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“El color en mi obra me lo ha dado el puerto de Veracruz”

Originario de la ciudad de Córdoba, Veracruz (donde nació en 1956), Néstor Andrade Merino falleció la tarde del pasado lunes 27 de julio a los 64 años de edad. Pintor, docente, tallerista y gestor cultural, Néstor era reconocido no sólo por su obra plástica llena de color, luz y seres imaginarios, también era conocido por ser impulsor y guía de varias generaciones de artistas veracruzanos y por ser uno de los pilares dentro de la comunidad cultural porteña. Su amor por la pintura y su pasión por la cultura siempre fueron evidentes: “Debemos buscar la forma de convencer a los niños y jóvenes de que jueguen con pinceles, no con armas”, dijo un día. Aquí lo recordamos…


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La noticia cayó de manera sorpresiva, también dolorosa: el pasado lunes 27 de julio, a la edad de 64 años, falleció el veracruzano Néstor Andrade: pintor inquieto, agitador cultural, docente, tallerista, guía de varias generaciones de artistas veracruzanos, pero sobre todo (y ante todo) hombre alegre y un gran ser humano. Generoso como pocos, sabía ganarse la amistad no sólo de la gente adulta, también de los niños, a quienes impulsaba en el arte y la cultura.

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En una breve semblanza publicada por el fallecimiento, el Instituto Veracruzano de la Cultura —lugar, por cierto, desde donde Néstor gestionó una enorme cantidad de actividades y apoyos— lo describe así: “Néstor Andrade Merino fue promotor infatigable de las artes plásticas en Veracruz. Su amor por el color, su imaginación sin límites y la exploración de diversas técnicas pictóricas, lo hicieron un maestro y formador de varias generaciones, de tal forma que no podríamos entender el panorama plástico del puerto de Veracruz sin nombrarlo. Su interés por la pintura lo llevó a desarrollar proyectos de gestión cultural que amalgamaron a los artistas de todas las disciplinas del puerto y definieron el surgimiento de los espacios y propuestas independientes en la ciudad”.

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Originario de la ciudad de Córdoba, donde nació en 1956, Néstor Andrade Merino inició sus estudios en dibujo, pintura y grabado en el Instituto Nacional de Bellas Artes de Veracruz; posteriormente ingresó a los Talleres Libres de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana para profundizar su conocimiento en estas áreas. En su trayectoria artística se cuentan alrededor de 70 exposiciones colectivas y 30 individuales en recintos de varias ciudades de México y el extranjero.

A la par de su labor artística, se involucró también —para fortuna del propio estado veracruzano— en la gestión cultural; desde esa faceta, se dedicó a organizar actividades y actos culturales que le dieron proyección al puerto de Veracruz. Por ejemplo, Néstor fue uno de los fundadores del (ya legendario) grupo Estenopo, con el cual organizó cinco ediciones del Encuentro Internacional de Cámara Estenopeica. Recientemente, fundó y encabezó junto con su esposa, la bailarina y creadora escénica Indira Domínguez Ramón, la Casa de las Artes Múcara, organizando talleres para niñas, niños, adolescentes y adultos, así como exposiciones de artistas plásticos porteños.

Justamente Indira, en su perfil de Facebook, ha escrito: “Has partido y nos dejas un gran vacío. Mi compañero de vida, de sueños, de algarabías, pero sé que siempre vivirás en los corazones de todas aquellas personas que tocaste porque supiste ser el mejor amigo… Tú vivirás a través de tu obra”.

Y, sí, es real: Néstor Andrade (el pintor del carnaval, del mar salitroso, de los mágicos peces, de la flora y la fauna casi inverosímiles, el eterno enamorado de la cultura popular, del color, de la algarabía de la gente, el coleccionista de mascaras) se ha ido, y, de paso, ha dejado un gran vacío en el puerto.

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Necesito plantearte una última pregunta y lo haré con cuidado, le dije, de pronto, a Néstor.

