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Mario Molina: adiós al cambio climático

El químico mexicano Mario Molina ha fallecido este miércoles a los 77 años debido a una afección cardiaca. La noticia del deceso del Premio Nobel de 1995 —el tercer mexicano y hasta ahora último en recibirlo— ha sido un duro golpe para la ciencia en México, pero también para la investigación científica internacional. Y no es para menos: se va uno de los científicos más importantes dentro de la comunidad mundial y una de las voces pioneras en la lucha en contra del cambio climático gracias a sus investigaciones sobre el daño a la capa de ozono. Además, con su partida, se va uno de los pocos científicos que había logrado que sus investigaciones se tradujeran en políticas públicas a nivel global. Don Mario Molina deja un currículum insuperable entre premios, reconocimientos, doctorados honoris causa, y varios discípulos. Además de formar parte del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología de Estados Unidos durante la presidencia de Barack Obama, Mario Molina creó en nuestro país un centro que lleva su nombre, el cual ha sido determinante para la lucha de la capital mexicana en contra de las altas concentraciones de emisiones contaminantes. Repasamos brevemente su historia…


I

Con un breve comunicado publicado en su cuenta de Twitter, el Centro Mario Molina confirmaba la inesperada y terrible noticia:

“Con profundo dolor, comunicamos el fallecimiento del Dr. José  Mario Molina Pasquel Henríquez acaecido el día de hoy en la Ciudad de México. Su esposa, sus hijos y sus hermanos agradecen las muestras de cariño y pensamientos en estos difíciles momentos”.

Era el miércoles 7 de octubre de 2020, y el reloj marcaba alrededor de las 17:30 horas. Algunos minutos antes, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en sus redes sociales, había informado del deceso.

El comunicado del Centro Molina añadía: “El Dr. Mario Molina parte siendo un mexicano ejemplar que dedicó su vida a investigar y a trabajar en favor de proteger nuestro medio ambiente. Será siempre recordado con orgullo y agradecimiento”.

En su cuenta de Twitter, la Universidad Nacional Autónoma de México lo despedía con un breve tuit: “Gracias por todo lo que le dio a México. ¡Hasta siempre Mario Molina!”

II

Cosas de la vida: justo la semana cuando cumplía 25 años de haber recibido el Premio Nobel de Química 1995 —con ello se convirtió en el tercer mexicano egresado de la UNAM en recibir el galardón—, partía de este mundo el doctor Mario Molina: universitario excepcional, investigador de talla internacional, y uno de los pocos científicos que había logrado que sus investigaciones se tradujeran en políticas públicas a nivel global.

Vamos a ponerlo de esta forma: en el último medio siglo de protección ambiental, uno de los mayores éxitos que se ha tenido es el Protocolo de Montreal firmado en 1987, que permitió la eliminación de ciertos productos químicos sintéticos como los clorofluorocarbonos (CFC) que agotaron el ozono y provocaron un adelgazamiento de la capa. 

Fueron los científicos Mario Molina y Frank Sherwood Rowland  quienes demostraron en 1974 —investigación que se publicó en la revista Nature— que estas sustancias se descomponían bajo los rayos UV en la estratosfera, liberando radicales libres que catalizaban la destrucción del ozono. Junto con Paul Crutzen, los tres obtuvieron el premio Nobel de Química en 1995.

Sin embargo, hasta los años ochenta no se demostraría la evidencia directa de la destrucción de la capa de ozono relacionada con los CFC a escala global. De hecho, fue gracias a las mediciones satelitales dirigidas por el británico Joseph Farman, en 1985, que el agujero de ozono llegó a ser visible desde el espacio exterior: apareció como una herida abierta en el escudo protector de la Tierra.

Pero todo eso hoy ha cambiado: el protocolo ha sido fundamental para que la capa de ozono de la Tierra se está recuperando.

