Abril, 2025
Yo cumplía los deberes de la casa y de la escuela lo mejor que podía. Si no cumplía los deberes de la casa o de la escuela, entonces no podía salir a jugar a la calle. Los deberes de la escuela no eran difíciles. Sólo se trataba de poner atención a la maestra cuando explicaba la clase, sin distraerme por nada, y hacer las tareas después de la comida. Los deberes de la casa eran más difíciles y a veces no me gustaba hacerlos, pero no tenía más remedio porque de lo contrario mi mamá enfurecía y no me dejaba salir a jugar a la calle. Los deberes de la casa no me gustaban porque, además, empezaban muy temprano en la mañana y terminaban muy tarde en la noche, y había veces en que también tenía que hacer algo por la tarde, lo que ocasionaba que no pudiera encontrarme con mis amigos del barrio en el lote baldío donde jugábamos futbol. Yo tenía que levantarme a las cinco de la mañana todos los días, lloviera o no lloviera. No tenía que hacer nada de ruido porque era la hora más profunda del sueño de mi papá, quien solía trabajar de noche y llegaba muy cansado. Mi papá tenía el sueño más ligero que un gallo y podía levantarlo hasta el vuelo de una mosca. Mi mamá, en cambio, tenía el sueño duro y no se levantaba ni aunque le pasara un tren por encima. Así que me despertaba y caminaba entre la oscuridad, con los brazos extendidos para ir tanteando las paredes y no golpearme con el filo de una puerta o de un mueble de la casa. Estaban todos ellos en la parte de atrás del patio trasero, luego de atravesar el suelo de tierra, en el mero fondo. Mi papá y un tío que trabaja con mi papá hicieron ese cuarto con ladrillos que se robaron de la ladrillera que estaba a las afueras de El Nuevo, y que al poco tiempo después desapareció como desapareció el dueño de la ladrillera, un señor alto y gordo al que mi papá no quería nada. Yo lo que tenía que hacer en la mañana era asegurarme de que todos ellos tuvieran la cinta bien puesta en la boca y bien sujeta en las muñecas, muñecas que tenían atenazadas por la espalda. También me cercioraba de que siguieran vivos, porque algunos se morían incluso del puro susto, y no pasaban con nosotros ni dos días. El cuarto donde estaban tirados en el suelo no tenía ventanas, sólo la puerta negra de ingreso y una llave de agua al lado, que usaba una vez al día (casi siempre en la noche) para calmarles la sed. Todos ellos pedían más de un vaso de agua, pero yo me limitaba a darles lo que así me había ordenado mi mamá, quien se encargaba de darles la comida. A las cinco de la mañana todavía estaba oscuro y como no había luz en el cuartito, me hacía de una lámpara de frente para poder verlos sin dificultad. Llegaba, los recorría uno por uno y si veía que alguna cinta estaba mal puesta, entonces les ponía más, o bien en la boca o bien en las muñecas. Mi mamá me había dicho que si alguno se rehusaba, nada más le dijera para ella arreglarlo, pero la verdad es que todos consentían sin oponer resistencia. Estaban tirados sobre el suelo, en hilera, y recargados sobre un costado, mirando hacia el muro, lo que hacía mi trabajo más fácil. Yo recorría los cuerpos de izquierda a derecha, con pasos lentos y siempre, como me dijo mi mamá, guardando uno o dos metros de distancia. Apuntaba la luz con la linterna en dirección a su boca, para cerciorarme de que estuviera bien puesta la cinta, y luego hacia sus muñecas, y si todo lo encontraba en orden, me daba la media vuelta y regresaba por donde había venido. Pero si alguno de ellos no tenía bien puesta la cinta en la boca o en las muñecas, lo que tenía que hacer era coger la cinta que estaba encima de la repisa de concreto y pasárselas de nuevo por la boca, dándole dos o tres vueltas, hasta que quedara bien apretada. Tengo haciendo este trabajo desde que entré a quinto de primaria, hace dos años. Antes lo hacía mi hermano Javier, tres años más grande que yo, pero hace dos años lo mataron. Estaba comprando las tortillas dos cuadras adelante de la casa, justo frente a la tienda de abarrotes de don Carlos, cuando se detuvo una motocicleta al lado suyo y el muchacho que iba atrás le disparó cinco balazos. Dijo el doctor que el que le atravesó la cabeza fue el que lo mató. Tuvo mala suerte. Pocos meses después asesinaron a mi hermana, aquí afuera de la casa, de un balazo también en la cabeza. Dijo mi mamá que ella vio cómo se desvanecía en el suelo, quedando su cuerpo sobre el empedrado, todo aguado. A mi papá le dolió mucho la muerte