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“Como músico, lo que quiero es contarle y mostrarle el estado del mundo actual a la gente”

El pasado jueves 20 de mayo falleció el músico y compositor Roberto González, a consecuencia del cáncer que padecía. La comunidad artística musical ha perdido una pieza fundamental en la historia y desarrollo de la música en México. Integrante del movimiento Rupestre, Roberto González destacó por su talento escritural y musical, así como por su generosidad. En su cuenta de Twitter, la Fonoteca Nacional lamentó el fallecimiento del cantautor: él fue “un protagonista del rock mexicano y formó parte del llamado movimiento Rupestre. Además, de ser un importante promotor de las causas sociales”. Por su parte, la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México también lamentó el deceso de Roberto González, “importante músico y cofundador del movimiento Rupestre junto con Rockdrigo González, de quien fue un cercano amigo”. Aquí, en Salida de Emergencia, también hemos querido homenajear al músico…


México ha perdido a uno de sus grandes músicos, sin duda pieza fundamental en la historia y desarrollo de la música en este país: Roberto González. Compositor de la emblemática canción “El huerto”, e integrante imprescindible del colectivo Rupestre, el músico y compositor partió de este mundo el pasado jueves 20 de mayo. Tenía 68 años.

Ha sido un duro golpe para la cultura sonora del país, además de sorpresivo: apenas el pasado 7 de mayo, amigos y compañeros de viaje ofrecieron un concierto en línea en apoyo para sufragar los altos gastos médicos ocasionados por el cáncer que lo aquejaba desde hace tiempo.

Breve semblanza

Manuel Roberto González García nació el 24 de septiembre de 1952, en el poblado veracruzano de Alvarado. Sus primeros pasos transcurrieron entre este mulato puerto sotaventino y la muy criolla ciudad de Córdoba.

Sin embargo, sus padres —Manuel González Colina y Norma García Uzcanga— decidieron mudarse al entonces Distrito Federal cuando Roberto tenía diez años de edad. En esta ciudad continuó con sus estudios de primara, pero, también, en esta ciudad quedó atrapado por el rock y el blues urbanos.

Al colega Roberto Ponce, le platicó sobre esos primeros años: “Mi papá me repetía: ‘estudia, estudia’. Y yo le decía: ‘Pero si yo quiero cantar’. Y él me respondía: ‘Pues estudia música’. Así que toda mi vida he sido duro de entendederas, me ha costado trabajo entender la realidad. Vivía en la Country Club por Churubusco y en las tardecitas-nochecitas, en una de las esquinas del Parque la Pagoda [Masayoshi Ohira], se juntaba una bandita de gente más o menos de mi edad, un poquito mayores, y dos o tres llevaban su lira, tocaban canciones. Entonces coincidió que mi padre me regaló una guitarra, así que me apersoné ahí con ella… Empecé a imitar cómo tocaban, como changuito, ya sabes…”.

Con la cabeza llena de “sonecitos” y “rockanrolitos”, Roberto inició formalmente en la música en los años setenta en el Colectivo de la Nueva Canción, un movimiento musical basado en el folk, la nueva trova y la emergencia de la canción tradicional latinoamericana. En dicho movimiento participaban Jaime López —a quien conoció en la adolescencia en la Escuela Nacional Preparatoria 5 (UNAM)—, Emilia Almazán, Arturo Cipriano, Salvador El Negro Ojeda, Cecilia Toussaint y Maru Enríquez, entre otros.

Precisamente junto con Jaime López y Emilia Almazán, Roberto formó el grupo Un Viejo Amor en 1979; un año después, este trío grabaría el seminal disco Roberto y Jaime: sesiones con Emilia, que incluía la ahora emblemática “El huerto”, además de “Satisfaga sus deseos”, “Mi libertad”, “Un mexicano que sabe lo que quiere” y “El palacio de los espejos”.

