La domesticación de la contracultura: sobre cómo ser punk de Walmart
Abril, 2025
Vaya jodido mundo en el que vivimos, sentencia Juan Soto en esta nueva entrega de su ‘Modus Vivendi’. Una época murió y ni cuenta nos dimos. El ‘sistema’ ha sabido asimilar el espíritu de la rebeldía, que alguna vez contagió a la cultura, para convertirlo en simulación y mercancía. El mejor ejemplo de ello está en la música. El pop sigue facturando millones haciéndose pasar por subversivo, pero hasta la estética del punk ya parece humor involuntario. “Si hoy las playeras del grupo los Ramones se venden sin tapujos en los Walmart, podemos tener la certeza de que algo en nuestra cultura no funciona bien”.
Si hoy día las playeras del grupo de punk los Ramones se venden sin tapujos en los Walmart, podemos tener la certeza de que algo en nuestra cultura no funciona bien. Pero esto, a su vez, nos da la certeza de que los mundos de consumo bajo el manto capitalista y la industria de la música, entre otras cosas, marchan bastante bien para muchos empresarios. Y no es que los Ramones sean el icono cultural de la resistencia o de la subversión, pero que sus playeras se vendan en dichas tiendas son un buen ejemplo de que el ‘sistema’ supo asimilar muy bien el espíritu de la rebeldía para convertirlo en mercancía.
Si algo supieron hacer las marcas fue apropiarse de la estética rebelde y subversiva para venderles, a los rebeldes contraculturales, lo que ellos mismos inventaron. La asimilación y comercialización de la estética subversiva y rebelde implicó la despolitización absoluta de su contenido. Nadie puede sentirse muy punk poniéndose una playera de los Ramones que compró en Walmart.
Y no, que no se malinterprete. No existe un sitio adecuado o correcto para comprar una playera de los Ramones, pues ese no es el problema. El problema es cómo la asimilación de lo alter, es decir: de lo que se consideraba subversivo y símbolo de resistencia, fue asimilado por los mercados de consumo.
Hoy, vivimos en un mundo en el que las instituciones y las personas pueden convertirse en marcas. Y los grupos musicales no son la excepción. Piense en lo que representa que un grupo de rock que se pronuncie en los escenarios en contra de la represión, la explotación, la corrupción, las desapariciones, la discriminación racial, etc., emprenda una lucha feroz en contra de los piratas que lucran con la mercancía ‘no oficial’ de su banda. No es el caso de los extintos Ramones, pero bandas así, sí que las hay. Cualquier banda musical que se haya preciado de ser antisistema, en el momento de defender su copyright, seguro que se olvida de su contraculturalidad, su carácter subversivo y su buenaondez.
La imagen, la actitud, la sensibilidad, el estilo
Desde que la denominada contracultura devino industria, sus íconos aprendieron a desarrollar un espíritu capitalista bastante dócil y muy bien entrenado en los mercados de consumo. David Geffen, un experimentado coolhunter que, como dijo Fréderic Martel —el autor de Cultura Mainstream— convirtió al cantante y guitarrista Kurt Cobain con sus jeans agujereados en el icono de una generación, comprendió que la comercialización de la música no se basaba en las raíces, el género ni la historia, sino, lea con atención, en la imagen, la actitud, la sensibilidad y el estilo —cool por si acaso.
El espíritu de la contracultura, que fue alimentado religiosamente por personalidades icónicas ya en extinción, no sólo se debatió en abonar elementos al progresismo político y cultural a los cuales se opusieron alguna vez, sino en desmarcarse del conservadurismo y las lógicas empresariales. Y no sólo. Contra todo pronóstico, los icónicos rebeldes contraculturales aprendieron a ser conservadores y excelentes empresarios en la sociedad del espectáculo. Llenar estadios y seguir siendo cool fue un verdadero dilema para muchas bandas que trataron de no morir en el intento de reinventarse sin dejar de ser ellos mismos, tratando de conservar su esencia en las voraces aguas del mercado. A toda costa, trataron de no perder su contraculturalidad, ni su solidaridad humanas en la complejidad de la cultura mainstream.
