ConvergenciasEl Espíritu Inútil

Hipócritas

Junio, 2022

A cualquiera se puede acusar de hipócrita. Porque como la hipocresía es justo lo que se esconde, el hecho de que no se le note es prueba de que sí lo es. Además, hipócrita es una súper palabrota: suena como si el que la dijera estuviera henchido de santa ira e indignación moral.

Para acusar a alguien de que es un hipócrita —de que se hace el bueno— hay que esperar a que la conversación llegue a la hora de las netas, para que resuene con gravedad, lo cual es muy importante, ya que la verdadera razón por la que se le dice a alguien que es un hipócrita es por lo padrísimo que suena y lo emocionante que es decirlo, y es que se trata de una palabra esdrújula, ésas que tienen el acento muy marcado y son largas, como de cuatro sílabas, o sea que se oye erudita y enterada, y además lleva juntas todas las letras p, t, c fuerte, que son las más duras —que no se pronuncian sino que se escupen— y son por lo tanto las que se usan para decir palabrotas, de las gruesas, y así, aunque uno no supiera qué quiere decir de todos modos siente reverencia porque suena como si el que la dijera estuviera henchido de santa ira e indignación moral, como Jesús en el templo, lo cual obliga a suponer que el que la dijo no lo es, sino que es de los superbuenos de este mundo. Y además se puede acusar a cualquiera, porque como la hipocresía es justo lo que se esconde, el hecho de que no se le note es prueba de que sí lo es, y por eso a los que se les dice tan feo se quedan irremediablemente medio turulatos, como dando la razón. Y finalmente, se puede decir con toda seguridad, porque todos somos hipócritas.

Todos son hipócritas porque los que son prudentes, educados, condescendientes, discretos, es decir, a los que prefieren disimular sus intenciones y opiniones nada más para no interrumpir el hilo de la conversación, por pura amabilidad, para no incomodar a nadie o para no estar en desacuerdo con lo que se supone que hay que pensar, se les puede acusar de hipócritas: los que ponen cara de circunstancia cuando escuchan los problemas de los demás que bien a bien les valen gorro, los que ponen semblante como filosófico cuando se tratan temas que ni entienden, los que cuando pasa el jefe se hacen los hacendositos, los que hacen como que sufren por el estado desastroso del planeta pero les encanta contaminar con su coche, los que mejor miran para otra parte cuando todo el mundo critica la inmoralidad de las transas y las trampas y otras actividades muy útiles, los que cuando les recetan una frase de superación personal ponen el ceño circunspecto como si estuvieran cavilando tan honda verdad, los que hacen como si les interesara lo que no les importa, a todos éstos, se les puede decir hipócritas, aunque ellos lo oyen y lo toman como si fuera una frase de superación personal, es decir, fingiendo que están reflexionando, y luego se quedan tan contentos porque lograron engañar a los demás.

O sea, los que engañan a los demás pero no se engañan a sí mismos no son hipócritas sino sociables y considerados. Los que engañan a los demás pero también se engañan a sí mismos cuando se hacen los felices, los misteriosos, los comprensivos, los cultos, a ver si con eso se vuelven así, tampoco son hipócritas, sólo son tarados. Porque los verdaderos hipócritas son bastante más retorcidos: son aquéllos que se dicen a sí mismos mentiras —que son buenos, trabajadores, sensibles— y tratan de creérselas pero se cachan a sí mismos que son mentiras; y no obstante, a pesar de que ya saben que son mentiras y que no se las creen, encima se fingen a sí mismos que no se cachan y que sí se las creen y hacen como que sí es verdad su mentirota que saben que no es. Es como una carambola de deshonestidad. Y justamente por eso parecen buenos e íntegros, porque administrar tanto engaño retorcido sin que se les revuelva el cerebro es muy trabajoso y por eso se les ve con esa cara tan sufrida que pareciera que cargan con los problemas del mundo, como si estuvieran atravesados de tanta bondad. Pero su mayor problema es que los vayan a cachar, y por eso se ponen nerviosos, y sobreactúan, y exageran, y entonces los cachan por hipócritas; ésos son los mojigatos, los influencers, las mosquitas muertas y los políticos.

Porque para que no lo cachen, uno tiene que ser hipócrita, hacerse el bueno, hasta cuando está distraído, hasta cuando duerme, y seguir haciéndose el bueno hasta en los más mínimos detalles, hasta cuando pide que le pasen el salero, hasta cuando se amarra los zapatos, y tiene que ser hipócrita hasta cuando está solo y nadie lo ve y no hay peligro de que lo cachen, y tiene que hacerse el bueno hasta el último día, hasta el último aliento, no vaya a ser que en el último minuto de su vida —que también tiene sesenta segundos— lo cachen y pase a la posteridad como un hipócrita. A Mahatma Gandhi o la Madre Teresa o el Che Guevara nunca los cacharon: no es que no fueran hipócritas, sino que eran los mejores.

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