Febrero, 2024
Benjamín Labatut vuelve a las tinieblas de la ciencia tras el éxito de Un verdor terrible (2020). En su nueva novela, MANIAC (2023), el escritor explora los límites de la razón trazando el camino que va desde los fundamentos de las matemáticas hasta los delirios de la inteligencia artificial. Guiado por la figura de John von Neumann —quizás el ser humano más inteligente del siglo XX—, en este libro el escritor neerlandés-chileno se sumerge en las tormentas de fuego de las bombas atómicas, en las mortíferas estrategias de la Guerra Fría y en el nacimiento del universo digital, apuntan los editores en la contraportada. Se trata de un inquietante tríptico sobre los sueños del siglo XX y las pesadillas del siglo XXI. Antonio Martínez Ron ha conversado con Benjamín Labatut.
Benjamín Labatut escribe como si estuviera poseído por un demonio viejo que, como aquel de la canción de los Stones, ha estado en todas las revoluciones y ha visto nacer todos los grandes avances de la humanidad, sabedor de que en muchos anida la semilla del mal. En su primer gran éxito literario, Un verdor terrible (Anagrama, 2020), el escritor chileno se introdujo en las cabezas de los científicos que crearon los gases que mataron a millones de personas y en la de los físicos que desgajaron la realidad en pedacitos cuánticos. Ahora, en MANIAC (Anagrama, 2023), Labatut usa el catalejo de la literatura para asomarse a la mente de los genios que hicieron posible la inteligencia artificial y las bombas atómicas, los que iniciaron el camino que nos ha traído hasta este presente incierto.
Lo que hace más inquietante a los libros de Labatut es que, como las pesadillas, tienen una base de realidad. El escritor utiliza la historia de la ciencia como material de inspiración, en este caso la vida del matemático John von Neumann, para dejarse poseer por los dioses “escondidos en las ecuaciones”. Aunque asegura que su trabajo no tiene nada que ver con la divulgación, por momentos su ficción se convierte en una herramienta para penetrar en el secreto de los descubrimientos científicos, o al menos para hacerse las preguntas importantes. Y se suma, con una inspiración que roza lo demoníaco, a la tradición de los mejores escritores que, como Verne, Lovecraft o Poe, utilizaron al ciencia para tejer sus fantasías y pesadillas. Charlamos con él por videoconferencia, a la que se conecta unos minutos tarde porque estaba sumido en uno de sus universos, del que emerge despeinado, como un viajero en el tiempo.
—Algunas de sus descripciones científicas están magníficamente documentadas, ¿cómo llegó usted a la ciencia?
—Yo no tengo formación, tengo obsesión, que es más importante que la formación. Y lo que trata de hacer el ojo literario es muy distinto al ojo de la ciencia, al ojo del conocimiento. La lógica de la literatura no es la fría lógica de Von Neumann o de Gödel, es una lógica de pesadilla, donde las cosas tienen un valor y su opuesto, donde los monstruos son los que nos salvan, donde los héroes están imbuidos de un poder que no es propio de ellos. En sus mejores momentos, nos recuerda que estamos habitados por cosas, que, por mucho que escudriñemos la realidad, la mayor parte del ser humano va a seguir siendo un misterio. Por mucho que digamos que hay reglas que subyacen, esas reglas siempre van a ser oscuras para nosotros. La literatura es como una estudio de la sombra. Es la sombra, y no la luz, la que nos interesa.
—¿Lo que tienen en común la literatura y la ciencia no es la búsqueda de ese misterio?
—Sí, pero no porque yo esté usando las temáticas de la ciencia significa que esté operando en el mismo juego, porque lo importante para mí en la literatura es el delirio, no es la comprensión. Yo lo que hago es usar a la ciencia como una excusa, porque en realidad mi interés es muy anterior, yo estoy tratando de encontrar los dioses que están escondidos en las ecuaciones, los demonios que hay en estas fórmulas matemáticas.
