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En defensa propia

Eusebio Ruvalcaba, un lustro después...

Enero, 2022

Nació en septiembre de 1951 y falleció hace cinco años ahora, el 7 de febrero de 2017. Narrador, poeta, ensayista, periodista y dramaturgo, Eusebio Ruvalcaba no sólo se consolidó como uno de los escritores más representativos de la literatura contemporánea en México, sino también como uno de los más queridos…

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Partió de esta vida hace un lustro, el 7 de febrero de 2017, siete meses antes de su cumpleaños número 66. Era un amigo entrañable, enamorado de la mujer que tuviera enfrente suyo, enamorado incluso de la mujer que le demostrara desamor, enamorado de sí mismo. Eusebio Ruvalcaba había nacido en Guadalajara el 4 de septiembre de 1951. Nos unió, a base de un diálogo interminable, una profunda amistad: desde este amargor pandémico —que ya no viviste pero insiste en no dejarnos en paz—, querido Eusebio, te mando un fuerte abrazo, que tal vez algún día, en el momento de mi desaparición física, volvamos a darnos.

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El día en que un hombre, Ernesto Castillo, decide romper su rutina, se encuentra por vez primera con su otro yo completamente desconocido pero que lo transformará radicalmente. “Le gustaba la noche, no porque soliera recorrer sus calles, disfrutar la oscuridad y el silencio, ni menos porque acostumbrara visitar tantísimos antros que proliferaban para solterones como él; la noche le gustaba porque era el momento de encerrarse en su casa, de no abrir puertas ni preocuparse de salir para nada, absolutamente para nada”.

Pero, por alguna causa ignota (¿el “frío verdaderamente anormal” de esa noche?), se siente atraído por introducirse a un table dance; él, que desprecia las calles nocturnas; él, que lo único que desea es abrigarse en la seguridad hogareña; él, que acaba de jubilarse en el Seguro Social después de treinta años de labor formidable (“treinta años de cumplir día tras día ocho horas de trabajo revisando los apuntes insufribles de médicos que se creían escritores y que encima le replicaban las correcciones que llevaba a cabo, siempre de forma puntual e implacable”); el hombre metódico, por una ráfaga helada, decide por una vez cambiar su rutina: va a una caja permanente para sacar algo de dinero y regocijarse la mirada ante las mujeres desnudas de los bares nocturnos.

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Es ahí, precisamente, cuando las cosas empiezan a ser otras. No en el table dance, sino en la red bancaria. Porque es asaltado y abandonado, luego, en el centro de la ciudad. Los ladrones no lo matan porque lo consideran un pobre diablo (coincidencia alrevesada, ¡tres lustros después!, en su novela Todos tenemos pensamientos asesinos, editada en 2013 por Plaza y Janés, donde el protagonista, luego de ser asaltado en un cajero automático, mata al ladrón). Ernesto Castillo, entonces, sintió un renacimiento muy dentro suyo. La vida le volvía de nuevo. Y como Dostoyevski a sus personajes, Eusebio Ruvalcaba le cambia la vida por completo a su Ernesto Castillo, el protagonista de su novela En defensa propia (Sansores & Aljure, 1997).

Ruvalcaba se introduce en el alma de un hombre cercano a la vieja edad no justamente por sus años (¿medio siglo o poco más?) sino por su actitud cansina ante la vida. Sin embargo, quizá como a ningún otro personaje suyo, Eusebio Ruvalcaba protege a este indefenso Castillo más allá de sus posibilidades escriturales. Porque, caray, cómo es de hosco este señor distanciado de la vida social, huraño consigo mismo, sólo benévolo con su acontecer taciturno. Así que, al volver nuevamente a la vida, el jubilado se traza otros caminos, acaso al principio de manera inconsciente. Se le cruza en su cabeza la joven Eva Delgado, quien lo supliría en su trabajo. “Una joven que llevaba consigo tantas recomendaciones como medallas tenía el pecho de un general centroamericano. Llevaba muchas recomendaciones pero, se había dicho Ernesto, era torpe y distraída. Tanto como sólo una mujer joven podía serlo”.

Eusebio Ruvalcaba. / Foto de Arturo Talavera.

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Después del asalto, Eva Delgado se le cruzó obstinadamente en su cabeza.