Pero resulta que mientras la contracultura del siglo XXI es demasiado pop, éste ha adoptado ciertos aires de contraculturalidad, tratando de contrarrestar la acostumbrada despolitización de sus contenidos ‘literarios’. La contraculturalidad del pop de este siglo ha sido capaz de facturar millones de dólares gracias a su capacidad de vender ficción subversiva y liberadora en sus contenidos. Total, no está demás que esos públicos adormilados de siempre sientan que piensan un poquito, mientras corean versitos pegajosos que refuerzan sus ganas de oponerse simbólicamente a un orden social, pero no a un orden económico.
De cualquier modo, históricamente sabemos que el gusto de las masas ha demandado música para brincar, llorar, cantar, bailar, reír, soñar, pero no para pensar. ¿Uno de los mejores ejemplos?: The Beatles. Ellos escribieron letras de contenido inocuo musicalizadas con melodías pegajosas. ¿El ejemplo más representativo? “Yellow submarine”. Más pop, imposible.

El poder y el potencial del crossover
La domesticación de la contracultura y de los espíritus subversivos en el mundo de la música y el rock, por ejemplo, no se debió a la industria del crossover, pero sí guarda una íntima relación con ella. Fernández Porta, el escritor español, dijo atinadamente que hace algunos años el crossover se consideraba una técnica indie, pero que ahora está a la orden del día. Cualquiera que haya tarareado “Walk this way” de Aerosmith, relanzada casi 10 años después de que lograra colocarse en la posición número 9 de Billboard Hot 100 de 1977, puede entenderlo muy bien. El crossing over, como dijo por su parte Martel, puede entenderse como una técnica para atravesar las fronteras musicales, mezclar los géneros y alcanzar el top en varios hit parades.
El éxito del relanzamiento de la canción de Aerosmith por parte de Run-DMC, hizo acreedor al tema de un Soul Train Music Award en la categoría de mejor sencillo de rap, en 1987. El crossover es una parte esencial de la industria musical del Siglo XXI. Sin temor a equivocarnos podríamos decir que, actualmente, una gran parte de dicha industria se sostiene en él. ¿Por qué? Porque el crossover es una manera efectiva de hacer que los públicos disímiles no sólo se acerquen, sino que se vuelvan parte de un mismo mercado de consumo. La calidad no importa. Nunca ha importado. Gracias al crossover los consumidores de un género musical terminan por asimilar otro, aunque sea parcialmente y les resulte ajeno. El relanzamiento de “Walk this way”, además de haber sido un éxito comercial, logró acercar a los públicos del rap y del rock.
El poder y el potencial del crossover radica, entre otros, en posicionar un género musical en el gusto de los consumidores que, las más de las veces, renegaban de dicho género. Pasa en Coachella, pasa en el Vive Latino. El crossover es una manera y tiene la capacidad de modificar el acostumbrado mal gusto de las masas. Acerca públicos disímiles y géneros opuestos en el mundo de los mercados de consumo.
Muchos músicos de rock, utilizando el argumento de la exploración y experimentación musicales, se han acercado a otros géneros y ritmos, integrándolos en aberrantes fórmulas musicales que han vendido bien; poniendo en evidencia que esto último es lo que realmente importa y no la experimentación musical. ¿Otro buen ejemplo de cómo el crossover logró conquistar mercados y espíritus indomables? “Loco de amor”, incluido en el célebre disco Rei Momo ‘basado en ritmos latinos’, de David Byrne, en donde se incluyó la colaboración con Celia Cruz. Este ecléctico y confuso disco de este escocés de nacimiento, ha sido considerado uno de los mejores trabajos de su carrera. Uno de los mejores ejemplos de la tropicalización del ¿rock?, podríamos añadir.
