Noviembre, 2022
De la mano de la ciencia hemos viajado al espacio, curado múltiples enfermedades, revelado los misterios que esconde nuestro genoma y contestado a multitud de interrogantes que desconcertaban la mente humana, pero su uso sin consideración ética alguna también nos ha arrastrado hacia algunos de los episodios más oscuros de nuestra historia. En su nuevo libro, Tratado de ciencia canalla, David G. Jara realiza un recorrido a través de las causas y las consecuencias de algunos de los eventos más aberrantes en los que se ha empleado esta disciplina de conocimiento. En esta conversación con Ariel Ruiz Mondragón, David G. Jara es contundente: “El individuo no puede renunciar, en las sociedades actuales, a saber de ciencia”.
En nombre de la ciencia y con presuntos fines superiores —que van desde la prevalencia de una supuesta raza superior hasta la salud de colectividades— se han perpetrado muchos experimentos que han sido prácticamente criminales.
Una serie de ejemplos de lo anterior en diversos países y contextos es lo que presenta David G. Jara en su libro Tratado de ciencia canalla / Un análisis histórico de algunas de las etapas más oscuras del conocimiento científico (México, Fondo de Cultura Económica, 2022); se trata, sobre todo, de episodios en los que “la mala acción del hombre, de ese ser especial y único, ha estado a punto de echar a perder la mejor herramienta que poseemos para interpretar la realidad”.
Jara es doctor en Bioquímica por la Universidad Rey Juan Carlos I de Madrid, además de profesor en el Centro de Educación Obligatoria Mirador de la Sierra en Villacastín, Segovia, España. Autor de al menos seis libros dedicados a la divulgación de la ciencia, obtuvo los premios Europeo de Divulgación Científica en 2018 y el Prismas Casa de las Ciencias a la Divulgación en 2014, por sus libros Las moléculas de la vida y El encantador de saltamontes, respectivamente. Con él hemos conversado.
—¿Por qué escribir un libro sobre experimentos aberrantes que se disfrazaron de ciencia?
—Es un libro que viene a ser como una especie de recordatorio de lo que puede llegar a suceder con la ciencia en malas manos, desenfocada y que ha perdido su vía ética. Trato episodios pasados y algún capítulo aborda una cuestión un poco más reciente, pero es bueno tener en cuenta todo lo que pasó e intentar que no vuelva a suceder. Ese es el objetivo del libro.
“A pesar del título que tiene, el libro no va contra la ciencia. Escribo y enseño ciencia, y es un canto a ella como estrategia de conocimiento que tenemos los humanos, para que siga siendo útil y que no se desvíe, como ha sucedido en muchísimas ocasiones”.
—Llamaron mi atención las formas en que diversos científicos de muy diversos países (desde España hasta Japón, y también Estados Unidos y la Alemania nazi) realizaron tales “investigaciones”. ¿Cuáles han sido las principales argucias que han dado para justificar los experimentos con humanos, principalmente?
—Han sido varias, pero la más habitual siempre ha sido la premura, la necesidad de encontrar una solución a algo que creemos que es muy importante para la mayoría de la sociedad, y se realizan investigaciones en aras de ese objetivo. En teoría esa necesidad creada (aunque a veces sin ella) da motivo para utilizar a individuos a los que se les coloca (artificialmente, por supuesto) en otra categoría por sus recursos económicos, por la etnia a la que pertenecen, por ser de otro país o por el nivel de cultura que tienen.
—¿Cómo se ha querido usar la ciencia para justificar ciertas políticas? Usted cuenta en el libro, por ejemplo, el caso de España y Nueva Guinea en la época de Francisco Franco, cuando se quiso justificar la explotación laboral de los indígenas con argucias racistas.
—Lo que ha demostrado la ciencia constantemente es una gran legitimidad: ha demostrado que puede elucidar un montón de los problemas que nos aparecen y encontrar soluciones y explicaciones.
“Basada en esa legitimidad que ha ido adquiriendo la ciencia poco a poco, los intereses económicos y políticos, como en ese caso los de la dictadura franquista, han intentado recurrir o tirar de esa arma que es la ciencia para legitimar ideas que son parciales, malinterpretadas y, finalmente, falsas.
