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Peter Brook y la experiencia Mahabharata

Con el fallecimiento del influyente y prestigioso dramaturgo y director británico, acaecido el pasado 2 de julio, se ha cerrado un capítulo de la historia del teatro moderno.

Julio, 2022

Los genios que nacen cada siglo son pocos, muy pocos. Peter Brook, sin duda, era uno de ellos. El dramaturgo y director de teatro, cine y ópera iluminó el siglo XX con su presencia. O, más bien, lo revolucionó; lo revolucionó con su trabajo escénico ambicioso, aventurero, innovador, infinitamente creativo. Nacido en Londres el 21 de marzo de 1925, Peter Brook se ha marchado de esta tierra el pasado 2 de julio. Considerado como uno de los directores más influyentes del teatro contemporáneo, con su fallecimiento se ha cerrado un capítulo de la historia del teatro moderno. Como escribe aquí el periodista y crítico teatral Fernando de Ita: “Casi un siglo vivió uno de los hombres más dotados de su tiempo para contar historias en un escenario”…

Hay espectáculos que hacen Historia porque son el referente de una época y de la sociedad que lo produce. Sin duda el montaje del Mahabharata, dirigido por Peter Brook, es la suma del teatro que se hizo en Europa de finales de 1946 a 1999. La versión dramática de la leyenda de leyendas de ese basto conglomerado de pueblos que es la India fue algo más que una obra de teatro: fue un proyecto cultural que tardó 10 años en cumplirse y, por lo tanto, merece una revisión arqueológica a la manera de Alfredo López Austin, midiendo su devenir social con la memoria de ese acontecimiento.

Su estreno fue el 13 de julio de 1985 en una inmensa cantera de piedra-mármol localizada a 13 kilómetros de Aviñón, la ciudad de los papas. Recordemos: en Aviñón se inició, al terminar la segunda gran guerra, la reconstrucción cultural de Francia —encabezada por André Malraux, el escritor de La condición humana— con la inauguración en 1947 del Festival de Teatro de Aviñón, el cual aún hoy —76 ediciones con la de este año— congrega a la elite del teatro internacional. El espectáculo comenzó a las 7 de la noche y terminó a las 7 de la mañana del 14 de julio, fecha onomástica de la toma de la Bastilla que inició la Revolución Francesa.

El origen

En 1975 Peter Brook y el escritor Jean-Claude Carrière vieron un espectáculo de Kathakali —en donde escucharon por primera vez la palabra Mahabharata—, y quedaron fascinados por la ornamentación y la expresión corporal y gestual de los bailarines, pero también consternados porque les resultó evidente que como europeos se quedaban en la superficie de aquella tradición milenaria. Así comenzó su peregrinaje de varios años a la India, fuente de aquella cultura de culturas que tiene un libro sagrado, redactado en sánscrito, de 12 mil páginas y 100 mil versos, escrito a lo largo de un milenio, del año 300 antes de Cristo al año 300 de la nueva era: el Mahabharata.

En 1975 Peter Brook tenía 50 años, 30 de ellos ya dedicados al teatro porque hizo su primer montaje en 1945; dos años después ya era el director de la Royal Opera House y, en 1962, comenzaría su periplo por la obra de William Shakespeare como director de la Royal Shakespeare Company. 1968 fue un año crucial para Brook por razones artísticas no políticas: ese año tomó un taller con Jean-Louis Barrault en París, donde trabajó por primera vez con artistas de otras culturas. Su impresión fue tan honda que terminó sus asuntos en Londres —donde era el rey del tablado— y, en 1970, se instaló en París para iniciar una forma diferente de abordar la producción dramática y su resultado escénico: la rechercher, la investigación como principio y fin de la obra artística.

