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Víctor Jara, 50 años después

Torturado y acribillado por militares golpistas, se cumple medio siglo del asesinato del músico, escritor y director de teatro chileno; su canciones siguen enormemente vigentes

Septiembre, 2023

Fue uno de los artistas más emblemáticos del movimiento músico-social llamado «Nueva canción chilena», y uno de los pilares en la música latinoamericana del siglo pasado. Hoy, de hecho, sigue siendo referente internacional de la canción de protesta, aunque él nunca se sintió del todo identificado con esa definición. Torturado y acribillado de manera vil por milicos tras el golpe de Estado contra el gobierno del Salvador Allende, en septiembre de 1973, se cumple medio siglo del asesinato del músico, profesor, escritor y director de teatro chileno, Víctor Jara. El periodista e historiador español Mario Amorós recuerda al “Víctor Jara eterno”, mientras la periodista chilena Gabriela Bade rememora, por otra parte, la etapa musical del autor de “El derecho de vivir en paz”.


Víctor Jara: eterno

Mario Amorós


«Canto, qué mal me sales/ cuando tengo que cantar espanto./ Espanto como el que vivo,/ como el que muero, espanto/ de verme entre tantos y tantos/ momentos de infinito/ en que el silencio y el grito son las metas/ de este canto.»

Víctor Jara es uno de los símbolos universales de la canción revolucionaria en su sentido más profundo. Nacido en Santiago de Chile el 28 de septiembre de 1932, sus primeros años transcurrieron en el mundo rural, en las proximidades de la ciudad de Chillán, donde su padres, Amanda y Manuel, trabajaron durante varios años como campesinos en condiciones de servidumbre casi feudal. Posteriormente, se trasladaron a la localidad de Lonquén, cerca de la capital. Durante aquel tiempo su madre, que interpretaba las canciones campesinas transmitidas por la tradición oral, le inculcó la devoción por la música folclórica y el amor a la guitarra. Así, cuando en agosto de 1970 le preguntaron por “las raíces de su obra”, afirmó que residían “en el canto del pueblo”…

Llegó a vivir a Santiago de Chile hacia 1943, en un momento histórico en el que el Gobierno del Frente Popular había desarrollado una política cultural que favoreció la creación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, en cuya escuela ingresó en abril de 1956 después de pasar dos años en un seminario católico y de realizar el servicio militar. En los años sesenta fue uno de los principales directores de la escena nacional, con su trabajo en Ánimas de día claro, La remolienda, El círculo de tiza caucasiano o Viet-Rock, estrenada en mayo de 1969. “Es hora de que nuestro teatro encarne escénicamente la violencia de la lucha de clases en Chile”, declaró en aquellos días. “No quiero montar un espectáculo burgués para seudointelectuales. El teatro en Chile debe tomar partido claramente”.

Al mismo tiempo, si su carrera musical se inició entre 1958 y 1962 como miembro del conjunto folclórico Cuncumén, desde 1965 cantó como solista en la Peña de los Parra y empezó a grabar sus primeros discos, con una gran acogida. Junto con Patricio Manns, Isabel y Ángel Parra y Rolando Alarcón, fue protagonista del desarrollo de la Nueva Canción Chilena y entre 1966 y 1969 dirigió al conjunto Quilapayún. Uno de sus fundadores, Eduardo Carrasco, ha escrito que las primeras enseñanzas que les transmitió fue el rigor, la concentración y la seriedad en el trabajo. “Establecimos horas estrictas de comienzo y término de los ensayos y una serie de pequeñas normas que no nos han abandonado desde esa época y son las bases más importantes de nuestro trabajo. Una norma de oro, por ejemplo, es que el punto de partida de la música debe ser el silencio”.