Por la expresión en su rostro, me dio la impresión que de inmediato supo hacia dónde me dirigía con esto. Desde luego, no era la suya una expresión de fastidio; no, al contrario: dejaba entrever amabilidad y consternación al mismo tiempo. (Ya saben: es ese gesto, con una media sonrisa y un arqueo de cejas, que uno suele expresar ante lo inevitable.)

Necesito plantearte esta pregunta, añadí, pues creo que es importante saber tu opinión por el contexto actual que priva en el país, y, claro, en particular en tu natal Veracruz. ¿Qué piensas, qué pasa por tu mente, al ver en lo que se está convirtiendo hoy el puerto? —le pregunté, directo, a Néstor—. Verás, por diversos motivos hace tiempo que no he ido para allá; sin embargo, ¿realmente está tan mal como parece, como lo pintan los medios periodísticos?

Néstor apretó ligeramente sus labios, arqueó sus cejas, y se quedó en silencio.

En lo que respecta al ámbito personal, me interesaba enormemente su opinión y su perspectiva porque compartíamos amigos en común. Y en lo periodístico, porque sabía que era un personaje reconocido en gran parte de la ciudad. Su nombre había estado ahí presente por lo menos en las últimas tres décadas como un influyente artista plástico, o como un muy querido docente impartiendo talleres de autoexpresión infantil, o como un ferviente promotor cultural.

Néstor suspiró:

—Realmente añoro el puerto que yo conocí, el puerto que yo viví de adolescente, y que era un lugar donde teníamos la libertad de salir a jugar en las calles, donde podías participar en los desfiles del carnaval sin ninguna violencia; el puerto que conocí en el que los vecinos se sentaban en sus mecedoras, afuera de las casas, y tenían sus puertas abiertas; el puerto con sus tranvías… Ése era el puerto que yo conocí… No quiero sonar como el viejo que se quedó con ideas pasadas de moda, pero me da tristeza en lo que se ha convertido Veracruz. Es lamentable…

Néstor se detuvo breves segundos, buscando las palabras adecuadas: estaba consciente (por el clima de violencia) del pesos de ellas, de las palabras…

—Mira, Veracruz se ha convertido en un temor constante —continuó—; lo veo con mi amigos, con los colegas, que tienen miedo incluso de hablar. Vivir en un lugar de inseguridad es muy lamentable… Para nosotros, los artistas, no pasa desapercibido todo esto, la situación que está atravesando el estado completo. Sí hay temor. Ya no podemos hablar abiertamente en los medios, o en el convivio diario con colegas. Es un poco complejo poder expresarnos… hay una limitación… no sé si quieren someter la voz de los creadores o qué… Es muy difícil saber bien a bien lo que está pasando, pero sí noto ese temor. Y me da mucha tristeza…

Néstor hizo, entonces, una pausa. Bebió un trago de su cerveza. Yo iba a comentar algo, pero me interrumpió:

—¿Sabes? hay una generación de jóvenes y niños que están recibiendo día a día esa información de violencia y desapariciones… En todos los sectores del estado, y en gente de todas las edades, cada día se extiende más la poca credibilidad que tienen hacia sus gobernantes. Esto es precisamente lo que me preocupa: que los niños vivan con este miedo. Yo creo que nosotros los creadores, la gente que nos dedicamos al arte en general, debemos buscar la forma en acercar y convencer a los niños de que jueguen con pinceles en lugar de armas, y con cosas que a ellos los retroalimenten culturalmente. ¡Ésas serían nuestras armas! Sensibilizar más que nada a estas nuevas generaciones, de niños y jóvenes, a través del arte.

Esto dijo Néstor, y se quedó en silencio. Ambos dimos un trago a nuestras respectivas cervezas, dando por cerrado el tema (al menos, para fines de lo que era la charla formal).

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Era una tarde de agosto de 2015 y el sol, afuera, caía pesado. Adentro, en el inmueble que alberga el Taller Panóptico de fotografía que regentan los amigos Arturo Talavera y Patricia Banda —los anfitriones—, el calor se mantenía a raya.

Néstor había llegado a la Ciudad de México por motivos más bien afortunados y gratos: asistir a la inauguración de su muestra El color de la alegría.