de mi hermano, pero la de mi hermana fue como si le hubieran arrancado la lengua y la garganta de un tirón. Lo escuché decir una noche que mataría a todos los perros que se encontrara por la calle hasta dar con el que la había asesinado. Nada más quedamos mi hermano Pablo y yo, pero mi hermano Pablo no vive con nosotros, se encarga de los negocios de mi papá en Estados Unidos. Los camiones que mi papá manda a Estados Unidos con el producto los recibe mi hermano Pablo allá y se encarga de ponerlos en los lugares que mi papá le indica. A veces en Tucson, a veces en Oregon, a veces en Arizona. Y así. Mi papá me dice que como estoy haciendo bien mi trabajo aquí, un día voy a irme al otro lado para encargarme de lo que hace mi hermano Pablo y mi hermano Pablo subirá más arriba para poder expandir el negocio, que es algo que siempre ha querido mi papá. Ojalá podamos llegar a Canadá, le dijo mi papá a mi mamá el otro día. Mi papá quiere llegar hasta Canadá y, si Dios se lo permite, más allá todavía. Yo quisiera ser como mi hermano, esa es la verdad. Yo en realidad no sé si hago bien mi trabajo aquí pero yo creo que sí porque nunca nadie me ha regañado por nada. Bueno, una vez sí me regañaron porque me quedé dormido y mi mamá tuvo que levantarse porque escuchó que uno de ellos estaba gritando. Fue una locura aquella mañana porque mi mamá tuvo que poner manos a la obra y encargarse del asunto antes de que alguien llamara a la policía. Lo que hacen cuando alguno de ellos grita o intenta escaparse es realmente deshacerse de él y no dejar ni rastro de su existencia. Un muchacho que trabaja con mi papá viene después en una camioneta negra cerrada a recogerlo y se lo lleva a un lugar en donde ya nadie vuelve a encontrarlo. El lugar ese está también a las afueras de El Nuevo, casi llegando al Tuchi. Yo sólo fui una vez que necesitaron que les ayudara a tirar el cuerpo de uno de ellos. Yo no tiré nada, pero como el que siempre vigila la entrada del Tiradero, que es como le llaman, estaba enfermo, mi mamá me dijo que me encargara de eso. Sólo recuerdo que manejamos hacia las afueras de El Nuevo y que transcurrió como una hora para llegar, tiempo durante el cual el muchacho me fue haciendo preguntas que yo no tenía ganas de contestar. El Tiradero es un lugar pequeño, como si fuera un lote baldío, pero está en medio de la nada y sumido entre árboles y mucha maleza. Se abren los pozos y se echan los cuerpos, en ocasiones en cada pozo hay diez o quince cuerpos, unos sobre otros, algunos enteros y otros en partes. El muchacho, que se llama Alberto, me dijo un día que él también descuartizaba antes cuerpos pero que no le gustaba mucho, tenía que “echarse perico” para hacerlo, luego lo ascendió mi papá y puso a otro en su lugar, y ahora sólo se dedica a tirar cuerpos y a veces, cuando el otro muchacho que no está en su lugar se enferma, él se encarga de eso. Para descuartizar cuerpos mi papá tiene otra casa, está en una colonia alejada del pueblo y de nuestra casa. Yo nomás fui una vez, pero me quedé arriba de la camioneta. Mi papá fue el que se bajó. Es una casa como cualquier casa, sólo que tiene una cochera por la que entra la camioneta y por ahí se descargan los cuerpos que se van a descuartizar, la cochera tiene una puerta que da al interior de la casa y una puerta eléctrica para no levantar sospechas, los cuerpos entran completos y salen descuartizados y la mayoría de las veces los dejan en bolsas de plástico en las calles. Yo una vez pude ver en el interior de estas bolsas: sólo alcancé a ver una cabeza y una mano porque mi mamá llegó y me dijo que no anduviera metiendo las narices en donde no debía.
A mí no me molesta encontrarme de vez en cuando bolsas negras en la casa con cuerpos descuartizados en el interior, lo que no me gusta es el olor, huele como a carne de puerco muerto y a veces es una pestilencia tan grande que mi mamá tiene que encender incienso o echar spray aromatizante del que usamos para el baño. Mi mamá le ha dicho a mi papá que ya no traiga más bolsas negras a la casa, ya bastante tenemos con tenerlos a todos los otros ahí, pero mi papá sólo le dice que es parte de la logística y que no se meta. Mi mamá también se molestó mucho cuando mi papá construyó en la otra esquina del patio trasero un pequeño laboratorio donde hacen el producto, pero tiene tiempo que se le pasó el coraje y ahora se ofrece hasta a limpiarlo cuando no viene mi prima Adriana, que es la encargada de limpiarlo.
