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Agustín Ramos: una epidemia como la metáfora ideal de un paro mundial

Hay autores contemporáneos que han escrito sobre asuntos pandémicos sin saber que posteriormente vivirían esta insólita realidad que nos tiene prendidos de temores desconocidos… En 1979 el escritor Agustín Ramos (Hidalgo, 1952) publicó en Ediciones ERA su novela Al cielo por asalto donde detallaba en cada capítulo alguna calamidad que nuestro mundo padece. En el episodio 14 se la dedicó a una epidemia que trastornó al mundo en ese momento, tal como ahora, cuatro décadas después, el planeta sufre con el coronavirus. ¿Por qué el autor de otras novelas como Tú eres Pedro o Como la vida misma escribió sobre este aterrador tema?…


La sinceridad

―Hace ya 40 años, por alguna razón que me gustaría indagar, publicaste en tu novela Al cielo por asalto un capítulo, el número 14, dedicado a una epidemia que afectaba gravemente a la ciudadanía. En este libro, aparecido en 1979, apuntas: “Las ciudades aparecieron semivacías (en ellas deambulaba un silencio amenazante, algo así como el Purgatorio entre el Paraíso y el Infierno, tierra política de nadie), sin legiones de jornaleros en las esquinas con maletines de herramientas y diarios deportivos en el sobaco, sin mujeres con suéteres al hombro y morrales en el brazo, sin autobuses saturados de caras somnolientas. Apenas mellaban el silencio algún motor de auto privado o el estornudo de quien se propusiera evadir sus tareas rutinarias”. ¡Parece una crónica escrita en estos momentos, Agustín!

―Es de las recompensas que da la literatura, ¿no crees? Vista de lejos quizás podría decir que esa “clarividencia” se debe al hechizo de Rimbaud, el comunero celestial. Pero sería demasiado pretencioso y ni lo pensaría si no fuera porque ya no estoy cerca de aquel escritor de hace 43 años (43 años, qué coincidencia, ¿no?, porque la novela apareció en 1979 pero el capítulo 14, que trata de la gripe cronófaga, es un final falso y lleva fecha de 1977 en México seguida de la apertura de un paréntesis; aunque tampoco el capítulo 15 es el final real, porque termina con el protagonista a punto de entrar en una nueva batalla, como si dijéramos que ni el paréntesis se cierra ni la lucha termina con la narración).

“Uf, ya racionalicé demasiado, son puras coincidencias. Mira, para mí escribir fue y sigue siendo muchas cosas, pero la principal consiste en decirlo todo, todo. John Brushwood me halagó cuando durante un largo telefonema me dijo que la novela Al cielo por asalto era muy sincera y que eso no era necesariamente bueno para la literatura. Eso también fue una recompensa, comparable entre otras a una crónica periodística de la huelga universitaria de 1987, la del famoso CEU, en la que el reportero describe a un estudiante que lee esa novela mientras hace guardia nocturna. Son coincidencias, repito, ganancias que disfruto muchísimo pero que ni espero ni busco en los momentos en que escribo. Hoy, que el virus es una realidad, mi deseo de entonces sigue siendo el mismo, eso sí…”

La felicidad

―Esta pandemia ha causado un miedo nunca antes visto, acaso sólo tangible en la literatura. ¿Cuando escribiste la novela por qué salió a la luz esta gripe endemoniada en tu proceso literario? Una grave enfermedad también es usada políticamente. ¿Tu gripe cronófaga surge por alguna turbación política en aquel entonces? Sesenta años atrás de tu invención epidémica se había dado mundialmente la gripe española. Estas enfermedades paralizan al mundo. ¿Imaginabas vivir algo parecido?

―Le comentaba a una sobrina doctora en sociología que la literatura es una especie de inocencia, capaz de sacar a la luz lo que las ciencias sociales no puede porque necesitan un mínimo de perspectiva; eso que tampoco se le da a la filosofía ni a las otras ciencias porque necesitan la cautela de la generalización y el rigor de la puntualización.

“Creo que la pandemia de hoy ha hecho evidente un miedo general, no por sí misma sino por el encierro que pretende imponer. El miedo ya estaba, como la locura del clima, como los asesinatos selectivos de mujeres y dirigentes comunitarios, como las altas probabilidades de que te asalten o secuestren o desaparezcan; es decir, la falta de paz, de seguridad, de bienestar, etcétera, eran pura transparencia hasta que el covid-19 les dio forma, digamos, de humo, y ya nadie pudo cerrar los ojos ante eso que las orejas y la piel y la nariz nos decía.

“Ahora bien, el manejo de esta pandemia, como de cualquier mal o bien, debe ser político, es político, lo que no me parece negativo de por sí. Al contrario, lo considero un imperativo. El Decamerón y La peste son muestras tan políticas del uso de una epidemia como lo son ahora las ordenanzas de las autoridades que, por cierto en México, pocos pueden respetar si no quieren quedarse sin comer. Y lo mismo, es política la raja que quieren sacar los miserables que perdieron el poder de mentir, robar y asesinar sin que nadie se los señalara.

“¿Qué quiero decir? Que esta es la realidad de hoy, aquí, así es, así nos tocó, y mucho del rumbo que tome esta realidad depende de nosotros, de nosotros como sociedad y como individuos, como grupos de individuos con intereses políticos contrarios. ¿Regresaremos a un miedo peor o trataremos de plantar cara para ver si con suerte en una de sus rendijas está la libertad?

