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“Hay cada vez más partes del mundo en donde están tratando de exterminar por completo la canción”

Las siete décadas y media de Salman Rushdie.

Agosto, 2022

Es uno de los más importantes autores en lengua inglesa de las últimas décadas. Su obra, traducida hoy a más de cuarenta idiomas y galardonada con diversos premios, abarca novela, cuento, así como ensayo. Abanderado en la lucha por la libertad de expresión, en este 2022 Salman Rushdie ha cumplido 75 años de edad nació en 1947. Con el siguiente texto, Víctor Roura quiere homenajear a este escritor británico-estadounidense de origen indio, cuya salud aún está delicada luego de un ruin ataque que casi le cuesta la vida…

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Cincuenta y cuatro días después de haber cumplido 75 años de vida —el pasado 19 de junio—, el hindú-británico Salman Rushdie sufrió un atentado contra su vida el viernes 12 de agosto en un poblado cercano a Nueva York antes de ofrecer una charla que giraría en torno de la importancia de que los escritores perseguidos tuvieran un lugar seguro dónde trabajar. Se sabe que Rushdie es el autor de la novela Los versos satánicos, de 1988, libro que, en su momento, fue considerado “blasfemo” por muchos musulmanes al grado de que el entonces ayatola de Irán, Ruhollah Jomeini, promulgara un fatwa —un edicto religioso— en el que pedía la muerte del escritor. La novela fue prohibida en la India, Pakistán, Egipto, Arabia Saudí y Sudáfrica.

A pesar del transcurso de más de tres décadas de aquella sentencia, y del aparente olvido de ella que hizo vivir a Salman Rushdie, protegido en Inglaterra, en una artificiosa calma, el joven de 24 años de edad Hadi Matar (¡vaya apellido drásticamente delator en castellano), quien aún no había nacido en 1988 —originario de Líbano cuya familia proviene de la ciudad de Yaroun, aposentada en Nueva Jersey—, se tomó al pie de la letra aquella resolución criminal y, con puñal en la mano, atacó al escritor con la intención de matarlo, objetivo vano mas crucial al cambiarle radicalmente la vida a Rushdie quien —de acuerdo a reportes médicos— pudiera perder un ojo y la probable movilidad de uno de sus brazos por el artero ataque sufrido delante de numerosos testigos que miraron, atónitos, la violenta escena, de la que el gobierno iraní se exculpa por completo, aunque los periódicos de ese país, al siguiente día (sábado 23) —como lo notifica uno de los principales rotativos de Irán, Kayhan—, felicitaron a Hadi Matar, “este hombre valiente y consciente del deber que atacó al apóstata y depravado Salman Rushdie en Nueva York”. El diario Kayhan señaló: “Besemos las manos del que desgarró el cuello del enemigo de Dios con un cuchillo”. Según la agencia Reuters, el joven que llevó a cabo el ataque se ha declarado “inocente” de todos los cargos.

Salman Rushdie, lentamente, se va reponiendo de la agresión premeditada.

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Después de abordar las diferencias clave entre dos saberes a primera vista opuestos en el libro de relatos Oriente, Occidente (Plaza y Janés, 1997), Salman Rushdie (1947) por fin ha conseguido fusionar, de manera magistral, estas dos aparentemente inaprensibles culturas en su novela El suelo bajo sus pies (Plaza y Janés, 1999), que tiene de protagonistas a dos roqueros hindúes: Ormus Cama y Vina Apsara, que se integran al sistema anglosajón de la música con sus respectivos talentos llegando incluso a rebasar, con su disco Quakershaker (De cómo la Tierra aprehendió el rock & roll), a los mismos Beatles con su Sgt. Pepper’s.

Como ya lo había previsto, en 1996, el trío Rush en la canción “Totem”, de su álbum Test for echo (Anthem / Atlantic), donde Buda, Alá, Viking Valhalla, Vishnu, Gaia, los aztecas y los mayas, ídolos e iconos danzan alrededor del tótem roquero, Rushdie se encarga de escribir la crónica que exhibe el multiculturalismo pop en el cual impera la lucha que sostienen los músicos contra el aparato uniformador de las industrias discográficas.