Hace algunas semanas, en el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono —que se celebra cada 16 de septiembre—, el doctor Mario Molina hacía referencia a ello:

“Las investigaciones que hicimos con respecto al adelgazamiento de la capa de ozono de la estratósfera culminaron con el Protocolo de Montreal. Este acuerdo internacional fue un gran logro: todos los países del planeta se pusieron de acuerdo para enfrentar el problema, y para dejar de producir los compuestos industriales que estaban afectando a la capa de ozono. Es un ejemplo formidable, pues las industrias también salieron ganando, ya que pudieron producir sustancias alternas que no dañan el ambiente, y prácticamente no perdieron recursos. Se ha comprobado que el Protocolo ha tenido una utilidad enorme, y que ya se está recuperando la capa de ozono.

“Asimismo, es un ejemplo muy claro de cómo la sociedad, los gobiernos, la academia, la industria, y las organizaciones civiles se pueden poner de acuerdo y trabajar juntos a favor de nuestro planeta”.

III

El doctor Mario Molina ha fallecido, y eso, sin duda, es una gran pérdida para la ciencia mexicana, y en general para el mundo de la investigación.

Mario Molina. / Foto: El Colegio Nacional.

Hombre comprometido con su entorno y realidad, desde niño ya manifestaba un sentido innato para la investigación científica.

Mario Molina nació en la ciudad de México el 19 de marzo de 1943. Sus padres fueron Roberto Molina Pasquel y Leonor Henríquez de Molina. Su padre fue abogado, maestro en la UNAM, y en los últimos años de su vida representó a México como embajador en Etiopía, Australia y Filipinas.

En una semblanza autobiográfica —publicada en 2007 en la página web de los premios Nobel—, Mario Molina contaba pasajes de su vida:

“Fui a la primaria y a la secundaria en la Ciudad de México. Antes de entrar a la secundaria, ya me fascinaba la ciencia. Aún recuerdo mi emoción cuando vi por primera vez paramecios y amibas a través de un microscopio de juguete más bien primitivo. Convertí un baño de la casa que apenas usábamos en un laboratorio, y pasé largas horas ahí entreteniéndome con juegos de química. Con la ayuda de una tía, Esther Molina, que es química, seguí realizando experimentos más desafiantes en la línea de aquellos realizados por estudiantes de química de nivel universitario.

“Apegados a la tradición familiar que dice que los padres deben enviar a los hijos a estudiar al extranjero por un par de años, y conscientes de mi interés en la química, fui enviado a una escuela en Suiza cuando tenía 11 años, bajo la convicción de que el aprendizaje del alemán era importante para un posible químico. Yo estaba muy entusiasmado de vivir en Europa, pero me desilusionó que a mis nuevos compañeros no les interesara la ciencia más de lo que le interesaba a mis amigos mexicanos.

“Para entonces, yo ya había tomado la decisión de ser investigador en química; aunque también es cierto que había contemplado seriamente la posibilidad de dedicarme a la música (solía tocar el violín por ese entonces).

“En 1960 comencé los estudios de ingeniería química en la UNAM, pues era la forma más directa de convertirme en físico-químico; era un área que además ofrecía materias de matemáticas a las que no se tenía acceso en la carrera de química.

“Luego de terminar la carrera en México, decidí cursar los estudios de posgrado en físico-química. Esto no era fácil: si bien mi preparación en ingeniería química era buena, adolecía por el lado de las matemáticas y de la física, así como en diversas áreas de físico-química básica (materias como mecánica cuántica eran totalmente ajenas a mí por aquel entonces). En un principio me trasladé a Alemania e ingresé a la Universidad de Friburgo. Luego de dedicar cerca de dos años a la investigación en cinética de polimerizaciones, caí en la cuenta de que quería dedicar más tiempo al estudio de algunas materias básicas a fin de ampliar mis fundamentos y explorar otras áreas de la investigación. Así, decidí solicitar mi ingreso a algún posgrado en Estados Unidos.

“Mientras ponderaba mis planes futuros, pasé varios meses en París, donde pude estudiar matemáticas por mi cuenta y donde pasé ratos maravillosos en charlas sobre todo tipo de temas (desde la política hasta la filosofía y las artes) con muchos buenos amigos. Posteriormente regresé a México como profesor asistente de la UNAM, y creé ahí el primer posgrado en ingeniería química de México. Finalmente, en 1968 me trasladé a la Universidad de California en Berkeley para realizar mis estudios de posgrado en físico-química.

