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Guerra en Ucrania: las armas no traerán estabilidad, sólo provocarán más destrucción

Dossier: Crisis en Europa.

Marzo, 2022

El pasado 10 de marzo se cumplieron 15 días de la invasión de Rusia a Ucrania, fecha que ha cambiado drástica y rápidamente la geopolítica de Europa, sobre todo la vida de una nación con más de 44 millones de personas que hoy se exponen a luchar, morir o huir. Experto en Rusia, Rafael Poch es claro aquí: la guerra podría haberse evitado con una negociación pacifica en diciembre. Por eso, sostiene, extrema prudencia y negociación parecen ahora lo mejor en lugar de alimentar la hoguera. Lo mismo apunta Niamh Ni Bhriain: la UE debe respaldar la diplomacia, la desmilitarización y la paz.


El forense y la víctima

Rafael Poch


El cadáver está ahí, aún caliente. Es el cadáver de una mujer joven asesinada por su matón con quien hasta 1991 compartió domicilio soviético. El forense llega a la escena del crimen con el objetivo profesional de certificar “técnicamente” las causas y circunstancias del crimen, a efecto de su esclarecimiento judicial. Y lo hace entre indignados y emocionados gritos del público: “¡Pero, ¿es que no ha visto quién le ha disparado?!” Intentar aclarar la situación entre llamadas al linchamiento lleva consigo acusaciones de complicidad. “Intentar comprender y explicar, ya es justificar”, dijo Manuel Valls cuando los atentados yihadistas estremecían a Francia. Una invitación a superar los valores de la Ilustración. Pero la responsabilidad del forense está por encima de todo eso, por encima del horror, de la emoción y del redoblar de tambores. De lo contrario el derecho y la razón no existirían.

La agresión militar rusa contra Ucrania no debe ponerse enfrente, sino en línea con las otras agresiones imperiales violadoras del derecho internacional registradas en lo que llevamos de siglo. En la época de los imperios combatientes, su horrible balance de muertes directas e indirectas no se contrapone, sino que se suma a los costes de la guerra. Aunque apenas divulgados, los números son conocidos y están ahí: 38 millones de desplazados y 900.000 muertos en el arco que va de Afganistán a Irak, pasando por Siria, Pakistán y Yemen, sin que Libia entre en la cuenta. Si se incluyen las muertes indirectas ocasionadas por la destrucción de la sanidad e infraestructuras, la estimación del programa de la Universidad Brown de Estados Unidos, sitúa la cifra en 3,1 millones de muertos, siempre excluyendo las decenas de miles de muertos y heridos causados en Libia, Somalia y Filipinas.

En los últimos años, según los datos ofrecidos por The Hill, sociedades enteras han sido destruidas con decenas de millones de heridos y traumatizados. El 42% de los afganos presentaban síntomas de trastornos de estrés postraumático en 2002, un año después de la invasión, según el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos. Un 70 % presentaba señales de depresión grave. Un estudio reciente sobre Irak mostró que uno de cada cinco habitantes padece enfermedad mental y que un 56 % de los jóvenes presentan síntomas del mencionado trastorno de estrés postraumático. Los ucranianos se suman ahora a eso a manos de otro agresor.

El balance de la actual catástrofe como consecuencia de la invasión militar rusa de Ucrania deja, a día de hoy, más de dos millones de desplazados y varios miles de muertos. Esas cifras aumentarán conforme continue la guerra, y deben sumarse a los 14.000 muertos y alrededor de millón y medio de desplazados registrados a lo largo de ocho años desde el arranque de la “operación antiterrorista” iniciada en Ucrania oriental en 2014 por el gobierno ucraniano y la resistencia rusófila que le hizo frente. Todo esto no relativiza los crímenes de Rusia, sino que los sitúan en su contexto real sin el cual no se entiende nada.