La imagen es serena, lógica, fascinante: después del no morir surge, como una ráfaga insólita, el deseo acucioso de la posesión de lo que jamás se ha tenido. Ernesto Castillo sabe, o se percata con nitidez por una vez, que está solo, y no quiere ya estarlo. Su deseo lo lleva —con cierto estupor, con un desencanto amortiguado por la vehemencia— al departamento de la joven Delgado, cuya dirección se la había memorizado desde el momento en que la vio impresa en los innumerables papeles que le pasaban por la mano en el Seguro Social. “¿Cómo era posible que se lo hubiera grabado por haberlo visto una sola vez, pues a él le correspondió revisar ese contrato? No se lo explicaba, pero ahí tenía el dato, en su cabeza. Lo veía tan claro [el domicilio] como si tuviera aquellos papeles en la mano… ¿Y si la iba a buscar?, ¿si la iba a buscar ahora mismo? No había más que de dos: si estaba dormida la despertaría y le suplicaría que lo escuchara, le hablaría del trabajo, de que renunciara antes de que se convirtiera en un pobre diablo como lo era él, y si estaba despierta, pues, si ése era el caso, ya encontraría de qué hablarle. Le pediría para el taxi. Esa era una buena excusa”.

Ya en el tercer capítulo (de un total de 23 más un epílogo en 216 páginas), Ruvalcaba reúne a los tres personajes básicos para armar su novela: el jubilado Castillo, su hermosa amante Eva Delgado y el taxista Francisco Valencia, quien conduce al primero a casa de la segunda. Con esas tres personas, Eusebio Ruvalcaba nos dirige al meollo del asunto: de cómo la pasión puede devenir angustia existencial, pero sin ella —sin la pasión— la vida se convierte en un descalabro rutinario. En defensa propia es la historia de la resistencia pasional, de cómo una pasión tiene que salvarse para recuperar las ganas de vivir. O, mejor, de cómo no se debe prohibir uno mismo la oportunidad de gozar la pasión. Por supuesto, el libro no encierra, con fortuna, ninguna moraleja; mas es evidente que el hilo conductor lo sostiene el renacimiento pasional, la recuperación afanosa de los años perdidos, la ventilación del grito guardado durante décadas en los vigorosos pulmones.

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Vivir en los extremos.

En el extremo que otorga el deseo de no formar ya parte insomne del aparador de la vida, sino de la enjundia de hacer uno mismo la vida que se desea. Para ello, el novelista conjuga varios factores: la adopción inédita de un niño que ha perdido irreparablemente a sus padres en la segunda explosión de San Juanico, el chantaje de un único testigo de ese secuestro involuntario y el desarrollo violento, azarosamente violento, de esa urdimbre que no parece nunca cesar. Si la novela en un principio parecía caminar sobre un jardín rosado (amores que ensamblan a la perfección, decisiones pasionales románticas, lazos aparatosamente idealistas), se torna fiero e impredecible a partir de la aparición de la insoslayable contingencia humana: la ambición, capaz de transformar a la pareja más ensoñadora en un nido de manifestaciones sombrías.

Pero hay un elemento nuevo en la obra ruvalcabiana (fuera de su triada temática básica: la mujer, la música y la niñez): el misterio, la sensación persecutoria, el horror que da el vivir al margen de la legalidad que dispensa el sistema, aunque lo legal sea finalmente un manojo de ordenados asuntos desordenados. Por primera vez Eusebio Ruvalcaba decidió internarse en los misterios de la vida que únicamente dan a cambio zozobra e inquietud permanentes. En defensa propia es la historia de un crimen (todos, sí, los personajes de Ruvalcaba tienen pensamientos asesinos) que no sabremos nunca si fue perfecto o no, si bien todas las suposiciones hacen indicar lo contrario. Porque pagar por un crimen no forzosamente significa ir a dar a la cárcel: hay otras maneras, menos indulgentes, de acabar en el pozo de los martirios. Ernesto Castillo vive otra vida diagonalmente opuesta a su vida anterior, y aunque es radicalmente distinta después de todo tiene visos semejantes a la precedente: la vida es una lucha constante por apartar a los demás que se oponen a la vida de los otros, hay pasiones que matan por defender la pasión propia. O como dice Eva Delgado cuando va trazando su destino, impensadamente: de manera paradójica, cuando pensaba es cuando mantenía alejados los motivos de sus preocupaciones fundamentales. Pensar en los que se oponían a ella era mantenerla distante de ellos: la vida es un constante enfrentamiento con quienes estamos justamente distanciados.

Una paradoja felizmente novelable.

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Y cosas de la vida cierta: acaso tres lustros después de escribir esta novela, Eusebio Ruvalcaba quiso cambiar sus rutinas provocándole, estas nuevas maneras de asumir su vida, complicaciones amatorias y sumiéndose en pasiones arrebatadas no correspondidas moralmente a la altura de lo que el buen Eusebio hubiera anhelado porque halló, sí, pasión mas no fidelidad, porque pasión no necesariamente significa lealtad a una entrega.

A veces cambiar de vida nos podría conducir a terrenos contrarios, o contradictorios, de nuestra fe.

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One Comment

  1. Se aprecia Víctor tu texto sobre el gran Eusebio; ojalá te des tiempo para escribir de su pasión escritural, musical, poética. Y también de la amistad entre ustedes. Son memorables los textos de él cuando tuviste tu accidente en el taxi.

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