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Las batallas políticas del futbol

En el Golfo, este deporte-juego refleja las luchas por el poder económico, las reivindicaciones territoriales y las tensiones religiosas.

Noviembre, 2022

Desde que Qatar consiguiera los derechos de organización en un ya lejano diciembre de 2010, las dudas y denuncias de organizaciones de derechos humanos, pero también de una parte de la afición, no han hecho más que crecer. La propia elección sigue envuelta en acusaciones de corrupción, con la propia FIFA, la patronal mundial de este deporte, negando las supuestas irregularidades de un informe interno. Se trata de la Copa del Mundo que mayor polémica ha generado por el lugar de su celebración: Qatar se esfuerza por parecer una gran potencia económica con la celebración del mundial mientras el país sigue sin respetar los derechos humanos: trabajos forzosos, esclavitud, más de 15 000 muertos en los últimos años, persecución de la homosexualidad, mujeres tuteladas o ausencia de libertad de expresión. La fiesta del futbol se producirá en un país en el que la realidad dista mucho de ser festiva.


La Copa del Mundo llega manchada

Ronny Blaschke


Es una señal de rechazo. Durante las semifinales de la Copa Asiática 2019, hay espectadores del país anfitrión en Abu Dabi que arrojan botellas y zapatos contra el equipo de Qatar. Abu Dabi es la capital de los Emiratos Árabes Unidos, una rica monarquía petrolera del Golfo Pérsico. Emiratos Árabes Unidos es un socio importante de Arabia Saudita. Ambos países resisten la creciente influencia de Qatar.

Tres días después de las semifinales, Qatar vence a Japón en la final y se proclama por primera vez campeón de Asia. Políticos y funcionarios deportivos de Emiratos Árabes Unidos boicotean la ceremonia de entrega de premios. “El fútbol es un espejo de las tensiones en el Golfo”, dice Jassim Matar Kunji, exportero de la liga profesional de Qatar y actualmente periodista del canal de televisión Al Jazeera. “Se rescindieron contratos de patrocinio entre países y se cancelaron las transferencias de jugadores”.

En 2017, un viejo conflicto del Golfo llegó a un punto crítico. En aquel momento, Arabia Saudita impuso un bloqueo económico a Qatar. Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Egipto hicieron lo mismo, y también suspendieron las relaciones diplomáticas con Doha. Acusaban a Qatar de apoyar a grupos terroristas y de estar demasiado cerca de los Hermanos Musulmanes e Irán. Qatar dejó de recibir alimentos importados de Arabia Saudita. A la aerolínea estatal Qatar Airways ya no se le permitió utilizar el espacio aéreo saudí.

“Muchos qataríes consideraban posible una invasión por parte de Arabia Saudita”, dice Jassim Matar Kunji. El ejército de Arabia Saudita tiene alrededor de 200.000 soldados, mientras que el de Qatar cuenta con 12.000. Para compensar la inferioridad militar, Qatar está siguiendo una elaborada estrategia de soft power: con miles de millones en inversiones en cultura, ciencia y futbol, con grandes eventos, participaciones accionarias en clubes o asociándose como patrocinador con el Paris Saint-Germain o el FC Bayern de Múnich. La organización de la Copa del Mundo de 2022 es la parte más importante de esta estrategia.

Hasta hace poco más de 50 años, los centros de poder árabes estaban en El Cairo, Bagdad y Damasco. Los pequeños emiratos de la Península Arábiga, como Kuwait, Baréin o Emiratos Árabes Unidos, carecían aún de relevancia. Qatar, el último bajo control británico, tenía una población de solo 100.000 habitantes cuando obtuvo la independencia en 1971, y estaba bajo la protección militar de Arabia Saudita. En 1990, Iraq, mucho más poderoso, invadió Kuwait, y Estados Unidos tuvo que intervenir para liberarlo. Los Estados más pequeños de la región tomaron conciencia de que serían claramente inferiores ante un ataque comparable.

Tradicionalmente, las decisiones más importantes las tomaba en Qatar un puñado de personas, escribe el politólogo Mehran Kamrava en su libro Qatar: Small State, Big Politics [Qatar: país pequeño, política grande]. Desde hace décadas, el poder es detentado por la dinastía Al Thani, originaria de Arabia Saudí. En 1995, Hamad bin Khalifa Al Thani derrocó a su propio padre en un golpe de Estado sin derramamiento de sangre. En Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, los gobernantes temían que el poder también les fuera arrebatado.