En enero de 1970, ante la campaña electoral que finalmente llevaría a Salvador Allende a La Moneda, Víctor Jara relegó de manera definitiva su trabajo teatral y se volcó con su guitarra y sus canciones en el apoyo a la Unidad Popular. Entre 1969 y 1973 grabó sus principales discos: Pongo en tus manos abiertas (su homenaje a Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile), Canto libre, El derecho de vivir en paz (su tributo a la lucha heroica del pueblo vietnamita), La población y las canciones del póstumo Manifiesto, que su esposa, Joan Jara, publicó en 1974 en Inglaterra. La Discoteca del Cantar Popular (Dicap), el sello discográfico creado por las Juventudes Comunistas en 1968, publicó el primero, el tercero y el cuarto de esos trabajos.

Asimismo, entre 1971 y 1973 viajó a México, Venezuela, Costa Rica, Argentina, Cuba, la URSS o Perú. Acompañado de su inseparable guitarra, en aquellos recitales interpretaba sus canciones, singularmente “Te recuerdo Amanda”, tema que compuso durante su estancia en 1968 en Inglaterra para profundizar en su formación como director de teatro. “A mí me estremece siempre cantar ‘Te recuerdo Amanda’; me produce un estado de emoción que, aunque la cante mil veces, mil veces la siento igual”, señaló en 1973.

A principios de aquel año, participó activamente en la campaña del Partido Comunista de cara a las elecciones legislativas, en las que la UP logró una victoria moral. En los meses siguientes, su labor creadora se consagró a alumbrar un conjunto de canciones que dejaron constancia de la altura ética, estética y política de su compromiso, esculpida en aquellos versos de “Manifiesto”: “Mi canto es de los andamios/ para alcanzar las estrellas”. En su recorrido por Perú, en los últimos días de junio y las primeras semanas de julio de 1973, tras conocer Cuzco y Machu Picchu, quedó conmovido ante la verdadera profundidad, cultural e histórica, de “las raíces del canto”. El 4 de septiembre, en la última y multitudinaria manifestación de la UP, sostuvo junto con sus compañeros una pancarta que proclamaba: “Trabajadores de la cultura en contra del fascismo”. En aquellos días tuvo en sus manos el último disco suyo que llegó a ver, Canto por travesura (Dicap), una auténtica travesía de retorno a la pureza del folclore que acompañó su infancia.

El 11 de septiembre de 1973, cerca de las once de la mañana, llegó a la Universidad Técnica del Estado (UTE), en cuya Secretaría Nacional de Extensión y Comunicaciones trabajaba desde 1971, tras escuchar el llamamiento a los trabajadores del presidente Salvador Allende desde La Moneda y recibir las instrucciones de la dirección de las Juventudes Comunistas, a cuyo Comité Central pertenecía desde hacía un año. Por la tarde, cerca de mil personas se quedaron allí encerradas, al entrar en vigor el toque de queda decretado por la Junta Militar, y cercadas por los militares golpistas. Al amanecer del día siguiente, aquella universidad fue bombardeada y asaltada por diferentes agrupaciones del Ejército. Centenares de personas, entre ellas Víctor Jara, fueron obligadas a permanecer tumbadas, boca abajo y con las manos en la nuca, en los patios o canchas deportivas, mientras los militares registraban como salvajes el recinto.

Hacia las tres de la tarde, se inició el traslado en autobús de los prisioneros de la UTE al Estadio Chile (denominado hoy Estadio Víctor Jara), situado a apenas un kilómetro y medio de distancia. Cuando se disponía a ingresar en este pabellón polideportivo, fue identificado por un oficial, según ha declarado Boris Navia. “Ese miserable me lo traen para acá”, gritó; dos soldados lo llevaron ante él y, “desaforado e histérico”, empezó a propinarle golpes y puntapiés por todo su cuerpo, uno de ellos en pleno rostro, en medio de una catarata de insultos y palabras llenas de odio hacia sus canciones y su compromiso político. Privado de alimentos y agua, posteriormente fue golpeado, vejado y torturado por oficiales y soldados, vestidos todos en uniforme de combate.

