Escritos Cautivos

Cosas veredes, señores periodistas

Principios y caballerosidades y Oficio bonito son dos libros en uno con 50 textos en total que versan sobre el estado de la prensa: reflexiones, análisis, anécdotas, humor, puntos de vista. Cada tomo contiene 25 escritos que en su momento fueron desplegados en diversas publicaciones, si bien hay algunos inéditos y la mayoría han sido corregidos y aumentados. En nuestra sección ‘Escritos cautivos’ publicamos estos dos breves ensayos del más reciente libro (doble) del periodista y escritor Víctor Roura, que ha sido editado por Cofradía de Coyotes.


Cosas veredes, señores periodistas

Cuando me preguntó qué podría yo escribir para su periódico, supe que no estábamos en el mismo circuito, y que su pregunta era una manera, ni fina ni grosera, de decir que ahí sencillamente no cabían mis pensamientos. Porque si él hubiera venido a mí en busca de un espacio periodístico, jamás le habría preguntado qué podía escribir para nosotros. Lo que fuera, pero que escribiera. Sin embargo ahora era ya, él, un alto ejecutivo de ese periódico, y como tal tenía que cuidarle las espaldas a ese rotativo, cuyos colaboradores, todos, están no porque sean buenos periodistas o correctos escritores, no, sino porque algo aportan a ese medio.

Es decir, si participa cierto articulista es porque en su programa radiofónico, por ejemplo, siempre menciona a ese diario, que son gastos de publicidad que se ahorra la empresa. ¡Ah, dichosa correspondencia! O si ejercita en esas planas su pluma aquel novelista no es porque sea un modelo literario, no, sino porque es a la vez un funcionario cultural, lo que implica un aporte publicitario seguro para ese emporio. Y yo que creía en la radicalidad de su periodismo. Por eso cuando me preguntó, que fue otra pregunta a la de qué podía yo escribir, acerca de qué podría yo darle a cambio a ese periódico si ellos me publicaban, confirmé que, en efecto, no estábamos ya en el mismo circuito.

Porque eso es lo que buscan ahora los empresarios de la prensa: no contratar a buenos periodistas, sino llevar agua a su molino con los periodistas que contratan, y si los que acarrean esa agua aparte pueden ser considerados buenos periodistas, la ganancia es doble. ¡Ay de aquél que no tenga contactos en las relaciones tributarias de la economía nacional! Porque una cosa es el verbo y muy otra la práctica en las gestiones en la mesa, que lo primero a veces no concuerda con lo segundo, y al revés. Pero no hay teoría sin práctica, dicen los didácticos, que van siendo cada vez menos en el orbe de la comunicación, ya que abundan, hoy, los teóricos, por una parte, y los practicantes, por la otra, difícilmente ensamblados unos con otros.

Por eso son numerosos, ahora, los periodistas teóricos, que no se cansan de decir las cosas, aunque no las practiquen, y máxime si cobran cientos de miles de pesos (a veces millones) mensuales, maniatados a los lineamientos empresariales. ¿Decir algo que no convenga al emporio y por ello mismo dejar de percibir los desmesurados emolumentos? No tiene ningún sentido para aquellos que con la teoría practican su periodismo. Y no hay aquí ninguna alteración en los términos. Porque decir que un periodista usa a la teoría como práctica de su oficio no significa, en lo absoluto, que practica lo que dice teóricamente, pues esta lógica (usar la teoría como práctica del oficio periodístico, que no es lo mismo que llevar a la práctica la teoría periodística) se ha hecho natural en los medios, y nada tiene de extraño escuchar o mirar a periodistas endilgando dulces teorías, ¡ay!, sin llevarlas a la práctica.

Por eso cuando me dijo que no me causara expectativas a la hora de despedirnos, entendí que no me llamaría nunca para resolver mi caso, cosa que así sucedió en la realidad: no se volvió a poner jamás en contacto conmigo, porque no le era útil a la empresa: ¿para qué quiere un diario a un periodista que nada más se dedica a pensar pero no es capaz de conseguir publicidad? Los tiempos que corren, mercenarios a carta cabal, están obligando, o quieren obligar, a los periodistas a traer consigo sus propios patrocinadores. De otro modo, no va a poder publicar. Si esto ha sucedido en los medios electrónicos desde un principio, ahora se quiere trasladar esta práctica al periodismo de papel (no digamos a la prensa de Internet, donde no hay correctores ni edición, las más de las veces, y donde se trabaja por lo general gratuitamente hasta que los portales empiezan a recibir publicidad debido a la intensa relación pública de los directivos): si no aportas dinero, ¿por qué tendrá la empresa periodística la obligación entonces de pagar por tu trabajo?

Me cuesta creer que las cosas hayan llegado a estos niveles de inferioridad teórica, sostenidos incluso por periodistas que se han adaptado, o ceñido, estupendamente a este tipo de oligarquía laboral, donde el dinero tiene ahora un peso enorme en el gremio, en el cual sobra la teoría y es escasa la práctica. De ahí mi no extrañamiento a que se nombre “periodistas de a pie”, por ejemplo, a periodistas que no andan, ni andarán nunca, a pie. Pero vuelvo a lo mismo: en estos tiempos en que la teoría ha desbordado, o malbaratado, o aniquilado, o ensombrecido, a la práctica, estas aseveraciones no importan mucho; es más, no importan nada (¡juro que he oído a oficiantes decir que Carlos Fuentes o Fernando Benítez eran periodistas de a pie!).