De hecho, la charla había comenzado por ahí. Le había dicho a Néstor que lo primero que me llamó la atención de su exposición era que reunía dos de las series con las que había estado trabajando en los recientes años: «Aguamar» y «Sincretismo carnestolendo». Él lo confirmó, y luego me explicó un poco de ambos trabajos:

Néstor Andrade. / Foto de Indira Domínguez.

—Por supuesto «Aguamar» tiene una relación con el propio puerto y su mar, con el salitre y todo alrededor —me dijo Néstor—. Juego y creo peces imaginarios, imposibles… Por otro lado, «Sincretismo» surge de la experiencia que tengo de varias de las danzas de los pueblos. Sobre todo en el caso de Coyolillo, una región afromestiza en donde hay una presencia de máscaras en su carnaval. Eso me motivó mucho para hacer esta serie… De ahí surge también lo que es para mí la expresión “El Color de la Alegría”, de lo que son los personajes imaginarios de un carnaval imaginario. Mi obra se relaciona mucho con la presencia de la máscara y con personajes imaginarios. Tiene una gran variedad de color y tiene una relación con el mar, con el trópico.

“De hecho, desde que comencé a pintar las dos series, hace ya varios años, provocaron una gran repercusión dentro y fuera de Veracruz. Es un tema inagotable… Por eso, sigo trabajando el tema de carnaval; me motiva mucho la presencia de las máscaras. En todos los carnavales de los pueblos del estado de Veracruz está su presencia; me gustan por su contenido histórico y por su contenido mágico y por su estética. Desde muy chavo, para mí fue muy emocionante visualmente el tema del carnaval… Me motivó para que hiciera una transfiguración plástica del tema”.

—En ese sentido, ¿cómo se ha dado entonces la evolución plástica, estética, de Néstor Andrade? Es decir, has pasado por lo abstracto, por lo figurativo, ahora mismo podríamos decir que estás dentro del expresionismo mágico —le dije—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Creo que las cosas se fueron dando de manera natural, al menos en mi caso. Es decir, en el aspecto de producción de obra, o de experimentación, la evolución se dio a partir de los talleres que cursé, y de los maestros que fueron representativos en mi vida… Por ejemplo, tuve la fortuna de contar con un maestro como Refugio Aréchiga, con quien experimenté la escultura. Luego experimenté el grabado con Federico Navarra, un maestro español excelente. Otro que me influyó mucho fue Raúl Guerrero: él me dio toda la libertad de poder expresar lo que quería… Así que todo fue un proceso.

—Supongo que fue muy importante esa libertad desde tus inicios…

—¡Por supuesto! Si tienes la libertad de crear, y lo digo en todos los sentidos que esto conlleva, ya tienes una gran ventaja. Por ejemplo, está el caso de mis series pasadas y los formatos que hice de arte abstracto, el experimentar con materiales como arena o palmas de coco… ¡Hice una gran cantidad de obra abstracta! Luego, mis necesidades expresivas me llevaron a lo figurativo y después a romper con él y caer al expresionismo mágico, buscando, digamos, esos personajes imaginarios de carnaval. Así que todo es como un proceso, una especie de camino, que me va llevando a una dirección incierta y fascinante. ¿A dónde? ¡No lo sé! Y todo esto es algo que también me ha dejado el impartir clases a los niños…

—¿A qué te refieres?

—Ellos, de alguna manera, disfrutan lo que es el proceso creativo sin importarles el resultado plástico. Eso es un gran ejemplo, y una gran lección. Mira, no tengo ningún inconveniente con el compromiso social, o con el compromiso económico de la venta de mi obra, no estoy peleado con eso; sin embargo, el hecho de pintar libremente, el hecho de poder experimentar abiertamente, ¡y la manera en la que disfrutas el proceso de elaboración de una obra!, yo creo que eso es gratificante… Entonces, eso te va llevando a caminos diferentes…

