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“El futbol es más que un programa de televisión; es una cultura, un patrimonio”

El periodista español Alejandro Requeijo debuta en el mundo editorial con «Invasión de campo», un manifiesto contra el futbol como negocio y en defensa del aficionado.

Marzo, 2023

Alejandro Requeijo (Madrid, 1985) es un periodista especializado en asuntos judiciales. Aunque joven, es ya un veterano en el oficio: ha pasado por Europa Press, El Español, Vozpópuli y actualmente labora en el diario El Confidencial. Ha participado en investigaciones como los «Supercopa Files» sobre la gestión de Luis Rubiales al frente de la Real Federación Española de Futbol o la difusión de los audios de Florentino Pérez que mostraron la cara más desconocida (y vergonzosa) del presidente del Real Madrid. Además de profesor en la Universidad Francisco de Vitoria, Alejandro también es un hincha del futbol; desde ese estado y condición, ahora se estrena en el mundo editorial con su primer libro, el cual lleva por título Invasión de campo, y un subtítulo que es una verdadera declaración de principios e intenciones: “Un manifiesto contra el futbol como negocio y en defensa del aficionado”. Aunque enfocado en el ámbito español, Invasión de campo es el resultado de una vida visitando estadios por medio mundo, desde las principales «catedrales» a los fortines de barrio más inexpugnables. Ricardo Uribarri ha conversado con el autor.


Ricardo Uribarri


Rebelarse contra los que quieren convertir el futbol en un producto de consumo más, a precio de oro y producido principalmente para la televisión, y reivindicar la necesidad de cuidar y de tener en cuenta al aficionado de toda la vida de un equipo por encima del cliente ocasional. Ese es el espíritu de Invasión de campo (Ediciones B, 2023), el nuevo libro del periodista Alejandro Requeijo, que desde su experiencia como aficionado al balompié y en concreto al Atlético de Madrid ofrece su punto de vista sobre una situación que cree que todavía se está a tiempo de revertir.

—¿Qué problema ha detectado en el futbol que le ha llevado a escribir Invasión de campo?

—Este libro tiene una intención doble. La primera es que todas esas personas que llevamos acudiendo a estadios durante toda la vida, que estamos escuchando casi a diario que ya no pintamos nada en el mundo del futbol, que somos una minoría y que no significamos nada en el porcentaje de ingresos de los clubes, tomemos conciencia de lo que seguimos representando dentro del gran circo que es el futbol. Y la segunda es dirigirse a quienes creen que el futbol es un programa más de televisión. Intento transmitir que es mucho más, que es una cultura, un patrimonio, un tesoro que llevamos mucho tiempo cultivando y que todavía estamos a tiempo de preservar, sobre todo si vemos lo que pasa en otros países del entorno, donde el aficionado sigue ocupando un papel protagonista.

—¿Dónde está el origen de esta situación que denuncia?

—Es difícil establecer un punto de partida. El futbol español tiene sus particularidades, como la Ley del Deporte de 1990, que obligó a la inmensa mayoría de los clubes a convertirse en sociedades anónimas deportivas; eso expulsó a los aficionados del poder de decisión sobre el futuro de sus clubes. A nivel general, el informe Taylor, encargado por Margaret Thatcher y publicado en 1990, contribuyó a expulsar a las clases trabajadoras de los estadios, que se fueron convirtiendo paulatinamente en recintos de lujo para las clases más pudientes, desde la falsa premisa de que la “working class” era la que generaba los problemas de seguridad. El futbol es una expresión más dentro del sistema capitalista, como la moda o la música. Alguien dirá que los precios de las entradas de los grandes conciertos sufren algo muy parecido a las de los partidos de futbol. Hay aspectos particulares del futbol español, generales del mundo del futbol y coyunturales de la situación en la que nos encontramos, en la que todo el mundo le da más importancia a la novedad que a la durabilidad. Y yo me rebelo contra eso. La tradición, los valores, los códigos que encierra el futbol hay que respetarlos. Me rebelo contra la idea de que la única verdad es el dinero.

El periodista español Alejandro Requeijo.

—¿Por qué se ha dejado al aficionado arrebatar el control del futbol?

—El aficionado está siendo directamente expulsado. Yo reivindico mucho la liturgia de ir al estadio. Eso era una manera de preservar una tradición oral, en la que los abuelos transmitían a sus hijos, y estos a su vez a los suyos, cosas como por qué el equipo viste esos colores, por qué el escudo es de esa manera, cuáles son las rivalidades históricas, quiénes son los ídolos y los villanos, por qué la grada reacciona de una manera a hechos concretos y por qué cada estadio arrastra una memoria colectiva particular, en la que se ha establecido un tejido social, una comunidad… Cuando entiendes eso, es difícil que no te sientas parte de ello, que tu equipo no sea algo muy importante en tu vida. Pero si te están expulsando constantemente por los precios, por los horarios, porque los estadios los hacen cada vez más lejanos, más impersonales, si desarraigas el futbol, es difícil que te sientas identificado por formar parte de eso. Creo que en los nuevos tiempos el aficionado ha asumido con demasiada facilidad esa premisa de que el futbol es un mero espectáculo. Y eso es un error porque lo estamos desposeyendo de los valores sentimentales que lo explican.

