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Neurociencia: desterremos algunos neuromitos

En ocasiones, la divulgación de la neurociencia se hace de manera tan confusa que lleva al lector a hacerse una idea equivocada de su alcance real y de cómo funciona el cerebro en general.

Junio, 2023

Dossier. En ocasiones, la divulgación de la neurociencia se hace de manera tan confusa que lleva al lector a hacerse una idea equivocada de su alcance real y de cómo funciona el cerebro en general. (Incluso, en ocasiones puede frenar el avance de la propia neurociencia). Precisamente de esto nos hablan José Manuel Muñoz y Javier Bernácer en el primer artículo de este dossier que hemos preparado. Por otro lado, ¿quién dijo que sólo usamos un 10 % de nuestro cerebro? Sandra Sánchez Muñoz nos habla de este falso mito, uno de los más persistentes de la neurociencia. (En realidad, lo utilizamos al 100 %, aunque desconozcamos en buena medida cómo). Por último, ni la creatividad está a la derecha ni la lógica a la izquierda: José A. Morales García y Conchi Lillo nos hablan del neuromito de los hemisferios cerebrales. Como señalan aquí: el cerebro es un órgano complejísimo que trabaja en equipo. Por eso no tiene base que la dominancia de un hemisferio determine nuestra personalidad, como muchos siguen afirmando.


Nuestro cerebro no piensa (y el de usted, tampoco)

José Manuel Muñoz / Javier Bernácer 


“Los seres humanos sólo utilizamos el 10 % de nuestro cerebro”. “El cerebro de los adultos no cambia”. “El cerebro reptiliano es el que gobierna la conducta de los niños”. “Una persona es más inteligente cuantas más neuronas tenga”. ¿Quién de nosotros no ha escuchado estas afirmaciones alguna vez? Y, sin embargo, son falsas.

Se trata de malas interpretaciones acerca del cerebro (“neuromitos”) que calan a menudo en la población a través de ciertas formas de divulgación científica. También llegan incluso al ámbito de la educación. Así lo demuestra un estudio publicado en 2014, en el que se comprobó que los profesores de diversos países, tanto occidentales como orientales, tendían a creer en esta clase de afirmaciones.

La difusión de estas ideas erróneas no es banal, sino que puede llevar a estrategias educativas sin sustento científico y dañinas. Por ejemplo, el enriquecimiento excesivo del entorno de los niños y la obsesión por enseñarles cuantas más cosas mejor antes de los seis años.

Confundir la parte con el todo

Otro error que se presenta con frecuencia en la comunicación de la neurociencia consiste en perpetuar la llamada “falacia mereológica”: adjudicar a la parte (el cerebro) atributos psicológicos que, en realidad, pertenecen al todo (el ser humano en su conjunto).

Mediante una rápida búsqueda en internet podemos toparnos con expresiones como “el cerebro piensa”, “el cerebro recuerda”, “tu cerebro ve”, o hasta “tu cerebro odia”.

Este tipo de expresiones no sólo se emplean por parte de los divulgadores científicos, sino también en ámbitos como la enseñanza e, incluso, la ciencia profesional. Sirva como muestra de esto último uno de los objetivos perseguidos por la iniciativa australiana para la investigación del cerebro (Australian Brain Initiative), que sus promotores plantean como “entender y optimizar cómo el cerebro aprende en la infancia”.

Esta falacia mereológica constituye la base conceptual de lo que el filósofo Carlos Moya califica como un nuevo (y paradójico) “dualismo materialista”. Una vez superada la concepción dualista alma-cuerpo (al modo cartesiano), se tiende ahora a pensar en un cerebro independiente o aislado del cuerpo. Este último parece, en cierto modo, prescindible. Esto no se ajusta a la realidad: el cerebro es sólo una parte del sistema nervioso, que a su vez es sólo una parte del cuerpo. Dicho cuerpo, además, se enmarca en un contexto social (no es un “cerebro en una cubeta”) que afecta decisivamente al desarrollo y la historia vital del individuo.

Ni los pies caminan, ni el cerebro piensa

El lector estará de acuerdo en que sus pies no caminan, sino que es usted quien camina empleando sus pies. De igual forma, no es su cerebro el que piensa, recuerda, odia o ama, sino que es usted quien hace todo esto utilizando su cerebro.

Podría pensarse que la comparación entre cerebro y pies no resulta adecuada, pues el cerebro, a diferencia de aquellos, goza de una gran capacidad de control sobre las demás partes del organismo. Sin embargo, no debe olvidarse que el cerebro depende, a su vez, de otros órganos para su subsistencia y funcionamiento, en especial (aunque no sólo) del corazón.