—Sí, pero estarás de acuerdo que es inherente en el ser humano tratar de entender el significado de un cuadro… Por ejemplo, a mí me intriga saber de dónde abrevas ahora para pintar, qué ha pasado por tu vida, qué te ha influido para llegar a esta forma de expresión, a este estilo; sobre todo tomando en cuenta el significado de la máscara, la cual, por un lado, puede remitir a la alegría, a lo carnavalesco, pero, por otro, también a la oscuridad, al misterio, a la tenebrosidad. Es más: el que tu paleta de colores primordial sea luminosa, no deja de imprimirle cierto enigma a sus cuadros…

—¡Gracias! En lo personal, el de la máscara es un tema que da para mucho. Y más en un lugar como Veracruz. Porque Veracruz te da mucho, en cuanto a una riqueza popular. Mira, yo le tengo mucho respeto al tema de la máscara, ¿por qué? Por su contenido, para empezar. Su contenido es fuerte, la presencia de una máscara, el portador de una máscara, se convierte en otro. Decía Octavio Paz que es la mirada que mira y no mira. Es enigmática. Es mágica. También, temerosa. E insisto: el portador se convierte en un demonio, se puede convertir en un animal, se puede convertir en un moro, en un payaso, en un zorro…

—Es cierto: transmite mucho simbolismo, es enigmática…

—Sí. Fíjate, a mí me han preguntado muchas veces cuál es mi obra favorita y, la verdad, me he enfrentado cara a cara con este sentir de la máscara… ¿Qué quiero decir? Que en el momento en que un trabajo ve la luz, a veces siento que no estoy haciendo lo correcto. No sé si me explico. Cuando veo el resultado de un trabajo, muchas veces dudo si realmente está bien o está mal; sobre todo por la presencia de la máscara… Pero si me provoca una sensación o una emoción, eso me da una pauta para continuar. He creado una serie de personajes imaginarios, fantásticos, que muchas veces no sé de dónde vienen, o vienen a través de una mancha, a través de un accidente, de un error. De ahí vienen y surgen. Entonces, es un poco complicado de explicar y describirlo.

—Arturo Rivera me decía hace poco que, al menos para él, lo que no conmueve es simplemente decoración. ¿Será cierto?

—¡Por supuesto! En mi caso es lo mismo. Mi obra no es para decorar, realmente. Hay personas que me lo han dicho: “Es que tu obra no tiene cabida para decorar” o “Me daría cosa colgar una de tus obras en mis paredes”.

—¿En serio?

—De verdad. Claro, es el sentir de cada espectador. Ahora, por otra parte, pienso que esto tiene que ver con la función de la obra: el hecho de que esté provocando una sensación de gusto o una sensación de rechazo visual. Con eso, yo creo que la obra ya está cumpliendo con ese lenguaje plástico, que es lo que de alguna forma los creadores buscamos: el transmitir. Principalmente es eso: transmitir y poder provocar un sentir, proyectar algo. Muchas veces, y no sé si para mala fortuna, esto consiste en proyectar algo decorativo, algo bonito. Pero, ¡el arte no es bonito en su totalidad! ¡El arte es el provocar una emoción!

—Pero, entonces ¿se debe buscar un significado a tu obra, o sólo dejarse llevar por el trazo?

—Lo que te puedo decir es que mi obra no es compleja. Mi obra, de alguna forma, tiene mucho que ver con lo inocente, ser ingenuo. Mi obra está basada a partir de mancha y línea, es muy gráfica, no hay que rebuscarle mucho. Tiene un lenguaje sencillo.

—¿Y los colores? ¿No hay una declaración con éstos? Muchos de tus cuadros tienen colores vivos, luminosos: hay verdes, azules…

—El color te lo da el puerto. En lo personal, sólo te digo mi experiencia, te lo da el puerto de Veracruz. Independientemente de la luz, que es una luz increíble, tiene una riqueza popular tremenda el puerto, tiene una carga tremenda de imágenes. Pero además, el hecho de trabajar por muchos años con niños, me ha dado esto: tener la libertad de jugar con los colores, que es lo que hacen los niños. Con ellos, desaprendo lo aprendido para seguir experimentando. Así de simple.

Nota bene: parte de esta entrevista fue publicada originalmente en la revista Forbes México.

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