Cristal de Aliento

“Nunca miro el cielo a medianoche sin contemplar tus ojos a la luz de la memoria”

Aunque su paso por este mundo fue fugaz, hoy es uno de los grandes poetas de la lengua inglesa y uno de los nombres fundacionales de la lírica moderna. Como Arthur Rimbaud, John Keats —nacido en Londres el 31 de octubre de 1795— hizo su obra con una juventud extrema y en un plazo de tiempo muy corto: entre los dieciocho y los veinticinco años ocurrió el prodigio de su poesía. Huérfano de padre desde niño y de madre desde los quince años, trabajó como aprendiz de cirujano y, posteriormente, estudió medicina en el Guy’s Hospital, graduándose en Farmacia. Sus lecturas juveniles de Virgilio le proporcionaron una formación clásica, pero quien más le influyó fue su admirado Edmund Spenser. Pese al escaso éxito que tuvo, la publicación en 1817 de su primera obra —Poems—, lo animó a dedicarse con exclusividad a la literatura. Su siguiente libro, Endymion (1818), fue fríamente recibido por la crítica, lo que le produjo una depresión que agravó su tuberculosis, enfermedad que lo acompañaría hasta la muerte. Mientras convalecía en casa de un amigo se enamoró de Fanny Brawne, quien le inspiró sus mejores versos, recogidos en el volumen Lamia, Isabella, the Eve of St.Agnes and Other Poems (1820). Por recomendación médica, ese mismo año embarcó rumbo a Nápoles para intentar recuperarse de su mal, pero unos meses más tarde murió en Roma —el 23 de febrero de 1821—, donde fue enterrado en el cementerio protestante bajo el siguiente epitafio: «Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua». Pese a los pocos años que vivió su autor —y aunque apreciada sin excesos en su momento—, la obra poética de Keats es una de las más altas y hermosas de la literatura inglesa y de las letras universales, y ha ido ganando con el paso del tiempo en la estima de los lectores, prendados a menudo por la fuerza de sus imágenes, por el poder evocador de sus versos y por los atisbos geniales de muchas de sus composiciones. Junto con Wordsworth y Coleridge, junto con Shelley y Lord Byron, John Keats forma parte de la brillante constelación de poetas románticos ingleses. Ahora que se cumple en este 2021 el bicentenario de su fallecimiento, aquí lo homenajeamos…


Al otoño

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀I
Dulce estación de nieblas y abundancia,
íntima del sol que madura todo,
que, tramando con él, bendices dando
sus frutos a la vid junto al alero;
que los árboles vences con manzanas
y llenas en sazón todos los frutos,
que hinchas la calabaza, y la avellana
en su cáscara; que abres más y más
las flores últimas a las abejas
que creen que el buen tiempo no termina
pues Verano
colmó sus lentas celdas.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀II
¿Quién no te ve pletórica a menudo?
Quien busque fuera, a veces podrá hallarte
sentada sin cuidado en un granero
con el pelo aventado suavemente,
o la mitad de un surco adormecida
por el efluvio de las amapolas
dejando tu hoz a las mieses y las flores;
y, a veces, como una espigadora alzas
tu cargada cabeza en el riachuelo,
o con paciente mirada, horas y horas,
contemplas del lagar la última sidra.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀III
¿Dónde los cantos ya de Primavera?
No importa; tú también tienes tu música:
mientras las nubes, expirando el día,
florecen y sonrojan los rastrojos;
en coro los mosquitos se lamentan
meciéndose en los sauces junto al río
según se levante o no leve brisa;
y balan los corderos en el monte,
canta el grillo en el seto, en una huerta
dulce silba el petirrojo, y gorjean
bandos de golondrinas en el cielo.

Cuando temo que podría morir

Cuando temo que podría morir
antes que mi pluma coseche el lauro
de cuanto bulle en mí, y se alcen mis libros,
silos que guarden el maduro grano;

cuando veo en la astral faz de la noche
símbolos nebulosos de una historia,
y pienso que no alcanzaré a trazar
sus sombras con afortunada mano;

y cuando siento, ¡fugaz ser hermoso!,
que nunca volveré a contemplarte,
nunca a saborear el poder mágico
de una pasión; entonces a la orilla

del vasto mundo voy solo, y medito
hasta que Amor y Gloria dan en nada.

Al sueño

Suave embalsamador de la alta noche,
cierras con dedos tersos y benignos
nuestros ojos dichosos en tinieblas
y a salvo de la luz, divino olvido.

Oh Dulce Sueño, entorna si te place,
en medio de este himno tuyo, mis párpados,
o espera a que el amén, tu adormidera,
vierta sobre mi lecho sus arrullos.