“Y yo sé que están ahí porque la gente que las descubre habla de esto, con ese idioma. No es una coincidencia que la persona que amplió el concepto del infinito haya sido ferozmente religioso. No es coincidencia que alguien como el matemático y lógico británico George Boole, que crea la lógica booleana, que subyace en todo nuestro mundo electrónico y la inteligencia artificial, reciba un mandato divino, oiga una voz en la cabeza mientras está cruzando un campo que le dice: ‘Tú vas a encontrar las leyes del pensamiento humano’. No es coincidencia”.
—¿Por eso también su interés en Von Neumann? ¿Porque era una inteligencia sobrenatural?
—Von Neumann es estrictamente milagroso, no hay otros adjetivos. Como soy grandilocuente y exagerado, yo elijo temáticas para las cuales no sea necesario exagerar. Y la gente que hablaba con Von Neumann describe a alguien que se sale de la escala humana. Al mismo tiempo, tiene algunas miserias extras que vienen con la extrema inteligencia, pero a todos los efectos prácticos era un pequeño dios, de una excepcionalidad total. Me parece un milagro que existan seres humanos así. Son conciencias que ponen en duda el sistema con el que vivimos día a día.
—¿Ese mismo desbordamiento lo podría estar creando ahora la inteligencia artificial?
—Los sistemas que conocemos hasta ahora no creo que comprendan el mundo. No creo que comprendan nada, de hecho. Y aunque lo comprendieran, no les importa. A nosotros nos importa, eso es algo fundamental que no podemos olvidar. Pueden existir todos los Von Neumann y sistemas operativos del mundo, pero a nosotros nos importa y nos apasiona la realidad, estamos atados al mundo porque somos seres vivos, somos parte de algo mucho más grande y mucho más antiguo. Estamos sostenidos por inteligencias naturales. La inteligencia natural es un milagro y la artificial es una extensión, es como la tela de araña, no podemos separarla de nosotros, no existe sin nosotros. Estos sistemas no tienen individualidad, no tienen voluntad, no tienen corazón ni deseo. Por inteligentes que sean, no tienen nada siquiera cercano a lo que es una mente humana… Todavía. Hay cosas esenciales que le faltan y es muy probable que le falten siempre.
—¿No cree que la IA será capaz algún día de escribir una buena novela?
—Eso de “creer” cosas me parece una limitación del pensamiento. Lo que yo piense, como dicen en Chile, vale callampa, no vale nada.
—¿Pero se posiciona entre los que la ven como una oportunidad o entre quienes la ven como amenaza?
—Como toda inteligencia viva, hay momentos en que me toma el pánico y hay momentos en que me fijo en las limitaciones. Creo que uno de los aspectos fundamentales de la formación de un ser humano adulto es aprender a vivir con el “no sé”, comprender los límites de tu comprensión, estar siempre buscando, pero estoy abierto tanto a la catástrofe como al milagro.
—“Las bombas de hidrógeno cobraron vida en los circuitos digitales antes de estallar en nuestro mundo”, dice un pasaje del libro. ¿Hay algo inquietante en que la IA y la escalada atómica nacieran de la misma fuente?
—Esa imagen, que me parece hermosa, la escribió George Dyson, y parece apuntar a algo que es bastante esencial, y es que no se puede agregar un fotón de luz al mundo sin agregar su sombra inmediatamente. Esas son las verdades esenciales con las que tenemos que lidiar, más allá de las matemáticas y de la filosofía. Debido a nuestra naturaleza misma, tenemos que lidiar con esta dualidad. Apenas apuntamos el bien, aparece el mal; cuando adquirimos una virtud, adquirimos un vicio; uno tiene un cuchillo para cazar y salir de las cavernas y con ese mismo cuchillo matas a tu hermano. Esas dualidades son por esencia irresolubles. Y la literatura, a diferencia de la ciencia, abraza la contradicción. Un libro te debe dejar en una superposición, al terminarlo deberías estar al mismo tiempo aquí y allá, a favor y en contra. Porque ese es el estado, al menos en mi experiencia, en el que uno está más cerca del corazón de las cosas. La más alta forma de sabiduría que conocemos es la incertidumbre.
—¿Utiliza ChatGPT y lo encuentra útil?