Yo he estado muchas veces en ese laboratorio, aunque no tengo permiso de entrar. Está lleno de mangueras, frascos con sustancias de diferentes colores y botes azules grandes llenos de un líquido blanco. Apesta como a azufre y las paredes están todas manchadas también como de moho. Pero a mí me gusta caminar entre todo ese montón de mangueras y tubos y botes en donde se hace el producto. No agarro nada, eso sí, porque sé que es tan peligroso que los que trabajan ahí usan guantes y mascarillas. Están todos los días ahí todo el día, menos los fines de semana, que es cuando yo aprovecho para meterme. Cuando yo me levanto en las mañanas para hacer mi trabajo ya están ahí y cuando vuelvo en las noches todavía siguen ahí, no paran de trabajar ni de sacar el producto que suben en camionetas y distribuyen en muchos puntos de este y otros pueblos y ciudades cercanas, y que también llevan al otro lado.
A mí me gustaría acompañarlos a llevar el producto, eso es algo que sí me gustaría de verdad, pero mi mamá no me lo permite todavía. Cuando una vez le dije que me gustaría acompañar a los muchachos a repartir el producto, me dijo: ya que estés más grande, entonces sí. Hasta donde sé, mi papá quiere que crezca más para que me pueda dar más responsabilidades. Con doce años tengo suficiente y bastante con estar encargado de lo que estoy encargado y a veces ayudo en otras cosas. Por ejemplo, el otro día estuve ayudando a rellenar pastillas de las que hacen en el laboratorio, y pude hacer en un solo día como cien o ciento cincuenta pastillas. Antonio, el muchacho encargado de hacerlas, me dijo que había salido bueno para hacer pastillas y eso me alegró mucho, aunque a mí lo que realmente me gusta es estar en el laboratorio, sólo que, como dije, únicamente puedo entrar ahí sin que nadie se dé cuenta.
Yo creo que voy a ser científico. Mi mamá me dijo un día que si estudiaba para científico podía ayudar a mi papá a mejorar todavía más el producto y no tener que contratar a gente que le cobra mucho dinero para decirle cómo lo haga, no importa que los materiales sean baratos. El otro día escuché que utilizaban hasta cloro del que mi mamá usa para limpiar los baños y las paredes de la regadera. Cloro y veneno para ratas, algo así escuché. El laboratorio que tenemos en la casa está bien, pero el que tiene mi tío Samuel, hermano de mi papá, en la suya está mil veces mejor. El tío Samuel es el más rico de toda la familia y todos lo respetan, hasta mi papá, y no sólo porque sea su hermano mayor sino porque también el tío Samuel convenció a mi papá de que lo ayudara con el negocio. Eso no es todo: mi papá no tenía trabajo, siempre andaba haciendo una cosa y otra, algunas veces vendía una cosa, otras veces vendía otra, un tiempo le hizo a lo de la construcción, otro tiempo anduvo ayudándole a otro tío en su negocio de baterías para coches, y muchas veces se quiso ir al otro lado pero no se animó, y entonces fue ahí que el tío Samuel le dijo que por qué no se venía a trabajar con él y así dejar de andar de perico perro de una vez por todas, pues en realidad mi papá sí andaba de perico perro, un tiempo hasta nos costaba sacar para comer. El tío Samuel le dijo a mi papá que necesitaba nomás hacer esto y lo otro en la casa, comprarse una buena camioneta pero que no se preocupara porque él podía ayudarle con todo eso y ya poco a poco le podía ir pagando. Mi papá no tardó ni dos minutos en decirle en todo que sí al tío Samuel y a los pocos días fue que mi papá empezó a construir un cuarto para el laboratorio en la parte de atrás de la casa y otro cuarto para tenerlos a todos ellos ahí. No pasaron ni dos meses cuando echamos el segundo piso de la casa, luego compramos dos camionetas nuevas, una para mi mamá y otra para mi papá y hasta empezamos a salir de vacaciones a la playa.