La agresión rusa es resultado de un largo proceso imperial ruso con vectores internos y externos que hemos explicado con detalle. Estados Unidos sabía que Rusia preparaba esta invasión. En diciembre, los americanos comunicaron a los chinos su convicción al respecto (los chinos les dijeron a los rusos que “los americanos quieren sembrar cizaña entre nosotros”). Washington puso incluso fechas —fechas que nosotros no creímos— a la invasión rusa de Ucrania. Accediendo al más que razonable catálogo presentado por Moscú a Estados Unidos y la OTAN el 17 de diciembre, la guerra podía haberse evitado. Rusia se habría contentado con concesiones de lo que era un catálogo de máximos en algunos puntos, como la retirada de infraestructuras militares de sus fronteras y la neutralidad de Ucrania. A pesar de ello se optó por no negociar nada esencial. Esa decisión revela algo bastante claro: que si el plan A de Washington para Ucrania era convertirla en un ariete contra Rusia, el plan B era que Rusia se metiera por sí sola en una especie de Afganistán eslavo, es decir provocar la criminal acción de Moscú contra Ucrania con el resultado de un catastrófico desgaste del adversario. Para esa prioridad, el plan B puede ser visto incluso como “mejor” que el plan A. En cualquier caso, eso coloca a Ucrania en el papel de víctima propiciatoria e instrumento de un pulso imperial superior.

La legítima resistencia armada de los ucranianos, que sin duda es un momento fundacional para una nueva fase de la soberanía y la independencia de la nación, forma parte de ese mismo trágico proceso. Para Estados Unidos la sangría de Ucrania parece un precio perfectamente asumible si con ello se logra “desestabilizar y estresar a Rusia”, algo de consecuencias incalculables. La mentalidad es la misma que Zbigniew Brzezinsky expresó en 1998 en su famosa entrevista con Le Nouvel Observateur: “Logré que los rusos se metieran en la trampa afgana ¿y pretende que me arrepienta? ¿Qué era más importante para la historia mundial, los talibán o el colapso del imperio soviético? ¿Algunos musulmanes excitados o la liberación de Europa central y el fin de la Guerra Fría?”.

Ahora se trata de sacrificar a un peón a cambio de hacerse con la reina, siendo la reina una posición definitivamente solidificada en Europa y una quiebra rusa como perspectiva que debilite indirectamente a China. Ante la pregunta de ¿cómo ayudar a los ucranianos?, que la gente común se plantea indignada al presenciar una acción tan canallesca y una respuesta tan digna de David contra Goliat, no se puede perder de vista esta situación.

Los gobiernos occidentales y sus militares tenían el año pasado más confianza en la capacidad del régimen afgano de resistir a los talibán de la que tienen ahora en la capacidad militar de los ucranianos frente a los rusos: repiten una y otra vez que los ucranianos no pueden vencer esta guerra. Si ese es el consenso, ¿cuál es el sentido de proporcionar miles de millones en armas a Ucrania? ¿Contribuirá eso a aminorar la sangría o a incrementar la presión militar rusa que hasta ahora ha sido discreta y puede ser mucho peor, según estiman los observadores militares? ¿Mejorarán las condiciones para una negociación con el mayor nivel de destrucción del país que será su consecuencia? Todo esto es por lo menos incierto.

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenski, pide a la OTAN que intervenga. “La gente está muriendo aquí también por su culpa, por su debilidad y su desunión”, reprocha. ¿Se trata entonces de bendecir una intervención de la OTAN en el conflicto que ella misma ha propiciado y asumir el riesgo de una guerra nuclear? ¿No sería más razonable ir inmediatamente a un alto el fuego y a una negociación sobre las reclamaciones rusas? “La prioridad es apoyar la resistencia de los ucranianos, no quiero darle a Putin una salida”, ha dicho el filósofo Étienne Balibar. ¿Han perdido el norte? ¿Fomentar el Plan B?

