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Adam Zagajewski: el poeta de la alegría, la esperanza y la memoria

El destino le hizo un guiño final y no pudo elegir fecha mejor. Adam Zagajewski, uno de los grandes poetas de la Europa contemporánea, se despidió de la vida en el atardecer de Cracovia el pasado 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía. 


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Adam Zagajewski —uno de los escritores más respetados de la literatura polaca contemporánea, pero, sobre todo, uno de los más grandes poetas europeos— ha fallecido. De forma poética —si nos permiten esta expresión—, Zagajewski partió de este mundo en el atardecer de Cracovia el pasado 21 de marzo, precisamente el Día Mundial de la Poesía. Tenía 75 años.

Cuando hace dos décadas apareció su biografía, Zagajewski, a manera de broma —pero también hablando muy en serio—, la resumió diciendo: “Dondequiera que uno corte la vida, siempre la parte en dos mitades”. Razones no le faltaban para decir tal cosa: su existencia entera fue, desde el principio, pura dicotomía; en eso corría paralelamente a la convulsa Europa del siglo pasado.

Vea si no: si la ciudad polaca en la que nació en 1945 (Lwów) pertenece actualmente a Ucrania, su infancia transcurrió en Gliwice, un “lugar feo y gris” de la Silesia alemana que se incorporó a Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial. Zagajewski fue, en ese sentido, un fruto de la posguerra: primero un desplazado; después, un exiliado. Él lo sabía y lo asumía: “Soy, en cierto modo, un hijo de la guerra, aunque no fui testigo de sus horrores. Diría que, en cierta manera, los horrores están, no diría que en mis genes, pero sí dentro de mí. Parte de mi vocación es no olvidar el corazón de esa guerra, y, en cierta manera, recordarlo”, le dijo al periodista y escritor Juan Cruz en 2020.

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Poeta, novelista, ensayista y docente, Adam Zagajewski estudió psicología y filosofía en la Universidad de Cracovia. Miembro del grupo poético Ahora (1968-1975), fue uno de los poetas más destacados de la llamada Generación del 68 o de la Nueva Ola —formada por autores decididos a comprometerse políticamente en sus obras, como Julian Kornhauser, Ewa Lipska, Ryszard Krynicki o Stanislaw Baranczak, entre otros—; Zagajewski creó dos de los principales lemas de este grupo: Powiedz prawde (Di la verdad) y Mow wprost (Habla claro).

Debutó en 1972 cuando publicó su primer poemario, Komunikat (“Comunicado”), al que siguió la novela Cieplo zimno (“Caliente y frío”). A la par, difundía sus ideas en la revista clandestina Zapis, uno de los principales medios de la oposición democrática polaca. Perseguido por el régimen comunista, se exilió en París en 1982. Aunque como él mismo reconoció con el tiempo, también se fue por amor, por una mujer.

Precisamente su marcha a París partió su escritura, como su biografía, de nuevo en dos mitades. Él mismo así lo reconocía: “El que yo debutase como poeta con una poesía airada, política, dirigida contra el sistema —escribe en En la belleza ajena (Pre-Textos, 2003)—, a veces me irrita; hace ya tiempo que he dejado de conceder valor a ese tipo de poemas. Comprendí que la poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas, e incluso más allá de la rebelión —aun la más justificada— contra la tiranía”.

Así, luego de haber publicado títulos “irritantes” como el ya citado Comunicado (1972) y Carnicerías (1975) —compuestos para contrarrestar la “falsedad” de la propaganda gubernamental—, su obra se orientó hacia una poesía meditativa en la que la narración convive con la reflexión y la elegía con la celebración.

Instalado en París, no perdió tiempo; ahí publicó la novela Cienka kreska (“Trazo”) y el poemario List. Oda do wielosci (“Letra. Oda a la pluralidad”). En su siguiente ensayo, Solidarnosc i samotnosc, 1986 (“Solidaridad y soledad”, 2010), Zagajewski exponía sus tesis sobre el compromiso político de los escritores. En 1988, el escritor viajó también a Estados Unidos, donde trabajó como profesor visitante en el Creative Writing Program de la Universidad de Houston.