—Para los escritores es algo fundamental. Por ejemplo, si yo escribo una frase y trato de hacerla buena, no se me van a ocurrir 17 formas de variar esa frase, quizá tres o cuatro. Luego uno le pide variaciones a ChatGPT y te da 20 que son malas. Y fíjate que casi nunca uso las que sugiere, pero te sirve para encontrar algo nuevo. Yo lo uso como un maravilloso diccionario de sinónimos y antónimos. Ahora, si el corazón de la literatura es el delirio, los delirios de la inteligencia artificial, estas alucinaciones, son una mina de oro, es una maravilla. Las cosas que inventa ChatGPT, las fuentes falsas, las citas mal atribuidas y las equivocaciones, son a veces grandes hallazgos.
“El otro día yo estaba buscando información sobre el Zohar, y yo sabía que Borges había escrito sobre ello. Le pregunto a ChatGPT y me dice ‘sí, Borges escribió un cuento sobre el Zohar que se llama Los espejos de Enis Lundbörg’ y pensé: vaya, no lo he leído. Y claro, el ChatGPT lo estaba inventando. Por eso todo el tercer capítulo de MANIAC habla de los delirios de la inteligencia artificial, porque ya nos señala un aspecto fundamental de cómo funciona nuestra inteligencia, que no es perceptiva, es delirante. Nuestra percepción es aproximativa, es ensoñada, así operamos nosotros. Y ChatGPT, al parecer no puede operar en el lenguaje sin tener estos sueños, estas fantasías, todos estos datos que apuntan a una realidad que no existe. Y la realidad que no existe es el centro de la literatura”.
—ChatGPT traduce el mundo a palabras para procesarlo, ¿es como un reconocimiento de que se necesitan las palabras para pensar y procesar la complejidad?
—Si uno tiene interés en los fundamentos y una obsesión por conocer la realidad en sus aspectos más básicos, te topas con eso, que gran parte de tus experiencias más extáticas no se traspasan al lenguaje. El lenguaje no las captura, y si las captura, las pervierte, las modifica. La mente, y sobre todo el lenguaje, le agrega capas de sentido a la realidad que no tiene, existe sólo para nosotros. Vivimos enfantasmados, que en inglés se dice spellbound y significa atado por un hechizo. Todas las metáforas que hablan de la escritura tienen que ver con eso. Spelling es deletrear, pero en inglés es también ‘lanzar un hechizo’. Así que el hechizo del lenguaje es algo que no podemos separar de nosotros como seres humanos.
—Dice Harari que la IA ha hackeado el sistema operativo humano, que es el lenguaje, ¿está de acuerdo?
—Me parece que lo que dice Harari da de lleno, creo que es absolutamente correcto. El tema es: hackeaste el sistema, ¿y ahora qué? Esa es la pregunta de todo. La vida de Von Neumann fue un intento de matematizar la realidad, tocarla en lo más hondo, pero luego, ¿qué hago con eso? Esa es la gran pregunta.
—Le leí a usted que “el físico —como el poeta— no debería describir los hechos del mundo, sino sólo crear metáforas y conexiones mentales”. Otra vez volvemos a lo de atrapar la realidad con el lenguaje.
—Eso lo dijo el físico danés Niels Bohr. Y es complicado interpretar eso, porque la verdad es que no había nadie más oscuro e incomprensible en su expresión que Niels Bohr. La gente hablaba con él y decían: ¿qué carajos está diciendo este tipo? Y en ese sentido, sí se parece a las operaciones de los poetas. Los poetas están utilizando el lenguaje, lo están deconstruyendo, hasta que se vuelva radiactivo. Hasta que tenga la potencia para que un verso te altere un pedacito del ADN. Sólo en ese sentido se parecen. La ciencia tiene el poder real de alterar tu ADN, a ti te disparan un rayo X y le pega a alguna célula, te cambia. La alta poesía tiene ese mismo potencial, porque hay una operación de la mente, de sacarle tanto filo a las palabras que lleguen a cortar, a infligir heridas, a penetrar en la realidad a través del lenguaje.