Por un futuro sin petróleo ni gas

El nuevo emir quería liberar a Qatar de las garras de Arabia Saudita e inició una modernización. A mediados de la década de 1990, creó el canal de noticias Al Jazeera y abrió la economía a inversores extranjeros. En Doha se establecieron filiales de renombradas universidades de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

Con estas medidas, Qatar se aseguró contactos en Europa y América del Norte, pero el soft power aún no tenía visibilidad global. “Los estados del Golfo quieren desarrollar nuevas ramas de la economía. Es que sus fuentes tradicionales de ingresos, el petróleo y el gas, son finitas”, dice Mahfoud Amara, profesor de Ciencias del Deporte en la Universidad de Qatar en Doha. “El deporte sirve como estrategia para dar a conocer otros sectores como el turismo, el comercio o el transporte”.

La dinastía qatarí hizo construir una de las academias deportivas más grandes del mundo, la Aspire Academy, inaugurada en 2005. Decenas de competiciones internacionales ahora se llevan a cabo anualmente en Doha. En diciembre de 2010, la adjudicación de la Copa del Mundo 2022 fue noticia en todo el planeta. Poco después, Qatar adquirió la mayoría del Paris Saint-Germain. Además, Qatar Airways se convirtió en el primer patrocinador de la camiseta del FC Barcelona. Cada vez son más los clubes de elite que poseen campos de entrenamiento en Doha.

Qatar ha invertido más de 1.500 millones de euros en el futbol europeo. En Alemania, Inglaterra o Francia, los manejos financieros reciben críticas; después de todo, el propietario y el patrocinador son difíciles de separar. Pero en el mundo árabe, la influencia qatarí está en crecimiento. Eso molesta a Arabia Saudita, país hegemónico desde hace mucho tiempo, dice el experto en economía del deporte Simon Chadwick: “Una agencia quería demostrar lo inadecuado que era Qatar para la Copa del Mundo. Luego resultó que la campaña fue financiada por Arabia Saudita”.

Desplazamiento de poder hacia Oriente

En la región del Golfo, Qatar compite por inversores, turistas y mano de obra calificada, sobre todo con Abu Dabi y Dubai, los pequeños Estados más influyentes de Emiratos Árabes Unidos. Dubai, más grande, apuesta a los centros comerciales, entretenimientos para las familias y grandes eventos como la Exposición Universal de Dubai. El aeropuerto de Dubai es un punto neurálgico en la región, también gracias al futbol: la aerolínea estatal Emirates ha sido patrocinadora de las principales ligas europeas desde principios del milenio.

El Emirato de Abu Dabi, más pequeño, hizo lo mismo en 2008 y compró el Manchester City. La aerolínea nacional Etihad, que compite con Emirates y Qatar Airways, patrocina la camiseta. El respectivo «City Football Group» desplegó una red global y adquirió acciones de clubes en Nueva York, Melbourne y Mumbai, así como en Chengdu, en el suroeste de China. Etihad quiere que Chengdu se convierta en un polo de atracción para el este de Asia. Y en Qatar, a su vez, el estadio para la final de la Copa del Mundo 2022 fue construido por empresas chinas. “En la industria del futbol estamos viendo un gran desplazamiento del poder hacia Oriente”, dice Simon Chadwick.

En el Golfo, el futbol refleja las luchas por el poder económico, las reivindicaciones territoriales y las tensiones religiosas. Durante y después de la Primavera Árabe, Qatar tomó partido por los Hermanos Musulmanes en Egipto, por las fuerzas islámicas en Túnez, por los rebeldes contrarios a Gadafi en Libia y los rebeldes que se oponen a Assad en Siria. También rechazó el apoyo incondicional a la alianza militar saudí en la guerra de Yemen.

Arabia Saudita y sus aliados retiraron por primera vez a sus embajadores de Qatar en 2014. Entre otras cosas, Riad exigía el cierre de Al Jazeera y la Fundación Qatar, dos de las instituciones más importantes para Doha. Qatar se defendió. En agosto de 2017 se anunció la transferencia del jugador brasileño Neymar del FC Barcelona al Paris Saint-Germain por la suma récord de 222 millones de euros. “Una obra maestra de la estrategia”, dice el politólogo Danyel Reiche, editor del libro Sport, Politics and Society in the Middle East [Deporte, política y sociedad en Oriente Medio]: “Poco después del inicio del bloqueo, Qatar cambió el discurso en los medios. La transferencia fue increíblemente costosa. Pero el mundo entero hablaba únicamente de futbol y ya no del aislado Qatar”.

