Noviembre, 2023
Es psicólogo, periodista y productor de proyectos de comunicación y música popular. Pero, sobre todo, Rodrigo Farías Bárcenas es y ha sido un agitador cultural nato. De amplia trayectoria, además, pues en este mes de noviembre está festejando 40 años de camino. Para celebrarlo ha publicado un nuevo libro: ¿Quién detendrá la lluvia?, el cual recoge parte de este recorrido por el sendero de la independencia y del rock. Víctor Roura ha conversado con él.
Rodrigo Farías Bárcenas (3 de marzo de 1958, Ciudad de México) es, no se sabe en qué orden, psicólogo, periodista y productor de proyectos de comunicación y música popular, con cuatro décadas de trayectoria, aniversario que se conmemora el 12 de noviembre, fecha en que salió publicado, en 1983, su primer texto en el viejo unomásuno. En el Instituto Mexicano de la Radio produjo 250 emisiones del programa Fuera de Contexto, en su mayoría dedicadas a la producción discográfica independiente. Como productor ejecutivo, de 1998 a la fecha, ha impulsado proyectos de distinta índole con más de veinte grupos y solistas, incluidos algunos de los exponentes de la producción independiente más importantes en América Latina, como el compositor e investigador mexicano Óscar Chávez, el compositor argentino Litto Nebbia, los grupos Iconoclasta y Real de Catorce. Su paso por las artes escénicas en su vertiente musical incluye la participación en más de 500 conciertos de rock, bajo las fórmulas de producción autogestiva, coproducción o gestión, así como la escritura de numerosas crónicas de conciertos. Es autor de los libros El nuevo rock en México (Ríos de Tinta, México, 2007) y ¿Quién detendrá la lluvia? (edición independiente, México, 2023), que presentará junto con el músico y productor Álex Eisenring —quien, por cierto, llega a sus siete décadas de vida este 26 de noviembre—; la cita es en el Centro de Arte y Cultura Circo Volador (Calzada de la Viga 146, Jamaica, alcaldía Venustiano Carranza, Ciudad de México), el sábado 24 de noviembre, a las 19:30 horas.
En esta conversación con el cronista y productor ahondamos sobre su fructífera labor siempre al pendiente de la música popular independiente.
“Es más complicado mantener proyectos editoriales independientes que funcionen como vías alternas de comunicación”
—Todo tiene un inicio: dos años antes del terremoto del 85 comenzaste a publicar artículos sobre rock justamente cuando esta corriente musical estaba prohibida en México, ¿cómo fue aquella experiencia, había negaciones o entendimientos a tu trabajo, rechazos y desinterés editoriales o recepciones súbitas?
—Me inicié en el periodismo el 12 de noviembre de 1983, cuando el diario unomásuno publicó mi primer texto. En ese artículo hacía un recuento crítico de un fenómeno entonces reciente: la relación del rock anglosajón con los patrocinios publicitarios. Este debut había sido precedido por mi participación en el taller de periodismo coordinado por Armando Ponce, de Proceso, en el Palacio de Minería, en 1981, y también por mi práctica en el taller de crónica periodística dirigido por el comunicólogo Máximo Simpson en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, que inició a principios de 1982 y concluyó a mediados de 1984. Ya había terminado mi licenciatura en psicología, por lo tanto podría decir que debuté de una manera afortunada porque contaba con un proyecto nacido en la UNAM que fue tomando forma con las tres experiencias que acabo de mencionar. El maestro Simpson le propuso mi trabajo a Antonio Marimón, coordinador de la sección cultural en unomásuno, y a partir de ese momento colaboré regularmente hasta 1986, incluyendo la etapa de Roberto Vallarino. Estas primeras experiencias en el periodismo fueron apuntaladas con mis textos para la revista Casa del Tiempo, de la Universidad Autónoma de México, para el periódico cultural Las Horas Extras, dirigido por ti y editado por Víctor del Real, para la revista Dosfilos coordinada por José de Jesús Sampedro, y posteriormente para la sección cultural de El Financiero que tú dirigías, experiencia importantísima para mí.
