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El arqueólogo de la música popular

La vida de Óscar Chávez se apagó, a los 85 años de edad, la tarde del 30 de abril de 2020. Cantante, compositor, investigador de música, actor, director de teatro y poeta, Óscar Chávez había nacido el 20 de marzo de 1935 en la Ciudad de México. Estudió teatro y trabajó en Radio Universidad, participando en más de un centenar de obras (lo hizo como actor, cantante o director). También incursionó en el cine; de hecho, era conocido como El Caifán Mayor, por su participación en la película Los caifanes (1967), de Juan Ibáñez. A principios de los sesenta comenzó una carrera musical que le depararía fama internacional gracias a su asociación con el movimiento de la nueva canción latinoamericana. Notable intérprete y arreglador, Chávez se distinguió por abordar el folclore desde una perspectiva política. Su repertorio, plasmado en una vasta y admirada discografía, abarcaba tanto las canciones típicas como las de protesta. Ahora que se cumple un año de su partida, su amigo Víctor Roura lo evoca en estas líneas…


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El cantor Óscar Chávez, merecido Premio Nacional de Artes, acababa de cumplir 85 años de edad el 20 de marzo de 2020, mas repentinamente 41 días después —el 30 de abril—, en plena emboscada epidémica a la que seguramente le hubiera dedicado un álbum discográfico —cronista como era de la vida cotidiana, ejemplar juglar contemporáneo—, se va de este mundo al día siguiente de ser hospitalizado.

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Era, el cantautor, el músico con más grabaciones personales realizadas por artista alguno en México. Si digo un centenar lo más probable es que me esté quedando corto.

—Ciento cuarenta, aproximadamente —me dice Modesto López, quien de estas cosas es experto, pero me aclara que en su discográfica, Pentagrama, sólo concretaron 40, los 100 restantes pertenecen a otras compañías.

¡Ciento cuarenta!

Sólo los grandes compositores de la música clásica pueden contar con esos números… sin que ellos lo supieran, porque en su tiempo no existía la posibilidad de reproducir sus creaciones en material audible.

Y Óscar Chávez, además, reunía cualidades que hoy en día son prescindibles en el ámbito artístico: congruencia y honestidad, dos principios irrelevantes —y más aún, paradójicamente, con la saturación de las redes sociales— en las atmósferas musicales.

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Óscar Chávez era, definitivamente, infatigable. Dos décadas atrás, salía al mercado su disco España 1936-1939-1975 / Canciones de la guerra civil y resistencia españolas (Instituto de Cultura de la Ciudad de México / Centro Republicano Español de México / Ediciones Pentagrama), que contiene 22 piezas anónimas, en un sentido homenaje a los expulsados por Franco durante la derrota de la Segunda República.

—No es necesario saber cuántos fueron los muertos —dice Modesto López, el productor de esta joya discográfica—, pues uno solo de ellos caído injustamente allí o en cualquier otra parte del mundo tendría que hacernos tomar conciencia y movilizarnos para impedir que sigan existiendo estos crímenes, y aunque se dice que la historia la escriben los vencedores, también es cierto que la mayoría de las veces la verdad y la justicia no están del lado de los vencedores.

A su vez Óscar Chávez, insigne excavador de la música popular, en ese su parco pero contundente lenguaje, simplemente apuntaba en el disco, después de corear vivas a la República, que durante la contienda civil “hubo también hartas canciones”, que son las que incluyó en este disco: “Con ellas queremos nada más demostrar nuestro cariño, y una y otra vez nuestra solidaridad inmortal, y por consecuencia eterna, a todos aquellos seres que se partieron la madre (como decimos por acá) por defender ideales bellos y generosos. Van como van estas canciones, las cantamos desde siempre y aún. Son canciones de ustedes con aromas nuestros, así nos latió, así se nos dio la regalada gana cantarlas a nuestro aire latinoamericano. Ustedes nos legaron casi toda la música, casi todo el idioma. Es imposible olvidar lo inolvidable. Que quede la canción por sus méritos propios y vayan a la mierda (como dicen ustedes) todos los ortodoxos”.