“En el caso de España se usó para justificar un colonialismo que ya no tenía ningún sentido, al hablar de que los negros guineanos eran estúpidos, lo que se intentaba justificar ‘científicamente’.
“En otros lugares se han intentado justificar abusos sobre los más débiles, pero eso realmente ha sido tirar de la ciencia con el objetivo de legitimar ideas políticas que no ha demostrado ni tiene nada que ver con ellas”.
—Y eso va más allá del racismo: es interesante el caso que refiere en el libro del doctor franquista Antonio Valle-Nágera, quien iba contra los republicanos y los marxistas con razones presuntamente científicas.
—Es un paradigma de lo que sucedió en España en la primera década del franquismo, cuando había que legitimar una serie de ideas, en ese caso el nacionalcatolicismo, y básicamente se recurría a considerar que las personas que no compartían su ideología (anarquistas, comunistas, republicanos) eran tarados mentales. Valle-Nágera era psiquiatra y recurría a diferentes técnicas y estudios, seudocientíficos la mayor parte de ellos, además de interpretaciones del darwinismo para justificar científicamente la superioridad de esas ideas reaccionarias y radicales frente a otras como el anarquismo, el comunismo, el socialismo e, incluso, la democracia.
—También tuvo un impacto muy grande la eugenesia, y no nada más en la Alemania nazi, y sobre ella no sólo se hacían referencias al racismo y a las ideas políticas: en el libro está el caso del doctor Gregorio Marañón, quien también hablaba del amor para justificarla.
—Ese capítulo, sobre todo en el contexto latino, fundamentalmente en España, es muy especial porque en el norteamericano y el alemán la eugenesia era radical, mientras que en el ámbito latino la religión imperaba y era más complicada. Pero incluso personas como Marañón y pensadores increíbles en España, mentes lúcidas, se vieron infectados por esa especie de epidemia, y justificaban, incluso, regenerar la raza y al español medio, y recurrir a estrategias que, aun sin ser la eugenesia radical que propugnaban nazis o estadounidenses, pues sí eran francamente curiosas al recurrir, en este caso, al catecismo, como hacían Valle-Nágera o Marañón.
“Pero esa parte del libro también buscaba básicamente demostrar cómo una idea científica malinterpretada puede impregnar a todos y a todas las ideologías: socialistas y anarquistas también hablaban de ello, así como los franquistas, todo el mundo se vio impregnado por esas ideas y malinterpretaciones, que fueron las de Darwin a través de Galton”.
—Eso estuvo basado en malinterpretaciones de Darwin. ¿Qué otras teorías científicas han sido falsificadas para ser utilizadas de esa forma?
—Más utilizada y menos entendida que la evolución por selección natural de Darwin, ninguna. Pero del caso del que me hablas podemos mencionar las investigaciones de los tests de Yerkes, que han derivado en lo que actualmente son los tests para determinar algo tan complejo como qué es la inteligencia. Estamos queriendo medirla sin saber realmente de qué hablamos.
“Eso se hizo, y se les trató como una ciencia: tests de los que contenían números, que cuantificaban con sus medias, sus medianas y, lo que es peor, sacaban conclusiones. Estas luego fueron utilizadas por medios políticos para ir contra ciertas personas; así, los tests de Yerkes que se usaron a principios del siglo XX teóricamente demostraban (falsamente) que los europeos y los extranjeros que llegaban a Estados Unidos estaban bajando el coeficiente intelectual medio, lo que sirvió para que durante la Segunda Guerra Mundial gran parte de las personas que estaban envueltas en persecuciones en Europa no pudieran llegar a Estados Unidos.
“Así que hablamos de tergiversaciones y de malinterpretaciones que luego tienen sus consecuencias a nivel político y a nivel social”.
—En el libro también se expone que hubo proyectos de salud, deontologías que eran muy avanzadas y que empezaron muy bien; sin embargo, fueron echadas a perder. En el libro está el caso de las escuelas Rosenwald y la sífilis, mientras que en el apartado de los nazis se refiere que antes de su llegada los alemanes estaban muy adelantados en términos deontológicos, tanto que usted llega a decir que si hubieran juzgado a los científicos nazis con la antigua legislación hubiera sido peor para ellos que lo resuelto en Núremberg. ¿Cómo degeneraron esos proyectos?