Por eso mi papá está muy agradecido con el tío Samuel y cada que podemos pasa a visitarlo, y ahí es cuando yo aprovecho para meterme en su laboratorio, sin que nadie se dé cuenta. Es como una bodega grande y está en la parte de atrás de su casa, en un terreno que compró precisamente para ello. Tiene muchísimos botes azules, y frascos en repisas, y mangueras, y apesta igualmente a azufre pero a mí me gusta meterme sin que nadie me vea y recorrerlo todo, me imagino haciendo mezclas con las sustancias de los frascos y creando un nuevo producto, como lo quiere mi papá. Por eso quisiera ser científico, pero quién sabe. A mí ahorita lo que me importa es terminar la primaria para poderme ir a Estados Unidos una temporada con mi hermano, esa fue la promesa de mi papá siempre y cuando no repruebe otra vez el año, que llevo medio medio la verdad. Y es que no soy bueno para la escuela, nunca me ha gustado, pero como sé que para ser científico necesito estudiar mucho, pues es por eso que le echo todas las ganas. No sé si mi mamá realmente quiera que sea científico, lo que sí creo que quiere es que me vaya con mi hermano para que me enseñe todo lo que hace allá y así yo poder hacerlo cuando esté más grande. También quiere que me vaya porque dice que allá estaré más seguro que aquí. El otro día escuché que le dijo a mi papá que nomás les faltaría que también me mataran a mí, como mataron a mi hermano y mi hermana. Mi mamá le había pedido a mi papá que le dijera a Samuel que pasara por mí todas las mañanas para llevarme a la escuela, pero mi papá le dijo que así me estuviera cuidando todo un ejército si me tocaba que me mataran me matarían. Y yo creo que es verdad lo que dice mi papá, por eso yo ni me preocupo cuando voy a la escuela caminando. De lo que sí me cuido es de los choferes de ruta, que esos sí matan más que los sicarios, manejan como locos. Hace una semana uno de ellos atropelló a don Isaías y al poco tiempo se murió. Como mi papá quería mucho a don Isaías, dice Samuel que por eso le tuvieron que dar aire al chofer, esto es lo mataron, así aprenderían también los otros a manejar mejor. Pero yo creo que les vale, por eso me sigo cuidando cuando voy a la escuela, para evitar que me vayan a atropellar como a don Isaías.
Yo no le tengo miedo a la muerte. Casi todos los que llegan aquí sí le tienen. Cuando los meten al cuarto entran con los ojos espantados, algunos sudando, otros pálidos, otros con la piel enrojecida, pues ya saben que tarde o temprano los van a matar, ninguno sale vivo de aquí, eso sí. Yo he escuchado que a algunos los golpean con leños antes de matarlos. Les dan en las piernas y en los costados, les rompen las costillas y los huesos, y nomás se oyen sus quejidos secos porque como están amordazados no se escucha fuerte. A otros los matan de un balazo en la cabeza (como a los puercos, dice mi papá) y luego los parten en pedazos, las piernas, los brazos, la cabeza, los echan en bolsas y los tiran en la calle o los dejan en las oficinas de gobierno, nomás para que los contras aprendan lo que les puede pasar también a ellos. A otros nomás los matan de un balazo y luego viene Alberto y se los lleva al tiradero, donde los entierra con los otros. En una ocasión me sorprendió ver al papá de un amigo de la escuela. Cuando lo alucé con la lamparita aquel día vi sus ojos y luego luego lo reconocí. Él también creo que me reconoció porque como que me quería decir algo con la mirada, movía los ojos de un lado para otro, desesperado, pero yo me hice como que no lo conocía y me seguí de largo, terminando de revisar a los demás. Al poco tiempo la maestra anunció que el papá de mi compañero había desaparecido y que si sabíamos algo se lo dijéramos para ayudar a mi compañero, lo haría muy feliz tener a su papá de regreso. Todos los compañeros le decían a mi compañero que ya vería que pronto iba a regresar su papá y que todo volvería a la normalidad, yo sabía que eso no era cierto pero mejor me quedé callado y continué mirando hacia el pizarrón.
Ayer que regresé de la escuela me dijo mi mamá que voy a dejar de hacer lo que hago para empezar a hacer pastillas, como que se dio cuenta o le dijeron que era bueno para eso, me alegró mucho la noticia porque ya no tendré que levantarme temprano ni dormirme tarde, eso lo empezará a hacer una prima de mi edad que se va a venir a vivir pronto con nosotros porque se quedó huérfana, hace un mes o así mataron a mis tíos y como era la única hija mis papás decidieron traérsela a la casa, ella hacía en su casa lo que yo hago aquí, y yo creo que además la van a poner a hacer el quehacer de la casa porque mi mamá dijo que ya estaba harta de hacerlo. En cualquier caso, me da alegría tener a alguien más de mi edad en la casa, además de que mi prima es muy bonita y muy simpática y parece más grande de la edad que realmente tiene.
Voy a ponerle muchas ganas en hacer pastillas para que pronto pueda empezar a fabricarlas y luego hacerme el mero jefe del laboratorio, como lo es ahora Javier, otro sobrino de mi papá. Quiero un día que me digan Pepe Frías alias El Científico, y así aparecer en todos los periódicos.