“Soy de la idea de que el rock no estaba prohibido en México, pero sí reprimido, lo cual no impidió que durante la primera mitad de los años ochenta surgiera una apreciable producción discográfica independiente, de la que me ocupé de manera regular. Es muy importante recalcar que los medios impresos, antes que los electrónicos, fueron los primeros en considerar al rock como una forma de música popular válida culturalmente, criterio alejado del estigma informativo de años previos. Durante los ochenta, fundamentales en este aspecto fueron Proceso, unomásuno, La Jornada, El Universal (con Paco Ignacio Taibo I) y El Nacional (con Manuel Blanco). En términos generales podría decir que mi relación con los editores era buena, aceptaban mis propuestas debido al conocimiento que yo tenía tanto de la dinámica informativa que había en torno al rock como de los medios en los que colaboraba, lo cual me permitía hacer propuestas relevantes y pertinentes según las respectivas líneas editoriales. Entendí que me tocaba cultivar mi propia intuición editorial.
“Las dificultades para publicar, sin embargo, tienen que ver con los medios en tanto sistemas de comunicación que operan de manera vertical y con intereses mercantiles. Es así como las manifestaciones de la cultura alternativa, incluido el rock mexicano, los movimientos sociales y cualquier tipo de disidencia eran y siguen siendo objeto de rechazo. A todo esto agrego que en México las condiciones laborales para ejercer el periodismo son muy adversas, sobre todo en cuanto a inseguridad y bajos salarios. Y debido a la ausencia de estabilidad financiera, es aún más complicado mantener proyectos editoriales independientes que funcionen como vías alternas de comunicación, lo digo por experiencia”.
“¿Quién detendrá la lluvia?”, una de las canciones más trascendentes de la música popular
—“¿Quién detendrá la lluvia?”, esa bella canción de los Creedence Clearwater Revival, es el título de tu libro, metáfora roquera de los disturbios raciales, de las irrazonadas guerras. Específicamente en tu volumen, ¿cuál es la metáfora propositiva?
—El locutor y productor César Alejandre tenía una importante presencia en Radio Capital, solía ser alguien que se expresaba acerca del rock de manera entusiasta. Empecé a escucharlo en 1969, cuando estaba en secundaria. De esas audiciones surgió gran parte de mi afición por el rock, en particular por los Creedence, a quienes conocí gracias a César. Mi aprendizaje temprano acerca de la naturaleza musical del rock tiene mucho que ver con este cuarteto californiano, pues condujo mi atención hacia la psicodelia y me puso en primerizos tratos con varias de las raíces del rock, como el blues, la música country o el folk. No he dejado de escucharlo desde entonces, es uno de los grupos que representan la quintaesencia del rock.
“A su vez, ‘¿Quién detendrá la lluvia?’, compuesta por John Fogerty, cantante y guitarrista, es una de las canciones más trascendentes de la música popular. Se caracteriza por su aire folk, de calidez acústica, por su belleza en las armonías, y por un punto de vista susceptible de varias interpretaciones. La mía abarca tres aspectos: la lluvia simboliza lucha contra el poder, es el aspecto histórico que advierto en el primer verso. La lluvia simboliza metralla, en alusión a la guerra de Vietnam, es el aspecto político contenido en el segundo verso, que cuestiona a los gobernantes promotores de la guerra. En el tercer verso el significado de la lluvia es literal, nos ubica en el aguacero que cayó cuando los Creedence participaron en el Festival de Woodstock. Considerado de manera global, el punto de vista es antibélico, a favor del pacifismo. La canción concentra el modo de pensar y sentir de cierta época histórica, pero su mensaje es significativo para cualquiera. Por eso elegí el título para identificar mi libro. Dicho sea de paso, hay una extraordinaria versión de 2013 interpretada por Bob Seger y John Fogerty que confirma la pertinencia de ‘¿Quién detendrá la lluvia?’ para el siglo XXI”.