Posteriormente, Roberto formó parte del colectivo Rupestre, integrado en sus inicios por Nina Galindo, Eblen Macari, Rafael Catana, Fausto Arrellín, Roberto Ponce y Rockdrigo González. Aquí vale abrir un paréntesis: Roberto acompañaría al Profeta del Nopal en su postrera presentación del 18 de septiembre de 1985 en la librería Simón Bolívar. Rockdrigo murió unas horas después en el terremoto del día 19. Derivado de toda esta experiencia, Roberto compondría “Ánimas”, canción célebre por su estribillo “mientras más tiempo pasa más te extraño, Rodrigo”. Cerremos paréntesis.

Prosigo: Roberto González fue integrante de importantes grupos, como La Peña Móvil (1974-1975), Un Viejo Amor (1978-1980) y Real de Catorce (1985-1986); durante esos años, encontró en la canción latinoamericana, la trova y el rock-blues, las mejores formas para expresarse. Pero, sobre todo, asumió y abrazó estas fusiones a partir de 1981, año en el que inició formalmente su trabajo como solista (a la par, claro, de su participación en otros proyectos musicales).

Desde entonces, algunos aseguraban que Roberto González era uno de esos “rockeros vitales de México”, y que sus canciones estaban “invariablemente empapadas de amor, sexo y erotismo”; además de ser “un llamado a la rebelión y a la libertad”.

Y sí: todo eso era —es aún— verdad.

Una conversación alvaradeña

En 2004, tras una prolongada ausencia —motivada sobre todo por “la precaria situación cultural” por la que atravesaba en ese momento México, de acuerdo a sus propias palabras—, Roberto González reaparecía en el panorama musical con Alvaraderías; un disco en el que trazaba un periplo sonoro con numerosos momentos fascinantes.

En él, Roberto González dejaba constancia de su enorme talento; es decir: era un gran músico, un excelente compositor y un cantante digno de la tierra que lo había visto nacer: Alvarado.

Editado por Pentagrama, en Alvaraderías Roberto González nos mostraba la cara más luminosa de su ciudad natal, y, al mismo tiempo, continuaba mezclando —hasta donde le era posible— esos estilos ampliamente divergentes: el rock y el blues licuados con el más puro y tradicional son. Y, desde luego, sin dejar de lado su perfil más conocido: ese gusto por lo irreverente, el humor, la ironía, el sexo, el erotismo, el amor y el desamor.

Precisamente por eso este disco se llama así, Alvaraderías, me dijo Roberto González. Era una tarde cualquiera cuando el músico y compositor me recibió para charlar sobre el álbum.

Entonces me explicó que el tema principal de las canciones era la ciudad de Alvarado. “Con todo y lo que se pueda derivar de ello: su fundación, su historia, sus leyendas, sus tradiciones, su cultura, su arte culinario, sus costumbres populares o su música”.

Y no sólo eso: “También, todo lo que se vive en una urbe”, me dijo. Y añadió:

—Ya sabes, me refiero al amor, el desamor, lo social o lo político. Hablo de una serie de elementos que pueden irse entretejiendo alrededor de todo esto.

Entonces, ¿es un disco netamente veracruzano?, le pregunté.

Él me corrigió:

—Yo diría «alvaradeño»; incluso, se nota en los géneros de las canciones. No es ni rock, ni blues, ni es son jarocho; más bien, es algo que he llamado música «afroalvaradeña».

Quise saber qué era eso de «afroalvaradeño».

Roberto sonrió. (Roberto siempre irradiaba alegría en su rostro.)

—Digamos que es la música popular alvaradeña que tuvo, entre otras cosas, una influencia enorme de la cultura africana y andaluza. La ventaja que tiene este género, la ventaja de estas composiciones, es que no pasarán de moda. Me atrevería a decir que es universal su lenguaje. No gozan de una estructura melódica, rítmica o armónica que esté encasillada en una época. Porque hay música que sí lo está, o que se identifica inmediatamente…

Aquí le interrumpí: estará de acuerdo, entonces, que “ecléctico” es la palabra que mejor define al álbum.