La espiral de hostilidades probablemente habría continuado, pero luego vino el coronavirus. El precio del petróleo, que ya era bajo, se desplomó, la inversión extranjera se retrajo y el incipiente sector turístico perdió decenas de miles de puestos de trabajo. A principios de enero de 2021, Arabia Saudita puso fin al bloqueo contra Qatar después de tres años y medio. “Es una paz frágil”, dice el experto en Oriente Medio Kristian Ulrichsen, quien escribió un libro sobre la crisis del Golfo. “Los países del Golfo se han dado cuenta de que necesitan trabajar juntos en estos tiempos difíciles”. Riad y Dubai también quieren sacar provecho de la Copa del Mundo 2022. Si no es con torneos, entonces con centros de entrenamiento, eventos patrocinados o alojando a aficionados. También se discute sobre la posibilidad de plataformas tecnológicas conjuntas y una estrategia contra los altos índices de diabetes en la región para aliviar el sistema de salud a largo plazo.

Ninguno de los países del Golfo Pérsico tiene gobierno democrático y tampoco hay separación de poderes. El Índice de Libertad de Prensa 2021 de Reporteros sin Fronteras tiene a Qatar en el puesto 128 entre 180 países. Los homosexuales son perseguidos. Los partidos políticos están prohibidos. No hay medios independientes que pongan en entredicho a la monarquía hereditaria. Wenzel Michalski, de Human Rights Watch, critica el hecho de que los clubes de países gobernados democráticamente como el FC Bayern estén ayudando, con sus asociaciones, a la política exterior de Qatar: “Si los clubes europeos no quieren renunciar a las ganancias, al menos podrían mostrar más interés en los pocos activistas locales críticos. El futbol debe ser asesorado regularmente por organizaciones de derechos humanos”.

En Qatar es poco probable que se den protestas como las de Argelia o el Líbano en 2019. El emir ha urdido una nutrida red de familiares y amigos en el Estado, muchos de los cuales ocupan varios cargos, algo bastante común en el Golfo. La familia gobernante permite que la población, algo más de 250.000 ciudadanos, obtenga su parte de la prosperidad. Gozan de privilegios en educación, atención médica y empleos, y su ingreso per cápita es uno de los más altos del mundo.

Concesiones a círculos conservadores

Durante la fase de desarrollo del Estado qatarí en la década de 1970, la dinastía sufrió una resistencia aún mayor. En ese momento, los trabajadores inmigrantes procedían principalmente de Egipto, Palestina y Yemen. Hablaban el mismo idioma que los locales, pero muchos de ellos tenían posturas antimonárquicas. Después de la invasión iraquí a Kuwait en 1990, el gobierno de Qatar trató de atraer trabajadores inmigrantes de Asia meridional, a quienes era más fácil aislar culturalmente. Los trabajadores de la India, Bangladesh o Pakistán tenían un kafala, un garante que podía retener sus pasaportes, dificultar su salida e impedirles cambiar de trabajo. Estos trabajadores permitieron el rápido desarrollo de Doha. Muchos de ellos enfermaron o murieron a causa de las altas temperaturas.

De los aproximadamente 2,8 millones de habitantes, solo 10 % tiene pasaporte catarí. En ningún otro país la proporción de inmigrantes es tan alta. “A algunos empresarios les preocupa que Qatar pueda abrirse demasiado como resultado de la Copa del Mundo”, dice el politólogo Mehran Kamrava de la Universidad de Georgetown en Doha. Temen que en 2022 los aficionados al futbol beban alcohol en público y los homosexuales no oculten su sexualidad. En 2018, el emir hizo subir muchísimo el precio de las bebidas alcohólicas aplicándoles impuestos, y en la Universidad de Qatar el inglés fue reemplazado por el árabe como idioma principal. Concesiones a los círculos conservadores, porque el soft power en política exterior sólo se puede ejercer con estabilidad en la política interna. Dice Kamrava: “La Copa del Mundo permite a los políticos impulsar más rápidamente reformas que algunos sectores de la economía realmente no quieren”. Estas son reformas que Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unido perciben a veces como una provocación.

