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El pene malvado y la vagina santificada

Las 13 candidaturas al Oscar de «Emilia Pérez», la cinta francesa que (se supone) ocurre en México, retratan al Hollywood 2025 en la nueva era Trump

Febrero, 2025

Después de dos retrasos a causa de los incendios que han asolado Los Ángeles, finalmente fueron anunciadas las nominaciones a los Oscar. Y, como ya viene ocurriendo, da la impresión que en el reparto de candidaturas ha pesado más las agendas políticas e ideológicas que las películas mismas. Que el narcomusical francés que (se supone) ocurre en México, Emilia Pérez, sea el más nominado en esta edición, superando a filmes como El brutalistaCónclave, La sustancia o incluso El aprendiz, da un primer indicio de la purga o del cambio de timón en este Hollywood 2025 en la nueva era Trump. Como se pregunta en el siguiente texto el periodista y especialista en cine, Sergio Raúl López: “¿Y dónde quedaron las tan presumidas artes cinematográficas?”

Esos dorados trofeítos con un musculoso individuo calvo que porta una pudorosa espada frontal, para evitar que se conozcan los genitales —ya no sé si se trata de un caballero como originalmente lo fue, con estos tiempos de inclusión y diversidad de género—, que son nombrados, con toda familiaridad, los Oscar, como si de un pariente cercano se tratase, están a punto de ser entregados en una nueva edición.

Sí: nos referimos a los galardones anuales que entrega la Academia de Hollywood, autonombrada de las Ciencias y las Artes Cinematográficas, que más bien lo son de la fama, el estrellato y la gran industria. Y es que, en realidad, fue un reconocimiento creado en 1929, justo en el paso del cine silente al hablado gracias al sonido sincrónico que se inventaron los magnates originales —los viejos tycoons— como Louis B. Mayer y diseñado por su director de arte en la Metro-Goldwin-Meyer, Cedric Gibbons —entonces marido de Dolores del Río, situación que generó el rumor de que el modelo para la pequeña escultura fue nada menos el entonces bailarín Emilio Fernández, el “Indio”, mitómano como pocos—, y que sirvieron como una salida para congraciarse sobre todo con los trabajadores de la industria y sus distintos sindicatos, así como para darle glamour y notoriedad a su producción anual.

Al cabo de los años, la ceremonia de entrega se convirtió en sinónimo de una miríada de estrellas reunidas, entre la alta costura, la joyería y los cosméticos; de grandes orquestas y cantantes crooners; de sedas y encajes, de champañas y cigarrillos en largas boquillas, de fracs y moños; en fin, de una vida de lujos y excesos, de esplendor y aventuras, de seres que emergen de lo común y logran pertenecer a esa excéntrica comunidad adorada por las masas de espectadores en todo el mundo…

Y es justo esta condición —la de la gran popularidad hasta extremos histéricos de este gran negocio que es el cine— es la que hace que, además de reconocer las cualidades artísticas y técnicas de las 23 categorías en disputa, el público mantenga un genuino y casi siempre ingenuo interés por los premios Oscar. Esto, además, hace que la gran gala de entrega sea cruzada por los acontecimientos y actualidades de la sociedad estadounidense, pero, también del público internacional occidental. Tan famoso el premio como ligado se encuentra a la actualidad política, social, económica y hasta ecológica, moral o ética.

Al fuego, bomberos

En esta nueva edición, la primera contingencia que le han afectado fueron los terribles e incontrolables incendios que ocurrieron en torno a la ciudad de Los Ángeles, sede de la entrega de estos trofeos, pues devoraron las residencias de algunas estrellas que radican en Malibú, Pacific Palisades o el propio condado angelino, entre otros sectores, llevándose consigo la memoria acumulada y atesorada de figuras como Paris Hilton, Anthony Hopkins, Diane Warren, Billy Crystal, James Wood y hasta el mexicano Guillermo del Toro, por citar algunos ejemplos.

Esta emergencia obligó a detener la invitación a la fiesta, es decir, el anuncio de los candidatos, programado originalmente para ocurrir el pasado viernes 17 de enero, pero ya que sus miembros recibieron una extensión de la fecha límite para votar justo para ese día, este acto informativo se cambió primero al domingo 19 y finalmente al jueves 23 de enero, a las 7:30 horas tanto de California como de México, en una ceremonia de lo más adusta pese a que los anunciadores eran dos cómicos, Rachel Sennott y Bowen Yang.