—En ambos casos, tanto cuando hablamos del experimento Tuskegee, que hicieron los norteamericanos con la población negra poco formada y aprovecharon a personas que tenían sífilis simplemente con el objetivo de ver cómo su cuerpo iba degenerando.
“En este caso nos lleva a lo que comentábamos antes: primero, estos científicos estadounidenses consideraban dos niveles: uno para el norteamericano medio y otro para las personas negras, a las que no consideraban importantes; si no, les hubieran dado los medicamentos que ya había, pero no se les dio en ningún momento.
“¿A qué apelaron esos científicos? Primero utilizaron las escuelas Rosenwald, un proyecto social importante que buscaba lo contrario: descubrir qué personas estaban enfermas de sífilis para poner una serie de medidas y curarles. Pero llegó 1929, el jueves negro y ya no hubo dinero, pero los científicos norteamericanos desaprovecharon aquella oportunidad e hicieron lo contrario y utilizaron a esas personas en pos de encontrar una solución para la sífilis. Pero realmente tiene poca explicación porque fue un experimento muy largo y ya existía la penicilina, que curaba perfectamente la sífilis.
“Por otro lado, respecto a los médicos nazis, a veces pensamos que hasta Núremberg apareció una verdadera ética de la experimentación, y no es cierto. En Alemania, durante la República de Weimar, en el lapso que hay entre las primera y segunda guerra mundiales, los alemanes tuvieron una legislación increíble. Algunos de los puntos que se trataban en ella (que se pueden consultar al final del libro) regulaban hasta el mínimo detalle la experimentación con humanos. Pero los nazis estaban en guerra y se saltaron todas esas normas en pos de ganarla; es decir, pusieron un objetivo mayor a esas reglas que ya existían”.
—¿Qué tanto ha servido la legislación para atajar esos estudios, pero también quizá con un efecto negativo? Así ocurrió con el caso extremadamente aberrante de Guatemala, a donde los norteamericanos fueron a experimentar con humanos porque en su propio país ya no podían hacerlo porque ya se había legislado al respecto. Y no sólo se trató de observar a los enfermos, sino llegaron a infectar a personas sanas para sus experimentos.
—Tenemos una legislación a nivel mundial, y entonces eso no debería pasar. Pero tenemos un ejemplo más de lo que es situar a un individuo en una escala diferente a la nuestra. Los estadounidenses intentaron hacer esas pruebas sobre la sífilis y la gonorrea en la prisión de Terre Haute, en Estados Unidos, y la prensa se les echó encima, aunque era una experimentación en la que los propios prisioneros daban su consentimiento (aunque comento en el libro que darlo siendo prisionero a lo mejor no es una forma muy libre de hacerlo). Pero vieron la oportunidad en Guatemala, allí sin ningún tipo de traba o limitación y, ocultos de la prensa, hicieron lo que quisieron con personas enfermas, con soldados guatemaltecos.
“Viene a ser lo mismo: poner encima a unos sobre otros, cuando realmente la ciencia nunca debería hacer eso. Todos somos iguales y la ciencia tiene que mirar por nosotros como especie, no como norteamericanos, guatemaltecos o españoles”.
—Hay otro ensayo que supera la división entre ciencia aplicada y ciencia básica que es la ciencia inútil, como el ejemplo que pone de estudiosos que hacen investigaciones sobre el tamaño de los testículos en las estatuas griegas. ¿Cómo la define?
—Ese es el tema en el que nos metemos en el contexto actual de la ciencia, de una ciencia burocratizada en la que hay que publicar y publicar porque, si no, no te legitimas como científico, no cobras y no asciendes, una cadena científica que está perfectamente estipulada. Debes tener tantos puntos para ser doctor y para ser doctor asociado.