Y cuando, al decirnos adiós, este periodista me dio un abrazo de reconocimiento (así dijo), sabía que lo que estaba deseando era que me fuera de la redacción lo más pronto posible.

Cosa que hice de inmediato.


Repartición y escasez

Culturalmente el centralismo, en efecto, desaira la animosidad que pudiera hallarse en los estados de la República. Mientras en la Ciudad de México se crea una Estela de Luz en la zona de Chapultepec, cerca del Museo de Arte Moderno y del Museo Rufino Tamayo, con un costo de mil ciento veintidós millones novecientos cincuenta y cuatro mil quinientos cuarenta y seis pesos (inversión con la cual se podría mantener durante un año, por ejemplo, la Universidad Autónoma de Querétaro cubriendo todos los gastos indispensables de una respetada Academia, incluyendo su área científica), en ciento noventa y un municipios del territorio mexicano se carece de bibliotecas y en otros mil cuatrocientos siete no hay un solo centro cultural, ni en mil novecientos cuarenta existen museos, ni en dos mil doscientos ochenta y dos han visto jamás un teatro, ni en dos mil doscientos ochenta y cinco municipios se ha construido nunca una librería.

No sólo eso: antes de que terminara el año 2012 se gastaron en la Ciudad de México mil trescientos veintidós millones de pesos en remodelaciones y una nueva construcción cultural: trescientos ochenta millones de pesos en la Cineteca Nacional, doscientos cuarenta millones en los Estudios Churubusco, quinientos cincuenta millones en la Ciudadela y casi ciento cincuenta y dos millones en el Centro Cultural Elena Garro.

Y no estuvieron nada mal los proyectos. Qué bien que se hagan. Que se invierta en asuntos culturales. El problema son las intenciones sectarias, la ceguera intelectual, la nulidad política. Pues, ¿no puede la burocracia mirar hacia otros lados? Digamos, en Mocorito si no se parte de una iniciativa privada hasta el día de hoy dicho poblado sinaloense no tuviera una Casa de Cultura como la recientemente establecida Ley Domínguez. Porque por esos aires el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes no abastecía sus tanques de oxígeno. Y así sucede con cientos de regiones donde la única “cultura” posible es la que proviene de la resonancia televisiva.

¿Por qué no ampliar el espectro cultural?

Debido justamente a esas miradas cortas de vista es que se crean las codicias en torno a las instituciones: allí están las becas que son motivo de disputas [a veces con verdadera iniquidad, que a su vez produce odios visibilizados] entre los distintos protagonistas de los diferentes hábitats culturales del país.

Una Estela de Luz (con retraso de año y medio donde los millones se repartieron de manera inequitativa, donde afloró la corrupción que ningún funcionario ha querido desglosar) en la Ciudad de México para conmemorar el centenario de la Revolución Mexicana, mientras en alguna ciudad de la República se celebraba esta misma gesta… ¡con un partido de basquetbol! Apenas en Tijuana se acaba de crear una primera filial, por decirlo así, de la Cineteca Nacional… ¡luego de casi cuarenta años de fundada!

Y no está mal (¿quién puede decir que lo está?) construir un centro cultural dedicado a la ex esposa de Octavio Paz, ¿pero por qué nadie miró antes con binoculares hacia Mocorito? El Festival de Poesía de Zacatecas en diciembre de 2014 se efectuó gracias a la enjundia cultural del poeta José de Jesús Sampedro porque el partido en el poder en ese momento asentado en la tierra de Ramón López Velarde le retiró en definitiva su apoyo, respaldo que había obtenido de las administraciones anteriores. ¿Y dónde fue a dar ese dinero que seguramente ahí estaba en algún pequeño presupuesto? ¿Por qué el Conaculta sólo compraba las bibliotecas de los intelectuales aposentados en la Ciudad de México? ¿Por qué no otorgaba aunque fuera sólo un millón de pesos —de los más de dieciséis que se ocupó en sufragar, por ejemplo, a la familia de García Terrés— a los herederos del potosino Félix Dauajare o del sonorense Abigael Bohórquez, ambos poetas de alto rango?

Es notoria, pues, la visión parcializadora de los detentadores del poder cultural en México. Por eso quienes logran destacar desde sus ciudades “provincianas” de inmediato se adaptan a los requerimientos del sistema establecido de la cultura: halagan a los que tienen que halagar, usan las referencias útiles para que a su vez sean citados con frecuencia por esos mismos referentes útiles, participan en los coloquios con las personalidades de la cúpula cultural sin cuestionarlas, adoptan actitudes serviciales… ¡y hasta premian a quienes deben premiar según los acuerdos a los que se llegan en las asambleas privadas!

Como acontece en la política nacional donde se agrupan selectivas personalidades que juegan el juego que todos juegan, en la cultura también los sucesos se juegan echando los dados al aire… ¡y ay de aquél que no sepa cuándo retirarse a tiempo del juego si no quiere verse excluido aparentemente sin explicaciones!

Sí. Ahí está deslumbrando los ojos de los espectadores, cuando funciona, la Estela de Luz. Y allí están, o van a estar, las remodeladas Cineteca Nacional en la Avenida México, la Ciudadela en Balderas, los Estudios Churubusco en Tlalpan o el Centro Elena Garro en Coyoacán. Primorosas construcciones culturales. Que la televisión, mientras tanto, siga nutriendo “culturalmente” a cientos de miles de personas en las regiones aún no localizadas en el mapa geográfico de las autoridades de la cultura nacional. Que la televisión hable por su espíritu.

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