En una línea paralela del tiempo y el espacio, el joven Jerzy Grotowski iniciaba en un pueblo perdido de Polonia el devenir del “teatro pobre”, el cual buscaba la comunión del espectador de teatro con el actor santo. Por otro lado, de Wroclaw salía Eugenio Barba a fundar en Dinamarca un grupo artístico sui generis, pues el Odín Theater se formaría con actores rechazados de diversas academias escandinavas. La triada que marcó la ética, la estética y la pedagogía del teatro del siglo XX buscó por diversos caminos una misma meta: modificar la vida del teatro y, acaso así, el teatro de la vida.

Ahí está el detalle

No hay manera de saber cuánto se invirtió en el proyecto Mahabharata porque a lo largo de sus 10 años de concepción, desarrollo y realización, el Centro Internacional de Investigación Teatral (CIRT), que fundó Brook viviendo en París, recibió apoyos lo mismo de la Fundación Rockefeller que de la Comuna de París y el gobierno de Irán. (Resulta que en 1971 Brook presentó en Persépolis, invitado por el sah Mohammad Reza Pahlavi, su espectáculo Orghast, borrado intencional o accidentalmente de la biografía del director nacido en Inglaterra, tal vez por el devenir que tuvo la historia de la antigua Persia con el derrocamiento del sah y la llegada del ayatola Jomeiní en 1979. El caso es que la ficha de producción del estreno de Aviñón consigna a un festival iraní como parte de los patrocinadores).

En los ochenta no sólo Brook sino Peter Stein, Ariane Mnouchkine, Robert Wilson, entre otros artistas del teatro, hicieron espectáculos millonarios que individualmente superaban el presupuesto anual de la producción teatral conjunta del INBA y la UNAM. Para presentar el Mahabharata se requería mover 22 actores —de cinco continentes—, 5 músicos, 14 técnico y varias toneladas de vestuario, atrezo y elementos escenográficos. Aun así, el espectáculo se presentó en 19 países, gracias a los patrocinios públicos y privados que lograba el prestigio de Brook. Cuando dirigió el Festival Internacional Cervantino en los noventa, Mercedes Iturbe quiso traer el espectáculo a Guanajuato; incluso fue a la ciudad colonial un asistente de producción para ver el lugar idóneo, pero finalmente no se consiguieron los patrocinios necesarios.

Los noventa fueron la década de los festivales internacionales tanto en Europa como en América; en ese entonces, muy pocas voces fueron las que pusieron en cuestión la filantropía de las grandes corporaciones y los apellidos ilustres que apoyaron un modo de producción artística a su imagen y semejanza. Ya no eran los reyes y los nobles los patrocinadores del teatro sino los grandes capitales y la más alta burguesía la que hacía posible el trabajo de los genios. Los festivales internacionales propiciaron un teatro espectacular, más atento a la forma que al contenido. Sólo el teatro alemán, patrocinado fundamentalmente con fondos públicos, hizo propuestas radicales en lo artístico y lo político. El Mahabharata de Brook utilizó estos mecanismos financieros para realizar una mutación ontológica: poner en los ojos de Occidente la mirada del Oriente.

Peter Brook.

La hazaña artística

Cuando Jean-Claude Carrière le entregó al elenco multirracial de Brook el primer borrador del Mahabharata, que contenía 9 horas de diálogo para cada personaje, la reacción fue de espanto. ¡En qué nos metimos! Fallecido recién en febrero de 2021, el guionista de Buñuel contaba que cuando se enteró de las dimensiones del poema mayor de la tradición hindú lo primero que le dijo a Brook fue que era inútil, por imposible, intentar una adaptación de aquel canto épico que narra el combate entre dos vertientes de una misma familia: los Pandavas y los Kauravas —el Bien y el Mal—, cuyo enfrentamiento sólo puede terminar con la destrucción de todo lo creado.

“—Peter, el Mahabharata está compuesto por 180 libros distintos y tiene entre 100 mil y 200 mil versos. Es muchas veces más grande que la Biblia y las obras de Homero”.