“Fíjate que aquello del virus cronófago lo escribí más bien alegorizando una huelga general; o sea, ¿qué pasaría si algo, en ese caso, en ese capítulo, una gripa devoradora del tiempo productivo, provocara que las masas dejaran de trabajar? Bueno, pues ahora pienso que las circunstancias actuales, más la pandemia, que es real, nos abren la oportunidad para revolucionar tal realidad. Esa inocencia sería para mí la literatura. En mi caso particular, a riesgo de ser cínico y sonar egoísta, la pandemia me cayó cuando llevaba un año en huelga casi general, casi sin concesiones, de manera que conozco de confinamientos y por ahora tengo techo y comida, aunque mañana no sé… ¿Cuánta gente se dará cuenta de que mi caso, mi decisión o mi destino, no es tan diferente de la gran mayoría?

“Hace un año me pidieron que definiera qué era escribir. Y, fíjate, sigo convencido de esto: para mí escribir es ser feliz; es un privilegio momentáneo para manejar el miedo, la angustia, la alegría, la esperanza; momentáneo, no nomás por la incertidumbre normal sino porque sólo me siento propiamente escritor cuando escribo (pero eso ya lo sabías)”.

La alegoría

―Es una bella definición, la de la felicidad escritural, acostumbrados como estamos a escuchar del escritor sus miedos a la hoja o pantalla en blanco. Sin embargo, y disculpa mi retorno al capítulo 14 de tu primera novela, hay momentos tensos, angustiantes, de suspensos en varias líneas. Digo, una epidemia no es un tema común en la literatura…

―Claro, porque los protagonistas son grotescos pero siguen siendo humanos por más que su monstruosidad se acentúe conforme van buscando soluciones para la catástrofe. Sus fuerzas armadas capturan a Ana Biblio, una obrera a quien consideran culpable, están dispuestos a torturarla pero eso no sirve de nada porque, entre otras cosas, ella sólo es la primera víctima, aunque también sea la única capaz de trascender la situación, como se ve en el desenlace del capítulo. Bueno, así lo interpreto ahora. El nombre completo de Ana es un anagrama de Babilonia.

―Hay preocupación por el futuro durante la epidemia cronófaga. Incluso el narrador no deja de estornudar, acaso ya contagiado. En las reuniones no se sabe ya qué decidir. Se llega a plantear que los burócratas ahora sí desquitaran el sueldo, mas la situación es imposible. Ahora que estamos viviendo esta anormalidad, Agustín, ¿cómo reverbera la novela en tu cabeza justo en estas circunstancias?, ¿por qué trataste el tema hace ya cuatro décadas cuando era entonces impensable en estas situaciones?, ¿por qué la imaginaste, de dónde se te atravesó la idea, cómo vino a tu escritura?, ¿Babilonia como metáfora de lento descendimiento a las ruinas?

―Ese capítulo, como todos los de las plagas, consiste en una alegoría, una figura literaria que no le gustaba mucho a Borges lo cual a mí me tenía perfectamente sin cuidado. Hoy la alegoría y lo real se fundieron en un Apocalipsis para todos los seres reales, sean dioses como el tiempo y el dinero, Time is Money, sean los dueños de las vidas humanas, como quienes todavía pretenden ordenar, seamos los portadores de la palabra, como cualquiera que cuenta a los demás lo que pasa, o sea la gente normal, común y corriente: todos estamos amenazados por nuestra propia creación, esta clase de mundo que se va esfumando.

“Así reverbera en mí lo escrito hace más de 40 años, ni como cumplimiento de una profecía ni como un llamado al horror del sometimiento. Estamos tan vivos como los actores de ese capítulo, urgidos más que nunca de acción consciente, quizás esto suene muy racional pero así lo siento. Urge volver a vernos por dentro y hacer nuestra historia para que no sean otros los que la sigan haciendo por nosotros, no se trata de encontrar venganza ni reconciliación sino de inventar otra vida, otro mundo, lo que no existe… Uf, esto parece una arenga, mejor le paro.

“Sobre la idea del capítulo… Mh, cada novela tiene su propia personalidad. Son individuos, aunque en mi caso hayan salido trillizas, o sea por trilogías, sin que yo lo decidiera ni lo planeara, como en los partos múltiples. Así Al cielo… tuvo su propia gestación. Y por su forma particular, cada una de sus partes (porque no son sólo capítulos sino escenas, citas, etcétera) tuvo su propia concepción. Entonces el capítulo 14 representa una de las calamidades que afectan a los personajes, como las tinieblas en el pasaje de Tlatelolco, las langostas en el de la invasión, la del diluvio en el transporte colectivo… Ahí es la epidemia de estornudos porque en ese momento se me ocurrió que era lo ideal para ilustrar un paro general, mundial. El resto, como de costumbre, fue divertirme, disfrutar, burlarme, intentando dar con la realidad sin ser realista, porque en ese tiempo estaba deslumbrado con Julio Cortázar y con sus idolatrías más confesadas. Imagínate, las obras completas de Poe, traducidas por él, venían en dos tomos de pasta dura editados por la Universidad de Puerto Rico, me costaron 25 pesos en la primera feria del libro que se instaló en el pasaje de las estaciones Zócalo-Pino Suárez, hacía un año que lo había entrevistado (a Pino Suárez, je, no es cierto, a Poe) porque entonces podías entrevistar a Julio Cortázar sin hincártele a un agente, y ni Alianza Editorial ni sus congéneres engullían a Babilonia…”

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