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En México siempre son buenos tiempos para la caricatura política

Sí, sólo Naranjo. Una firma que por más de cinco décadas significó delicia y regocijo para sus lectores, pero también desdicha, furia y enojo para muchos gobernantes y políticos que fueron evidenciados con sus trazos. Caricaturista desde los años setenta del diario El Universal y de la revista Proceso, Rogelio Naranjo Ureño (o, mejor, simplemente Naranjo) nació en Morelia, Michoacán, en 1937, y falleció en la Ciudad de México el 11 de noviembre de 2016. Para conmemorar a quien es —a pesar de su partida, hace un lustro— uno de los mejores cartonistas políticos de nuestro país, Salida de Emergencia recupera las siguientes pinceladas, en primera persona, a partir de algunas charlas que los autores del texto sostuvieron con este artista de la tinta y el papel.


José David Cano y Juan José Flores Nava


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Yo empecé a ganarme la vida dibujando en Morelia. Para sacar unos centavitos hacía retratos a varios de los parroquianos que asistían a billares y otros centros recreativos por el estilo. No eran buenos dibujos, pues la verdad yo no tenía entonces mucha experiencia. Llegaba a alguno de estos lugares con mi mesita, mis lápices y mis cartulinas, me prestaban una silla y empezaba a dibujar a quien aceptara. Pero me costaba mucho trabajo lograr el parecido. Algunas veces me pasó que hasta se enojaban con el resultado y me insultaban o no me pagaban o, si bien me iba, me aventaban el peso al suelo para que me agachara a recogerlo. Porque era a peso el retrato.

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Desde que estudiaba pintura en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, tenía claro que lo mío era la caricatura. Así que luego de dejar la universidad, en Morelia, viajé a la capital del país a probar suerte. Fue sólo cosa de tiempo para que empezara a publicar en algunos diarios y revistas del (entonces) Distrito Federal. Eran los años sesenta del siglo pasado. Algunas de mis primeras caricaturas aparecieron en “El Gallo Ilustrado”, del periódico El Día, y en El Mitote Ilustrado, que dirigía Rius. Pero también publiqué en la revista Siempre!, de Excélsior, y en La Garrapata, hasta que mis cartones llegaron, para no salir de ahí, a Proceso y a El Universal.

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Aprendí a ser disidente desde que estudiaba en la Nicolaíta, pero el movimiento de 1968, al que me sumé apoyando con mi trabajo las manifestaciones tanto de estudiantes del IPN como de la UNAM, reafirmó mis convicciones: estaría del lado del pueblo, no del poder. Ahí aprendí a burlar la feroz censura que imperaba durante y después del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Los periódicos no querían publicar mis dibujos, así que empecé a enmarcarlos y llevarlos a las galerías. Eran trabajos muy duros, muy bravos, que me llevaba semanas hacerlos, y a los periódicos les quemaban las manos. Pero luego de que se exponían en las galerías, los periódicos comenzaron a dar cuenta de ellos, sobre todo en sus páginas culturales, y así se les quitó el miedo por publicarlos. De tal modo que, para mí, prácticamente no había censura. Muchos compañeros me preguntaban cómo había logrado meter tal o cual caricatura en alguna publicación, pues las veían muy fuertes. “Te van a poner una madriza”, me decían. Pero afortunadamente nunca pasó nada

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Hubo épocas en las que debido a que se pagaba muy poco por una caricatura, tenía que hacer hasta 15 a la semana y llevarlas personalmente hasta las publicaciones. Muchos dibujos originales se perdieron o me los entregaron hechos un desastre, llenos de aceite o de tinta. Pero no es ésta la única forma en que fui perdiendo varios de mis dibujos. Durante algún tiempo, por ejemplo, en la revista Proceso, fue Carlos Marín quien se encargó de resguardar los materiales que yo publicaba semana a semana. Y lo hizo tan bien que cuando a Marín lo echaron de Proceso se los llevó con él. Un día se los pedí y me dijo: “No sabes cómo me siento por la manera en que me corrieron. Déjame tomarme unas vacaciones y cuando esté de vuelta te los regreso”. Pero ni madres. Nunca me los devolvió. Alguien me dijo una vez que vio varios de mis cartones originales en un tianguis de La Alameda. ¡Los estaban vendiendo y yo ni enterado!

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Aunque algunas personas me han dicho que soy el más grande caricaturista de México, la verdad no creo que sea así. Y menos históricamente, pues en México han existido muchos y muy buenos caricaturistas. Claro, agradezco el cumplido, pero la caricatura política en México siempre ha tenido un gran nivel, casi de nivel mundial. Lo que sucede es que aquí no nos ponemos a ver los problemas que están sufriendo en Japón, o la  India o Dinamarca… Es decir, tenemos tantos temas aquí en México que nos concretamos a ilustrar solamente esto… Por eso la caricatura de nuestro país no ha trascendido fuera de México. Sin embargo, es muy respetada en el mundo, ya que, además, tiene un carácter muy especial: no se parece a la de otros lugares. Lo que pasa es que en México tiene más fuerza la caricatura que se compromete y que es crítica en asuntos políticos o sociales. Esto no quiere decir que no nos haga falta el otro tipo de caricaturista, el que hace solamente chistes o monitos; como decía Mao: que crezcan todas las flores.

Por otro lado, creo que al caricaturista político también se le puede considerar como un periodista de opinión. Porque al final de cuentas también damos una opinión, aunque de diferente forma. Es más: a varios de nosotros, en algún momento dado de nuestras carreras, nos han dicho que somos politólogos. Desde luego no lo somos, pero sí vamos aguzando un cierto olfato, o un cierto sentido, para ver dónde están los problemas y señalarlos. A veces hasta podemos predecir qué es lo que va a ocurrir en algunos temas.