Hacia el mediodía del 13 de septiembre pudo enviar el último mensaje a su esposa con un compañero, Hugo González, que iba a ser puesto en libertad. Le confesó su temor de no volver a ver a su familia y le rogó que no le creara falsas expectativas acerca de un posible plazo para su libertad. Y, cuando una lágrima recorrió su rostro y cayó sobre su camisa, le indicó: “Hugo, diles que estoy bien. No menciones los golpes, no hables sobre lo que están haciendo conmigo. No quiero que ellas lo sepan”. Aquella tarde, pudo unirse a un grupo de prisioneros vinculados a la UTE y las Juventudes Comunistas; caminaba con mucha dificultad, tenía algunas costillas rotas y la cara llena de moratones y ensangrentada, al igual que la ropa.

A lo largo del 15 de septiembre, el recinto se fue quedando vacío según avanzaba el traslado de los “prisioneros de guerra” hacia el Estadio Nacional. Pero, casi en el último momento, Víctor Jara fue apartado de esas filas y conducido al subterráneo, donde fue acribillado —al igual que el abogado comunista Littré Quiroga— por oficiales del Ejército, condenados en 2018 por la justicia chilena pero aún algunos en libertad. Horas antes, había podido entregar a sus compañeros su poema “Estadio Chile”, que quedó inconcluso y que el Partido Comunista logró sacar del país dos semanas después. En su parte final expresó: “Canto, qué mal me sales/ cuando tengo que cantar espanto./ Espanto como el que vivo,/ como el que muero, espanto/ de verme entre tantos y tantos/ momentos de infinito/ en que el silencio y el grito son las metas/ de este canto./ Lo que nunca vi,/ lo que he sentido y lo que siento/ hará brotar el momento…”

En el testimonio entregado para mi biografía, el trovador cubano Silvio Rodríguez evoca su viaje de 1972 a Chile, junto con Pablo Milanés y Noel Nicola, para participar en el VII Congreso de las Juventudes Comunistas. “Un año después lo asesinaron con saña, pero aquella vileza no fue lo que lo inmortalizó”, señala. “Ya Víctor era un cantor eterno por la exquisita calidad estética y ética de sus canciones”.


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Víctor Jara, historia musical

Gabriela Bade


No sólo su asesinato a manos de la dictadura militar, en septiembre de 1973, ni su condición de mártir de la Nueva Canción Chilena han hecho de Víctor Jara uno de los artistas más importantes y trascendentes de la música chilena. Es su trabajo artístico plasmado en numerosos discos, obras de teatro y actuaciones en vivo lo que definitivamente lo ha consagrado como una de las más grandes figuras de la cultura local. Conmovido por una época en la que despuntó una enorme efervescencia social en Occidente, Jara representó como pocos el sentimiento de búsqueda de una nueva dignidad para las clases sociales populares. Lo hizo como militante del Partido Comunista, y también de manera artística con canciones en las que combinó crítica social con un esperanzado y hasta ingenuo espíritu trabajador. Su arte y sus aspiraciones eran coherentes con su historia; la de un hijo de campesinos que llegó a avecindarse a un sector pobre y marginal de Santiago (la población Los Nogales). Jara enfrentó a su medio y venció los obstáculos impuestos por la pobreza, y eso sólo contribuyó a fortalecer su postura ética. Su nombre es hoy el de un artista universal.

Los inicios (1956-1965)

En una entrevista para el diario El Siglo, el 18 de septiembre de 1966, el músico se explicaba con claridad: “Cada vez me conmueve más lo que sucede a mi alrededor. La pobreza de mi propio país, de América Latina y de otros países del mundo. He visto […] la huella del horror de una matanza de judíos en Varsovia, el pánico de la Bomba, el golpe mortal causado por la guerra que desintegra al hombre y todo lo que de él surge y nace. En fin, tantos otros desastres que cansa enumerar. Pero también he visto lo que el amor puede hacer, lo que la verdadera libertad puede hacer, lo que la fuerza y el poderío del hombre feliz pueden hacer”.