Roberto dudó un poco:

—Puede ser. Lo ecléctico, si lo tiene, creo que está en los diferentes lenguajes melódicos de las piezas. Al mismo tiempo, es ecléctico como esta ciudad [en ese momento todavía Distrito Federal], como somos muchos de nosotros los chilangos. Aquí se oye de todo, afortunadamente. Hablo de música del mundo. Y eso, créeme, ayuda en la construcción musical de una persona, sea artista o no. Sin embargo, para ser sinceros, yo prefiero no encasillar mis discos ni mi música.

—¿Cree que la inspiración siga estando en las calles?, le pregunté en otro momento.

—¡Desde luego! Al menos en esta producción, la inspiración está en las calles arenosas de Alvarado, en sus playas, en sus muros, en sus muelles. Ahí debemos buscar su historia. Y, por qué no, también la nuestra.

—Por lo que se percibe en el disco, estos lugares tenía mucho que decir.

—Sí, como todos los alvaradeños. Mira, la vida es ambivalente; es decir, en la vida hay momentos muy tristes y momentos alegres, y todo lo que puede haber entre ellas. Bueno, pues todo eso está en Alvaraderías. Pero no sólo eso. De alguna manera, me parece que en este disco hice un poco más de hincapié en las características agradables de Alvarado, y que en ellas caen los alvaradeños perfectamente. Esto es: son gente amable, platicadora, alegre, dicharachera, inventora de historias (o cuentos, como le dicen ellos). Platicar es uno de los rasgos fundamentales de la cultura alvaradeña, y eso lo he plasmado aquí.

—Parece que las crisis de los sellos discográfico no le han hecho desfallecer. ¿Qué le motiva a seguir?

—Básicamente, a mí me sigue motivando lo mismo que me ha motivado siempre, que es: hacer canciones para tratar de rastrear, tratar de buscar una identidad en este contexto. Es un hecho: somos personas individuales, pero matizadas por todo este tejido cultural que es México. Así que grabar Alvaraderías ha sido para mí como rasguñar, o buscar, en mis raíces. Soy chilango, sí, pero de raíces alvaradeñas. Y creo que muchos estamos en una situación similar. Por eso sigo cantando.

—¿Y no le desespera la situación que vive la cultura en nuestro país?

—Creo que siempre ha sido difícil encontrar un lugar en ella, sobre todo cuando uno lo que quiere es hacer una expresión, digamos, sui generis, personalizada. Ojo: me refiero a un punto de vista de ciertas cosas, y no tanto ver las posibilidades mercantiles que pueda generar el trabajo.

Roberto hizo una pausa. Luego, añadió:

—Mira, lo que uno quiere, más que vender muchos discos, es comunicarse con la gente. Decirle, contarle, mostrarle el estado del mundo actual. También, compartir ideas o sensaciones en búsqueda de esta identidad.

“Esto, por supuesto, resulta a veces difícil. Sin embargo, siempre ha sido así: desde que yo empecé a hacer canciones siempre han existido estas dificultades, y, desde entonces, se hablaba de crisis. Así que, probablemente, es una crisis permanente o derivada de los propios intereses del sistema, el cual nos impone una serie de formas de vida, de actuar o de pensar. Muchas veces, uno puede hacer a un lado todo esto, pero en otras ocasiones no puede. Creo que uno ha aprendido a ser tolerante con este sistema”.