En América Latina la tropicalización del rock es más que evidente. Temas como “La Negra Tomasa” del cubano Guillermo Rodríguez Fiffe, interpretada por Caifanes, o “Desapariciones” de Rubén Blades, interpretada por Los Fabulosos Cadillacs y hasta por Maná, ilustran muy bien cómo las mezclas de distintos géneros pueden marcar el rumbo de la industria musical. El profesor Claude Chastagner, especialista en música popular y angloamericana, ha dicho atinadamente que la música latina ha tenido una notable influencia sobre el hegemónico rock anglosajón y que la mayor parte de los musicólogos o de los historiadores anteponen las raíces afroamericanas del rock, el aporte del blues, la proximidad con algunas formas de jazz, pero que olvidaron que antes de llegar al continente americano, las formas musicales africanas, en muchos casos y en primer lugar, transitaron por el Caribe, donde se mezclaron con las tradiciones hispánicas.
Seguimos venerando un cadáver
El rock, su domesticado espíritu de protesta y su pose subversiva parecen ya estar muertos. Fueron muy bien domesticados por el capitalismo y los mercados de consumo. Cayó en las trampas consumistas de donde hizo un jugoso negocio. Y aunque hizo muchos esfuerzos en negarlo y trató de desmarcarse de ello, no lo logró. En medio de todo esto, los rebeldes contraculturales, sus fieles fanáticos, creyeron y siguen creyendo que su rockera rebeldía podía amenazar seriamente al capitalismo y a las industrias de consumo, pero sólo los fortalecieron y alimentaron. La rebeldía y la subversión asociadas al rock, a pesar de lo doloroso que pueda ser para muchos, fueron tranquilamente asimiladas por los mercados de consumo y la industria musical, y devueltas en forma de mercancías.
Si ya no es extraño para nadie subirse a un elevador y escuchar de música de fondo a los Sex Pistols, es porque algo en la cultura se murió, seguimos venerando su cadáver y no lo hemos enterrado. Como Fernández Porta también lo enfatizó, el primer disco de los Sex Pistols puede sonar hoy en cualquier Hipercor sin que nadie se inmute. El rock y el punk como signos de subversión y rebeldía contracultural no existen más. Quizá sólo fueron una ficción escapista que los jóvenes de aquellas épocas necesitaban reconocer como estandartes. Nunca como hoy había sido tan fácil caracterizarse como un rebelde contracultural. Basta teclear la palabra punk —que no significa People United Not Kingdom como los juvenólogos desinformados hicieron creer— en la app de Amazon, para darse cuenta de la cantidad de accesorios y ropa contraculturales, por decir lo menos, que se venden ahí. Parecer un punk o lo que uno decida, hoy día, es demasiado sencillo. Las crestas punk de los años setenta y ochenta perdieron su capacidad de intimidación, incluso, hasta entre los sectores más conservadores de la sociedad. Hoy se han convertido en un símbolo del humor involuntario.
Ciertamente, como lo sentenciaron Heath y Potter en su libro de Rebelarse vende, en algún momento tuvo sentido dar un paso hacia adelante cada vez que el sistema asimilaba un símbolo de rebeldía para mantener la pureza de los credos alternativos, que les permitían a los muchachos de la contracultura diferenciarse de las odiadas masas; sin embargo, hoy esta diferenciación no sólo no es posible, sino que carece de sentido. Hoy la subversión y la rebeldía son mal vistas y repudiadas. Y si esto pasa es que algo de la cultura ya se murió con ello. Recuerde que, al lado de las playeras de Ramones, en los mismos Walmart, están las de Nirvana, Metallica, Radiohead, The Killers, Def Lepard, Iron Maiden, W.A.S.P., Megadeth, Guns N’Roses, Motley Crüe y hasta las de Sepultura. Total, las Dr. Martens ya pueden comprarse en el Walmart online. Si esto pasa es que una época ya se murió y no nos dimos cuenta de ello. Y mientras, parece que el pop seguirá facturando millones haciéndose pasar por subversivo, crítico, cuestionador y rebelde. Y pocos parecen incomodarse con ello. Vaya jodido mundo en el que vivimos.
Epílogo: Todo parece indicar que ir al Tianguis Cultural de El Chopo siempre fue turismo cultural…