madre y su hermana. Todos ellos vivían en el epicentro desde el que se extendió la hoy pandemia del nuevo coronavirus: Hubei, en Wuhan, China.

Manu Dibango

Unas semanas después, en París, fallecería por la misma causa el músico camerunés Manu Dibango. Aunque en sus inicios optó por el piano, al paso del tiempo Dibango adoptaría al saxofón como su principal instrumento. Mucho antes de que se popularizara el movimiento llamado World Music, él ya promovía por Europa (y después por buena parte del mundo) la música tradicional camerunesa. Quizá su composición más recordada es “Soul Makossa”, aunque no fue sencillo que la industria musical le diera el crédito por ella, pues por mucho tiempo se creyó que era una herencia musical africana. El propio Michael Jackson plagió este tema en su éxito “Wanna Be Starting Something”. Manu Dibango murió a las 86 años el 24 de marzo pasado.

Ellis Marsalis Jr.

Un músico más que se nos fue a causa del maldito SARS-CoV-2 fue Ellis Marsalis Jr. Tenía 85 años cuando dejó de existir, el 1 de abril pasado, en un hospital del Luisiana, Estados Unidos. Sin duda, en la actualidad el apellido Marsalis evoca un sonido muy parecido a la trompeta de Wynton, el más reconocido de esta dinastía de músicos que iniciara con Ellis Marsalis Sr., pero la verdad es que Ellis Marsalis Jr. fue, además de uno de los más importantes pianistas en Nueva Orleans, todo un educador. No nada más de sus hijos (Wynton, Branford, Delfeayo y Jason), sino de ejecutantes como Nicholas Payton, Harry Connick, Terence Blanchard y Donald Harrison.​

Juan Giménez López

También en sudamérica el nuevo coronavirus ha cobrado sus víctimas: el pasado 2 de abril terminó con la vida del dibujante Juan Giménez López, a los 76 años, en la provincia de Mendoza, Argentina, de donde era originario. Este historietista, quien desde los años ochenta vivía en España (donde contrajo la infección), era reconocido mundialmente por obras como Estrella negra (1979), Cuestión de tiempo (1982), Basura (1988), El cuarto poder (1989), Ciudad (1991) y la que quizá sea su serie más famosa La casta de los metabarones, que elaboró junto con el chileno Alejandro Jodorowsky.

John Prine

Sólo unos días después, el 7 de abril pasado, el aún incontrolado patógeno acabaría con la vida de uno de los músicos más emblemáticos del folk rock estadounidense. Hablamos del buen John Prine, a quien tanto Johnny Cash como Bob Dylan rindieran pleitesía, sobre todo por esa manera tan peculiar y musicalmente emotiva de narrar historias de vida en sus canciones, en especial en sus primero álbumes. Al momento de morir, Prine tenía 73 años. Algunas de sus piezas más clásicas son “Illegal Smile”, “Sam Stone”, “Paradise” y “Hello In There”. Si en 1998 este admirable músico y compositor fue capaz de superar un cáncer de garganta, su entereza no le bastó para sobreponerse, ahora, al brutal ataque a sus pulmones por parte del coronavirus. Pero antes de partir dejó un testamento grabado apenas en 2018: el disco intitulado The Tree of Forgiveness.

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El mundo sonoro único de Arvo Pärt

Arvo Pärt. / Foto de Eric Marinitsch – Universal.