“Hace falta estimular la crítica cultural en nuestro país, tan decaída”
—El libro, lo subrayas muy bien, es sobre todo autobiográfico, si bien el contexto en las páginas que has escrito es enteramente roquero, ¿los hijos del rock, por llamarlos de alguna manera, entonces se van difuminando cada vez más con los tiempos que vamos viviendo, de canciones desechables, de bad bunnies ocasionales, de gruperías sonoras, de iracundias opositoras?
—A estas alturas, la expansión del rock en el mundo ha llegado a tales dimensiones que no alcanzo a tener una idea cercana de su magnitud. Igual pasa en México, se han formado grupos de rock hasta en las poblaciones más alejadas del centro, con características culturales propias de cada región. Este fenómeno quiere decir que está conformándose un proceso de transmisión generacional, de modo que el avance de una tradición en el rock es irreversible, y dada su importancia debería tener más atención por parte de toda clase de personas interesadas en estudiar el devenir del rock, trátese de periodistas, historiadores, sociólogos, psicólogos sociales, comunicólogos, educadores, productores, gestores culturales, etcétera. Preguntas que deberíamos hacernos, por ejemplo, son: ¿en qué consiste ese proceso?, ¿qué factores propician su desarrollo?, ¿cuáles representan un obstáculo? Confieso que desconozco alguna referencia documental que nos ofrezca un estado de la cuestión acerca de este asunto. Sin embargo, una de las ideas subyacentes en mi libro consiste en señalar la importancia de saber trasmitir la experiencia acumulada de una generación a otra como un recurso para garantizar la continuidad y la transformación cultural.
“En el caso específico de México, sí percibo un desgaste en la comunicación intergeneracional, lo que tiene como consecuencia el desperdicio del aprendizaje y la construcción de una memoria colectiva con lagunas, con todo y las pérdidas económicas que esto supone. El rock es uno de los ejes temáticos del libro, pero el énfasis está puesto en su vínculo con la memoria colectiva. Pese a estos problemas, bien que mal las relaciones intergeneracionales siguen su curso, y no lo impide el imponente dominio de los artistas o de la música desechable a la que te refieres. Para mí de lo que se trata es de esclarecer cómo evoluciona el rock a través del tiempo, y de qué manera varía su significado en función de los cambios de contexto histórico.
“Hablar de contracultura en estos días tiene sentido si nos alejamos de su acepción restringida que la ubica como una mera expresión del comportamiento juvenil, aproximándonos en cambio a una acepción más amplia y profunda que entienda la contracultura como un paradigma que nos permita comprender la dinámica de los cambios culturales provocados por prácticas alternativas que se oponen a las dominantes. De hecho, ¿Quién detendrá la lluvia? es mi primer paso en este propósito de comprensión. Hace falta estimular la crítica cultural en nuestro país, tan decaída”.
“Los jóvenes de entonces no éramos tan manipulables como Monsiváis llegó a decir”
—No era sencillo escribir sobre rock mexicano a pesar de que su ebullición era latente: Carlos Monsiváis, negando este hecho, o en consciente aversión primaria al acontecimiento declaró que con esta música se había producido la primera generación de estadounidenses nacida en México, aunque cuando empezaste a escribir esta luminaria del pensamiento ya casi llegaba al medio siglo de vida…
—Pertenezco a una generación de universitarios que en los años setenta tomó conciencia de la importancia de los medios de comunicación como factores de control social por parte de la iniciativa privada y del Estado. En mi caso, esta toma de conciencia ocurrió en los hechos y no por los libros, cuando siendo alumno de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Zaragoza participé apoyando a los trabajadores de la UNAM que se fueron a huelga a mediados de 1977, motivado precisamente por estar en contra de la manipulación informativa, en particular la de Televisa, con la cual se atacó al movimiento con toda la fuerza. A raíz de esta experiencia me orienté a fomentar la organización estudiantil con el fin de participar en las decisiones académicas que afectaban nuestros estudios, estaba convencido (y sigo estándolo) de que la participación incrementa la conciencia social. Eventualmente, presenté una tesis en la que sintetizaba mi punto de vista sobre el autoritarismo con el que funcionaban (y funcionan) los medios de comunicación. Así que con estos antecedentes mi paso hacia el periodismo se fue dando de manera paulatina, pero constante. No fue algo casual, sino producto del proceso educativo que tuve en la UNAM, mismo que contribuyó a que dilucidara con qué propósitos quería ejercer el oficio.