“Es difícil diferenciar la ciencia básica; la ciencia aplicada es fácil y sencillo porque es lo que vale, es lo que sirve. La ciencia básica es importantísima porque se va a convertir en aplicada en muchas ocasiones y también va a servir para dilucidar un montón de interrogantes que tenemos que son muy relevantes.
“Pero ciertos científicos (por desgracia cada vez más) que se encuentran sometidos a esa presión de tener que publicar, de tener que mandar sus artículos a las revistas, que sean publicados y que les den no sé cuántos puntos, pues empiezan a hacer publicaciones que realmente denuestan a la ciencia, que no sirven para nada y que lo que hacen es perder el dinero de los contribuyentes porque la ciencia la pagamos nosotros, la sociedad. La ciencia debe tener cierta utilidad, y no me refiero a sólo en forma de tecnología o medicamentos, sino de desvelar secretos, y se usa eso en pos del interés del investigador. Por desgracia lo descrito antes está sucediendo cada vez más y, por desgracia, lo está potenciando cada vez más el propio ámbito científico universitario.
“Es el único capítulo en el que hay un poquito de humor porque los temas no dan para ello, y es una crítica (en la que me incluyo como científico y como escritor) de artículos sin ningún tipo de importancia ni interés científico ni relevancia, simplemente por la carrera profesional”.
—¿Qué influencia tienen los regímenes políticos para determinar estos ejercicios tan aberrantes? Por ejemplo, el de Alabama ocurrió en una democracia, pero también están ejemplos de la Alemania nazi y la dictadura franquista en España.
—Hay regímenes políticos opresivos, independientemente de que a veces le llamamos “democracias”; por ejemplo, Estados Unidos durante un tiempo estuvo potenciando determinados modelos dictatoriales en Sudamérica, pero no deja de ser una democracia.
“Yo creo que en cuanto más coartadas estén las libertades de la persona, más limitada está la ciencia y peor se va a hacer sin ningún tipo de duda y se va a hacer más manipulable.
“En España lo tenemos claro: antes de la Guerra Civil tuvimos la edad de oro de los científicos españoles, con premios Nobel y logros impresionantes. Pero llegó aquel conflicto y fueron depurados.
“¿En una democracia puede aparecer mala ciencia? Sí. ¿En una dictadura puede aparecer? El diagnóstico es que aparecerá, pero los científicos, los literatos y los artistas se tienen que ir porque las libertades están limitadas de forma general”.
—Un aspecto que me preocupó y que usted acaba de mencionar es que en España echaron a muchos científicos y se quedaron con los menos brillantes, por decirlo de alguna manera. ¿Qué ha ocurrido con la ciencia cuando hay una dependencia ideológica, cuando se usa incluso a las universidades, a los científicos para justificar la ideología?
—Conozco el caso de España, que es el que más he estudiado. El capitulito sobre él era mucho más largo y da para un libro si se habla de la depuración que hubo. No conozco más casos científicos, pero sí de literatos que tuvieron que escapar de Sudamérica para poder seguir escribiendo.
“Cuando una ideología mete sus zarpas en la universidad, en lo que se publica, en lo que se dice, pues al final de forma obligada, como pasó en España, los librepensadores de ciencia, de arte, de filosofía o de lo que sea tienen que escapar”.
—Sobre los medios: allí usted dice que el experimento de Alabama se terminó porque hubo un reporte de prensa importante, aunque ya después de muchos años. ¿Qué importancia tiene la prensa en estos casos para prevenirlos, limitarlos y controlarlos?
—Me parece básica. La prensa desempeña un papel fundamental porque es el nexo entre los ciudadanos y los científicos. La sociedad tiene que controlar a sus científicos, y estos le tienen que explicar en qué están gastando su dinero y qué es lo que están haciendo. ¿Quién se encarga de ello? La prensa. Debe haber periodistas científicos que comuniquen lo que está haciendo la ciencia y las demandas de la sociedad a ella y, por supuesto, ejercer un control para que determinadas acciones no se puedan hacer.
“En el caso de Tuskegee tuvimos la suerte de que una periodista de The New York Times lo reveló, y fue la misma que luego reporteó el estudio de Guatemala. Los periodistas son los que realmente tienen que comunicar y mostrar lo que está pasando, para bien o para mal”.
