Abril, 2025
No es un gusto, obviamente, asistir a un velorio. Sin embargo, es un compromiso moral. Es la oportunidad para hacer algo, genuinamente trascendente, por ejemplo decir las últimas palabras, haciendo el mayor de los esfuerzos para ser escuchado por ese otro que yace ahí, tan cerca y, a la vez, tan lejos. Es, también, postrera despedida. No aquella, la de todos los días, la de luego te veo y lo arreglamos. No, ésta es la de a de veras, la única verdaderamente consciente y sentida. Ahí, frente a ese otro, en cuerpo presente, se encuentra la realidad: lo que fue ese ser para nosotros, lo que debimos decirle y no pudimos, lo que tuvimos que hacer por él.
Eso es lo que significa para mí un velorio.
Por eso no me gustan estos de aquí, de la ciudad, con sus funerarias limpias y grises, con su servicio de café y amplios sillones de piel para arrellanar cómodamente la pena.
Hubiera preferido, sobre todo esta vez, estar en mi pueblo, en la sala comedor de la casa —desnuda de muebles— para recibir al cuerpo en el medio, en lugar de honor, rodeado de flores y veladoras, arrullado en ese sueño final por las rezanderas y plañideras. Porque, ahora, sólo yo le lloro y le rezo, mientras los demás se saludan y cuentan, sonrientes, las novedades del último año en que no se han visto. En la noche, ya entrada la madrugada, todos se van a sus casas y le dejan aquí, abandonado ya, aun antes de ser enterrado en el olvido del pasado, tan remoto, que se percibe inexistente.
Yo, sola, aquí, frente a ese cuerpo tan amado, tan presente, pienso —hablándote desde dentro, de estos pensamientos míos— en todo lo que hicimos juntos, pero, sobre todo, de lo que dejamos de hacer. Eso que pasamos por alto, restándole importancia y, por tanto, oportunidad. Se hizo lo que se pudo, me consuelo, preguntándome, al mismo tiempo, si no hubiera podido hacer más. No hubo suficiente tiempo, me digo, atrapada en la red de la mediocridad social. Ahora que ya no estás, ¿qué sentido tendrá todo por lo que luché tanto, tan escrupulosamente, con el ahínco del buen trabajador, del buen ciudadano?
Pospuse tanto, reprimí tanto que no estoy segura de que ese fardo quepa en este mismo cajón que finalmente guarda a tu querido cuerpo. Te pido perdón por no haberte escuchado ni comprendido, por no haber atendido tus sensatas demandas. ¿En dónde nos perdimos, dónde se alejaron nuestros caminos para terminar en esta separación total? Nunca más volveremos a reconocernos, tú con los ojos cerrados y yo con los míos, finalmente, abiertos.
Te quise, te amé más que nadie lo hubiera hecho y, sin embargo, no fue suficiente. Es que no entendí, no supe quiénes éramos realmente. Apenas ahora lo comprendo, quizá, demasiado tarde. Adiós mi amado cuerpo, adiós mi vida en este mundo, mi yo olvidado y postergado. Tampoco tú tuviste oportunidad de reconocer a éste, tu otro ser, que te habla siempre. Yaceremos aquí, varados eternamente, como una barca sin mar, como un mar sin horizonte.