De ningún modo el cerebro es independiente y gobernador del resto del cuerpo, como demuestra la dinámica de su desarrollo: no es hasta la vigesimotercera semana de vida prenatal cuando aparecen las primeras sinapsis en el embrión humano, y no es hasta pasados los veinte años cuando el cerebro termina de desarrollarse por completo. De hecho, el cerebro sigue cambiando hasta el día de nuestra muerte. Sencillamente, sin cuerpo no puede haber cerebro, tanto funcional como cronológicamente.

Hasta cierto punto, resulta comprensible que científicos o divulgadores formados en neurociencia tiendan a transmitir, consciente o inconscientemente, la falacia mereológica. Después de todo, su conocimiento especializado puede conducir a sobredimensionar la importancia de una parte de la realidad.

Por eso, y al igual que se ha normalizado el hecho de que una “ciencia de la parte”, como es la neurociencia, impregne decisivamente la comprensión de las ciencias sociales y las humanidades que estudian al ser humano en su conjunto, debería normalizarse también el camino complementario: que estas “ciencias del todo” contribuyan a un entendimiento más completo (y realista) del sistema nervioso.

Para lograrlo, la neurociencia debería ser más receptiva al estudio y el diálogo genuino con otras disciplinas (psicología, educación, comunicación, derecho, filosofía). La colaboración interdisciplinar podría, así, contribuir a frenar la proliferación de neuromitos y visiones reduccionistas de lo humano que entorpecen incluso el avance de la propia neurociencia. El rigor metodológico no debería asociarse a una falta de rigor argumentativo. Comunicar el cerebro, después de todo, no implica limitarse al cerebro.

[José Manuel Muñoz: investigador en el Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET), y en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra / Javier Bernácer: investigador en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra.]

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¿Quién dijo que sólo usamos un 10 % de nuestro cerebro?

Sandra Sánchez Muñoz


Seguro que ha escuchado alguna vez la célebre frase de que sólo usamos el 10 % de nuestro cerebro. De hecho, un tercio de mis alumnos de Psicobiología lo cree, y otro gran porcentaje “no sabe, no contesta”. Es uno de los bulos más extendidos en el ámbito de la neuropsicología. Y cuando nos topamos con él, pensamos: “¿Y qué pasaría si usásemos el 100 %? ¿Seríamos entonces como Einstein?”.

La trama de la película Lucy (2014), protagonizada por Scarlett Johansson y Morgan Freeman, se basa precisamente en esta idea: si de alguna manera se pudiera aprovechar el 90 % restante de nuestra capacidad, se desbloquearían poderes sobrehumanos. No continúo con la trama para no hacer spoiler.

En este artículo me propongo desmentir este neuromito e infundir tranquilidad: usamos todo nuestro cerebro, pero obviamente no todo a la vez.

Porque, efectivamente, empleamos el 100 % de un órgano que supone sólo 2 % del peso corporal y que precisa el 20 % de la energía consumida. Sería algo así como decir que, para correr, alguien utiliza sólo el 10 % de los músculos de sus piernas. Usa absolutamente todos, aunque no a su máxima capacidad.

Un órgano misterioso

Sería más acertado afirmar que, en realidad, conocemos una décima parte de nuestro órgano pensante; o, más bien, de cómo funciona. Desde el ámbito de las neurociencias solemos decir que hablamos de un cerebro desde otro cerebro, lo que inevitablemente propiciará fallos de interpretación.

Además, si usáramos sólo el 10 % del cerebro, ¿el otro 90 % qué haría? ¿Estaría congelado? Gracias a la evolución, la mayoría de nuestras funciones están muy bien desarrolladas, y esa eficiencia nos permite realizarlas la mayoría del tiempo.

Este mito es, pues, una falacia sin base científica apoyada en ciertas doctrinas esotéricas como la cienciología, que dan cabida a supuestos poderes psíquicos aún latentes o a una inteligencia desmedida.

Entre otros, los investigadores Scott O. Lilienfeld, Steven Jay Lynn, John Ruscio, Barry Beyerstein y Josep Sarreten Grau, en su libro 50 grandes mitos de la psicología popular: las ideas falsas más comunes sobre la conducta humana (2009), lo han echado por tierra.

Falsas afirmaciones y malas interpretaciones

Entonces, ¿de dónde salió ese bulo? Muchos creen que fue Albert Einstein quien lo propuso. Sin embargo, sorprendentemente, no existe ni un sólo registro de tal afirmación.

También se ha asignado la autoría al filósofo y psicólogo estadounidense William James, al interpretarse de manera tergiversada un fragmento de su artículo The energies of men (Las energías del hombre, 1907). Allí, James decía que “hacemos uso solamente de una pequeña parte de nuestros posibles recursos mentales y físicos”.