“Pero un científico es un científico y un poeta es un poeta. En realidad, lo que está tratando de decir Bohr con esa frase es algo mucho más complejo y más profundo. Lo que está diciendo es ‘dejen de engañarse con eso de que nosotros estamos observando la realidad y somos una especie de cámara de lo que hay ahí afuera’. Bohr está usando la física para alertarnos de una de las grandes verdades que hemos descubierto como seres humanos: que hay un relación compleja, caótica y llena de ruido, entre cómo nosotros percibimos la realidad y cómo la realidad es. Esas dos cosas no se pueden separar, el problema es que lo que las separa es el lenguaje”.
—En su ensayo La piedra de la locura reflexiona sobre cómo se está difuminando la frontera entre lo real y lo falso en parte por culpa de las tecnologías. ¿Cree que la IA hará más profunda esa brecha?
—A mí, como periodista, me enseñaron algo que se va a volver inevitablemente parte del curriculum mental del ser humano, que es dudar de todo. Y tú como periodista lo sabes. Uno lee una información y, mientras la estás consumiendo hay 17 preguntas que se disparan en tu cabeza. Hay que despertar a una verdad muy incómoda: si bien tenemos muchas pretensiones de ser veraces —al ser humano le importa mucho que las cosas sean reales, así opera la mente— al mismo tiempo vivimos alucinados, fantaseando. Pasamos una buena parte de nuestra vida viendo Netflix, soñando, imaginando futuros que nunca ocurren, pensando lo que la gente está pensando de nosotros que nunca pensó. Somos un mono que quiere ser un detective.
—¿Pero cree que la IA va a cambiar todavía más nuestra relación con la realidad, vamos a ser todavía más un mono hiperalucinado?
—Yo pensaba de cierta manera y luego leí un artículo reciente muy interesante en el New Yorker que decía que esta tecnología [los deepfakes] ya lleva años, pero ¿dónde están los vídeos de Putin diciendo que va a enviar bombas nucleares y nos van a hacer entrar a todos en pánico? No están. No es que no se puedan crear, se pueden crear ahora mismo. Por otro lado, hay mentiras que no requieren ninguna tecnología. Un político aparece y dice una mentira flagrante, y todos sabemos que es mentira. Y, sin embargo, por cómo opera el ser humano, toda la gente que vota por ese político lo cree a pies juntillas.
“Lo complejo de la tecnología, y esto es una generalización, los grandes cambios transforman todo y no cambian nada. Lo que yo sospecho, y por eso escribo mis libros como los escribo, es que detrás de esta gran revolución hay cosas más pequeñas que están pasando piola, que decimos en Chile, que están pasando desapercibidas y que están brotando de lugares insospechados. Por ejemplo, estuve en Google, fui a conocer a Demis Hassabis, que ahora es encargado de toda la IA, y llegué al ultimo piso y veía los carteles de las oficinas y tienen nombres geniales. Quién sabe si de cualquiera de esas oficinas, un proyecto menor, de un tipo que está haciendo una pasantía, aparece algo que realmente nos cambia. Porque eso es lo que ocurre en la historia. Hay grandes cambios que todos vemos, y hay pequeños granos de arena que terminan generando avalanchas y que no los vemos. Pero la avalancha siempre está”.
—Hablando de avalanchas: entre guerras, pandemias y crisis climática, ¿siente también esa sensación de apocalipsis en ciernes?
—Todo el mundo sabe, en su fuero interno, que estamos atravesando un cambio gigantesco. Estamos en medio de una transformación que hace cualquier predicción imposible. Es obvio que están agotados los modelos, la pregunta es ¿cómo se enfrentan estos momentos? Estamos todos desesperadamente tratando de comprender un mundo que está en cambio, al que no le puedes tomar una fotografía… No puedes vivir tranquilo. Yo vivo en Chile, donde somos como un microcosmos del caos mundial, y ahí estoy azotado por estas olas de caos, como cualquiera. Estoy surfeando lo mejor que puedo. Y yo no soy muy bueno para nadar, pero sí para bucear. Yo no quiero dar consejos, pero hay veces que la tormenta se pasa mejor debajo del agua.