IV

“Los años que pasé en Berkeley han sido de los mejores de mi vida”, escribe Mario Molina en la semblanza autobiográfica.

“Llegué allí justo después de la era del movimiento a favor de libre expresión. Tuve la oportunidad de explorar muchos campos y de involucrarme en apasionantes labores de investigación dentro de un ambiente intelectual estimulante. Fue también en esos años que tuve mi primera experiencia en relación con el impacto de la ciencia y la tecnología en la sociedad. Recuerdo que me impresionó el hecho de que en otros lugares se estaban desarrollando láseres químicos de alto poder para fines bélicos: deseaba participar en investigaciones que fueran útiles para la sociedad, y no que derivaran en resultados potencialmente destructivos.

“Una vez terminados mis estudios de posgrado en 1972, permanecí en Berkeley por un año más para continuar mis investigaciones en dinámica química.

F.S. Rowland y Mario Molina; Universidad de California Irvine, 1974.

“Posteriormente, en 1973, me uní al equipo del profesor Sherwood (Sherry) Rowland como becario de posdoctorado, para lo que debí trasladarme a Irvine, California. Sherry había desarrollado la investigación en química del ‘átomo caliente’ al estudiar las propiedades químicas de átomos con exceso de energía de traslación y derivados de procesos radioactivos. Él me ofreció una lista de opciones de investigación; el proyecto que más me atrajo consistía en averiguar el destino de ciertos productos químicos industriales muy inertes (los clorofluorocarbones, CFCs), que se habían estado acumulando en la atmósfera, y que no parecían tener ningún efecto significativo en el medio ambiente.

“Este proyecto me brindó la oportunidad de aprender sobre un nuevo campo: el de la química atmosférica, del cual sabía muy poco; tratar de resolver un problema desafiante parecía ser una forma magnífica de sumergirse en una nueva área de investigación. Los CFCs son compuestos similares a otros que Sherry y yo habíamos investigado desde el punto de vista de la dinámica molecular; estábamos familiarizados con sus propiedades químicas, pero no con su química atmosférica.

“Tres meses después de mi llegada a Irvine, Sherry y yo habíamos creado la ‘Teoría del agotamiento del ozono por los CFCs’. En un principio la investigación no parecía particularmente interesante: realicé una búsqueda sistemática de procesos que pudieran destruir los CFC en la atmósfera baja, pero nada parecía afectarlos. Sabíamos, sin embargo, que terminarían por alcanzar una altitud lo suficientemente elevada para ser destruidos por la radiación solar. La pregunta no era qué los destruía, sino, y más importante aún, cuáles eran las consecuencias. Advertimos que los átomos de cloro producidos por la descomposición de los CFCs destruyen por catálisis al ozono.

“Realmente nos dimos cuenta de la gravedad del problema cuando comparamos las cantidades industriales de CFCs con las de óxidos de nitrógeno que controlan los niveles de ozono; Paul Crutzen había identificado el papel de estos catalizadores de origen natural unos cuantos años antes. Nos alarmaba la posibilidad de que la liberación continua de CFCs en la atmósfera pudiera causar una degradación significativa de la capa de ozono estratosférica de la Tierra. Sherry y yo decidimos intercambiar información con la comunidad de las ciencias atmosféricas. Fuimos a Berkeley a conversar con el profesor Harold Johnston; conocíamos bien su trabajo sobre el impacto de la liberación de óxidos de nitrógeno por parte de la aeronave de transportación supersónica (SST) en la capa de ozono estratosférica. Johnston nos informó que meses antes Ralph Cicerone y Richard Stolarski habían llegado a similares conclusiones sobre las propiedades catalíticas en la estratosfera de los átomos de cloro, en relación con la liberación de cloruro de hidrógeno debido a erupciones volcánicas o al combustible de perclorato de amonio cuyo uso se tenía proyectado para el transbordador espacial.