4

El disco, grabado en Yucatán y en la Ciudad de México, fue musicalizado en distintas sesiones tanto por Jorge Buenfil como por Carlos Porcel del Peralta y Los Morales. No se sabe qué número de disco es éste de la resistencia española en el catálogo de Óscar Chávez, ya que el cantor, en el año 2000, había rebasado la prodigiosa marca de las 100 grabaciones, todas ellas de una calidad elevada y prácticamente, las más, fuera del circuito comercial y radiofónico.

Óscar Chávez era un ejemplo sin par de la música autónoma, de esa que no depende de un público fanatizado para acometer su labor profesional, pues lo mismo se internaba en las irrefrenables parodias políticas (son ya legendarias sus canciones “neoliberales”) que en los cantos ferrocarrileros, en los tangos prohibidos que en los corridos olvidados, en los sones que en los boleros, en el folclor latinoamericano (¿quién no recuerda su clásico disco Mariguana, editado en los setenta?) que en las tonadas regionales.

Nadie lo detenía en su búsqueda de las raíces ancestrales. En este sentido, Óscar Chávez era el gran arqueólogo de la música popular. Sin su presencia, sin su entusiasmo, sin su voluntarioso empeño, sencillamente desconoceríamos los rasgos esenciales de la composición heredada del infortunio, del desamparo, de la rabia minimizada, de la espontaneidad lírica, que no significa, en ningún momento, una música desclasificada ni párvula.

El cantor no le temía a los panfletos (“pueblo de España / ponte a cantar / pueblo que canta / no morirá / Una canción / una canción / llena las calles / de la ciudad”) porque sabía que de ellos han surgido, a la postre, no sólo las inmensas canciones sino las claridosas ideologías. Un “panfleto” no lo es si su interpretación es legitimada con rigor y solidez artística. Y lo que menos tenía Óscar Chávez, a pesar de embellecer diversos “panfletos” (que no lo son en tanto crónica de hechos verídicos), era el de ser un representante de la música, digamos, underground.

Todo lo contrario.

5

Con sus luminosos cantos, aparte de revestirse de historiador musical, Óscar Chávez conducía al espectador a sitios inesperados: lo sacaba de su probable ensimismamiento, legitimaba (estos verbos debía, debo, ponerlos en presente, no en tiempo pasado, porque la música de Óscar Chávez va a ser siempre contemporánea) musicalmente las composiciones oscurecidas no por los cantores sino por las industrias conservadoras de la música.

¿Qué es, después de todo, cantar los cantos de la resistencia española, por ejemplo, si no una manera de desempolvar las entrañas de la historia musical?

Toca, en todo caso, al espectador elegir.

6

Óscar Chávez no le negaba al público, sin embargo, una opción a la que, ciertamente, no estaba acostumbrado; pero no por ello debía privársele de su derecho a la elección personal, melómana, si bien tenemos que reconocer que, desde el inicio de la industria tecnológica, los “gustos artísticos” son impuestos e impulsados e inducidos, con una acogedora docilidad por parte del receptor, desde los medios electrónicos, disminuyendo, cada vez más, las posibilidades alternas tanto de los creadores musicales como de los buscadores de la música. (Y, pese a la supuesta pluralidad de las redes, la inducción es sometida con similar tratamiento.)

Óscar Chávez era una magnífica excepción en la turbulenta ruta de la melomanía mexicana.

7

Contador de lo indecible, y hasta de lo imposible, Óscar Chávez nos traslada a aquella cruenta guerra civil española ocurrida justo un año después del nacimiento, en la Ciudad de México, del cantor Óscar Chávez. Nos relata sus momentos climáticos, los airados reclamos, las jocosas consignas, la furia de los vencidos.