“En el caso del rock, tomando en cuenta la represión policial y que estaba fuera de los medios, para mí esos propósitos eran claros: por un lado, su registro periodístico tenía que dar prioridad a la producción nacional, dado el dominio del rock anglosajón, y por el otro consideraba que era necesario contribuir a validar esta producción en la agenda de la opinión pública para estimular la participación en los medios de una expresión cultural cuya importancia social estaba siendo menospreciada. Ante esta manera de ver la dinámica informativa, en su momento la opinión de Monsiváis que mencionas me pareció absurda porque implicaba desconocimiento del referente en cuestión, los jóvenes de entonces no éramos tan manipulables como él llegó a decir. Los veinteañeros de los años ochenta le dimos un gran impulso a la cultura alternativa, habíamos nacido en los cincuenta, nos nutrimos de la contracultura de los sesenta y fuimos jóvenes en los setenta. Alentamos la formación de grupos musicales, la generación de experiencias colectivas, la organización de productoras y agencias, promovimos la producción independiente de medios escritos, discos y conciertos. No es posible pasar por alto este hecho. Eso de que los setenta son la década perdida es falso. En el libro hay una recurrencia hacia estos años porque aún hay mucho por esclarecer respecto a la represión ejercida por el Estado, que orilló al rock a un prolongado periodo de reflujo, y al clandestinaje tratándose de los movimientos sociales. Hay en sus páginas aspectos relacionados con la historia reciente de México que nos muestran una relación tensa entre la sociedad y el Estado, con el rock de por medio”.
“Las redes sociales han pasado a ser extensiones de las grandes empresas del entretenimiento”
—Cuarenta años después, Rodrigo, el ejercicio de la prensa roquera se ha visto disminuida acaso por la aparición de las, dicen, “benditas” redes sociales, esas a las que recurres para exponer tu libro, ¿qué ha pasado en estas cuatro décadas con esta experiencia periodística?
—En el libro expongo por primera vez los antecedentes de las experiencias que dieron lugar al proyecto de comunicación que me inclinó por el periodismo. Estructuro la primera parte con una narración autobiográfica que gira alrededor del Movimiento Estudiantil de 1968 y la expansión del rock en la colonia Gabriel Ramos Millán, donde viví mi infancia y adolescencia. La segunda es una selección de 50 artículos que abarca un periodo que va de 1983 a 2023. Una sirve para entender a la otra. Muestro la evolución de mi labor considerando experiencias formativas durante mi juventud que fueron clave en mi manera de participar en el trabajo cultural. No había hecho público un ejercicio reflexivo de este tipo. Gente que me conoce de cerca ha encontrado en sus páginas aspectos que ignoraban de mi biografía y desempeño profesional. Comparto el proceso de transformación que a la postre produjo una síntesis en la escritura, de manera que ahora soy un productor con bagaje periodístico y un periodista con bagaje de productor, con favorables cambios: pasé del lenguaje informativo habitual a un lenguaje reflexivo que revela a una persona más consciente del papel que ha jugado en el campo de las artes escénicas, al que pertenece la música. El libro es resultado de esta toma de conciencia, y el ejemplo más representativo de este cambio es el ensayo que le dediqué al primer elepé del grupo tapatío Toncho Pilatos, que en este 2023 cumple cinco décadas de haber sido publicado. Es el más significativo en la historia del rock mexicano, según la tesis que desarrollé en cincuenta páginas. Dicho ensayo fue posible gracias a mi experiencia como productor, que me dio la capacidad de analizar detalles hasta ahora no considerados respecto a Toncho Pilatos, con aportes inéditos. Tiene como antecedente mi primer libro (anterior a ¿Quién detendrá la lluvia?), intitulado El nuevo rock en México / Alternativas para armar tu banda (Ríos de Tinta, 2007), que escribí pensando en jóvenes principiantes que optan por la producción independiente y el propósito es guiarlos en la organización de sus proyectos musicales desde el punto de vista de la comunicación.