Con el poemario Plótno (1990), Adam Zagajewski definitivamente evolucionó hacia la contemplación poética, ya lejos de la combatividad de sus primeras obras. Luego llegaron otros grandes libros: el ensayo Dwa miasta, 1991 (“Dos ciudades”, 2006), los poemarios Ziemia ognista, 1994 (“Tierra de fuego”, 2004), Trzej aniolowie, 1998 (“Tres ángeles”), y Pragnienie, 1999 (“Deseo”, 2005).

Después de ejercer como profesor visitante en varias universidades estadounidenses, regresó a su país natal exactamente dos décadas después de su exilio, con la caída del régimen comunista.

En una entrevista con Agnieszka Tennant, publicada en septiembre de 2002 en la revista Books and Culture, hace referencia al cambio que se produjo en su poesía al abandonar Polonia: «Me hizo cambiar el sentimiento de que hay algo universal en la poesía, y que dedicarse sólo a asuntos muy locales supone una especie de castración para un escritor». De algún modo, Zagajewski llegó a considerarse “un disidente de los disidentes”.

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Con el nuevo siglo, su escritura no se detuvo: ahí están Anteny, 2005 (“Antenas”, 2007), Niewidzialna reka, 2009 (“Mano invisible”, 2012), calificado como “una maravilla”, el libro de memorias W cudzym pieknie (“En la belleza ajena”, 2003) y la recopilación de ensayos Obrona zarliwosci, 2002 (“En defensa del fervor”, 2005). Entre sus últimos libros publicados al español están, también, Releer a Rilke y Asimetría —ambos de 2017—, así como su peculiar autobiografía: Una leve exageración (2019).

Como se puede ver en toda su obra, Zagajewski fue un brillante continuador de una lírica, la polaca, que ha dado a las letras universales dos premios Nobel —Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska—; de hecho, él mismo solía aparecer también en las quinielas del premio. Y no era para menos: tras ese debut con esa poesía “airada, política”, Zagajewski comprendió el real alcance de la poesía y miró más lejos; supo conjugar en sus versos la ironía y el éxtasis, lo sublime y lo cotidiano, sin renunciar a la claridad pero tampoco al misterio.

Sus editores de Acantilado —sello que ha publicado la mayor parte de su obra— lo describen muy bien: “Adam Zagajewski es un poeta de la claridad. En sus versos asoman inviernos infinitos, sabor de hojas, arboledas y sonidos, casas como un bolsillo en un abrigo, violonchelos, aeropuertos, los vivos y los muertos, un anhelo, la memoria y, a veces, el tiempo circular. Zagajewski es asimismo un poeta visual, de palabras que son celebración del mundo y sus imágenes. Es el canto de un instante que se expande, que involucra, y en el que converge la realidad toda, epifánica y plural, siempre presente. Poeta exiliado, la suya no es, sin embargo, una poesía del exilio”.

Y es cierto. En la obra de Adam Zagajewski la celebración del mundo se combina de modo magistral con la nostalgia y con el sentimiento de pérdida en todos sus matices. Pero no era la suya una poesía del desconsuelo, pues siempre dejó un resquicio para la salvación, que se podía hallar en los fugaces instantes de belleza. En 2017, Zagajewski le dijo al colega Andrés Seoane: “Creo que escribo una poesía alegre y hermosa, que se opone a los aspectos negativos. Veo la poesía como un forcejeo continuo entre la alegría y la desesperanza. Incluso el tema del exilio, que para mí se ha acabado, porque ya no soy un poeta exiliado, es ambivalente, porque en él hay ciertos placeres. Pero yo no escribo para aliviar la tristeza o el exilio, escribo para sentir algo positivo, y mi intención es crear cosas positivas, aunque no podamos olvidar las cosas negativas”.

De ahí que entre los temas recurrentes siempre estuvieron la noche, los sueños, el tiempo, la eternidad, el silencio y la muerte o, como se ha dicho, “la poética de la imperfección de la vida”. Para Zagajewski, además, el poeta es alguien “consciente de la historia”.