Quien haya contemplado por varios minutos, en silencio, una montaña, puede estar seguro de que ha escuchado (incluso sin conocerla) la música del estonio Arvo Pärt. Nacido en 1935, Pärt acaba de ser reconocido, el pasado 31 de marzo, por la Fundación BBVA con el Premio Fronteras del Conocimiento, en la categoría de Música y Ópera, por “cultivar un lenguaje original que le ha llevado a crear un mundo sonoro único”. El fallo del jurado ha destacado que sus creaciones son “una aproximación nueva a la música espiritual, especialmente coral, que reduce el material sonoro a lo esencial”. En un comunicado, esta fundación sostuvo que, tras una larga e intensa búsqueda, a mediados de los años setenta Arvo Pärt dio forma a su propio lenguaje, el ‘tintinnabuli’, que ha desarrollado de manera continuada hasta el presente: “De apariencia sencilla, pero sustentado en una alta complejidad técnica, consiste en líneas sonoras entrelazadas, desprovistas de cualquier elemento accesorio”. Se trata, pues, de “una nueva aproximación a la música espiritual, especialmente coral, donde la voz es esencial, con un gran peso de la palabra, por lo general sobre la base de textos litúrgicos o plegarias”. Esta manera de trabajar le valió al estonio, hace un par de años, que el papa Francisco le entregara el premio Ratzinger, que otorga la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, quizá el más importante reconocimiento para un teólogo, que en aquella ocasión, no obstante, le fue dado a un músico, quien además no es católico sino ortodoxo. A finales de los años setenta del siglo pasado, el éxito de la obra de Pärt provocó que el estado soviético lo considerara peligroso por su espíritu innovador y por hacerse eco de una visión espiritual y sensible capaz de resonar con la audiencia. Entonces, el compositor se sumió “en un retorno a los orígenes mediante el estudio de la música vocal cristiana, el canto gregoriano, la escuela de Nôtre Dame y la polifonía renacentista”. En 1977 compuso algunas de sus obras más conocidas: “Cantus in Memory of Benjamin Britten”, “Fratres”, “Summa” y “Tabula rasa”. El estreno de esta última le abrió las puertas a un amplio reconocimiento internacional, pero también provocó su detención por el régimen soviético, como recuerda, en su comunicado, la Fundación BBVA. Tras vivir algunos años en el exilio, en 2010 Pärt —cuya obra forma parte de la banda sonora de numerosas películas, lo que lo vuelve uno de los compositores contemporáneos más escuchados— regresó a Estonia, “donde vive desde entonces y donde fundó el Centro Arvo Pärt para crear y mantener su rico archivo personal y servir como lugar de encuentro para músicos, investigadores y amantes del universo musical”. El Premio Fronteras del Conocimiento da al ganador de cada una de las ocho categoría que lo componen una obra artística, un diploma y 400 mil euros.

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Premian en Suecia a Francis Alÿs, artista belga radicado en México

Francis Alÿs. / Foto de Jiang Wenyi.

Francis Alÿs nació en Bélgica en 1959, pero mientras muchos habitantes de la Ciudad de México huían de aquí tras el terremoto de 1985, él decidió viajar desde su natal Amberes a la capital mexicana y más pronto que tarde decidió quedarse a vivir en el Centro Histórico. Pues bien, este arquitecto y artista visual acaba de ser reconocido en Suecia con el Premio Rolf Schock, que entrega la Real Academia de Artes Sueca. Esto significa que Alÿs recibirá un cheque de 400 mil coronas suecas, algo así como un millón de pesos, por su trabajo en el campo de las Artes Visuales. “Con seriedad y agudeza, Francis Alÿs nos muestra la tragedia de situaciones y circunstancias reales que gracias a su mirada poética se nos vuelven universales y, por lo tanto, tienen la capacidad de conmovernos”, expuso el jurado. Se trata de un reconocimiento instituido por el filósofo y artista sueco Rolf Schock (1933-1986) y que se entrega desde 1993 en los campos de Lógica y Filosofía, Matemáticas, Artes Musicales y, como en el caso de Alÿs, Artes Visuales. Las obras del artista belga suelen abordar, desde el interior mismo de las situaciones, temas como la migración, la violencia y la guerra. Por estos días, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM exhibía, en la Sala 10, el video Un juego entre ruinas, en el que Francis Alÿs filma a un grupo de niños que juegan, en una calle en la región fronteriza entre Irak y Siria, un partido de futbol con nada menos que un balón imaginario, ante las bárbaras prohibiciones impuestas por el Estado Islámico, entre ellas la de practicar o mirar futbol. El partido termina intempestivamente cuando se escuchan disparos y los pequeños salen corriendo, lo que debe contextualizarse con el hecho de que en 2015 la prensa dio cuenta de la horrible ejecución de 13 muchachos, frente a una multitud que incluía a sus padres, porque los habían sorprendido viendo un partido de futbol entre Irak y Jordán. Un juego entre ruinas puede verse en la siguiente dirección electrónica: https://muac.unam.mx/exposicion/sala10-francis-alys.

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