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Quizá lo que caracterizó mi caricatura desde el principio fue que intenté presentar una propuesta distinta a lo que entonces se hacía. Fue una propuesta diferente en el dibujo y en el tratamiento de las noticias lo que me hizo empezar a ganar adeptos. Luego vino el consentimiento y el apoyo a mi trabajo por parte de varios intelectuales, quizás el que más fue Carlos Monsiváis. Todo ese fenómeno, más el refinamiento que fui logrando en mis dibujos hicieron que forjara un estilo de hacer caricatura. Estilo que, por cierto, no era bien visto por una parte del gremio de caricaturistas, más habituado a hacer monitos y monotes, y no trazos precisos, meditados, lentos, refinados. Empecé entonces a comprar y leer muchos libros de arte y de caricatura de todo el mundo, no para copiar sino para seguir aprendiendo. Me di cuenta ahí de que mi trabajo valía y que no debía prestar mucha atención a la gente que me criticaba, que me decía incluso que no tenía humor. “Tu dibujo es para artistas, no para el pueblo”, solía escuchar, “al pueblo hay que darle cosas muy sencillas, monitos, textos fáciles”. Y eso, sinceramente, no me interesaba ni se me daba. Además, de pronto mis caricaturas empezaron a circular y la gente empezó a apropiarse de ellas, así que todos los que me criticaban cambiaron. Se dieron cuenta de que lo que proponía era una manera distinta de ver la caricatura. Y me felicitaron.

Puedo decir que en mi vida profesional he sido un suertudo, las cosas se fueron dando y dando y se fue consolidando mi estilo y se fue volviendo popular y empezó a gustarle a todo el mundo. En serio: yo no sabía hacer monitos simpáticos; no sabía seguir el ritmo de la historieta. Y por más que me decían que siguiera el camino de Rius o de Quezada, para mí resultaba imposible. Según algunos caricaturistas importantes de la época, mi defecto era ser muy buen dibujante, pues para ellos el buen dibujo en la caricatura no funcionaba.

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Caricaturicé a todos los presidentes desde Gustavo Díaz Ordaz hasta Enrique Peña Nieto. Uno de los que más trabajo me costó fue Felipe Calderón. Darle al clavo fue muy difícil porque es algo deforme, muy insípido y desagradable. Pero, bueno, en realidad cada que hay cambio de presidente me ha costado mucho caricaturizar al recién llegado. Sin embargo nunca me angustié: sé que con el tiempo el dibujo iba refinándose, tanto en el parecido como en el humor. Aunque me deleité caricaturizando a Carlos Salinas de Gortari, nunca imaginé que llegaría a la presidencia alguien como Vicente Fox. Pero desde que lo vi haciendo su campaña lo critiqué, como era natural, por lo lenguaraz que es. Pero igual pasó con otros. Con López Portillo hasta se dio una especie de pleito personal. Me dediqué casi todo el sexenio a tener un diálogo con él. Él en sus discursos, yo en mis dibujos. Junto con Heberto Castillo, desde Proceso lo criticamos mucho. Fue la época en que empezó a llamar a sus críticos “enanos de tapanco”.

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Los últimos años de mi vida los he tenido que pasar atado a un tratamiento para mis ojos, el cual me ayuda por momentos a mejorar la vista y me permite nuevamente dibujar; pero, luego de un tiempo el problema regresa otra vez. También lucho contra la artritis. Yo quisiera siempre seguir dibujando; y además se necesita, por todo lo que está sucediendo en el país… Me siento muy frustrado todos los días. Y siempre con la esperanza de percibir una mejoría en mi salud, y entonces ponerme a dibujar. Por ejemplo, hay días en los que me acerco al restirador para ver si puedo dibujar algo, y no puedo; o si quiero leer, no puedo. Yo no puedo inventar las cosas de la nada. Así que vivo muy frustrado, pero con la esperanza de mejorar, porque sí me estoy atendiendo. Una frustración, por otra parte, que combato con una sola convicción: seguir en la trinchera del cartón político porque tengo mucho que decir todavía. Y mi manera de decirlo es dibujando. La cosa es que el padecimiento me vino donde más me duele: me tiene atado sin  poder hacer nada de lo que me gusta, que es dibujar y leer, tratando de documentarme de todo lo que está ocurriendo en México, que es además gravísimo. La gente está desesperada. Y no se ve todavía que haya una luz para salir del túnel. Y, para rematar, está esa cantidad de muertos y violencia, y ese discurso repetitivo y estúpido del gobierno en el que se insiste que se va saliendo adelante…

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Como caricaturista, siempre he tenido una sensación de derrota. El problema está en que todos ya nos acostumbramos a ese estado permanente tanto de depresión y derrota como de impotencia. Estoy seguro de que en un país tan grande como México hay gente capacitada para hacer que las cosas puedan salir adelante, que nos ayude por lo menos a aliviar un poco esta situación tirante y sangrante. Es increíble la cantidad de muertos que hay en el país, y no se hace nada en efectivo. Ahora, también es cierto que tenemos que superar (o, si tú quieres, sobreponernos) al ver cómo están las cosas en México, para hacer nuestro trabajo de crítica y de señalamiento. Y esto, por otro lado, no nos cuesta mucho trabajo: en México tenemos una tradición de caricaturistas que siempre ponen el dedo en la llaga.

Son buenos tiempos para la caricatura política. Me atrevería a decir, de hecho, que la caricatura política siempre tiene buenos tiempos, porque nosotros nos basamos en lo que está haciendo crisis, y siempre lo que está haciendo crisis en México es mucho… Así las cosas, hay un enorme material para crítica o señalar. En ese sentido sí me deprime el estado de las cosas; pero estamos ya acostumbrados a ver esta realidad…

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