—¿Qué soluciones ve?

—Creo que hay posibilidades de darle vuelta a esta situación. El libro es optimista y no tiene ningún interés en regocijarse en la nostalgia, sino todo lo contrario, tiene vocación de remontada. Me fijo en modelos como el alemán, donde, por ley, los aficionados tienen que tener la mayoría accionarial de sus clubes; me fijo en modelos abiertos, interesantes, también desde el punto de vista económico, como la Premier League, donde se compagina la viabilidad económica con un respeto mínimo a la tradición y al arraigo que tiene el futbol inglés en su sociedad. Desgraciadamente, los dirigentes de los clubes y de organismos como Federación y Liga entienden sus instituciones como si fueran empresas de venta de neumáticos, sin darse cuenta de que el motor de este negocio son las pasiones, la tradición, el amor incondicional. Por eso interpelo a los políticos. Por ejemplo, aquí, en España, se ha aprobado una Ley del Deporte nueva, donde se reconoce que la conversión de los clubes en sociedades anónimas fue un error porque no solucionó el problema económico de los equipos, pero se han dejado sin incluir modelos interesantes, como que un club no pueda adoptar decisiones como el cambio de un escudo, el cambio de colores de una camiseta, o un traslado de estadio sin consultar antes con sus aficionados. O la posibilidad de establecer precios máximos para las entradas de las aficiones visitantes y que no se les maltrate colocándoles en sitios de visibilidad reducida. Habrá quien piense que estas son medidas intervencionistas, que van en contra del libre mercado, pero estoy citando sólo dos de las que se aplican desde hace mucho tiempo en la Premier, que no es que sea precisamente un modelo fracasado.

—Entiendo que se ve reflejado en la frase “odio al futbol moderno”.

—Compartiendo esa frase, creo que en los últimos tiempos se ha convertido en una consigna que nos aboca inexorablemente a la nostalgia y a quedarnos ahí. El libro tiene vocación de demostrar una realidad de la que no se habla en España, y la de explicar que al mismo tiempo Europa vive el mejor momento en términos de grada. Que los estadios presentan una atmósfera impresionante, con aficiones identificadas con sus equipos sin preguntarse todas las mañanas si el año anterior han ganado siete copas de Europa o han fichado a los mejores jugadores. El seguir a tu equipo dentro y fuera de casa presenta argumentos y asideros identitarios, emocionales, muy interesantes, que en España no se explotan ni se abordan.

—No estamos entonces ante un problema global, sino particular del futbol español.

—En España se ha instalado un relato en el que solamente existe el Real Madrid y el Barcelona y la guerra fratricida entre ambos, donde además, la vara de medir es el de triunfar o no en las competiciones europeas. Ese relato ha arrastrado al resto del futbol español con consecuencias nefastas, porque hace que se produzca una tendencia inflacionista histérica donde solamente vale mejorar lo que hace el otro y en comparación con el año anterior. Y si no, todo es un desastre y hay que echar a todos. Yo no comparto esa forma de ver el futbol. Cuando sales fuera de nuestro país te das cuenta de que existe otro relato, realidades más interesantes y que garantizan mejor la supervivencia del futbol a largo plazo y del aficionado.

—A pesar de todo, hay casos en nuestro futbol que se acercan a lo que defiende.

—En la Liga hay ejemplos de aficiones que tienen un ambiente en sus estadios maravilloso. Puede coincidir con buenos momentos deportivos, como es el caso de la Real Sociedad, que lleva años haciendo las cosas bien y que ha sabido construir un estadio pensando en sus aficionados y no en traer la NFL en verano ni en grandes conciertos, que mantienen su escudo tradicional y un diseño lógico de camisetas y presenta gran número de canteranos. Así es fácil identificarse. Y luego hay otras ciudades, donde se está haciendo una especie de retorno a lo local y arraigo a lo propio. El otro día había una información en el Financial Times que se titulaba: “La Premier League es global porque es local”, y reivindicaba mucho esa manera de arraigarse en las ciudades, los pueblos y el futbol de proximidad. Estamos viendo en ciudades de equipos que no pasan por su mejor momento histórico, como A Coruña o Santander, que las aficiones se están volcando y acuden al estadio cada fin de semana como una vocación de pertenencia, no en calidad de cliente, de decir a ver cómo me pueden divertir durante dos horas estos señores, siendo conscientes que ocupar un lugar en la grada significa formar parte de lo que está sucediendo en esos 90 minutos.