Entonces sálvame, o dorará el día
mi almohada, nutriendo los pesares;
de la Consciencia, sálvame, que azuza

su fuerza entre lo oscuro como un topo
gira la llave en su engrasado cierre
y sella en silencio el Cofre de mi Alma.

Sobre el mar

Suspira eternamente junto a playas
desiertas, y el vigor de su oleaje
inunda grutas mil hasta que Hécate
las devuelve, con magia, a su silencio.

A veces, muestra que es tan delicado
que apenas si la concha más menuda
se mueve del lugar en que cayera
la última vez que se agitara el viento.

Vosotros, de ojos turbios y cansados,
¡regaladlos con la amplitud del mar!
Vosotros, sordos ya por el estrépito,

o hartos de empalagosas melodías,
¡id a meditar junto a una gruta,
y que un coro de ninfas os despierte.

A mis hermanos

La parva lumbre juega con la leña,
rompe su crepitar nuestro silencio
tal susurros de lares que impusieran
su imperio sobre almas fraternales.

Buscando rimas, miro entre los troncos;
vuestro mirar se fija, como en trance,
en locuaces anécdotas que abrevian,
cuando cae la noche, nuestras cuitas.

Hoy es tu cumpleaños, Tom, contento
estoy de que transcurra con bonanza.
Que muchas noches de susurros suaves

pasemos juntos, disfrutando en calma
los goces verdaderos, hasta el día
en que la Voz del Espíritu nos llame.

A una dama vista por un momento en Vauxhall

El mar del tiempo ha estado cinco años en marea baja,
horas largas han permitido a la arena deslizarse
desde que me enredé en la telaraña de tu belleza,
capturado por tu mano desnuda de su guante.

Y sin embargo, nunca miro el cielo a medianoche
sin contemplar tus ojos a la luz de la memoria;
nunca puedo mirar los tintes de la rosa
sin que mi alma vuele a tu mejilla.

No puedo mirar ninguna flor naciente
sin que mi oído amante, imaginando tus labios
y atento a una palabra de amor, devore
su dulzura en otro sentido: tú eclipsas

todo deleite con un recuerdo dulce
y traes pena a mis preciados gozos.

Brillante estrella, querría ser firme como tú

[escrito en una página en blanco de Poemas de Shakespeare]

Brillante estrella, querría ser firme como tú,
no en aislado esplendor en lo alto de la noche
ni vigilando, con eternos párpados abiertos
–insomne y paciente eremita de la naturaleza–,

las aguas movedizas en su oficio sacerdotal
de pura ablución entre las cosas terrenales,
ni contemplando la suave máscara nueva
de la nieve sobre montañas y páramos,

No. Sino aún más firme e inmutable
recostado en el pecho de mi bella amada,
siento siempre su respiración suave,

siempre despierto con dulce inquietud,
quieto, quieto para escuchar su tierno aliento,
vivir así para siempre… o disolverme en la muerte.

Oh soledad, si debo vivir contigo

Oh soledad, si debo vivir contigo que no sea
entre un montón enmarañado de edificios
sombríos; trepa conmigo la cuesta –mirador
de la naturaleza– desde donde el valle,

sus prados floridos y el flujo cristalino de su río
son un remanso; déjame guardar tus vigilias
entre el ramaje, donde el brinco veloz del ciervo
espanta a la abeja posada en la campanilla…

Con todo, aunque feliz descubra esas escenas
contigo, es el hablar dulce de una mente limpia,
cuya palabra es imagen de fino pensamiento,

el placer de mi alma; y casi seguro debe ser
la dicha más alta de los humanos, toda vez
que a tu morada vuelan dos espíritus afines.

Musa, dame una lección…

Escrito en la cumbre del Ben Nevis

¡Musa, dame una lección en voz bien alta
sobre la cumbre del Nevis, ciega de niebla!
Miro los abismos y una mortaja vaporosa
los esconde: justo así, quisiera que el hombre

sepa que hay infierno; miro hacia arriba
y veo una niebla plomiza: y así tal cual,
el hombre conoce el cielo; la niebla cubre
la tierra a mis pies, y así, del mismo modo,

tan vaga es la visión del hombre sobre sí.
Bajo mis pies están las piedras escarpadas,
y todo cuanto sé, pobre duende sin ingenio,
es que piso sobre ellas, que todo lo que mi ojo ve

es niebla y riscos, no sólo en esta altura
sino en el mundo de la mente y su poder.