“Por todo esto y porque anhelo la paz, es que la madera y las cuerdas de una guitarra me hacen falta para desahogar algo triste o alegre —agregaba—. Alguna estrofa que abra el corazón como una herida, o algún verso que quisiera nos diera vuelta de dentro hacia fuera para ver el mundo con ojos nuevos”.

En el mismo año de estas declaraciones, Víctor Jara presentó su primer álbum como solista, tras una década de trabajo junto al grupo Cuncumén.

El grupo folclórico Cuncumén se había formado en 1955 dentro de un taller dictado por Margot Loyola en las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile. Jara se unió en 1957, pero no fue sino hasta 1960 y 1961 que introdujo en el repertorio del conjunto sus primeras canciones: la tonada “Las palomitas” y la canción “Paloma, quiero contarte”, escrita durante la gira del grupo por Moscú y dedicada a su esposa, Joan Turner.

Al volver de este viaje, Rolando Alarcón —entonces líder del conjunto— se separó del grupo para iniciar una carrera solista y Víctor Jara asumió la dirección para realizar un disco más. Éste coincidió con el comienzo de sus mejores momentos en el mundo teatral, al debutar en 1959 como director del montaje Parecido a la felicidad, de Alejandro Sieveking.

No obstante su éxito teatral (ámbito en el que se desarrolló desde la Universidad de Chile, primero como alumno y luego como académico), el cantante sentía un compromiso fuerte con la música, pero ya no le bastaba el formato tradicional de Cuncumén. Necesitaba ampliar los temas de su canto, decidido a colaborar con el proceso de cambios sociales desde su guitarra. Así fraguó el inicio de su carrera como solista, debut que recién se produjo en 1965 con un par de singles producidos por Camilo Fernández.

El compromiso (1966-1969)

La primera de esas grabaciones estaba compuesta por “La cocinerita” (tradicional boliviana) y “El cigarrito”; y la segunda, por “Paloma, quiero contarte” y “La beata”. Por esta última canción Jara comenzó a darse a conocer masivamente debido a una polémica con la Iglesia Católica de la época, que cuestionaba la letra a pesar de que se trataba de una tradicional polca conocida en el campo chileno desde comienzos del siglo XX.

Censurada en su tiempo, “La beata” no fue incluida en el disco con el que el cantante comenzó su carrera discográfica en 1966, aunque sí las otras tres canciones. El álbum incluía sus primeras composiciones propias, la mayoría afincadas en el lamento de los hombres humildes del campo y destinados a una vida de inquilinaje. Historias en su mayoría tomadas de su propia biografía, como “El arado”, y otras simplemente sacadas de la historia chilena y latinoamericana.

Entre 1966 y 1969 Víctor Jara empezó a vivir intensamente su trabajo de artista, combinando el teatro con innumerables actuaciones como cantor popular en las peñas que surgieron en el país. A bordo de la fiesta ambulante de René Largo Farías con su peña Chile Ríe y Canta, recorrió buena parte del territorio nacional interpretando un repertorio que acogía a numerosos autores latinoamericanos, entre los que se destacaba el uruguayo Daniel Viglietti, de quien tomó la emblemática “A desalambrar”.

Esa canción es la segunda de un total de doce que dieron cuerpo al disco Pongo en tus manos abiertas —su primer LP para la Discoteca del Cantar Popular (Dicap), fundada por las Juventudes Comunistas en 1968—, donde Jara explicitó su convicción acerca del ineludible compromiso que debía existir entre el canto y la realidad. El lado más contingente del disco lo pone “Preguntas por Puerto Montt”, una canción donde el autor exige explicaciones al ministro del Interior de la época, Edmundo Pérez Zujovic, por el desalojo de una toma en esa ciudad que costó la vida de ocho campesinos.