La solidaridad con Ucrania no consiste en echar más leña en el altar del doble sacrificio imperial de Ucrania, sino en sacar a ese país y a su población del papel de víctima propiciatoria e instrumento en el pulso entre dos imperios. Para eso se necesita una actitud hipocrática, no dañar aún más con nuestras acciones a las víctimas, ni crear las condiciones para un conflicto aún mayor. Es decir: extrema prudencia y negociación. En tiempos de guerra y extrema propaganda, ¿pretenden que hasta el forense marque el paso?


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¿Se equivoca la Unión Europea al enviar armas a Ucrania?

Niamh Ni Bhriain


Cuatro días después de que Rusia invadiera ilegalmente Ucrania, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunció que “por primera vez en la historia” la UE “financiaría la compra y entrega de armas… a un país que está bajo ataque”. Unos días antes, había declarado que la UE era “una unión, una alianza” con la OTAN.

A diferencia de la OTAN, la UE no es una alianza militar. Sin embargo, desde el comienzo de esta guerra, se ha preocupado más por los asuntos militares que por la diplomacia. Este giro no fue inesperado.

El Tratado de Lisboa proporcionó la base legal para que la UE desarrollará una política común de seguridad y defensa. Entre 2014 y 2020, unos 25.600 millones de euros[*] del dinero público de la UE se gastaron en reforzar su capacidad militar. El presupuesto 2021-27 estableció un Fondo Europeo de Defensa (FED) de casi 8.000 millones de euros, siguiendo el modelo de dos programas precursores, que por primera vez asignaron fondos de la UE a la investigación y el desarrollo de tecnologías militares innovadoras, incluidas armas altamente controvertidas que dependen de inteligencia artificial o sistemas automatizados. El FED no es más que un componente de un presupuesto de defensa europea mucho más amplio.

El gasto de la UE es indicativo de cómo este bloque se consolida como un proyecto político y de sus prioridades reales. Desde la década anterior, los problemas políticos y sociales tienden a ser abordados cada vez más desde una perspectiva militar. La retirada de las misiones humanitarias en el Mar Mediterráneo, reemplazada por drones de vigilancia de alta tecnología resultando en alrededor de 20.000 muertes por ahogamiento desde 2013, es solo un ejemplo. Al optar por financiar el militarismo, Europa ha impulsado una carrera armamentista y ha sentado las bases para la guerra.

El Vicepresidente de la Comisión Europea y Alto Representante de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, dijo después de la invasión rusa: “Ha caído otro tabú… que la Unión Europea no estaba proporcionando armas en una guerra”. Borrell confirmó que se enviarán armas letales a las zonas de acciones bélicas, financiadas por el Fondo para la Paz de la UE. La guerra, al parecer, es de hecho paz, como proclamó George Orwell en su novela 1984.

Las acciones de la UE no sólo son enormemente irresponsables, sino que también evidencian la ausencia de pensamiento creativo. ¿Es esto honestamente lo mejor que la UE puede hacer en un momento de crisis? ¿Cuál es el sentido de canalizar 500 millones de euros en armamento letal a un país con 15 reactores nucleares, donde los ciudadanos reclutados deben luchar con los escasos medios disponibles, donde los niños están preparando cócteles molotov y donde el país enemigo ha puesto sus fuerzas de disuasión nuclear en alerta máxima? Invitar a los militares de Ucrania a presentar una “lista de supermercado” para adquirir armas sólo avivará las llamas de la guerra.

Resistencia no violenta

Los llamamientos del gobierno y del pueblo de Ucrania en procura de armas son comprensibles y difíciles de ignorar. Pero, en última instancia, las armas sólo prolongan y agravan el conflicto. Ucrania tiene fuertes precedentes de resistencia no violenta, incluida la Revolución Naranja de 2004 y la Revolución del Maidan de 2013-14, y ya han surgido acciones de resistencia civil no violenta en todo el país en respuesta a la invasión. Estos actos deben ser reconocidos y apoyados por la UE, que hasta ahora ha centrado su atención principalmente en la defensa militarizada.