Oda a un ruiseñor

Me duele el corazón y una modorra acongoja mis sentidos
Como si hubiera bebido cicuta o vaciado una pipa de opio
Hasta el fondo, hace solo un minuto, y ante mí,
Se hubieran hundido las defensas del Leteo.
No es porque tenga envidia de tu suerte feliz: soy feliz
en tu felicidad,
Ya que tú, Dríade de alas livianas de los árboles,
En cierta melodiosa trama
De color de haya verde y de sombras innumerables,
Cantas el verano con fácil y plena garganta.

¡Es como un vino nuevo que fue enfriado
Durante mucho tiempo en las profundidades de la tierra,
Con sabor a Flora y a campo verde,
A danzas, canciones provenzales y bronceada alegría!
¡Es una copa de vino del Sur caliente,
Llena de verdad, modesto Hipocrene;
Con espumosas burbujas guiñando en sus bordes
Y en la boca de labios púrpuras!
Beberé ese fuerte trago y saldré del mundo sin ser visto
Y contigo me desvaneceré en el bosque oscuro,
Muy lejos, hasta olvidar por completo
Lo que entre las hojas nunca conociste: el cansancio,
La fiebre y el enojo de esta tierra
Donde se sientan los hombres a intercambiar sus lamentos;
Donde sacuden los temblores unos tristes cabellos blancos;
Donde crecen los jóvenes pálidos como espectros y mueren;
Donde el pensamiento está cubierto de amargura
Y los plúmbeos ojos desesperan;
Donde no logra la Belleza mantener encendidos sus ojos
Y el nuevo Amor desfallece más allá de mañana.

¡Vamos! Quiero volar contigo,
Pero no en el carruaje de Baco y sus compinches
Sino en las alas invisibles de la Poesía.
Aunque el entorpecido cerebro dude y se retrase,
¡Ya estoy contigo! Tierna es la noche
Y la reina Luna está contenta en su trono
Custodiada por sus hadas de estrellas.
No hay luz aquí, salvo la que llega a veces en ráfagas
A través de lóbregas vegetaciones y caminos musgosos.

No puedo ver las flores que hay a mis pies
Ni el blando incienso que cuelga de las ramas
Pero en la embalsamada sombra adivino cada dulzura
Con que el mes de la estación adorna
La hierba, el matorral, las frutas silvestres,
El espino blanco y el escaramujo agreste;
Las violetas cubiertas de hojas que rápido se
desvanecen,
Y el antiguo niño de mediados de mayo;
La rosa de almizcle, toda cubierta de rocío
de vino;
Las susurrantes, hechizadas moscas de las tardes
de verano.

A oscuras escucho. Más de una vez
Estuve medio enamorado de la muerte fácil,
Llamándola con suaves y cadenciosos nombres,
Tomando del aire mi tranquilo hálito.
Ahora más que nunca parece agradable morir:
¡Irse a la medianoche sin dolor
Mientras tú viertes mi alma en semejante éxtasis!
Aún cantas y yo escucho en vano…
Tu alto réquiem se convierte en polvo.

¡Tú no naciste para la muerte, ave inmortal!
Ninguna generación hambrienta ha pasado sobre ti;
La voz que escucho la han escuchado
En antiguos tiempos emperadores y bufones;
Quizá esta canción encontró camino
A través del afligido corazón de Ruth,
Cuando, añorando su casa, lloró
ante el grano extranjero.
Es la misma que a menudo abrió cajas mágicas
Sobre la espuma de mares peligrosos,
En desamparadas tierras de hadas.

¡Desamparo! La palabra suena como una campana
Cuyo sonido me devuelve a mi propia soledad.
¡Adiós! La fantasía no puede trampear tanto
como es fama,
Duende chapucero.
¡Adiós! ¡Adiós! Tu lastimero himno se apaga
Sobre los prados cercanos, sobre la corriente calma.
Sube por la ladera de la colina y yace sepultado
En los claros del valle.
¿Es una visión o el despertar de un sueño?
Voló la música. ¿Estoy despierto o dormido?

Los primeros cinco poemas fueron tomados del libro Poemas de John Keats; traducción de Antonio Rivero Taravillo, publicado por Editorial Comares (España, 2005). Los cuatro siguientes fueron tomados del libro La poesía de la tierra / Odas y sonetos, de John Keats; traducción de Ana Bravo y Javier Adúriz, publicado por Ediciones Del Dock (Buenos Aires, 2003). “Oda a un ruiseñor” es del libro Robin Hood y otros poemas; traducción de Jorge Aulicino, publicado por el sello Selecciones de Amadeo Mandarino (Buenos Aires, 2001).

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