El canto de Óscar Chávez —inalterable en su estilo lacónico, lineal pero conmovedoramente polifacético— era, es, una especie de alegoría documental: durante la resistencia española murieron alrededor de 300 mil personas; fueron largados al exilio un número similar al anterior; aproximadamente 130 mil murieron por desnutrición, enfermedades y ejecuciones después de la guerra; miles de viviendas desaparecieron, centenares de fábricas, iglesias, monasterios y pueblos enteros fueron derruidos. Aparte de la glosa cantora, el compacto incluye un cuadernillo de 56 páginas con todas las letras de las 22 canciones, más el agregado de algunos textos y fotografías que dan cuenta, en un breve repaso, de la guerra que hizo retroceder durante más de tres décadas a la nación española.

Óscar Chávez nos entregó, hace dos décadas, un disco que es un notable testimonio de una lucha irrazonable, como lo son finalmente todas las luchas que buscan, otra vez irrazonablemente, los satisfactores que, sin duda, se obtienen del omnímodo poder político…

8

También le he escuchado a este inimitable poeta cantor (“por ti yo dejé de pensar en el mar, / por ti yo dejé de fijarme en el cielo, / por ti me ha dado por llorar como el mar, / me he puesto a sollozar como el cielo, / me ha dado por llorar. / Por ti la ternura se niega conmigo, / por ti la amargura me sigue y la sigo, / por ti me estoy volviendo loco de celos, / se vuelven contra mí mis anhelos, / se vuelven contra mí. / Por ti la vida se me ha vuelto un infierno, / por ti estoy muerto de amor tan enfermo; / por ti se han vuelto llaga el Sol y el dolor, se ha vuelto mal la flor y el amor…”) tantas canciones de tan diversa literatura musical que debo agradecerle mi ahondamiento en líricas jamás imaginadas.

No olvido la ocasión en que ambos bebimos toda la noche en un bar ahora desaparecido. Hablamos incansablemente de su oficio y del mío hasta que el alba nos llamó a la cordura.

Recuerdo cómo un vaso de cristal se le rompió entre las manos. Yo, preocupado, llamé al mesero para que cambiara el objeto con las esquirlas en el fondo del ron.

—No te preocupes —me dijo el cantor—, así sabe más rica la bebida…

Y sorbió el trago de una manera tan deliciosa que ganas me dieron de romper el vaso mío…

9

Llenaba siempre el Auditorio Nacional cada fines de agosto año con año. La gente lo quería mucho, e incluso se daba el lujo de olvidarse de una letra e interrumpí a Los Morales, su grupo base, para empezar de nuevo, sin ningún temor de reprimendas del público o resquemor artístico. Con él más valía la honestidad.

Y cantaba siempre las mismas canciones que lo identificaban, más un repertorio nuevo. Porque él nunca agotó su catálogo. Yo le llamaba “el arqueólogo de la música”, y él nada más sonreía. Porque, pese a la gran figura que él se había construido de sí mismo, no dejó jamás de ser un artista humilde.

Una vez le dije que cómo podía memorizar tantas letras. A mí me parecía admirable. Sólo me respondió, lacónico como era, que cómo yo podía escribir tanto. Es la misma cosa, dijo. Aún no le creo.

Se fue pronto de esta vida. Me refiero a que entró al hospital y al siguiente día su corazón había dejado de latir. Porque vivió, para fortuna nuestra, largamente: ocho décadas y media. Entregado a la honorabilidad musical.

Alguna vez, en el Auditorio Nacional, en los vestidores, le reclamó a Silvio Rodríguez que no me estrechara la mano. Porque el cubano me había ignorado por completo. Porque Silvio estaba enojado, y lo sigue estando, por una entrevista donde le hice hablar sobre rock… ¡esa arma del imperialismo! Y lo habían reprendido por ello. Y no me lo perdona, ni me lo va a perdonar nunca. Como se fuera Silvio sin saludarme, sólo se alzó de hombros y me palmeó la espalda. “Allá él”, me dijo mi querido amigo Óscar Chávez.

Se fue don Óscar Chávez de esta vida el 30 de abril de 2020. Y duele el corazón. Aún duele. Porque uno nunca va a aprender a decirles adiós a los amigos.

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