Baaba Maal: un juglar moderno (I)
Enero, 2025
Cantante, músico y compositor, nacido en la localidad de Podor, Baaba Mal es una figura musical clave en la historia de Senegal. Con más de cuatro décadas sobre los escenarios —y más de una docena de discos en el mercado—, el cantautor es conocido en el mundo por su música ecléctica, su voz y su compromiso social. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en este trovador moderno.
Del Medievo a la actualidad
Encontrar el camino de los ancestros y de las tradiciones para tener algo que decir, parece ser la máxima artística de Baaba Maal. A la manera de los juglares del Medievo, Baaba hizo camino desde muy temprana edad y encontró, al contacto con la gente, el canto peculiar que lo iba a distinguir en su futura trayectoria.
Baaba Maal no es un cantante cualquiera. Hoy, su voz hace explosión en los escenarios disponibles del mundo y deja el halo de su pertenencia étnica en la mente de los interesados que buscan profundidad y cultura en cada uno de sus conciertos. En esta primera parte, se comentan los antecedentes de su vida artística, según la versión del libro: La música es el arma del futuro (Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).
En el camino del griot
Baaba Maal nació en 1953 en Podor, Fuuta Tooro, la región norteña de Senegal donde actualmente se concentran los antiguos nómadas de la etnia tukulor. Su padre era patrón y amigo de un griot, y el joven Baaba, a su vez se hizo amigo del hijo de éste, Mansour Seck (1955–2024) —a la postre también músico—, quien solía recordar: “Baaba le gustaba mucho a mi padre. Muchas veces hablaba de cosas con él que no discutía conmigo. Yo, en cambio, le gustaba a la madre de Baaba. Las últimas palabras que dijo a su hijo antes de morir fueron: estés donde estés en el mundo, tienes que seguir siendo el fiel amigo de Mansour”.
Su estrecha amistad con Seck proporcionó al joven Maal una profunda inmersión en las tradiciones secretas, normalmente reservadas a los griots. Los dos jóvenes investigadores se pusieron en camino de una aldea a otra. “Pasábamos un par de días ahí, tocábamos por la tarde, luego al día siguiente nos reuníamos con los ancianos para escuchar la historia de la aldea. A la mañana siguiente, continuábamos hacia otra, y así llegamos hasta Costa de Marfil. A veces tomábamos un autobús, otras veces íbamos a pie, llevando nuestro equipaje”.
En su adolescencia, Maal poseía una voz alta, cálida y muy penetrante. Algo cambió antes de cruzar el umbral de sus 20 años: “En Senegal, un cantante tiene que comunicarse con cientos de personas en un gran espacio, muchas veces sin micrófono”, explicó Maal en una ocasión. “Poco a poco tu voz cambia, y entonces pasas de cierto nivel, lo que llamamos ‘la explosión de la voz’ o daande heli, que es cuando la voz se amplía. Una vez que pasas de cierto nivel, ¡boom!, obtienes este gran poder nuevo”.
La gran respuesta que el joven Maal iba obteniendo le convenció para hacerse profesional, pero antes se preparó con su peculiar meticulosidad: se matriculó en el conservatorio de Dakar, estudiando piano y composición, siempre con la visión de que su formación clásica era una herramienta en la reestructuración de la música tradicional que “añade definición y destaca la armonía. No estamos reestructurando porque nos guste copiar la música europea, sino porque queremos que la música africana se haga más nítida”.
La sinceridad de una voz
Transcurridos tres años, Maal se fue a París para acabar sus estudios. Allí empezó a cantar para la comunidad senegalesa, ganando suficiente dinero como para comprar un billete de avión a su amigo del alma, Mansour Seck. Una vez reunidos, el dúo grabó una serie de discos, culminando en el magistral Djam Leelii, donde sus dos guitarras, discretamente apoyadas por el balafón —xilófono—, percusión y efectos sonoros ambientales, creaban un fondo trémulo para que la serpenteante voz de Maal se exprimiera con apasionante sinceridad.
Djam Leelii ilustró la resonancia de la música que todavía puede conseguirse en África y convirtió a Baaba Maal en héroe de Fuuta Tooro, región que estaba sufriendo una progresiva desertización, con la consiguiente migración de los tukulores a Dakar y a Francia. Maal, por el contrario, nunca había dejado de reafirmar los valores de su etnia: “Yo veía que era una sociedad muy especial, donde la espiritualidad es muy importante, la gente es muy devota, muy hospitalaria, muy abierta. Y estas canciones les ayudaron a darse cuenta de que su tierra es hermosa, con una cultura bellísima que les pertenece”.
Con este mensaje subyacente, el disco tuvo resultados prácticos y muchos jóvenes empezaron a volver a sus casas para fundar cooperativas agrícolas, estableciendo incluso una liga de futbol entre las aldeas.
Sin embargo, el hecho de que la melodiosa música arabesca de Djam Leelii no fuese específicamente bailable y que el idioma tukulor no fuera entendido por todos los senegaleses, hizo que esta obra no tuviese el mismo impacto en otras regiones del país. Así, al regresar a Senegal en 1984, Maal y Seck formaron un grupo eléctrico, Daande Lenol (La Voz del Pueblo), que llenó el vacío del Dakar nocturno, causado por las repetidas ausencias del cada vez más famoso Youssou N’ Dour, introduciendo elementos más abordables para un público no iniciado.
Los primeros discos escudriñaron las similitud entre el reggae y el yela —un ritmo tukulor—, pero sus obras siguientes, Souka Nayo y Wadama, ambas de 1987, presentaron una síntesis de la música senegalesa con instrumentos de varias etnias, sobre todo la kora mandinga y el tama wolof. Maal explicaría que “lo importante de mi investigación es que todo el mundo encuentre algo que pueda reconocer. Sientes que tienes algo que decir y se lo das a todos, sin consideración de raza o nacionalidad, sin distinción”.
Continuará…