Eso sí, la fastuosa ceremonia de entrega ha mantenido sin cambio su calendarización para ocurrir la tarde del domingo 2 de marzo de 2025 en el Teatro Dolby, llamado el Teatro Kodak hasta el 2012 —en una clara señal de la dramática transición digital que ocurrió con la técnica cinematográfica. Esperemos que, para entonces, los fuegos y los vientos de Santa Ana hayan por fin amainado, porque las temperaturas altas permanecerán en más de un sentido.

Porque, y ésta es la otra contingencia, presenciamos otro espectáculo igual de mediático pero que sería risible de no ser tan peligroso: la asunción a la presidencia de Donald Trump, cuya agenda conservadora y anti políticas woke —mismas que enarbolaba su rival, la demócrata Kamala Harris—, han entrado, en este su segundo mandato, con mucho más fuerza. Tan imparable ha sido que, jurando el cargo, Trump se dedicó a firmar decretos a mansalva, como aquel que dicta que su gobierno sólo reconocerá dos géneros: hombre y mujer; que renuncia a la agenda verde, las energías limpias y la agenda 2030; además de —y ahora mismo lo estamos viendo casi en vivo y en directo— perseguir a toda persona sin documentos de residencia en regla, previendo una deportación masiva en la potencia construida por migrantes, entre muchos otros temas controversiales que, con toda certeza, seguramente afectarán el discurso y las ideologías de este Hollywood progresista, diverso e incluyente que hemos visto en los años recientes.

Entre las declaraciones del empresario pelirrojo vuelto presidente están la de nombrar como “embajadores especiales” —para el “problemático Hollywood”— a los actores Sylvester Stallone, Mel Gibson y Jon Voight, héroes de acción, de la violencia y del cine de vaqueros, que podrían incidir en los actuales temas que se producen; sin embargo, un signo mucho más claro fue que la mayor productora de todas, la casa Disney —que ya engulló a Pixar, a Marvel, a la 20th Century Fox, a Lucas Film, a Regency, a Searchlight y a National Geographic—, ha renunciado a dicha agenda woke, a la inclusión y adaptación de sus historias clásicas a la diversidad sexual, para buscar a cambio el entretenimiento puro y duro, como si tal cosa existiera, y ya no a los discursos ideológicos. Lo que resulta muy revelador sobre el cambio temático que se avecina para la industria audiovisual dominante en el mundo.

Karla Sofía Gascón, Selena Gómez y Zoe Saldaña. / Imagen: Netflix.

Una trans y un narcomusical

Mientras que los efectos de los incendios fueron más inmediatos, parece que el tsunami nacionalista de Trump aún no se manifiesta del todo, pues aunque las aguas parecen irse retirando eso sólo previene de la primera ola gigantesca. Y esto queda claro con el apabullante número de nominaciones: 13, obtenidas por la controversial cinta que representa a Francia este año, Emilia Pérez (Francia-México-Bélgica, 2024), una comedia musical que aborda el tema del crimen organizado y el trasiego de drogas, junto con la reasignación de sexo, embutido en el contexto de un México corrupto y machista, atrasado y pedestre, recreado con simpleza e inexactitud, añadido a la premisa simplona de los hombres violentos y las mujeres no sólo buenas, sino santas, como ocurre con el protagonista, Juan “Manitas” del Monte/Emilia Pérez.

Justo esa agenda progresista y de visibilización de grupos minoritarios es la que ha acompañado a la actriz trans Karla Sofía Gascón en los distintos festivales que han presentado la cinta, comenzando por el de Cannes, donde el elenco femenino completo —junto con Zoe Saldaña, Selena Gómez y la única mexicana cuasi protagonista Adriana Paz— se alzó con el premio a Mejor Actriz, cosa insólita pues siempre se trató de un premio individual y no colectivo, en una exitosa ruta que ahora culmina con la nominación al Oscar para Actriz Protagonista para Gascón, y la de Saldaña para Actriz de Reparto, caso inédito en la historia de los premios pero que terminaría de ocurrir tarde o temprano en el Hollywood abiertamente progresista, al menos en los discursos que ofrecen sus premiados.

(Además, desde hace ya varios años que el festival de Berlín ya no distingue entre actor o actriz, sino que premia a la Mejor Interpretación Principal y de Reparto, algo similar a lo que ocurre en Sitges, San Sebastián y otros certámenes internacionales relevantes).