Matices: entre el baile y la reflexión

“No, no, no”, me dijo Roberto González para enfatizar que no había dejado el rock… o, al menos, no del todo:

—En mi música, en lo que hago, sigue habiendo esas influencias. El rock que hice alguna vez, por ejemplo, me atreví muchas veces a llamarle rock jarocho, pues era una rock que tenía esas influencias que me han acompañado… Mira, yo siempre he dicho que he hecho canción con dos influencias básicas fundamentales, y que no es un invento mío ya que lo han hecho otros (tanto antes como después que yo): el rock y el son. El son en general, me refiero al mexicano. Y básicamente el rock clásico; el de los sesenta-setenta. Y estas “alvaraderías”, pues siguen teniendo estas influencias. Tal vez con un acento marcado hacia el son, y sólo algunos elementos, algunas pinceladas, de rock y de blues…

“La Marigalante”, “Monografía”, “Cruz de mayo”, “Feria de la pesca” y “La alvaradeña” son algunas de las (once) canciones que componen Alvaraderías. Siete de ellas están escritas por el propio Roberto González, tres son de dominio público, y hay una canción que es una selección de texto de José Piedad, el “Vale Bejarano”.

(El Vale Bejarano era un poeta tradicional, popular, alvaradeño, muerto en 1929; es decir, hace 92 años. “Sin embargo, en Alvarado es un poeta analfabeto que, cuenta la leyenda, hablaba siempre en verso y era muy querido por toda la gente. Tanto, que hasta la fecha se conservan sus versos a través de la tradición oral, y se le considera parte fundamental de la cultura alvaradeña. Es uno de los pilares importantes de aquí. En las cantinas, en la playa, en las fiestas, en las charlas de la acera, o tomando el fresco, citan los versos del Vale Bejarano”, me explicó Roberto González.)

¿Alvaraderías es un disco para bailar o sólo para escuchar?, quise saber.

—Creo que se pueden hacer ambas cosas —me dijo—. Es lo que yo pienso. Ya la gente decidirá cuando lo escuche. La verdad, nuestra idea era hacerlo rítmico y bailable; agradable no sólo al cuerpo, sino también al corazón y al oído. Para lograrlo, la colaboración de todos fue esencial. Primero, la participación de un par de músicos, solistas, haciendo melodías: Enrique Barona, en el requinto jaracho, y Ramón Sánchez, en el sax soprano. También, las voces femeninas de Claudia Martínez y Lourdes Castro. La gente se dará cuenta que los textos son audibles, escuchables, meditables; en ellos se dicen una serie de cosas acerca de los orígenes de Alvarado, su fundación, su papel en la historia de nuestro país. En fin, una serie de reflexiones…

—Hasta hace algunos años, ser alvaradeño traía sus consecuencias. ¿Todavía lo es?

—Ja-ja. Es cierto, es casi un estigma. Es muy pesado llevar ese nombre en este país: el nombre de ese conquistador, que se le considera, o se le ve, como el más sanguinario de todos. Él hizo la matanza del Templo Mayor y la matanza de Cholula, incluso desobedeciendo órdenes de Cortés. Pero ese estigma ha cambiado, afortunadamente. Ahora bien, también hay un componente social y político en el disco. Como toda ciudad en el mundo, Alvarado tiene su vida política, económica y social. Y, bueno, también de eso están compuestos los textos…

Coda

Es importante recordar el paso de Roberto González como tallerista en el Museo Universitario del Chopo, donde tuvo alumnos como Roco y Pato, ambos integrantes de Maldita Vecindad. En los últimos años, Roberto hizo dueto en los escenarios con su hija, Julia González Larson.

Roberto nos deja como herencia Un viejo amor (1978), Sesiones con Emilia (1980), Lentejuelas (1982), Aquí (1988), Flor de poder (1991), Madre mesoamérica (2000), Alvaraderías (2004), Por ahora (2011), y Para siempre (2017).

Y sí: adiós al entrañable Roberto González. Para siempre. Como él mismo cantó en “Cante” de su disco Alvaraderías:

“Gracias le doy a la vida/ y gracias tendré que dar/ cuando me venga a buscar/ la parca, la mal parida.

“Hoy me doy por bien servido/ y me iré del mismo modo,/ pues no he recibido todo,/ pero todo he compartido.

“Ay que cante tan humano/ que a sotavento se crió,/ ay que cante tan profano/ que a mí mi buen dios me dio”.

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