Ray Lema: creatividad e innovación de África para el mundo
Septiembre, 2023
Pudo haber sido químico e incluso sacerdote, de no haber abandonado el seminario y posteriormente la facultad. De hecho, pudo haber sido también músico de corte clásico, de no habérsele atravesado el rock y la música tradicional congoleña. Nacido en Zaire en 1946, y bautizado con el nombre de Raymond Lema A’nsi Nzinga, el congoleño Ray Lema es uno de los músicos más innovadores y creativos provenientes de África en la actualidad. En su revisión de los sonidos africanos, Constanza Ordaz se detiene en la figura de este talentoso multiinstrumentista.
De los barrios más pobres de Zaire a la celebridad en los circuitos musicales europeos, existe un tránsito muy complejo que pocos melómanos pueden entender (sobre todo por los diversos componentes y circunstancias que a veces convergen para que este tránsito se dé). Sin embargo, en Ray Lema esa ecuación se sintetiza: su talento, su calidad multiinstrumentista, así como su capacidad organizativa lo confirman como una personalidad musical indiscutible. Sencillamente, África ha enviado a Europa a uno de sus exponentes más destacados, según nos lo explica el libro: La música es el arma del futuro (Fifty Years of African Popular Music, Frank Tenaille, Editorial Lawrence Books, Chicago, 2002).
El talento y la diversidad
Ray Lema (Raymond Lema A’nsi Nzinga) nació en 1946 en la estación del tren de un pueblo zairense. El niño quería ser sacerdote católico, así que fue enviado a un seminario a los 11 años donde inició su formación musical, estudiando piano y tocando el órgano durante las misas. Sin embargo, los ritmos profanos de Kinshasa le distrajeron del sacerdocio, aunque los músicos de soukous quedaron poco impresionados por su virtuosidad clásica.
Lema recuerda que “la aceptación de mi propio pueblo se convirtió en una obsesión personal”, de modo que se agarró a la oferta de dirigir, en la primera mitad de la década de los setenta, el recién creado Ballet Nacional de Zaire. Su misión: recorrer el Congo para contratar músicos y cantantes y hacer que tocaran todos juntos para representar al país. Su evidente talento organizativo indujo al gobierno a encargarle el montaje de una ópera que amontonaba alabanzas al presidente Mobutu. Lema, que criticaba a políticos que necesitan un Mercedes Benz para ir hasta el lavabo, se negó, lo que calmó todo el entusiasmo oficial. El gobierno de Mobutu le quitó entonces la casa, el coche y la orquesta. El exilio era inevitable.
De la tierra del jazz a la Torre Eiffel, pasando por Bruselas
Con el exilio como único camino, a finales de la década de los setenta la Fundación Rockefeller le ofreció una beca y un boleto de avión con dirección a Washington; Ray huyó, sin saber que nunca pondría un pie en su país durante más de treinta años.
En la tierra del jazz se cruzó con Stewart Copeland, el baterista del grupo The Police, con el que colaboró en sus primeras grabaciones como solista. Pero la vida ahí —un país que ignoraba todo lo relacionado con el resto del mundo— ni le convenció ni le convenía. En 1980 Ray decidió hacer las maletas y voló a Europa, estableciéndose primero en Bruselas y después en París, lugar en el que ha permanecido desde entonces.
Su primer álbum, Kinshasa-Washington DC-Paris (de 1983), es una mezcla de todos los sonidos que le convirtieron en músico. Dos años más tarde llegaría una nueva grabación, Médecine, realizada en un estudio transformado en laboratorio, con todo tipo de sonidos: sintetizadores, coros, ritmos funky.
Ray Lema multiplicó entonces las creaciones en el escenario y en disco, incluyendo algunas de las mas inventivas y experimentales grabaciones jamás hechas por un artista africano. Así, llegarían al mercado discográfico obras como Nangadeef, Gaia, Tout Partout, Green Light, Stoptime, demostrando su habilidad multinstrumentista y explotando hábilmente las posibilidades técnicas del estudio. Paradigma de colaboraciones cada vez más necias: con Copeland, con Joachim Kühn —pianista de jazz—, y luego con Kiril Stefanov —maestro del arte coral búlgaro—, Lema se convirtió en un músico querido entre los críticos europeos que estiman tales intercambios como señas de originalidad y progreso, pero sin convencer del todo a los músicos africanos, como lo señalaba el productor Ibrahima Sylla: “Su música está completamente desnaturalizada. No hay manera de que a nosotros, los africanos, pueda relacionarnos con ella. No nos interesa lo más mínimo”.
Regreso a las raíces
Aunque hoy no sabemos qué pensaría Sylla —el productor senegalés y fundador del sello Syllart Records falleció en 2013—, Ray Lema ha seguido navegando en las olas sonoras. Y no sólo eso: más de 30 años después, en 2012, retornaría a su país con el proyecto Station Congo (Estación Congo). Este regreso a sus raíces dio origen a un magnífico álbum, Nzimbu, un homenaje al patrimonio cultural de su región natal (Congo central). También regresaría a Kinshasa en 2019 para rendir un homenaje a Franco Luambo, jefe de la O.K. Jazz y monumento de la rumba congoleña.
Es evidente el fervor vanguardista de Lema, pero también su deseo de integrar el universo en su estructura de composición, mediante las novedades tecnológicas tanto en el estudio como en los instrumentos. Ray Lema sigue, sin concesiones, a la voz de su conciencia y a lo íntimo de su sensibilidad. Seguramente, las severas opiniones de los músicos vernáculos de su país lo tienen sin cuidado. ¿Podría un músico en la cima del éxito comercial y de la celebridad hacer hoy lo mismo?