El cine, como queda claro, regularmente aborda temas de avanzada que incomodan a la sociedad en su conjunto, mucho más conservadora que las comunidades fílmicas que se atreven a cuestionar los relatos oficiales sobre temas como la guerra y las fuerzas armadas, la construcción del imperio, los relatos maniqueos de vaqueros contra los indios, los arquetipos de personalidad y conducta, la moral y, desde hace varios años, la sexualidad. E insisto en los discursos, pues los grandes magnates de la industria siguen siendo el mismo grupito de varones sexagenarios —algunos ahora septuagenarios, octogenarios o nonagenarios—, blancos y protestantes que destapó en 2012 el diario Los Ángeles Times y que obligó a invitar más votantes, de más países, culturas y tonos de piel, aunque estos millonarios WASP sigan siendo la mayoría dominante.

Desde ese punto de vista, la nominación de Karla Sofía es, ciertamente, un mensaje de inclusión hacia la sociedad en general, ya que aceptar que una actriz trans puede aspirar a un Oscar seguramente será un asunto que sentará un precedente respecto a nuestros prejuicios y dogmas, e irá modificando gradual y paulatinamente los puntos de vista de la masa, hasta considerarlo parte de la normalidad rutinaria.

Eso se aplaude, por supuesto; pero cuesta trabajo creer que el elegido haya sido el mismo que interpretaba a Peter Pintado, el cholulteco que fingía ser español para casarse con la millonaria Barbie de Nosotros los nobles (México, 2013, de Gaz Alazraki), un actor más bien mediano de telenovelas, concursos de cocina y comedietas baratas que entonces se llamaba Carlos Gascón, y cuyo desempeño frente a las cámaras dejaba mucho que desear. Que sea ahora el elegido por los votantes de la Academia de Hollywood para romper la barrera trans nos habla mucho más de la elección basada en una agenda política por encima de las aptitudes histriónicas que hubiera demostrado en el pasado (y presente). Y aunque en el papel de Manitas del Monte lo veamos encarnar una transformación radical de un tenebroso criminal sanguinario dedicado al negocio del narco en una refinada dama de la alta sociedad que empeña sus días en el altruismo y en el apoyo a las madres buscadoras, pareciera que sus virtudes camaleónicas se impusieron sobre las actorales. Y claro que nos despierta varias dudas respecto a los mecanismos de elección de estos premios que presumen de reconocer a lo más destacado de las artes y ciencias cinematográficas presentado en el 2024.

Sobre todo porque en el camino dejaron a un lado a estrellas veteranas con potentes interpretaciones en la categoría de Actriz Principal, como ocurre con Angelina Jolie haciendo a María Callas (María), Pamela Anderson (The Last Showgirl) o Tilda Swinton (La habitación de al lado). Y esto ocurre con las otras categorías y otras cintas como Guerra civil, de Alex Garland; Megalópolis, de Francis Ford Coppola; Gladiador II, de Ridley Scott; Blitz, de Steve McQueen; Desafiantes y Queer, ambas de Luca Guadagnino, entre una abundante lista de posibles candidatos.

Pero, claro, resulta relevante que se haya convertido en la primera trans nominada como Mejor Actriz pues se añade a la rompedora lista de la primera vez entre los nominados de este sistema de reconocimientos emergido de una industria racista, utilitaria, elitista y conectada ideológicamente con el país imperialista del que emergió como gran acompañante y aliada. Simplemente, recordemos que en esa misma categoría a Mejor Actriz los momentos de excepción existen desde que Hattie McDaniel resultó la primera mujer negra en recibir el Oscar, en 1940, por Lo que el viento se llevó; o la actriz maorí Keisha Castle-Hughes, nominada en 2004; la mixteca-triqui Yalitza Aparicio, nominada en 2019 por Roma; o la blackfoot y nez percé Lily Gladstone, que recibió el año anterior su nominación por Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese.

Fotograma de Emilia Pérez. / Netflix.

Lo artístico y su agenda

Lo mismo ocurre con la película misma, pues esta nueva marca de 13 nominaciones para una película extranjera y hablada en español e inglés —o spanglish y con distintos acentos del castellano (dominicano, angelino, ibérico) pero que repiten coloquialismos pretendidos aunque falsamente mexicanos—, siendo la representante de Francia, que, si pensamos los premios como una carrera de galgos o una pelea por el campeonato del mundo, hace que supere a cintas como la mexicana Roma, de Alfonso Cuarón, o la taiwanesa El tigre y el dragón, de Ang Lee, que se habían alzado con 10 candidaturas en 2018 y en 2001, respectivamente, y que acabaron por alzarse con el Oscar a Película Extranjera.