—Usted destaca que deben dársele herramientas a la sociedad para que pueda conocer, entender y también controlar ciertos experimentos y ciertas acciones que emprenden los científicos. ¿Cuál es el vínculo entre la divulgación de la ciencia, el periodismo científico, la ciencia y la democracia?
—El primer punto importantísimo es que ahora, aunque mucha gente no se dé cuenta, las sociedades en las que vivimos son altamente científicas; es decir, estamos debatiendo vacunas, energía nuclear, energías renovables, calentamiento global, etcétera.
“La sociedad está inmersa constantemente en decisiones relacionadas con la ciencia. Los políticos por los que vas a votar van a tomar ciertas decisiones, ¿y qué debemos hacer? Para que un individuo participe democráticamente en esa sociedad altamente científica debe tener ciertos rudimentos, porque si no lo que va a suceder es que va a ser dirigido. ¿Eso cómo se hace? Por supuesto, a nivel de la educación.
“La educación básica debe tener conceptos fundamentales de ciencia. No se trata de ser científico, sino de que la gente sepa de qué estamos hablando cuando conversamos de calentamiento global, de energías renovables, por ejemplo.
“Además tenemos a los periodistas, divulgadores de ciencia y a los propios científicos que tienen que encargarse de explicar qué es lo que están haciendo: ‘Estas vacunas las hemos hecho así; no nos hemos saltado ningún paso de experimentación sino que, gracias a que ha habido tantos casos, hemos sido capaces de acelerar esos pasos’. Eso tranquiliza mucho a la gente, por ejemplo, para hablar de la covid-19.
“Creo que esa es la clave: el individuo no puede renunciar, en las sociedades actuales, a saber de ciencia. No puede porque va a tomar decisiones relacionadas con ella. A nivel educativo, a nivel divulgativo, a nivel periodístico todo se puede comunicar. Albert Einstein, quien creó una de las teorías más complejas que existen, dijo que no hay nada en ciencia que no se pueda explicar de una manera sencilla. Ese es el objetivo que debemos tener”.
—Volvamos sobre los experimentos que usted trata en el libro: ¿en alguno hubo resultados, sirvieron para algún tipo de avance en el tratamiento de alguna enfermedad, por ejemplo?
—No salió nada relevante, pero aunque hubiera sido así hay caminos diferentes por los que se puede llegar al mismo fin. Lo digo en el libro: el fin no justifica los medios, ya estemos en una guerra mundial, en una pandemia o en una crisis económica.
“Los casos de los que hablo no aportaron absolutamente nada al conocimiento científico; lo que hicieron fue denigrar a la ciencia como tal. Pero incluso si dijeran ‘hay que matar a dos personas y obtenemos la cura para el cáncer’, la ciencia no lo puede hacer. Si hay cura para el cáncer, la ciencia la encontrará, pero no tiene que saltarse sus valores. De otra forma no sirve, porque no hay una vida que esté por encima de otra.
“Yo no creo en el utilitarismo; pienso que se puede llegar al mismo camino por otro lugar. Esto vale incluso para experimentación con animales”.
—Para terminar: hay casos en que puede ser evidentes de que se incurre en aberraciones, pero puede haber algunos no tan claros. ¿Hoy cuáles son los principales problemas éticos que enfrenta la ciencia?
—El gran problema que tenemos es determinar cuándo comienza la vida humana: ¿cuándo tenemos el embrión?, ¿cuándo el bebé ha nacido? Es un problema importante al que, por supuesto, yo no le puedo dar ninguna solución biológica, religiosa o filosófica.
“Eso es un grave problema para asuntos como el aborto, para el uso de embriones o de ciertos tejidos para el desarrollo de fármacos, por ejemplo. Pero es un problema ético que se tiene que analizar.
“Hay otros asuntos en los que no hay duda, y es que lo primero es la vida humana, y que por encima de ella no están cincuenta. Eso está claro.
“Entonces, quizá el aspecto ético en el que aún estamos un poco dubitativos es en cuándo podemos considerar que una persona es persona porque en el momento en que la consideramos como tal ya es un fin en sí mismo”.