Esta no es una novela, por supuesto, para aquellos engreídos que suponen que, desde su inicio, el rock ha sido un negocio empresarial sin creer que, en un principio, los músicos efectivamente habían tomado por asalto a la incipiente industria disquera. Rushdie confirma que fue el paso de los años el que mató la ideología del rock: “Una mujer que sabe cantar nunca está desahuciada —dice Rushdie—. Puede abrir la boca y liberar el espíritu. Y las necesidades cantoras de Vina no necesitan que yo les haga el panegírico. Pongan uno de sus discos, recuéstense y déjense arrastrar por la corriente. Eran un gran río que podía llevarnos a todos. A veces trato de imaginármela cómo hubiera sonado cantando ghazals. Porque aunque dedicó su vida a otra música, el atractivo de la India, sus canciones, sus idiomas, su vida, influyeron siempre en ella, como la Luna”.

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En 18 capítulos, Rushdie nos va aproximando con lentitud a la esencia de sus personajes: los nacimientos, las familias, las creencias, las religiones, las rebeldías; pero, sobre todos ellos, surge la música como las ruedas fundamentales de la vida: “Cinco misterios guardan las llaves de lo oculto: el acto del amor, y el nacimiento de un niño, y la contemplación del gran arte, y estar en presencia de la muerte o el desastre, y escuchar la voz humana elevándose en una canción”.

Salman Rushdie en una imagen de 2014. / Foto: Wikimedia Commons.

Ormus Cama es un adelantado: antes de oír las piezas de los primeros roqueros, él ya traía adentro suyo esas mismas melodías. Cuando Ormus Cama escucha por vez primera las canciones de Elvis Presley (a quien Rushdie llama Jesse Parker), él ya las había construido en su imaginación, de ahí su sorpresa ante lo que él considera un vil hurto de sus creaciones. Pero estaba imposibilitado de tocarlas en la India, ya que los “fanáticos religiosos” habían comenzado a matar a los músicos: “Creen que la música es un insulto a Dios, que nos dio voces pero no quiso que cantásemos, que nos dio una voluntad libre, pero prefiere que no seamos libres”. En la India se dice a menudo que el rock es precisamente uno de esos virus con los que el “todopoderoso” Occidente ha “infectado” a Oriente, “una de las grandes armas del imperialismo cultural contra el que deben luchar y seguir luchando todas las personas como es debido”.

Pese a tal ofensa, Ormus Cama logró ser un verdadero ídolo, junto con su mujer Vina Apsara (que le pertenecía no sólo a él, gran diosa de la música que elegía con quién acostarse), derrumbando vigorosos mitos sociales y políticos. Ormus Cama es un exiliado triunfador, mas nostálgico empedernido de su tierra.

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Conocedor del desarrollo de la música moderna, Rushdie ubica a sus dos protagonistas en el apartado de la solvencia ética. Hacedores de música, desconocían lo relativo a sus ganancias. En Nueva York, sus apoderados les hicieron ver que la industria había ya rebasado a los músicos. Que los buenos tiempos habían finalizado.

—Es una catástrofe —dijo su mánayer Mull Standish—. Sólo un álbum más con contrato firme y ocho más en opción. Eso significa que pueden deshacerse de ustedes cuando quieran, pero ustedes no pueden dejarlos ni cambiar el contrato. Sólo el 11 por ciento del precio al por menor sugerido, para decirlo claramente, menos tres puntos para el productor, y echen una ojeada a esas cifras sobre ejemplares gratuitos y promoción. Déjenme que se los explique. Un casete de las Baladas de la Paz tiene pegada una etiqueta de, por hablar en números redondos, siete dólares. No importa lo que descuenten en las tiendas, ése es el precio en que se basan todos los cálculos. Si quitan el 20 por ciento para envase, queda una base para calcular los derechos de autor de 5.60. Al 11 por ciento, eso supone 62 centavos por casete vendido. Pero si deducen 21 centavos para Mr. Productor y luego, hola, tenemos ese 20 por ciento completamente insólito para diversos obsequios, pueden decir adiós a una quinta parte de lo que queda. Eso deja sólo 32 coma 8 centavos, de los que tienen que pagar a los otros miembros del grupo un 1 por ciento a cada uno, generoso en exceso, de forma que les costará otros 21 centavos. A ustedes dos les quedarán exactamente 11 coma 8 centavos por casete, y tienen que dividirlo, pero deduciendo antes el cuarto de millón de costos de grabación y los 150 mil para promoción independiente de lo que queda, ¿qué les parece?, aquí figura un 35 por ciento de reserva para devoluciones. De forma que lo que se vende, seis millones de unidades, serán cien mil dólares para cada uno como máximo, y cuando hayan pagado sus impuestos quizás vean el 55 por ciento, pero eso si sólo tienen un buen contador, lo que no es el caso. Calculo 50 mil, con impuestos pagados, balance final, y eso con un mega-megaéxito.