Portada del libro de Alejandro Requeijo.

—En el libro hace referencia a los audios relacionados con los casos de la Federación y la celebración de la Supercopa en Arabia, por un lado, y las críticas de Florentino Pérez sobre diferentes personas que desvelaron en El Confidencial. ¿Cómo influye en la historia del libro?

—Quise aprovechar el hecho de que por mi trabajo he tenido acceso a información que muestra esa cara B que tiene el futbol. En el caso de Florentino me vino muy bien para traer a colación cómo el presidente del Real Madrid se refería a los medios de comunicación y cómo se jactaba de poder controlar el relato. Es una persona que lleva 20 años desempeñando la presidencia del que posiblemente sea el club más influyente de España y quizá del mundo. Venía muy a cuento para la tesis general del libro. Y lo que tiene que ver con Rubiales lo incluyo para advertir de una tendencia en el futbol que es la deslocalización. Que un señor por su cuenta y riesgo pueda decidir llevarse parte del futbol español, que es un patrimonio que nos pertenece a los aficionados, a un lugar como Arabia Saudí. No me fijo tanto en el lugar vergonzoso para disputar la Supercopa de España, sino en esa tendencia que mucha gente asume con naturalidad, de que el futbol español puede ser expoliado bajo la premisa de que nos van a dar muchos millones a cambio. Hay quien empieza a asumir que el futbol es una marca global y yo me niego a eso. Lo que haces es desnaturalizar una cultura, un patrimonio. Un Real Madrid-Barcelona sólo se entiende en España, es el ecosistema el que lo explica, que lo ha dado forma, igual que un Boca-River sólo se entiende en Buenos Aires. Si asumimos que la única verdad es el dinero estamos desnaturalizando este patrimonio. Pueden decir que es una marca global y que todo el mundo tiene derecho a disfrutarla. Salvando las distancias y por la misma regla de tres, vendamos Las Meninas para hacer muchas fotocopias y que lleguen a todo el mundo. Si quieres conocer las pirámides de Egipto tienes que ir a Egipto, no te las pueden traer.

—La ambición de recaudar cada vez más dinero en el futbol está detrás de muchos perjuicios a los aficionados. ¿Cómo romper esa dinámica?

—Fomentando relatos alternativos. Hace poco hubo un proceso electoral en el Athletic Club. La campaña no giró en torno a si iban a fichar a Mbappé, sino sobre cuestiones identitarias, qué iba a pasar con la cantera, si se iba a mantener la filosofía de tener en el primer equipo sólo jugadores de la casa…y el que se moviera un centímetro de esa idea perdía las elecciones. Eso ha pasado bien avanzado el siglo XXI. ¿Por qué? Porque llevan mucho tiempo fomentando una cultura. Y cuando haces eso al final arraiga. Y cuando fomentas la contraria pues también. Todavía hay tiempo para articular relatos alternativos. Y eso también interpela a los poderes políticos. Todo, incluso el libre comercio, tiene límites, contrapesos y normas. El futbol lleva demasiado tiempo gobernándose a sí mismo, de espaldas prácticamente a todo.

—Hay quien defiende que un cliente ocasional tiene el mismo derecho a disfrutar de un partido que el hincha tradicional sin importarle tanto las cuestiones identitarias.

—Yo digo que no. Probablemente tenga el mismo derecho porque ha pagado una entrada. A mí me duele mucho que alguien que lleva seis meses siendo socio de un equipo, al que se ha apuntado posiblemente por una buena racha de resultados, tenga los mismos derechos que alguien que lleva varias generaciones sosteniendo al club en las buenas y en las malas. A mí me tienen que explicar que los clubes den el mismo trato a unos que a otros. No estoy de acuerdo. El futbol se está lanzando a la conquista de nuevos mercados y a la búsqueda de un aficionado/cliente que es acrítico, que no da problemas, que no se queja y que el día que le deje de interesar esto se irá sin hacer ruido. Esto es un peligro porque si lo sometemos todo a un mero espectáculo de moda corremos el riesgo de que dentro de las nuevas formas de consumo de ocio, aparezcan espectáculos más intensos, donde pasen más cosas y sean más baratos. A esta gente hay que explicarles que el futbol a veces es aburrido, porque no se puede controlar, y porque a veces un partido acaba 0-0. Frente a ese cliente líquido lo que yo defiendo es cuidar a un aficionado tradicional, fiel, que promete es un plazo fijo a lo largo, no de una vida, si no de varias generaciones familiares, lo cual desde el punto de vista económico es mucho más rentable, porque siempre va a estar ahí, independientemente de modas y de si el equipo juega bien o mal.