“He procurado ser un sujeto activo en la producción de conocimiento propia del periodismo, favoreciendo la participación colectiva en la misma, ejerciendo nuestros derechos culturales y laborales. Producir es crear sentido, comunicar; también es aportar, evolucionar. No identifico mi trabajo con el así llamado periodismo de rock, tiene otras características y con frecuencia es alérgico a premisas sociales. Periodismo de rock es un concepto amorfo que conlleva problemas de identidad, abarca prácticas que son ramas del marketing, como la publicidad y las relaciones públicas. Suele pasar que esta confluencia ocurra de manera simulada, oculta bajo un maquillaje periodístico para que parezca de interés social lo que en realidad está motivado mercantilmente. No es la sociedad el verdadero emisor, sino el mercado. A lo largo de los años se ha mantenido, anquilosado, una tendencia apegada a este proceder. En la introducción, no obstante, reivindico las fuentes periodísticas como recursos para conocer formas de comunicación social prevalentes en ciertas épocas. En el caso del periodismo de rock, para ir más allá de la visión de sus panegiristas en la comprensión de sus orígenes y posterior evolución, está pendiente su análisis a partir del estudio de las empresas cuyo modelo comercial desde los años sesenta definió las líneas editoriales de las revistas que le dieron origen, y que hoy son citadas como influyentes modelos.
“Por lo que toca al periodismo de rock que se ha extendido hacia las redes sociales electrónicas, puede decirse que no ha resuelto el tema de identidad que señalé antes, ni ha generado alternativas que mejoren su aplicación; por el contrario, pues las redes han pasado a ser extensiones de las grandes empresas del entretenimiento, cuyos contenidos son los que más circulan, además de ser tierra fértil para la malinformación y la desinformación, con la consecuente degradación informativa. Han proliferado blogs, páginas web y canales de YouTube con el rock mexicano como tema en los que es evidente la falta de cuidado editorial. En dichos medios hay músicos que se han convertido en entrevistadores de sus colegas, en un marco de confortables tertulias, sin faltar quien advierta que no es periodista, pero bien que lo aparenta. Sus contenidos son laxos e insignificantes, consecuencia de la mutua complacencia. En las redes abunda la recolección de testimonios hecha sin técnica informativa, en la que músicos entrevistados por solícitos interlocutores hablan exclusivamente de música, como si no existiera la sociedad en la que viven.
“Por último, la perspectiva temporal permite apreciar que el periodismo de rock tiende a institucionalizarse, como una vocería oficial, mediante la formación de redes sociales (en la acepción sociológica del concepto) que marcan la pauta en cuanto al sentido que ha de tener el rock mexicano para la sociedad, empezando por cómo debe contarse su historia. Veo aquí un reflejo de la academia y los doctores que la rigen de manera prescriptiva, con toda la connotación autoritaria que tiene la palabra. Si no concuerdas con su pauta, o la objetas, te cancelan. Esta práctica se lleva a cabo como una reproducción a escala de la que es tan normal en nuestra estructura social, tan socorrida para mantener privilegios en el medio cultural, académico y político, bien caracterizada por un mexicanísimo concepto: el ninguneo”.
