Irrupciones en el sueño conservador
Enero, 2022
Constanza Ordaz continúa su exploración de los sonidos africanos: la presencia de militares europeos marcó también la música africana, escribe aquí. Desde hace cinco siglos, los soldados supieron utilizar el talento local para crear charangas que interpretaban música marcial, algo que continuó hasta la Segunda Guerra Mundial.
Nuevos mestizajes
Consignada está ya la referencia de la naturalidad con que las fusiones musicales se entronizaron en los procesos sociales a partir del siglo XV. Tocar la puerta, bondadosamente o a punta de cañón, traía consigo una albricia musical, cuya interpretación con instrumentos ajenos era, ya en sí, despertar, o trastocar, las escalas aparentemente inalcanzables, además de contener obvios y evidentes nuevos mestizajes.
Del Cabo de Nueva Esperanza al Darién, las flautas, el acordeón, los tambores y las chirimías irrumpieron en el profundo sueño conservador; el hombre constató con felicidad su estancia en un mundo que era, finalmente, una cajita musical, según nos relata Frank Tenaille en su libro La música es el arma del futuro (Fifty years of African Popular Music, de la Editorial Lawrence Hill Books, Chicago, editado en 2002.
Los padres franciscanos
Los primeros europeos que pisaron la costa africana en el siglo XV encontraron una hospitalidad acompañada, inevitablemente, de música. Al portugués Vasco de Gama le dio la bienvenida un conjunto de cinco flautistas cuando arribó al Cabo de Buena Esperanza, en 1497. Los portugueses no tardaron en introducir su propia música, como símbolo de las futuras relaciones entre los dos continentes.
En 1505 la flotilla del almirante D’Almeida entró en el pueblo swahili de Kilwa, en la costa oriental, desembarcando padres franciscanos, llevando dos cruces en procesión y cantando el Te Deum. Fueron al palacio para colocar las cruces y el almirante rezó. Luego, todo el mundo empezó a saquear la ciudad de todas sus mercancías y bienes.
El tiempo industrial
Hasta el siglo XIX tales atrocidades quedaron limitadas a las zonas costeras. Hasta entonces, el interior había tenido poco trato directo con los europeos, pero no pudo escapar de su influencia cuando el Tratado de Berlín estableció la división de África por las potencias coloniales, en 1885. Llegó una enorme oleada de misiones y apologistas del nuevo orden, a todas luces incompatibles con la monotonía inexplicable y ocasionalmente pasional de la música tradicional que, en algunos casos, llegó a prohibirse.
Los misioneros formaron coros y bandas como “excelente manera de introducir en los niños el concepto del tiempo industrial”, pero sus innovaciones llegarían a incorporarse de manera secular.
Los misioneros sustituyeron el órgano por el más portátil acordeón que, más tarde, en los años veinte, acompañaría al highlife de Sam (Kwame Asare, mejor conocido como Jacobo Sam, en referencia al primer músico en grabar música highlife del país africano de Ghana y quien fuera el primer guitarrista highlife) y la rumba congoleña de Antoine Wendo, 30 años después. El rebaño africano aprendió también los himnos cristianos, a veces con los textos traducidos a sus propias lenguas aunque, dado que muchos idiomas africanos son tonales (la entonación de la sílaba determina su sentido; así, la música de una canción tiene que seguir y no al revés), los resultados solían ser incomprensibles. De todas formas, la influencia de las melodías y progresiones armónicas acabó siendo difundida por toda la música popular: en Suráfrica, particularmente, el encuentro del himno cristiano con una sólida tradición coral contribuyó al desarrollo del mbube, un estilo vocal popularizado por Ladysmith Black Mambazo.
La presencia de militares europeos marcó también la música africana. En el siglo XVIII los británicos y los holandeses construyeron más de 200 fortalezas en la costa occidental para alojar a los esclavos antes de iniciar su viaje a América. Los soldados supieron utilizar el talento local para crear charangas que interpretaban música marcial y, en Ghana, este tipo de instrucción musical continuó hasta la Segunda Guerra Mundial.
Como si fueran calabazas…
Hoy ya es tarde para reclamar el carácter puro y genuino de los instrumentos que dan vida a la música africana. Los sincretismos desafían a las mentalidades estáticas y sectarias; simplemente, la apropiación emprendida hace más de cinco siglos mezcló la voz, instrumentos e imaginería de los naturales con los propios de los invasores en un saco de gran tamaño para acomodarse en el camino, como si fueran calabazas.