Las no menos comprometidas “Móvil oil special” y “A Cochabamba me voy” ponen el humor con contagiosos ritmos centroamericanos, las que además de “El martillo” (original en inglés de Lee Hays y Pete Seeger), cuentan con la participación de Quilapayún. “Zamba del Che”, de Rubén Ortiz, dedicada al fusilado guerrillero argentino, y “A Luis Emilio Recabarren” (fundador del Partido Comunista chileno) dejan muy claro cuáles son los hombres y las ideologías que el cantor quiere destacar.

La sentida “Te recuerdo, Amanda” puso la pequeña cuota de autobiografía de este álbum, pues Víctor la compuso en medio de la nostalgia que sentía por su familia mientras permanecía una temporada en Inglaterra. No obstante, sólo el nombre de su hija es real: la historia es ficción.

Los compañeros (1966-1972)

En el proceso de volcarse completamente a la música, Víctor Jara conoció a Quilapayún (1966), y se convirtió en su director artístico para transformar a un grupo amateur en un conjunto que se caracterizó por su teatral puesta en escena. Jara revaloró y potenció esa área de desarrollo en la música popular, con sus conocimientos como actor y director.

El clímax de esta relación —que generó numerosos discos de Quilapayún— redundó en la bella “Plegaria a un labrador”. En 1969, la canción ganó el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, que Ricardo García organizó en la Universidad Católica, y patentó de esta forma el nombre con que se reconocería más tarde a este importante movimiento musical.

En 1970, comprometido al máximo con el gobierno de la Unidad Popular, Víctor Jara estaba decidido a hacer todo cuanto estuviera en sus manos para mantener la vigencia del nuevo sistema y, comprometido también con su voluntad artística, empezó el período más intenso y prolífico de su vida. “Me gustaría ser diez personas para poder hacer diez veces todo lo que hay que hacer”, dice en esa época, según cita el autor español José Manuel García en su libro Como una historia: Guía para escuchar a Víctor Jara.

En 1971, Jara y un numeroso contingente de músicos de distintas áreas, desde la música clásica al rock, se unieron para grabar El derecho de vivir en paz, un álbum de título inspirado en el conflicto de Vietnam. Como prueba de su ánimo experimental, el cantante se atreve a juntar las guitarras eléctricas y el órgano del grupo los Blops con su sonido siempre ligado a las raíces. Esta innovación fue particularmente interesante pues, pese a su respeto a la cultura popular, no tenía miedo de buscar nuevas formas estéticas. Con el grupo de Eduardo Gatti, Víctor Jara grabó las canciones “El derecho de vivir en paz” y “Abre la ventana”.

Otro convocado a la jornada fue el compositor Celso Garrido-Lecca, quien escribió la música para “Vamos por ancho camino” y la marcha “BRP”, dedicada a la brigada muralista Ramona Parra. Inti-Illimani, Ángel Parra y Patricio Castillo estuvieron también, y cómo no, colaborando en este disco, cuestión audible en su mayor diversidad instrumental, con vientos, percusión y gran variedad en cuerdas.

En 1971 y en medio de una de las giras que hizo como embajador cultural de la Unidad Popular, Víctor Jara actuó en México, hecho que quedo registrado en un disco bautizado, simplemente, En México 1971. En este mismo contexto, un año después Jara viajó a Cuba, país con el que sentía una especial afinidad con motivo del proceso revolucionario liderado por Fidel Castro. Tocó para diversos públicos en distintas ciudades (aunque el registro fue editado recién en 2001). Jara fue particularmente pródigo en el diálogo con el público cubano, lo que explica el título del álbum: Habla y canta – En Cuba 1972.