El problema, añadía Carrière, era que mientras más se adentraba en ese laberinto, más se entusiasmaba Peter con el proyecto. Y había otra cosa: “Nos impresionó mucho que en nuestros viajes a la India gente de diversos ámbitos mostraba su admiración por el libro de libros como parte de su historia, pero también de su presente”. Además, concluye el responsable del guión, Peter decía que era un libro muy divertido.

Aunque no fue por diversión que Peter Brook tuvo su primer contacto con una de las cientos de historias de la epopeya hindú. En un video que aún guardo en formato DVD, Brook comenta que ya estando en París preparaba un espectáculo sobre la guerra de Vietnam, y a la hora del descanso para comer invitaban a la gente que pasaba por la calle de St. André des Arts a compartir sus experiencias o reflexiones sobre la guerra en general, y uno de esos transeúntes les dio un folleto en el que se contaba uno de los episodios de la guerra de exterminio que narra el Mahabharata. Resultó que aquel señor era Philippe Lavastine, uno de los grandes eruditos del sánscrito en Francia. Al terminar la charla en la que les habló de la importancia del libro de libros, Brook y Carrière comenzaron los preparativos para viajar a la India.

Brook siempre tuvo muy claro que su versión de la epopeya hindú no podía imitar el modelo original sino sugerirlo. Después de todo se trataba de narrar historias fantásticas de dioses, reyes, héroes y monstruos, y lo que hizo el director de teatro y cine fue hacerlo a la manera occidental, evitando la exageración propia del teatro y el cine hindú. El resultado fue hermoso porque provocaba en el espectador un placer sensorial acompañado del bienestar del espíritu, por así decirlo. De un modo mágico, el espectador se convertía en el primer niño en escuchar por primera vez la leyenda sobre el origen del mundo.

Yo vi la obra de teatro por primera vez en Madrid en el invierno de 1985, donde se presentó dividida en tres partes que duraban sólo 3 horas cada una. Era la versión francesa que pude ver completa en Barcelona unos días más tarde. Confieso que la belleza también adormece, aunque al despertar era fácil engancharse de nuevo con aquella fábula de la que sin embargo no pude escribir nada, pues la verdad no sabía qué decir, además de los adjetivos admirativos que mucha gente repetía en voz alta al terminar la función.

En 1990 vi la versión inglesa en el Festival de Teatro de Nueva York, y ya pude publicar una reseña que afortunadamente está perdida en la hemeroteca porque de ningún modo le hacía justicia a la obra icónica del siglo XX; en principio porque ignoraba lo que cuento aquí, y, en consecuencia, vi el espectáculo como una producción escénica no como un proyecto cultural. Por cierto, en 1979 entrevisté a Brook en el boulevard de la Chapelle donde se encuentra el viejo teatro de los Bouffes du Nord que presentaba La conferencia de los pájaros, un poema persa del siglo XII, y ahora me apena la solemnidad de mis preguntas a un artista con un inmenso sentido del humor. Mismo que disfruté en la Ciudad de México cuando Brook trajo el Ubú rey y Juan José Bremer, entonces director del INBA, me invitó a la cena en la que luego de dos tequilas el genio inglés cantó y bailó como Charles Chaplin.

Casi un siglo vivió uno de los hombres más dotados de su tiempo para contar historias en un escenario que se fue vaciando de todo aquello que no fuera esencial para el relato. Con los años, Brook comprendió que la humanidad del teatro está evidentemente en los actores. Luego de trabajar con los grandes histriones y las inmensas divas del teatro inglés, este hijo de judíos lituanos apostó por la gente de otras lenguas, costumbres e identidades para contar sus historias. Brook no fue a la India como tantos de sus contemporáneos en misión esotérica o en busca de color local; fue con todo respeto a inhalar la esencia de la otredad cultural de un pueblo de pueblos donde también se origina el mundo. Acaso el Mahabharata sea uno de los espectáculos más logrados de un artista de Occidente por representar la mitología, la épica y el imaginario de otro universo cultural, y salir bien librado en el intento. No es poca cosa.

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