Y los roqueros, en ese vértigo superficial en el que viven, gastan el dinero como si fuese agua. Las empresas discográficas, por lo tanto, los tienen en su puño, amaestrados y dóciles.

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Rushdie ha escrito una portentosa novela, la primera que describe, con magnificencia, el submundo del rock: el involucramiento en las drogas, la distancia que toman los músicos de sí mismos, las diversas y acaso mudables creencias universales a propósito de la configurada y definida globalización terrestre (“¿Qué es el Kamasutra? —se pregunta Rushdie— ¿Una historieta de Walt Disney?”). Con humor ácido, el escritor perseguido (amenazado de muerte desde febrero de 1989 por el ya fallecido —cuatro meses después de haber decretado tal sentencia— iraní ayatola Jomeini, quien consideró que su novela Los versos satánicos, aparecida en septiembre de 1988, ofendía a Mahoma, consigna que no caduca nunca, por lo cual Rushdie tiene que vivir protegido por guardaespaldas el resto de su vida, que de nada le ha servido, como hemos visto apenas a principios de agosto de 2022) glorifica su escritura con esta inmensa fábula que no es sino la sujeción de Oriente ante la potencia monetarizada de Occidente, tal vez redimida por esa maravillosa cosa que es el único alumbramiento de los dioses contemporáneos: la música. Porque, a pesar de sus virtudes, los músicos no se salvan de las naturalezas ominosas del mundo: Vina Apsara desaparece en un terremoto en México y Ormus Cama, como John Lennon (ya antes, el mismo Cama había salido de la escena roquera por un accidente, tal como sucedió con Bob Dylan), es invisibilizado en el invierno neoyorquino: los roqueros no tienen vida propia, aunque aparenten lo contrario.

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Las 700 páginas del libro de Salman Rushdie tiene innumerables referencias sobre la música, que no sólo sostienen el ritmo de la historia (el sueño de la contracultura difuminado entre dos mundos aparentemente imposibles de fusionarse: Oriente y Occidente) sino, por sí solas, son citas compactas, robustos enunciados, crítica sin concesión, definiciones imperturbables de esta música rock que ha cedido su fortaleza ideológica a los empresarios de las ubicuas discográficas, que la han tomado desvergonzadamente para su causa sin el mínimo respeto a sus creadores. Contradiciendo a todos aquellos debilitados, y somnolientos, comentaristas que miran como obviedad el negocio del rock, Rushdie los calla otorgándoles una sonora bofetada por su impasibilidad e incongruente entendimiento. Sus dos personajes son roqueros avasallados por la gran industria, siempre a la defensa —ellos, no la industria— de su sincera participación en el orbe de la música (“Vina parecía cantar de pura felicidad”), pero siempre a la deriva: la industria, en su deseo de apropiación, busca matar cualquier rasgo ideológico de los artistas. Para aquellos que no han entendido cómo el rock y sus roqueros fueron cediendo en su artesanía musical, El suelo bajo sus pies es una exégesis magnífica.

A continuación, unas cuantas líneas contundentes, y fascinantes (como el origen de la música a partir de un mito mexicano), del libro:

⠀⠀1. “Luego llegó la caravana de automóviles y de ella salió desordenadamente todo el horrible zoo del mundo del rock” (p. 20).

⠀⠀2. “Tal vez seamos sólo criaturas en busca de una exultación. No tenemos mucha. Nuestras vidas no son lo que se merecen; son, convengámoslo, deficientes en muchos sentidos penosos. Las canciones las convierten en algo distinto. La canción nos muestra un mundo digno de nuestros anhelos, nos muestra a nosotros mismos como podríamos ser si fuéramos dignos de esa palabra” (p. 31).

⠀⠀3. “¿Cómo era posible que una mujer tan explosiva, incluso amoral, pudiera ser considerada un emblema, un ideal, por más de la mitad de la población del mundo?” (p. 31).

⠀⠀4. “Siempre preferimos a nuestras figuras icónicas lastimadas, acribilladas de flechas o crucificadas cabeza abajo; las necesitamos despellejadas y desnudas, queremos ver cómo su belleza se desmorona lentamente y observar su dolor narcisista. No las adoramos a pesar de sus defectos sino por sus defectos, venerando sus debilidades, su mezquindad, sus matrimonios fracasados, su uso indebido de sustancias, su rencor” (p. 32).