—Se echa la culpa a los inversores que llegan del otro lado del mundo para comprar clubes de los que no conocen su idiosincrasia. Pero tenemos a gente de aquí, como Gil Marín, que tampoco respeta los símbolos tradicionales.

—Yo no estoy en contra de la inversión privada. En Inglaterra hay inversión privada que ha causado un trauma para sus aficionados, como puede ser la de la familia Glazer en el Manchester United, pero hay otras experiencias que han sido muy positivas. El problema está en que a todo eso se le puede poner límites para preservar el sentimiento de la afición. Pueden ser límites empresariales, para no descapitalizar el club vendiendo a sus mejores jugadores para sacar mucho rendimiento económico en poco tiempo y luego largarse. O establecer medidas para que todos esos cambios identitarios que hemos sufrido en el Atlético de Madrid, del cual soy aficionado y socio, sean sometidos a una consulta entre sus socios. No veo que nadie vaya a ganar ni a perder ningún partido porque eso suceda, no creo que sea muy difícil de articular. No tiene ningún derecho un licenciado en marketing avanzado de una universidad de pijos de Oklahoma a alterar el escudo que nos cosieron nuestros abuelos en la primera bufanda. Que conforman el conjunto de códigos que nos hacen sentirnos parte de eso y que nos hacen seguir ahí.

—Se está demostrando además, que hacer esos cambios sin consenso de la masa social no está generando beneficios económicos.

—Por lo que tengo entendido, desde la directiva del Atleti han reconocido que no venden ni más ni menos, de manera que si no has conseguido gran cosa y a cambio tienes una fractura social, que hace que el ambiente en el estadio sea cada vez más complicado, deja claro que es una medida muy errónea. En el caso concreto de los directivos del Atlético de Madrid todavía están a tiempo de revertir esta situación, demostrar mayor transparencia y dar la voz a los socios.

—Entiendo que está a favor de la huelga de animación que protagoniza el fondo sur del Metropolitano para reclamar que les dejen elegir el escudo.

—Apoyo, por supuesto, cualquier tipo de protesta, no solamente la que estamos viendo en el Metropolitano, sino también la que estamos viendo en Valencia. A la gente que sentimos a nuestros clubes como algo importante en nuestra vida nos tienen que preocupar muchas cosas además de si la pelotita entra o no. Eso es coyuntural, es pasajero. Un escudo es de toda la vida.

—¿Qué papel deben jugar los futbolistas en la lucha de los aficionados por recuperar su sitio?

—Todas estas cosas se solucionarían en cinco minutos si las principales figuras de los equipos se plantasen y dijesen hasta aquí hemos llegado, quién piensa en nuestros aficionados. Y me refiero a cuestiones como el escudo, la camiseta, el traslado de estadio, el reparto de entradas para las finales… Es inaceptable que los futbolistas no hayan dado un paso al frente para decir, ya está bien, qué es esto de que más de la mitad del aforo de un estadio vaya a patrocinadores. O que nadie haya alzado la voz ante el hecho de que a los aficionados se les prive de la posibilidad de apoyar a su equipo en la Supercopa porque se la llevan a Arabia Saudí. Que nadie diga nada tiene que ver con esa tendencia que ha abrazado el futbolista, la de no meterse en líos, y que tiene como razón fundamental el no poner en peligro su sueldo, sus patrocinios, su empresa de representación, que les aporta un alto porcentaje de sus ganancias. Y creo que eso es un error. Los directivos y los futbolistas tienen que pisar más la calle y ser más conscientes de la sensibilidad de sus aficionados.

—Se dice que a los jóvenes no les interesa el futbol. ¿Cómo se les puede enganchar de nuevo?

—Bajando el precio de las entradas. Eso para empezar. Fomentando su presencia en el estadio. Hay ejemplos muy positivos, tanto en España, pocos, pero sobre todo fuera. Invito a la gente a que mire cuáles son los precios de los partidos de la Champions en Alemania. Cobran 12 euros. Hay estadios donde miras a la grada y ves muchísima gente joven. Por ejemplo en Anoeta, Vallecas… Son campos donde ir al futbol todavía no es un artículo de lujo absolutamente prohibitivo para la mayoría de las familias de este país. Y también mostrándoles que existe vida más allá de los grandes estadios, que merece la pena andar cuatro calles y pasar una mañana apoyando al equipo de tu barrio o de tu pueblo. Presentando el futbol sólo como un mero espectáculo estás empujando a la gente a que no aprecie todas esas cosas maravillosas que da una experiencia en el estadio para quedarse en casa viendo al PSG o al City. Eso está muy bien, pero no sólo.

[Ricardo Uribarri: periodista español. Ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y en Onda Madrid. // Texto publicado originalmente en CTXT / Revista Contexto; es reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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