“Para mí producir es decidir y hacer, pero sin una mentalidad empiricista”
—Alguna vez, en una facultad universitaria, le preguntaron a Fernando Benítez cuál era su metodología de trabajo, que no tenía ninguna sino solamente publicaba lo que le entregaran sus amigos, pero la teoría a veces domina grandilocuentemente en los espacios académicos. Con el paso del tiempo, y aun luego de haberte introducido en el campo de la dirección ejecutiva con un grupo como Real de Catorce, ¿sigues pensando que la descripción teórica del emisor-receptor es la correcta? Con el entrañable Óscar Chávez hablaba mucho acerca de la música inducida y la otra, como la suya, que se adentraba en los espectadores de manera contraria a los cánones teóricos…
—Desde que era estudiante he pensado que la supuesta dicotomía entre teoría y práctica es en realidad un falso dilema. Mi tesis de licenciatura era en un estudio teórico, pero sus implicaciones prácticas, tan es así que ese proyecto se diversificó hasta convertirse en la base de lo que hice posteriormente en comunicación social, como periodista o responsable del área de comunicación en grupos de trabajo, es una investigación que he aprovechado muy bien.
“El academicismo en la investigación sobre rock mexicano se nota en tanto que quienes incurren en eso elaboran marcos teóricos para explicar su objeto de estudio con un lenguaje rígido vinculado con ideas y conceptos, pero no con el contexto cotidiano, concreto, de quienes de una u otra forma hacen el rock. Los años que he pasado compartiendo ese contexto con grupos independientes suscitan que la revisión de tesis me deje la impresión de falta de contacto de éstas con la vida real. En especial parece no importar el trasfondo financiero de la actividad musical, el cómo hay que ingeniárselas para producir a pesar de todo. Como si no tuviera relevancia social, no hay interés académico ni de los medios en investigar la infraestructura económica de la producción autogestiva, cuya relevancia radica en su intención de cambio. Debe atenderse porque influye en la conciencia de la gente.
“Para comprender el sustrato productivo del rock sí me he valido de esclarecedores trabajos teóricos realizados por especialistas de distintas nacionalidades. Cuando me inicié en el periodismo en 1983 ocurrió con, por ejemplo, Roberto Muggiati, Simon Frith, Theodore Roszak, Gino Stefani, Hans Magnus Enzensberger, Máximo Simpson, Umberto Eco o Edgar Morin. En una nueva etapa, cuando me introduje en la producción en 1998, me orientaron los trabajos de Charles Wright Mills, Erving Goffman, Peter Berger, Thomas Luckmann, Paul Watzlawick, Gregory Bateson, Morris Berman, R. G. Collingwood, John Dewey, entre otros. Marisa de León es una productora teatral mexicana cuyos conceptos de producción y difusión he tomado como modelos, son indispensables. Pero sobre todo me apoyé en Raymond Williams para mejor entender el vínculo sociedad-cultura, y el importante papel que juega la producción alternativa como una forma de contrarrestar la exclusión institucional o empresarial. La mayoría de los autores que he citado son sociólogos en cuya obra me he basado para orientar mi práctica hacia la organización del trabajo cultural. Para mí producir es decidir y hacer, pero sin una mentalidad empiricista.
“Óscar Chávez no era un teórico de la comunicación, evidentemente, pero sí fue un infatigable investigador de la música popular no condicionada mercantilmente. Él fue uno de los referentes más importantes para que yo pudiera formarme un concepto derivado de una práctica real de lo que significa la producción independiente en México, por un tiempo fuimos compañeros de trabajo en un proyecto editorial. Teniéndolo a él en mente, pienso que sigue siendo correcta la conceptualización que hice de la relación emisor-receptor en el proceso de la comunicación masiva, según la tesis con la que me licencié. Esencialmente, mi punto de vista en este trabajo, basándome en investigaciones que se remontan a los años cuarenta del siglo XX, consiste en sostener que los receptores son capaces de poner barreras a la influencia de los medios, que no son pasivos según ciertas teorías de la comunicación. Extrapolando esta idea al campo de la producción de proyectos musicales, el propósito era llegar a formar esas audiencias activas que no aceptan la música inducida, como tú le llamas.