“Dimos a conocer nuestros descubrimientos en un artículo que apareció en el número del 28 de junio de 1974 de la revista Nature. Los años siguientes a la publicación de nuestro artículo fueron agitados, dado que habíamos decidido difundir el asunto no sólo a otros científicos, sino también a autoridades públicas y a los medios de comunicación: sabíamos que ésta era la única forma de asegurar que la sociedad tomara algunas medidas a fin de reducir el problema”.

Líneas más adelante, y para finalizar, Mario Molina reflexionar sobre ese momento que, podría decirse, cambió su vida:

“Cuando elegí por vez primera el proyecto de investigación sobre el devenir de los clorofluorocarbonos en la atmósfera, fue simplemente por curiosidad científica. No consideré en ese momento las consecuencias ambientales de lo que Sherry y yo comenzábamos a estudiar. Me emociona y me mueve a humildad el que pude hacer algo que no sólo contribuyó a nuestra compresión de la química atmosférica, sino que también tuvo profundas repercusiones en el medio ambiente global”.

V

En efecto: Mario Molina —uno de los científicos más importantes dentro de la comunidad mundial y una de las voces pioneras en la lucha en contra del cambio climático gracias a sus investigaciones sobre el daño a la capa de ozono— se ha ido. Pero su voz, su legado, seguirá presente por mucho tiempo.

“Si trabajamos juntos, todos terminaremos teniendo un mundo mejor”, dijo en alguna ocasión. En otra, apuntó: “Los científicos pueden plantear los problemas que afectarán al medio ambiente con base en la evidencia disponible, pero su solución no es responsabilidad de los científicos, es de toda la sociedad”.

Apostaba por la formación de maestros, en crear consciencia en niños y jóvenes; incluso, confiaba en la acción colectiva global. Decía: “Aún estamos a tiempo de actuar y poner en marcha políticas nacionales e internacionales que combatan al cambio climático, para lo cual serán necesarias adecuaciones económicas y sociales que resulten en un incremento de nuestro bienestar global”.

Mario Molina siempre quiso que su voz científica tuviera ecos en la política. En los últimos años, don Mario advertía con contundencia que la ciencia debía jugar un papel fundamental en el desarrollo social y económico de las sociedades modernas. Aquí, en México, criticó en foros públicos y en reuniones privadas el olvido y dejadez de los tomadores de decisiones ante la investigación y el desarrollo. En una entrevista de 2018, al reportero español Antonio Calvo Roy le dijo: “Ni en España ni en Latinoamérica hemos dado a la ciencia la importancia que tiene. Es básico no sólo promover la ciencia en general, sino ser conscientes de su potencial para el desarrollo económico. Lo vemos con toda claridad en los países más desarrollados, en los que una proporción notable de su PIB se debe a la ciencia. La inversión en este sector es a largo plazo, pero lo ideal sería educar a más científicos que a su vez pueden hacer ciencia más aplicada, que es la que directamente contribuye al desarrollo”.

Pero sus opiniones no sólo resonaban en México. En 2017 —en una charla con el reportero Ignacio Fariza— calificó de “irracionales” las políticas ambientales adoptadas por el presidente estadounidense Donald Trump. Y añadía con contundencia: “Es alarmante la negación del cambio climático y, un paso más allá, la negación de la enorme contribución de la ciencia para el beneficio de la sociedad”.

Eso sí: don Mario Molina no estuvo exento de polémicas.

Semanas antes de su muerte, el científico polemizó con el gobierno federal por diferencias con su política sanitaria para enfrentar la pandemia de covid-19. En cambio, apareció en conferencia de prensa junto a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien respaldó la posición científica del químico.

También, en agosto pasado, en un panel auspiciado por el Colegio Nacional, Mario Molina llamó a las autoridades a implementar el uso de cubrebocas de forma obligatoria para prevenir contagios por vía aérea, considerada altamente infecciosa y ruta dominante para transmitir la enfermedad: “Lo que tendrían que hacer ya, lo más pronto posible, es obligar el uso de cubrebocas, que sea una medida obligatoria del gobierno para la sociedad, porque solamente de esa manera sabemos que se puede aplanar la curva”.