Ese compromiso con la palabra, con la poesía —el sentido ético de su literatura—, motivaron que en 2017 se le concediera el Premio Princesa de Asturias de las Letras.

Entonces llegaron los elogios. Richard Ford —Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016— dijo de él: “La poesía luminosa, profunda, a veces irónica, pero siempre lírica, de Adam Zagajewski maneja ese raro triunfo del escritor: el de ser político pero, a la vez, sumamente humano en un gesto continuo, complejo e irresistible. Es la suya una escritura que debemos emular todos los que nos preocupamos por la marcha de nuestro mundo, marcha que seguimos las almas corrientes”.

También habló John Banville —Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014—: “Zagajewski es uno de los mejores poetas de nuestra época, que ha sostenido y fomentado la gran tradición literaria de su Polonia natal, además de encarnar la fortaleza cultural y la riqueza de nuestra patria común europea”.

Se ha ido Adam Zagajewski. Se ha ido un poeta excepcional. Adiós al hombre que, rememorando a Kafka, dejó dicho: “En la lucha entre uno y el mundo, uno debe ponerse del lado del mundo. Siempre habrá tiempo de volver a uno mismo. De momento tienes que ponerte del lado del mundo para ser justo porque el mundo es más sabio que nosotros”.

Y sí: nos queda su obra; sus palabras; sus versos independientes, combativos, elegíacos y luminosos que nos muestran la importancia de recordar el pasado, como advertencia, pero también la importancia de luchar por construir nuestro futuro. “Sigo creyendo en la alegría y en la esperanza”, dijo en una de sus últimas entrevistas. Y sí: habría que hacerle caso. Sobre todo hoy, más que nunca, habría que seguir sus palabras…

Algunos poemas

En la belleza creada por otros

Sólo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, “él” o “tú”. Cada “él”
es una traición a un cierto “tú” pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀(de Temblor, 1985)

Autorretrato

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los
tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀(de Mística para principiantes, 1997)

La poesía es búsqueda del resplandor

La poesía es búsqueda de resplandor.
La poesía es un camino real
que nos lleva hasta lo más lejos.
Buscamos resplandor en la hora gris,
al mediodía o en las chimeneas del alba,
incluso en el autobús, en noviembre,
cuando al lado dormita un viejo cura.
El camarero en el restaurante chino
estalla en llanto y nadie imagina por qué.
Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda
que se parece a un instante a la orilla del mar,
cuando en el horizonte aparece un barco rapaz
y se detiene, paralizado largo tiempo.
Pero también, momentos de profunda alegría
e incontables momentos de angustia.
Déjame ver, por favor.
Déjame persistir, por favor.
Al atardecer cae una fría lluvia.
En las calles y avenidas de mi ciudad
en silencio y con fervor trabaja la oscuridad.
La poesía es búsqueda de resplandor.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀(de De Regreso, 2003)

Los poetas son presocráticos

Los poetas son presocráticos. No entienden nada.
Escuchan con atención lo que susurran los ríos anchos de
las llanuras.
Admiran el vuelo de los pájaros, la paz de los jardines en
las afueras
y los TGV que corren todo recto sin aliento.
El olor del pan caliente, recién hecho, de las panaderías
hace que se detengan de repente
como si recordaran algo muy importante.
Cuando murmura un arroyo, el filósofo se inclina hacia
las aguas salvajes.
Las chicas juegan a las muñecas, un gato negro espera
impaciente.
Hay silencio sobre los campos en agosto al emigrar las
golondrinas.
Las ciudades también tienen sus sueños.

Pasean por los caminos del campo. El camino no tiene fin.
A veces reinan y entonces todo se queda inmóvil,
pero su reinado dura poco tiempo.
Cuando aparece el arco iris, desaparece la angustia.
No saben nada, pero van anotando metáforas sueltas.
Despiden a los muertos, sus labios se van moviendo.
Miran cómo los árboles viejos se cubren de hojas verdes.
Callan mucho tiempo, después cantan y cantan hasta que
estalla la garganta.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀(de Asimetría, 2017)

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