“Tal planteamiento sostuvo los proyectos realizados con Óscar Chávez, Real de Catorce, Iconoclasta y Litto Nebbia, destacados exponentes de la música independiente en América Latina, y con otros grupos y solistas de enfoque alternativo. Calculo que mi labor como productor ejecutivo, siendo parte de la productora Señales, incluye la participación en distintos aspectos organizativos de más de 500 conciertos, con sus derivaciones a diversos canales de difusión. En el caso de Real de Catorce, el trabajo en conjunto del grupo y productores fue distinguido por el Auditorio Nacional, con la nominación a los mejores espectáculos de México en el rubro de jazz y blues, para la entrega de los reconocimientos Las Lunas del Auditorio Nacional, en 2004 y 2005; además, en el mismo evento compartimos colectivamente la premiación en 2007 como parte de los participantes en el Festival de Jazz de la Ciudad de México 2006, cuando el Real le abrió a Buddy Guy en el Teatro Metropólitan. Para que se entienda la razón por la cual considero dignos de mención estos logros, basta con tomar en cuenta que el Auditorio Nacional es uno de los centros de espectáculos más importantes en el mundo, y que son unos cuantos los artistas independientes que llegan a este punto. Seguimos senderos abiertos por Óscar Chávez muchos años antes para una justa valoración de la verdadera música popular”.
“Como responsable del área de comunicación de un colectivo o de una empresa cultural independiente, no dejo de ser periodista”
—Si bien te refieres demasiado a tu carrera en el periodismo cultural, Rodrigo, no es sino en la hondura de la producción musical donde eres más reconocido. Tú, personalmente, ¿te consideras más periodista que productor o al revés? Porque, desde mi punto de vista, un ensayista por publicar en un medio no se convierte automáticamente en un periodista, como no fuera periodista, nunca, Carlos Fuentes por el solo hecho de publicar en diversos medios. Rodrigo Farías Bárcenas, aunque es un productor importante de rock mexicano, no ha dejado jamás de ser un ensayista sobre la música popular. ¿Cuál es el oficio que define mejor a Rodrigo Farías Bárcenas?
—Creo que mi trabajo como periodista es más tomado en cuenta que el de productor. Yo soy psicólogo, periodista y productor ejecutivo, tengo una experiencia forjada en el lugar de los hechos, apoyada en un indispensable trabajo de investigación, es así de sencillo. ¿Quién detendrá la lluvia? es un libro que recoge mi experiencia periodística, cuya publicación fue posible gracias a mi trabajo como productor. El periodismo no se ejerce exclusivamente en los medios de comunicación, también se ejerce en otros sectores de la sociedad cubriendo acontecimientos que el periodismo empresarial olímpicamente ha ignorado. Durante años he señalado el trato indiferente que las empresas de comunicación le han dado a la producción independiente, no les conviene reconocerla como una alternativa cultural, salvo contadas excepcione por iniciativas individuales. Es en este terreno descuidado, excluido, donde opero invirtiendo capital y trabajo para involucrarme en una dinámica de cambio, específicamente en comunicación social. Como responsable del área de comunicación de un colectivo o de una empresa cultural independiente, no dejo de ser periodista. Pasé por un proceso de formación que me permite combinar disciplinas, sin experimentar conflicto o falta de identidad, es la situación específica lo que determina qué decisiones he de tomar y qué acciones ejecutar. En otro momento mencioné que soy un periodista con bagaje de productor y un productor con bagaje de periodista. No quiero que esto suene a retruécano o que le saco la vuelta a tu pregunta. Así lo veo. Que soy un ensayista sobre la música popular es una definición que tú sugieres, el punto es que la veo limitante, además la analogía que haces con Carlos Fuentes, nada que ver. El subtítulo de ¿Quién detendrá la lluvia? es: 40 años de memoria periodística en torno a la cultura del rock. Es un subtítulo objetivo, exacto, sobre todo verídico.