En 1972, estimulado por el pedido de un poblador, Víctor Jara se decidió a fundir sus conocimientos de teatro y música para componer su primera obra conceptual, La población, donde narra en canciones y relatos reales la vida de una de estas comunidades construidas a fuerza de tablas, cartones y voluntad. Grabadora en mano, Jara recorrió numerosas poblaciones como Herminda de la Victoria y Los Nogales para hacer un disco dedicado completamente a la vida de estas personas. Lo ayudan en la misión los grupos Cantamaranto y Huamarí, Patricio Solovera, Isabel Parra y Pedro Yáñez. Dado el carácter dramático de la obra también participaron dos de sus grandes amigos: la actriz Bélgica Castro y el dramaturgo Alejandro Sieveking, quien coescribió algunos textos.

Manifiesto (1973 en adelante)

Al volver de su última gira a Perú, en junio de 1973, Víctor Jara se concentró en las nuevas canciones que darían forma a dos discos: Canto por travesura y Manifiesto. El primero estaba dedicado a canciones de la tradición picaresca del campo chileno, música que el autor conocía bien: nació cerca de Chillán, en 1932, y Amanda, su madre, le había mostrado el sabor de la música campesina, pues ella era una cantora popular. La sugerencia de un amigo y un íntimo deseo de reencontrarse con esa raíz lo llevaron a grabar doce canciones del género con la colaboración de la guitarra y guitarrón de Pedro Yáñez, el arpa de Santos Rubio y el acordeón de Fernando Rodríguez.

En el caso de Manifiesto, en tanto, el cantante no alcanzó a terminar la totalidad de la grabación originalmente prevista. El tiempo, antes que lo detuvieran el 11 de septiembre de 1973, le alcanzó para registrar sólo la mitad del repertorio, espacio suficiente, en todo caso, para plasmar una de sus canciones más emotivas: “Manifiesto”. Aquí, Jara se desviste con la transparencia de siempre y, con una voz en extremo dulce, declara los versos que hacen pensar que ya se preparaba para un destino trágico: “Que el canto tiene sentido,/ cuando palpita en las venas/ del que morirá cantando/ las verdades verdaderas”.

Mucho se ha dicho sobre el carácter premonitorio de estas últimas composiciones y, a la luz de los hechos y del enorme compromiso del autor con la causa de la Unidad Popular, no es extraño que presintiera el desenlace, en tanto también estaría dispuesto a llegar hasta el final, aún sin conocer la crueldad que traería consigo. Tal es así que el 11 de septiembre, aún sabiendo que algo extraño ocurría en La Moneda, decidió ir a la Universidad Técnica a cumplir con un compromiso laboral. De allí no regresó. En “Cuando voy al trabajo” algo queda implícito, a pesar de que la canción está inspirada en el caso de otra persona. “Pienso en ti/ mi vida, pienso en ti/ en ti, compañera de mis días/ y del porvenir/ de las horas amargas y la dicha de poder vivir/ laborando el comienzo de una historia sin saber el fin”.

La misma sensación recorre el cuerpo con “Aquí me quedo”, otra forma de hacer un manifiesto en la que, tomando palabras de Neruda, declara: “Yo no quiero la patria dividida, ni por siete cuchillos desangrada”. Antes, en “Vientos del pueblo”, Jara declama su rabia por la inminencia de un conflicto armado. De hecho, hasta entonces había participado en numerosos actos culturales masivos para detener el desenlace por la vía de las armas a la crisis política que vivía el país.

Pero ya nada detuvo los conocidos sucesos de 1973. Víctor Jara fue recluido el 12 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile y su esposa encontró su cuerpo sin vida en la morgue de Santiago el 18 de septiembre siguiente, dos días después de que fuera acribillado por los militares. Su mujer e hija viajaron rápidamente a Inglaterra, llevando consigo los discos que a partir de entonces pasarían a ser “material subversivo” en lenguaje militar. Manifiesto sería editado al año siguiente y por mucho tiempo sus canciones sólo fueron conocidas en Europa. Joan Turner narró el testimonio de sus años de convivencia con el artista en el libro Víctor Jara: un canto (no) truncado.