La historia ha demostrado una y otra vez que distribuir armas en situaciones de conflicto no produce estabilidad y no contribuye necesariamente a una resistencia más efectiva. En 2017, Estados Unidos envió armas de fabricación europea a Irak para luchar contra el ISIS, sólo para que esas mismas armas terminaran en manos de los combatientes del Estado Islámico en la batalla de Mosul. Las armas suministradas por una empresa alemana a la policía federal mexicana en el estado de Guerrero cayeron en manos de la policía municipal coaligada con una banda criminal y se utilizaron en la masacre de seis personas y la desaparición forzada de 43 estudiantes en el caso conocido como la masacre de Ayotzinapa. Tras la desastrosa retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán en agosto de 2021, los talibanes incautaron cantidades significativas de artículos militares estadounidenses de alta tecnología, incluidos helicópteros militares, aviones y otros equipos del cofre de guerra de los Estados Unidos.

Podríamos mencionar muchos otros ejemplos que demuestran como las armas destinadas a un propósito terminan con demasiada frecuencia sirviendo para otro. Es probable que Ucrania, bajo la vigilancia de Europa, se convierta en el siguiente ejemplo. Las armas tienen una larga vida útil. Es probable que las armas de origen europea cambien de manos numerosas veces en los próximos años, alimentando nuevos conflictos.

Esta política se torna aún más imprudente si se tiene en cuenta la coyuntura actual: mientras los representantes de la UE se reunían en Bruselas, representantes de los gobiernos de Rusia y Ucrania se reunían para iniciar conversaciones de paz en Bielorrusia. Posteriormente, la UE anunció que aceleraría la solicitud de Ucrania de adhesión a la UE, un movimiento que no sólo es provocador para Rusia, sino también para varios estados balcánicos que han estado cumpliendo diligentemente los requisitos de adhesión durante años.

Si existía una esperanza tácita de paz, ¿por qué la UE no reclamó un alto el fuego inmediato e instó a la OTAN a reducir su presencia alrededor de Ucrania? ¿Por qué socavó las conversaciones de paz flexionando su músculo militar?

Este “momento decisivo” es la culminación de años de cabildeo corporativo por parte de la industria armamentística, que de forma estratégica se posicionó como (supuesto) experto independiente para informar la toma de decisiones de la UE y posteriormente como beneficiario una vez que el grifo de dinero comenzó a fluir. Esta no es una situación impredecible, es exactamente lo que se suponía que iba a suceder.

La retórica de los funcionarios de la UE indicaría que están cautivados por el frenesí de la guerra. Han disociado completamente el despliegue de armas letales de la muerte y la destrucción resultantes de sus acciones.

La UE debe cambiar de rumbo inmediatamente. Debe abandonar el paradigma que nos ha conducido hasta aquí y promover la paz. Hay mucho en juego para hacer lo contrario.

[*] Esta cifra deriva de la suma de los presupuestos del Fondo de Seguridad Interior —Policía; el Fondo de Seguridad Interior— Fronteras y Visados; el Fondo de Asilo, Migración e Integración; la financiación de las agencias de Justicia y Asuntos Internos de la UE; los programas Derechos, Igualdad y Ciudadanía y Europa con los Ciudadanos; el programa de investigación Sociedades Seguras; los programas Acción Preparatoria sobre Investigación en Defensa y Desarrollo Industrial de la Defensa Europea (2018-20); el mecanismo Athena; y el Fondo de Paz para África.

[Rafael Poch-de-Feliu fue corresponsal en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.]
[Niamh Ni Bhriain coordina el programa Guerra y Pacificación en el Transnational Institute (TNI).]
El artículo de Niamh Ni Bhriain, “¿Se equivoca la Unión Europea al enviar armas a Ucrania?”, apareció originalmente openDemocracy; el artículo de Rafael Poch, “El forense y la víctima”, apareció en CTXT / Revista Contexto; ambos textos son reproducidos aquí bajo la licencia Creative Commons. El blog semanal de Rafael Poch puede consultarlo en el siguiente enlace: rafaelpoch.com.

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