Asimismo, en junio de este año, don Mario publicó un artículo en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) de Estados Unidos, en donde daba a conocer los resultados de una investigación sobre la importancia del uso del cubrebocas.

La investigación expuso que su uso redujo el número de infecciones por más de 78,000 casos en Italia y por más de 66,000 casos en la ciudad de Nueva York. Por ello, la principal conclusión del estudio fue que el uso de cubrebocas en espacios públicos representa el medio más eficiente para prevenir la transmisión entre personas.

Pero.

Pero días después investigadores del Centro de Innovación en Metainvestigación de Stanford (Meta-Research Innovation Center at Stanford, METRICS) solicitaron a la revista científica que retirara el artículo del Nobel Mario Molina, bajo el argumento de que tenía fallas metodológicas.

A través de una carta, los investigadores de METRICS dijeron estar de acuerdo con el estudio en que el uso del cubrebocas juega un papel importante para la desacelerar la propagación de covid-19. Sin embargo, indicaron que el estudio tenía fallas de diseño metodológico: “Dado el alcance y la gravedad de los problemas que presentamos y el impacto público inmediato, solicitamos a los editores de PNAS que inmediatamente retiren este documento y que reevalúen el proceso editorial. PNAS está obligada a retractarse por este trabajo”, se lee en la misiva con fecha de 18 de junio.

VI

En un comunicado, El Colegio Nacional reúne algunas voces de sus integrantes para hablar de Mario Molina, miembro también él de la institución.

Habla Juan Villoro: “Mario Molina defendió el planeta, el equilibrio ecológico, fue un científico notable a quien se le encomendó un proyecto internacional decisivo para reducir el hueco en la capa de ozono, un compañero entrañable dentro de El Colegio Nacional que puso siempre el acento en oír a los demás, en fomentar el diálogo como parte esencial del quehacer científico y del conocimiento; una persona intachable en cuanto a su compromiso ético y un gran especialista en su campo que nos va a hacer mucha falta”.

Al hablar del trabajo y legado de Mario Molina, el colegiado Adolfo Martínez Palomo señala: “Es uno de los mejores ejemplos de cómo la ciencia puede ayudarnos no solamente a comprender el presente, sino a avizorar el futuro y a tratar de ser precavidos con la forma como estamos destruyendo el planeta”.

En su mensaje de bienvenida a Mario Molina como integrante de El Colegio Nacional, José Sarukhán destacó las virtudes del científico con las siguientes palabras: “Haber encontrado explicación científica al adelgazamiento de la capa de ozono, haber alertado a la comunidad académica, haber convencido a las organizaciones nacionales, e internacionales de tomar medidas para proteger a la Tierra de estos efectos y haber librado con éxito batallas contra poderosos intereses industriales son algunos de los méritos del doctor Molina- Pasquel”.

A lo largo de su muy exitosa y brillante trayectoria profesional, el doctor Mario Molina recibió más de cien premios, condecoraciones y reconocimientos entre los que se cuentan 39 doctorados Honoris Causa. También fue miembro de al menos 70 academias científicas, asociaciones de profesionistas, colegios, consejos y comités.

En el ámbito universitario ejerció como profesor, catedrático e investigador en ocho de las más prestigiadas universidades e institutos del mundo, entre las que se destacan (desde luego) la UNAM y el Massachussetts Institute of Technology (MIT).

Mario Molina escribió varios libros y publicó más de 200 trabajos especializados. Asimismo, colaboró con capítulos para al menos ocho libros e impartió más de 500 conferencias y charlas públicas.

Como homenaje, su alma mater, la Facultad de Química de la UNAM, inauguró en 2015 el edificio Mario Molina en Ciudad Universitaria, un espacio que vincula la investigación entre esa entidad universitaria y la industria. De igual forma, creó en 2004 el Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente.

Cosas de la vida: Mario Molina falleció el miércoles 7 de octubre de 2020, justo en el día en que se anunció a los ganadores del Premio Nobel de Química 2020, otorgado, en esta ocasión y por primera vez, a dos investigadoras: Emmanuelle Charpentier y Jennifer A. Doudna.

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