Más tarde, Dale Carnegie, autor de uno de los primeros grandes best-sellers de autoayuda, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (1936), menciona explícitamente el porcentaje en el prólogo.

Arsenal de pruebas en contra

Otra posible explicación al malentendido puede buscarse en la propia configuración de nuestro cerebro. Las neuronas componen aproximadamente el 10 % de células nerviosas, mientras que el resto son células gliales que les dan soporte. Por eso se pensó que sólo usaríamos una décima parte de nuestra capacidad cerebral.

Sin embargo, hay claras evidencias que contradicen esta suposición. Veamos algunas de ellas:

⠀⠀• Estudios de daños cerebrales nos demuestran que si sólo usáramos el 10 %, entonces dichas lesiones no afectarían al rendimiento del órgano.

⠀⠀• La evolución ha propiciado que cada vez consumamos más energía a nivel cerebral, por lo que no podemos usar sólo una décima parte de su capacidad.

⠀⠀• Pruebas de tomografía por emisión de positrones e imágenes por resonancia magnética funcional han revelado que, mientras dormimos, sigue funcionando nuestro cerebro.

⠀⠀• Mediante técnicas de mapeo se ha descubierto que el órgano tiene diferentes regiones para ejecutar distintas funciones. El porcentaje de uso suma, por tanto, el 100 %.

⠀⠀• Si el 90 % estuviera apagado, los estudios metabólicos que permiten visualizar las zonas activas del cerebro obtendrían imágenes en blanco, algo que no ocurre.

⠀⠀• En los afectados por ciertas enfermedades neuronales, las células no funcionales no deberían regenerarse. Por lo tanto, al hacer la autopsia de los fallecidos, según el falso argumento deberíamos comprobar que no habría degeneración, pues la gran mayoría del órgano se mantendría inactivo.

Albert Camus dijo que “los mitos tienen más poder que la realidad”. Debemos tener cuidado con los neuromitos, que nos alejan de la realidad y de la ciencia, la cual aún tiene mucho que aportar.

[Sandra Sánchez Muñoz: profesora asociada área de Psicobiología, Universidad de Zaragoza.]

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Ni la creatividad está a la derecha ni la lógica a la izquierda: el neuromito de los hemisferios cerebrales

José A. Morales García / Conchi Lillo


El cerebro, al igual que el resto del organismo, está formado por miles de millones de células. Cada tipo con una función determinada, pero todas ellas perfectamente sincronizadas y conectadas. Podría compararse a uno de esos relojes antiguos con cientos de engranajes de todo tipo que trabajan al unísono para dar la hora exacta.

Nuestro cerebro se compone de dos mitades: los hemisferios cerebrales. Pero al contrario de lo que pueda parecer, no son dos estructuras aisladas e independientes: ambos están extraordinariamente conectados por un “cableado” que los comunica. Hablamos del cuerpo calloso, formado por más de 200 millones de fibras nerviosas que llevan información de un hemisferio a otro.

Esta organización permite llevar a cabo y coordinar todas las funciones —muchas de ellas muy complejas— propias del sistema nervioso. Y para ello, los hemisferios se reparten el trabajo.

Oficinas interconectadas

Piensen en un gran edificio de oficinas de una misma empresa. En él encontraremos distintas plantas, con distintos departamentos, con distintas divisiones, con distintas personas trabajando en cada una de las áreas. Cada sección tiene una función, pero todas están relacionadas. No sólo eso: éstas, además, se hallan estrechamente comunicadas, puesto que el correcto funcionamiento de unas depende de lo que hagan las otras.

Los hemisferios cerebrales funcionan de manera similar, repartiéndose el trabajo a realizar. Esto quiere decir que aunque ambas mitades intervengan en una función concreta, una de ellas puede estar más implicada que la otra.

Es igual que el proceso de facturación de la gran empresa: aunque el departamento de cobros lleve todo el peso de la operación, otras secciones deben hacer su parte de trabajo para completar el proceso. Por ejemplo, el departamento de envíos que hará llegar la factura a su destinatario.

Los hemisferios no son un destino

Y es aquí donde comienza el mito: “El cerebro está dividido en dos mitades, y dependiendo del lado que más usemos, tendremos unas habilidades u otras”. Esta teoría, llamada “dominancia de hemisferio”, defiende que si eres bueno en matemáticas, lengua o lógica es porque tu hemisferio izquierdo es el dominante. Y si eres una persona artística con dotes para la pintura o la música, entonces predomina el derecho.

Esto, además, contribuye a clasificar erróneamente a las personas en dos tipos: objetivas, racionales y analíticas o pasionales, soñadoras y creativas. Nada más lejos de la realidad. No existe un hemisferio dominante.