“Tengo mis reservas en cuanto a citar grupos y solistas sin extenderme en sus rasgos y contextos específicos”
—Nos has dicho que el primer disco de Toncho Pilatos lo identifica radiantemente con el ejercicio del rock mexicano, ¿pero a qué otros grupos considerarías vitales en la construcción de un rock propio, original, distinguible?
—El proceso al que te refieres es un proceso colectivo complejo, con matices a lo largo del tiempo. Con respecto al papel que en él juega Toncho Pilatos, específicamente, lo que sostengo es que el grupo plantó la raíz mexicana en la raigambre del rock mundial, revelándonos que la música mexicana podía ser parte de la naturaleza misma del género en una relación de mutua influencia, y en dirección opuesta a los conceptos musicales que se limitan a adaptar el rock anglosajón. Esto ocurrió en una coyuntura cultural y comercial a fines de los años sesenta y principios de los setenta, que no tenía precedentes y no se repitió después. Esa coyuntura se distingue por tres elementos principales: el original concepto artístico de Toncho Pilatos, que puede entenderse como parte de la expansión que tuvo el rock gracias a la psicodelia, más una empresa como Polydor que estaba extendiéndose en México, creando la serie Rock Power como punta de lanza de ese crecimiento, con lo más destacado del rock a nivel mundial en su catálogo. El primer disco de Toncho Pilatos, al ser incluido en dicha serie, quedó en un marco inmejorable para ser apreciado como parte de ese fenómeno expansivo, sin verse disminuido en cuanto a calidad musical en caso de comparaciones. Este contexto de creación, producción y difusión hace del debut discográfico de Toncho Pilatos algo excepcional, insisto, que no ocurrió con alguien más ni antes ni después. El disco empezó a circular a partir de 1973, convirtiéndose con el tiempo en una referencia para futuras generaciones. Independientemente de si su influencia se reconoce o no, el hecho es que sentó un precedente que sintetiza todo un proceso colectivo enfocado en crear un rock original.
“Tengo mis reservas en cuanto a citar grupos y solistas sin extenderme en sus rasgos y contextos específicos, pero referiré algunos que deberían mencionarse más a menudo por sus aportaciones a la creación de un rock con lenguaje propio, en los años sesenta y setenta: Los Locos del Ritmo, Los Yaki, Spiders, Los Ovnis, Antorcha, Love Army, Eduardo Tejedo (La Semilla del Amor), Guillermo Briseño, Olaf de la Barreda (como productor), Roberto González, Jaime López, Emilia Almazán, Nuevo México, Ramsés, Arturo Meza, Luis Pérez (quien fue parte de El Perón Eléctrico, La Verdad Desnuda y Ciruela antes de su obra como solista), Eblén Macari, Naftalina, Rodrigo González, Locos, Armando Nava (como productor), Pájaro Alberto, Rafael Catana, Eduardo Toral (como productor), Cosa Nostra, Fausto Arrellín, Álex Eisenring (como productor), Ricardo Ochoa (como productor), Cecilia Toussaint, Mistus, Jorge Reyes, Carlos Alvarado, Rebel D’Punk, y párale de contar (a propósito no menciono algunos incluidos en la etiqueta Onda Chicana porque han sido multicitados). He traído a cuento ejemplos, nada más, pero suficientes para cuestionar la idea de que la búsqueda de identidad en el rock mexicano inició en los años ochenta. Para ese entonces esa búsqueda ya tenía su historia, ya no era una innovación cuando la continuaron otros exponentes”.