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“La poesía no está de moda”

“La palabra, lo único que nos queda cuando todo lo demás desaparece”, repetía con asiduidad un Adam Zagajewski cuya vida siempre tuvo a la palabra y la memoria que esta evoca como un pilar central. Novelista, ensayista y sobre todo poeta, el escritor polaco falleció el pasado 21 de marzo. Convertido ya en un clásico contemporáneo, pocos escritores poseían su lúcida inteligencia y su capacidad de observación con tal economía de estilo. Con incontables galardones y reconocimientos en su haber, en 2017 se le otorgó el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Según recoge el acta del jurado que concedió el galardón: “La poesía de Zagajewski —así como sus reflexiones sobre la creación y su intenso trabajo memorialístico— confirma el sentido ético de la literatura y hace que la tradición occidental se sienta una y diversa en su acento nativo polaco, a la vez que refleja los quebrantos del exilio. El cuidado por la imagen lírica, la vivencia íntima del tiempo y el convencimiento de que tras una obra artística alienta el fulgor, inspiran una de las experiencias poéticas más emocionantes de la Europa heredera de Rilke, Miłosz y Antonio Machado”. En homenaje al poeta, reproducimos aquí su discurso de aceptación del premio…


Discurso (fragmento)
Adam Zagajewski


Majestades
Queridos premiados
Señoras y señores:

La poesía es, de entre las artes, la menos técnica, no surge del taller, o de la teoría, no surge de la ciencia (aunque, añadamos, tener una formación no perjudica a nadie, ni tan siquiera a un poeta), sino que surge de la emoción de la mente y el corazón que no se puede ni prever ni planear —unos años atrás Leonard Cohen habló hermosamente de esto en este mismo lugar—. Por eso, los poetas no se conocen a sí mismos, suelen vivir en la inseguridad, esperando pacientemente la hora en la que se abren las puertas de la lengua.

No sabemos qué es la poesía a pesar de que se han escrito sobre ella miles de libros que podemos encontrar en todas las grandes bibliotecas. Cada generación crea su propia visión de la poesía, aunque conserve a la vez una fidelidad hacia unas formas tradicionales sin interrumpir así la continuidad de un proceso que había empezado aún antes de Homero y que perdura hasta nuestros días, pasando por Antonio Machado y Zbigniew Herbert y siguiendo adelante.

Ovidio escribió sus poemas más bellos en el exilio, en una ciudad o un pueblo pesquero a la orilla del mar Negro, en Tomis. No entendía la lengua local, y sólo cuando miraba la ilimitable superficie del agua, las oscuras olas le recordaban el color del mar Tirreno.

Wisława Szymborska, una persona profundamente honesta, en la segunda mitad de los años cincuenta escribía poemas en la desesperación que le había provocado haber traicionado la verdad de la poesía y haberse aliado con un sombrío sistema político cuando era joven.

En el mundo actual todos quieren hablar sólo de la comunidad y de política, y es cierto que esto es importante. Pero también existe el alma particular con sus preocupaciones, con su alegría, con sus rituales, con su esperanza, su fe, su deslumbramiento que a veces experimentamos. Debatimos sobre las clases y las capas sociales, pero en el día de cada día no vivimos en la colectividad sino en la soledad. No sabemos qué hacer con un momento epifánico, no somos capaces de preservarlo.

Las sociedades se secularizan rápidamente, y los que hoy en día defienden la religión a veces acuden a técnicas sociopolíticas detestables, la religión con excesiva frecuencia se alía con la extrema derecha. Czesław Miłosz, un poeta fervorosamente religioso, católico y que a la vez era partidario de una sociedad abierta, democrática, se ve desdeñosamente repudiado en la actualidad por reaccionarias agrupaciones católicas.

No es difícil percibir que nos encontramos en un momento que es poco propicio para la poesía. Cualquiera que de vez en cuando participe en uno de los numerosos festivales de poesía en Europa, independientemente de en qué país, no puede dejar de advertir que el público en los encuentros poéticos disminuye de manera sistemática.

La poesía no está de moda, las novelas policíacas, las biografías de los tiranos, las películas americanas y las series de televisión británicas están de moda. La política está de moda. La moda está de moda. Las relaciones están de moda, la sustancia no está de moda. Los pantalones entubados, los vestidos con estampados de flores, las perlas en la ropa, los jerséis rojos, los abrigos a cuadros, las botines plateados y los pantalones vaqueros con apliques están de moda.

Las bicicletas y los patines están de moda, los maratones y los medio maratones, la marcha nórdica; no está de moda detenerse en medio de un prado primaveral ni la reflexión. La falta de movimiento es nociva para la salud, nos dicen los médicos. Un momento de reflexión es peligroso para la salud, hay que correr, hay que escapar de uno mismo.

Cuando tenía poco más de veinte años me fascinaba la poesía crítica ante el sistema totalitario que regía en mi país. En aquel entonces, una época de tormenta e ímpetu, surgieron amistades y alianzas que perduran hasta hoy en día. Pero casi todos los poetas a los que en aquella época unió la oposición ante la injusticia siguieron un camino diferente, también descubrieron otros continentes artísticos.

Descubrimos la dualidad del mundo, por una parte, la imaginación; por otra, la obstinada realidad de una mañana de noviembre cuando ya han caído las hojas de los árboles. Durante mucho tiempo, no sabía qué era más importante, lo que existe o lo que no existe, la gente que va al trabajo temprano por la mañana, los hombres soñolientos que leen los grandes titulares de los periódicos deportivos y siguen las derrotas y las victorias de sus clubes preferidos de fútbol y las mujeres que dormitan en el autobús; o antes bien las cosas escondidas, la música y la luna, las ciudades que ya no existen, los cuadros de los grandes maestros, actuales y antiguos, en los museos. Y necesité muchos años para entender que hay que tener en consideración ambas caras de este dualismo desigual, puesto que vivimos en una ambivalencia eterna, no podemos olvidarnos del sufrimiento de la gente y de los animales, del mal, que es mucho más tenaz y astuto que los sueños que perseguimos.

No podemos olvidarnos del mal, de la injusticia que continuamente cambia de forma, de las cosas que perecen, pero tampoco de la felicidad, de las experiencias extáticas que los gruesos manuales de teoría política o de sociología no han llegado a prever.

Traducido por Xavier Farré.

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