Desde que se otorgó la organización de la Copa del Mundo a Qatar en 2010, el emirato ha sido objeto de intensas críticas, especialmente en Europa occidental. Ese discurso sólo se debilitó un poco en 2021, cuando Doha ayudó a evacuar a decenas de miles de personas de Afganistán luego de que los talibanes tomaran el poder allí. Y Qatar también podría intervenir en caso de posibles cuellos de botella para el gas en Europa. Esta es otra razón por la que el ministro de Economía alemán, Robert Habeck, fundó una asociación energética para reemplazar el gas ruso. De una forma u otra, la Copa del Mundo pondrá definitivamente a Doha en el mapamundi.

Ronny Blaschke: periodista especializado en contextos políticos del deporte y trabaja para Deutschlandfund, Süddeutsche Zeitung y Neue Zürcher Zeitung, entre otros. A lo largo de cinco libros trató temas como la violencia, las formas de discriminación y la geopolítica en el futbol.
Texto publicado originalmente en Neue Gesellschaft, y retomado por Nueva Sociedad, revista latinoamericana de ciencias sociales (de la Fundación Friedrich Ebert). Traducción de Carlos Díaz Rocca.

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El Mundial de Qatar: el negocio por encima de los derechos humanos

Elisenda Pallarés


Mohammed Suman Miah, de 34 años, era un trabajador de la construcción que murió repentinamente en Qatar después de trabajar todo el día a la intemperie con temperaturas que alcanzaron los 38 °C. Era 2020. Su historia, como la de miles de trabajadores invisibles, podría quedar en el olvido, pero ha sido documentada en el informe de Amnistía Internacional En lo mejor de su vida. La inacción de Qatar a la hora de investigar, poner remedio y evitar las muertes de los trabajadores.

Este 20 de noviembre comienza la Copa Mundial de Futbol de 2022 en Qatar. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, ha enviado una misiva a los 32 países participantes en el evento deportivo en la que les insta a “centrarse en el futbol”. “Si Infantino desea que el mundo ‘se centre en el futbol’, la solución es muy sencilla: la FIFA podría empezar a ocuparse por fin de los problemas graves de derechos humanos en vez de barrerlos debajo de la alfombra”, ha manifestado Steve Cockburn, director de Justicia Económica y Social de Amnistía Internacional.

La elección de Qatar como sede de este Mundial en 2010, que se interpuso en las votaciones a Estados Unidos, no estuvo exenta de polémica desde el principio. La sombra de la corrupción sobrevoló sobre los dirigentes de la FIFA, que, actualmente, siguen repartiendo culpas. Joseph Blatter, quien dirigía la organización en aquel tiempo, ha tildado de “error” la celebración del Mundial en el emirato a dos semanas del evento. Las condiciones climáticas del Estado del golfo Arábigo han provocado que el Mundial no se pueda jugar en verano como se viene haciendo desde sus inicios.

No se trata de un dispendio económico, sino de un coste en vidas humanas. “Es imposible conocer el número de personas que han fallecido en la organización del Mundial”, asegura Carlos de las Heras, responsable de Deporte y DDHH de Amnistía Internacional. Las autoridades qataríes se han limitado a informar de que 15.000 personas extranjeras han fallecido en su país desde 2010, sin especificar las causas. Una investigación de 2021 de The Guardian cifraba en 6.500 las muertes en Qatar por causas laborales de personas procedentes de Pakistán, Nepal, Sri Lanka y Bangladesh, desde que fuera nombrado sede de la Copa Mundial de 2022.

Amnistía Internacional ha lanzado la campaña #PayUpFIFA para reclamar a la Federación que dedique parte de los ingresos que genera el Mundial a reparar e indemnizar a los trabajadores y trabajadoras migrantes que han sufrido condiciones lamentables. “Este fondo de indemnización debería ser de mínimo 440 millones de dólares, la misma cantidad que se va a dedicar en premios a las selecciones que participan”, indica De las Heras. El responsable de Deporte y DDHH de Amnistía Internacional destaca que ya hay una decena de federaciones de futbol que se han sumado a la petición, como las de Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Francia y Bélgica. “Pedimos la creación del fondo y un gesto público de apoyo a las personas migrantes que han perdido su vida”, afirma De las Heras.