⠀⠀5. “Érase una vez la serpiente emplumada Quetzalcóatl que reinaba en el aire y en las aguas, mientras que el dios de la guerra reinaba sobre la tierra. Eran tiempos ricos, llenos de batallas y de ejercicios del poder, pero no había música, y los dos suspiraban por alguna canción decente. El dios de la guerra era impotente para cambiar la situación, pero la serpiente alada no. Voló hacia la casa del Sol, que era el hogar de la música. Pasó junto a cierto número de planetas, y en cada uno de ellos oyó sonidos musicales, pero no pudo encontrar músicos. Por fin llegó a la casa del Sol, en donde los músicos vivían. La furia del Sol ante la intrusión de la serpiente fue terrible de ver, pero Quetzalcóatl no tenía miedo, y desató las poderosas tormentas que eran su propia especialidad. Las tormentas eran tan aterradoras que hasta la casa del Sol empezó a temblar, y los músicos se asustaron y huyeron en todas direcciones. Algunos de ellos cayeron a la tierra, y de esa forma, gracias a la serpiente emplumada, tenemos la música” (p. 121).

⠀⠀6. “Más tarde, al entrar en ese mundo de seres destruidos, el mundo de la música, habrán aprendido ya que ese daño es la condición normal de la vida, lo mismo que la proximidad al borde que se desmorona, y el suelo agrietado. En ese infierno, se sentirán en su casa” (p. 186).

⠀⠀7. “Se oye el estruendo —decididamente es Satchmo— de un clarinete. El instrumento de Armstrong es la trompeta de la experiencia, el triunfo de la sabiduría del mundo. Se ríe —wuah, wuah— de lo peor que vomita la vida. Lo ha oído ya todo” (p. 203).

⠀⠀8. “Ahora les estamos transmitiendo canciones las veinticuatro horas del día, dice, Hendrix y Joplin y Zappa, haciendo la guerra a la guerra. Indudablemente, también las encantadoras cabezas de fregona. Y también Lovin’ Spoonful, Love, Mr. James Brown y Guinevere Garfunkel sintiéndose groovy, etcétera. Lo único que siento es no poder amarrar un barco en el Támesis, frente al parlamento, montar altavoces gigantescos en cubierta y sacar a esos cabrones complacientes de sus escaños asesinos” (p. 329).

⠀⠀9. “Aferrándose a la música, puede mantenerse asido a lo real. La música le dice verdades que descubre que ya sabía” (p. 343).

⠀⠀10. “Se publica la noticia de la muerte de Alan Freed, DJ norteamericano, que en definitiva se ha emborrachado hasta conseguir una tumba temprana, después de dar al idioma inglés la palabra payola, es decir pay (paga) más Victrola. Freed ha muerto, pero la práctica de aceptar sobornos por poner discos no” (p. 367).

⠀⠀11. “Los blues son otra forma de no tener lugar” (p. 411).

⠀⠀12. “Una característica de la música rock es que empuja a hombres por lo demás razonables al éxtasis, al exceso” (p. 477).

⠀⠀13. “Algo inesperado estaba ocurriendo en el mundo de la música, los grupos más jóvenes estaban fallando, la basura centelleante había perdido su brillo y los chicos miraban a los mayores. Como si la raza humana fuera a apartarse del momento actual de la evolución y a empezar a reverenciar a los dinosaurios que vinieron antes. En cierto modo era vergonzoso, pero ser más viejo se estaba convirtiendo en una ventaja” (p. 512).

⠀⠀14. “El mundo de la música popular —tanto los aficionados como los artistas— parecía a veces poblado exclusivamente por gente perturbada” (p. 513).

⠀⠀15. “Si no hubieran sido superricas estrellas del rock habrían estado en una casa de locos” (p. 515).

⠀⠀16. “Lo que antes se podía lograr enchufando una guitarra a la pared, requiere ahora operaciones militares. No somos tan fáciles de emocionar, no tan inocentes como éramos” (p. 517).

⠀⠀17. “La mayoría de las veces, sin embargo, sus incursiones en el mundo de la música sólo servían para confirmar que, por increíble que pareciera, el viejo orden se negaba a desaparecer. Los tiempos no estaban cambiando. Lennon, Dylan, Phil Ramone, Richards, aquellos ancianos seguían siendo los gigantes” (p. 528).

⠀⠀18. “El dios del rock es ahora gran consumidor de estupefacientes” (p. 604).

⠀⠀19. “Hay cada vez más partes del mundo en donde están tratando de exterminar por completo la canción, en donde te pueden asesinar por cantar una melodía” (p. 695).

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