Probablemente, el mito tiene su origen en la reunión de la Sociedad Antropológica de París, en 1865. El culpable podría haber sido, quizá sin quererlo, el médico francés Paul Broca tras asegurar que “hablamos con el hemisferio izquierdo”, haciendo referencia a que las regiones cerebrales con mayor implicación en la función del lenguaje se encuentran en ese lado.

Que el grueso de una función concreta recaiga en un hemisferio, como ocurre con el lenguaje y la mitad izquierda del cerebro, no implica que en una persona con mayor capacidad lingüística domine ese hemisferio.

Por ejemplo, cuando un cantante memoriza la melodía y la letra de una canción, las funciones relacionadas con verbalizar la letra se localizan en su lado izquierdo, pero usará el derecho para expresar la musicalidad de la canción. Es un trabajo de equipo.

Evidencias que refutan el mito

Nos encontramos con multitud de estudios en este campo científico, como algunos que han llegado a examinar imágenes obtenidas por resonancia magnética de cerebros de más de mil personas. Sus resultados ponen de manifiesto que todos usamos ambos hemisferios por igual, aunque la actividad registrada en uno y otro dependerá “de lo que estemos haciendo”.

También se ha demostrado que el lado del cerebro usado para una actividad podría no ser el mismo para todas las personas: los análisis muestran que hay variabilidad entre individuos en cuanto a qué área o mitad se emplea para una acción concreta.

El mito de la dominancia de los hemisferios aún está muy presente hoy en día; en parte, porque sigue habiendo muchos aspectos desconocidos sobre el funcionamiento del cerebro humano. Cuanto más se investiga, más nos damos cuenta de su complejidad.

Así que, cuando se exponen los argumentos que tratan de explicar este funcionamiento tan complejo, éstos se siguen prestando a interpretaciones simplistas como la de que las funciones están escrupulosamente segregadas en áreas y hemisferios cerebrales.

De ser cierto, una lesión en una de estas áreas tan especializadas provocaría que esa zona funcional dejara de ser útil para la persona afectada. Sin embargo, esto no es del todo así y nuestro sistema nervioso mantiene cierta plasticidad.

De hecho, se ha descrito que en personas que pierden un sentido, como la vista, su área cerebral encargada de procesar ese sentido y que ya no recibe la información visual, se adapta para, en algunos casos, mejorar la percepción de otros, como el tacto. Este fenómeno mejora el aprendizaje de la lectura táctil del alfabeto Braille, por ejemplo.

Vendedores de humo

De este desconocimiento (científico y social) de la totalidad del funcionamiento del cerebro se aprovechan los de siempre. Los que, utilizando el lenguaje pseudocientífico, con explicaciones y soluciones para todo, quieren sacar tajada de la incertidumbre de los más vulnerables.

Por ejemplo, haciendo creer a la gente que podemos decidir qué hemisferio usar para modular nuestras habilidades, capacidades, personalidad; o la forma en la que nos enfrentamos a las vicisitudes de la vida. Además, al igual que ocurre con otros ámbitos como la salud humana, la neurociencia no se ha librado de la propagación de mitos y bulos por las redes sociales.

Sin embargo, a pesar de que aún hay incertidumbre sobre algunos aspectos del funcionamiento del cerebro humano, de lo que estamos seguros es de que el talento y la personalidad de una persona no están determinados por la dominancia de un hemisferio sobre el otro.

Y, por cierto, también convendría puntualizar, tratando de evitar actitudes antropocéntricas, que no somos el único animal con las funciones cerebrales compartimentalizadas.

Estudiantes encasillados

Apoyar el mito de la dominancia de los hemisferios del cerebro es peligroso en muchos aspectos. Sobre todo en el campo de la educación, puesto que limita las oportunidades de aprendizaje y desarrollo de los estudiantes.

Si creemos erróneamente que hay alumnos de “cerebro derecho” —mucho más creativos— o de “cerebro izquierdo” —más analíticos—, los estamos encasillando en esas categorías. Esto limita sus oportunidades de aprendizaje, acotando sus intereses e impidiéndoles desarrollarse en otras disciplinas, lo que reduce sus futuras trayectorias profesionales.

En resumen, ningún hemisferio es mas importante que el otro y ambos funcionan como una unidad. Lo que sí es cierto es que la actividad cerebral no es simétrica y varía entre personas.

[José A. Morales García: investigador científico en enfermedades neurodegenerativas y profesor de la Facultad de Medicina, Universidad Complutense de Madrid. / Conchi Lillo: profesora titular de la Facultad de Biología, investigadora de patologías visuales, Universidad de Salamanca.]
[Textos publicados originalmente en The Conversation; reproducidos aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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