Desde ese momento el nombre de Víctor Jara pasó a ser parte del lenguaje clandestino en Chile y su repertorio sobrevivió gracias al trabajo que desde Francia siguió haciendo Dicap y a los registros que quedaron guardados en la bodega del sello Odeon. En los años setenta y ochenta sólo el sello Alerce se atrevió a publicar algunos títulos, aunque sin las canciones más políticas.

En los noventa, en cambio, su catálogo reapareció con fuerza gracias al empuje de la Fundación Víctor Jara, a la revalorización de su figura por parte de un público joven, a humildes reediciones del sello Alerce y a compilados de éxitos de EMI. Pero no fue sino hasta 2001, al hacerse cargo de este catálogo la transnacional Warner, que fue hecha una amplia reedición de todo su trabajo. Su nombre, en consecuencia, resurgió con fuerza en el mercado local e internacional. En este mismo contexto debe inscribirse el documental El derecho de vivir en paz, realizado por la periodista Carmen Luz Parot en tributo a su memoria.

Otra prueba del importante resurgimiento de Víctor Jara desde fines de los años noventa la dan los numerosos tributos de que ha sido objeto. Uno específico dio forma a un disco (editado por Alerce) hecho bajo el concepto de que artistas y grupos conocidos (y no tanto) hicieran nuevas versiones de temas del cantor. Los otros tributos corresponden las más de las veces a numerosos covers que músicos de distintos lugares del mundo han hecho de sus canciones. Una de ellas es “El cigarrito” reinterpretada por Joan Manuel Serrat, o la mención de su nombre en canciones muy famosas como “Matador”, de Los Fabulosos Cadillacs, “One tree hill”, de U2, o “Washington bullets”, de The Clash.

En Chile, la música el cantautor está completamente vigente, pero la justicia por su asesinato sigue estando pendiente.

[El texto “Víctor Jara eterno”, de Mario Amorós, fue publicado originalmente en Rebelión. El texto “Víctor Jara, historia musical”, fue publicado originalmente en MusicaPopular.cl. Ambos artículos son reproducido aquí bajo la licencia de Creative Commons.]

Brigadieres y coroneles: siete exmilitares condenados por el asesinato de Víctor Jara

El pasado 28 de agosto de 2023, la Corte Suprema chilena condenó a siete exmilitares del Ejército como autores del secuestro y homicidio del cantautor Víctor Jara en vísperas de que se cumplan, el próximo 16 de septiembre, 50 años del crimen, perpetrado en el Estadio Chile pocos días después del golpe de Estado que en septiembre de 1973 y liderado por Augusto Pinochet derrocó al presidente socialista Salvador Allende (1970-1973).

El compositor fue asesinado a golpes y balas junto a Littré Quiroga, quien era el director del Servicio Nacional de Prisiones del Gobierno de Allende. Según testimonios judiciales, sus captores se ensañaron especialmente con ellos y durante al menos tres días los torturaron: el cantautor tenía 56 fracturas óseas y 44 balas en su cuerpo, mientras Quiroga presentaba 47 fracturas y 23 balazos.

De acuerdo con el fallo, que fue unánime, fueron condenados los exmilitares Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana y Hernán Chacón Soto a penas de 15 años y un día de presidio en calidad de autores de los homicidios. Además, a 10 años y un día como autores de los secuestros calificados. En paralelo, el exoficial Rolando Melo Silva fue sentenciado a 5 años y un día, y a otros 3 años y un día de cárcel, como encubridor de los homicidios y los secuestros, respectivamente.

Un día después de la sentencia, el pasado 29 de agosto, Hernán Carlos Chacón Soto, uno de los siete exoficiales condenados, se suicidó. El hecho ocurrió antes de que fuera detenido y trasladado a la cárcel de Puntateuco, donde comenzaría a cumplir su pena.

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