Desde el año 2017, se han aprobado algunas leyes en materia laboral en Qatar que mejoran las condiciones sobre el papel. “Se supone que ahora se permite la circulación de los trabajadores y que hay mejoras en condiciones salariales”, explica De las Heras. Los empleados que han sido contratados para trabajar en Qatar, así como en otros países de la zona, han sufrido el sistema de kafala, que establecía que la persona contratada dependiese completamente de la empresa que puede anular su visado. En algunos casos, han sido obligados a aceptar cláusulas abusivas, como el pago de una comisión por ser contratados, que les ha obligado a endeudarse y se les ha retenido el pasaporte para evitar que puedan macharse o denunciar su situación. En Qatar está prohibida la asociación sindical. “Hay personas que siguen atrapadas en la explotación laboral con jornadas de más de 16 horas al día”, asegura De las Heras. Amnistía Internacional también pone el foco en las deplorables condiciones laborales y el maltrato que sufren las trabajadoras del ámbito doméstico. “Son las grandes olvidadas y denuncian impagos y agresiones físicas allí y otros países de la zona”.

La organización también se une a la proclama de reivindicación de los derechos de las personas LGTBIQ con motivo de la celebración del Mundial en el emirato. “En Qatar hay otras violaciones de derechos humanos, como el delito punible con siete años de cárcel por tener relaciones sexuales con alguien de tu mismo sexo”, señala.

Carlos de las Heras destaca que Amnistía Internacional no se suma al “boicot” al evento deportivo que “sí puede fomentar el futbol en otros países”. Recuerda que otros torneos deportivos se han desarrollado en países no democráticos, como los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 en la Alemania nazi o el Mundial de Futbol del 78 en Argentina durante la dictadura de Jorge Rafael Videla. Su reivindicación se centra en la creación del fondo económico de indemnización a las personas trabajadoras. También en pedir que se incluyan “cláusulas a la hora de conceder cualquier evento deportivo que contemplen el respeto a los derechos humanos”.

El Lusail Iconic Stadium en 2020.

El poder del maná del gas

El mayor torneo de futbol se celebra en un país pequeño aunque poderoso y rico. Apenas 11.586 metros cuadrados forman el Estado de Qatar. Un emirato absolutista gobernado desde mediados del siglo XIX por la dinastía Al Thani y que goza de independencia del protectorado del Reino Unido desde 1971. Su población ha crecido exponencialmente en las últimas décadas: en 1930 era de 10.000 personas y, actualmente, supera los 2,9 millones. Tan solo aproximadamente un 10 % de sus habitantes son cataríes, unos 330.000.

Su crecimiento se debe en gran parte a sus reservas de petróleo y gas. El emirato alberga la tercera bolsa de gas más grande del mundo y es el primer productor de gas licuado. Esto le permite ser uno de los países con mayor renta por habitante, 67.470 dólares en PIB per cápita en 2022, casi el doble que España, según explican el catedrático de Estudios Árabes e Islámicos, Ignacio Álvarez-Ossorio, y el profesor Ignacio Gutiérrez de Terán, en su ensayo Qatar / La perla del Golfo (Ediciones Península). 

Las reservas de combustibles fósiles han propiciado su posición de poder en el tablero de las inversiones mundiales. Cuenta con uno de los fondos soberanos más importantes del mundo, el Qatar Investment Authority, que gestiona 450.000 millones de dólares e invierte en bancos, eléctricas o clubs de fútbol como el Paris Saint-Germain. Por ejemplo, en España sus inversiones “se han concentrado en Iberdrola, Iberia, Inmobiliaria Colonial o el Grupo Prisa”, indican Álvarez-Ossorio y Gutíerrez.

Su capital influye en la geopolítica mundial. Los periodistas Javier Blas y Jack Farchy recogen en El mundo está en venta (Ediciones Península) algunos ejemplos. Qatar utilizó a la comercializadora de Países Bajos Vitol para ayudar a los rebeldes libios en su guerra contra Gadafi mediante el suministro de diésel y gasolina. El fondo qatarí también unió fuerzas con la comercializadora suiza Glencore para comprar por 11.000 millones de dólares, en 2016, parte de la participación del Gobierno de Rusia de Rosneft, empresa de petróleo con sede en Moscú.

“Quién habría podido imaginar que una diminuta península habitada por pescadores y camelleros a comienzos del siglo XX se habría de convertir, entrados ya en el siglo XXI, en un verdadero emporio económico, comercial y empresarial”, afirman Álvarez-Ossorio y Gutíerrez. “Qatar es un claro ejemplo de como el interés económico prima sobre los derechos humanos”, concluye el responsable de Deporte y DDHH de Amnistía Internacional.

[Texto publicado originalmente en La Marea; es reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons.]

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