Dicho así, uno no deja de preguntarse si no será este un tema de la agenda progresista más que de méritos artísticos, pues aunque evidentemente se trata de una obra experimental contemporánea que busca romper con el musical ortodoxo tanto en la composición de las canciones como en la coreografía de los movimientos —pero en un sentido digamos deconstructivo, renunciando al virtuosismo o al talento de las melodías pegajosas para ofrecer una mezcla de recitativos y música pop electrónica repetitiva que le dieron dos nominaciones a Mejor Canción (“Mi camino” y “El mal”)—, va muy en el camino de otras películas premiadas en Cannes como Annette y Titane, por citar dos obras francesas recientes.

En contraste, esta pretensión creadora provoca una puesta en escena artificial que retrata con inexactitud y desdén la complejidad de nuestro país, en la que los abogados litigantes trabajan con su laptop desde una mesa de tianguis, en que los juicios son orales como los estadounidenses y en donde las bandas de narcos parecieran no bajar de sus camionetas pick-up, ni siquiera para sus fiestas y juntas. Todo ello desde la comodidad de un foro virtual y con extras que parezcan, así sea ligeramente, mexicanos. Un país recreado desde la fantasía pero cuyo resultado en vez de fantástico es fantasioso a la mala.

Fotograma de Emilia Pérez. / Netflix.

Ética para un malosón

Lo más grave de todo es el fondo ético de la película: para el líder mismo del cártel más poderoso del país basta el cambio de sexo mediante una cirugía de vaginoplastia y otros procedimientos quirúrgicos para dejar atrás la violencia, la maldad y lo tenebroso de las matanzas, el dinero sucio, las víctimas y los desaparecidos, además del tráfico de estupefacientes. De esta manera casi feérica se permite que lo femenino ejerza la magia y sufras otra conversión, esta vez de pandillero y matón a luchador social, reparador del daño y dirigente de las madres buscadoras mediante una organización no gubernamental llamada La Lucecita y que opera recaudando dinero del crimen, el narco y la corrupción. La moralina de moda por encima de la mirada humanista de la complejidad tan inexplicable que somos, en general, los seres humanos.

Lo atrevido y lo libertario del artista al servicio de la banalización del mal y lo simplón, pues la ramplonería en su abordaje de la (des)igualdad de género ha sido recompensada con candidaturas en las categorías de Mejor Película, Película Internacional, Dirección, Guión Adaptado, Actriz Principal y Secundaria, Fotografía, Edición, Maquillaje y Peinados, Música (incidental), dos veces en Canción Original y Sonido. Un triunfo pírrico, ya que no hace sino refrendar la crisis de la gran forma cinematográfica en los premios, que están prefiriendo la desdramatización, el delirio, la irresponsabilidad y, sobre todo, las agendas políticas de todo tipo por encima del arte fílmico mismo.

Que una película que reflexiona y cuestiona los relatos dominantes sobre la migración europea a los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial como El brutalista comparta igual número de nominaciones, 10, con la adaptación de un muy ligero musical de Broadway como es Wicked; que aparezcan con menos candidaturas —8— la biografía del Premio Nobel y primera figura del folk-rock Bob Dylan, en Un completo desconocido, o la crítica severa al Vaticano y sus politiquerías internas que es Cónclave; que películas como la crítica a la juventud artificial que es La substancia (5), la segunda parte de Dunas (5) o Anora (6) tengan menos de la mitad que Emilia Pérez, resulta más que revelador. ¿Y dónde quedaron las tan presumidas artes cinematográficas?

Cabe mencionar que la gran crítica a los balbuceos como empresario y en la política de Donald Trump, que es El aprendiz, apareciera con apenas un par de nominaciones (Actor Principal y de Reparto), quizás sea el primer indicio de la purga o del cambio de timón en este Hollywood que enfrenta el 2025 simplemente en medio de una crisis tanto de público, como de creatividad y de mutación ideológica del que no saldrá bien librado ni impune tan sencillamente.

La entrega de premios, seguramente, nos mostrará otra cara, la del triunfo, la de la felicidad, la de la riqueza y la abundancia, la de la belleza y la lozanía, de un gremio, de una comunidad que quiere demostrarnos su progresismo, sus avances, su diversidad, pero que acaba convertida en un zoológico humano de los ricos y famosos, de los privilegiado de una élite cada vez más ruinosa y craquelada, con un público indolente y que premiará una película rechazada por la mayoría de los ciudadanos del país que pretende retratar.

Así el mundo contemporáneo, confundido en la claridad aparente de sus ideologías que prometían conducirnos al futuro, que llegó con un rostro cambiado pero con el espíritu decadente de que intentábamos librarnos.

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