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Centenario de Otto-Raúl González

Margarita Carrera dijo de él: “Otto-Raúl González nos devuelve la poesía auténtica, aquella que ha sido relegada y hasta olvidada en un mundo de grosera e inhumana violencia”. Por su parte, Elsa Cano explicó sobre su obra: “Dos espectros como centinelas fantasmas acompañan la poesía de Otto-Raúl: el exilio y la caída de la democracia de su natal Guatemala; pero un símbolo lo ilumina y ése es el geranio, que está en el aire, en la tierra, en la luz y en el agua, como debería estar la libertad”. Beatriz Pagés Rebollar, por su lado, añadió: “En sus versos se escuchan las cuatrocientas voces del zenzontle y los cuatrocientos cauces del río; se aspira el polen de los alcatraces, el perfume de las frutas; se toca el tejido del cempasúchil y la vista queda al final embriagada con el rojo de los flamboyanes”. Miguel Donoso Pareja, entonces, sintetizó: “La poesía de Otto-Raúl González es combativa y comprometida en su mayor parte. Y por eso es poesía fundamental: va a lo esencial, a la médula del fenómeno poético”. Este 1 de enero, se cumple el centenario natal del poeta Otto-Raúl González. Aquí, una líneas para celebrarlo…


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El poeta Otto-Raúl González nació en Guatemala hace justo un siglo, el primer día de enero de 1921, mas vivió en México 53 de los 86 años que tuvo de vida, pues se exilió en nuestro país en 1954 tras el golpe de Estado, en junio de ese año, que derrocara al presidente Jacobo Árbenz en lo que se conoce como la primera intervención estadounidense en América Latina.

El escritor, considerado mexicano incluso por él mismo, escribió prácticamente toda su obra literaria en su país de adopción y elección: aproximadamente 60 libros, más numerosos textos periodísticos aún no compilados en un volumen que, de existir, sería un libro voluminoso.

Falleció el 23 de junio de 2007 en la Ciudad de México.

2

Dice el poeta Otto-Raúl González que “todos sabemos que el soneto es de origen italiano, hijo del Renacimiento; que sus creadores fueron Francesco Petrarca (1304-1374) y Dante Alighieri (1265-1321); que lo introdujeron al castellano Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, que luego se diseminó y prosperó en otras lenguas y que consta de catorce versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos”.

En su Arte y técnica del soneto (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2001), manual (iba a poner “en el cual”, pero la pavorosa rima sería seguramente reprobada por el buen Otto-Raúl, así que, mejor, elijo otra opción, de manera que, continuando mi exposición, decía que dicho manual…) donde acaso la única debilidad es la incorporación, larga incorporación, de un artículo —¡publicado en 1948!— del chileno Antonio de Undurraga quien acota —¡ya desde mediados del siglo pasado!— que, vaya tontería, el soneto ha caducado. Por supuesto, haya sido De Undurraga o quien fuera, la afirmación es, como dice Otto-Raúl González, una pasmosa sandez. ¿Para qué, entonces, reproducir la sarta de despropósitos de quien, aun siendo poeta como lo era el tal De Undurraga (1911-1993), la sensibilidad poética se le había fugado ya de las venas? Fuera de estas innecesarias cinco páginas, de las escasas noventa y cuatro que posee el libro, el manual transcurre límpido, sin tropiezos, incluso de básica profundidad y, sobre todo, alegremente juguetón.

“Un soneto me manda hacer Violante / que en mi vida me he visto en tal aprieto”, dijo Lope de Vega (1562-1635). Y a partir de aquellos años, enfatiza Otto-Raúl González, “muchos han sido los poetas de lengua castellana que han escuchado el mandato de Violante, y naturalmente que se han visto en aprietos. Cinco siglos después, el soneto sigue estando incólume e inamovible como un arrecife, cuya cúspide todos quieren alcanzar pero no son muchos los que lo logran. Desde las playas soleadas de los clásicos españoles llegó a la América Latina sobre el lomo huidizo de los mares. En México, quien primero los puso en circulación fue Sor Juana Inés de la Cruz”.

3

Soneto
Sor Juana
Aunque es clara del cielo la luz pura,
clara la luna y claras las estrellas,
y claras las efímeras centellas
que el aire eleva y el incendio apura,

aunque es el rayo claro, cuya dura
producción cuesta al viento mil querellas,
y el relámpago que hizo de sus huellas
medrosa luz en la tiniebla oscura;

todo el conocimiento torpe humano
se estuvo oscuro sin que las mortales
plumas pudiesen ser, con vuelo ufano,

Ícaros de discursos racionales,
hasta que el tuyo, Eusebio soberano,
les dio luz a las luces celestiales.

4

De todos los poetas “son conocidos el oficio que requiere y las dificultades que opone para alcanzarlo” (el soneto, que de eso estamos hablando).

Se ha dicho que el soneto clásico “debe abrirse con llave de plata y cerrarse con llave de oro porque su contenido debe ser unitario. Su forma es muy difícil ya que, independiente del metro y de la rima, existe en su composición una estructura que respetar: el primer cuarteto presenta un tema, el segundo lo desarrolla; el primer terceto hace una consideración acerca de los cuartetos que le preceden y el último terceto cierra el pensamiento”.

Cuando Otto-Raúl González piensa en sonetistas piensa, primero, en Miguel Hernández (1910-1942), “quien vino a darle nueva vida y donosura al soneto clásico, le dio renovado ímpetu y más altura; renovó su contenido ya un poco viciado y oxidado; gran maestro del soneto, le dio a este molde clásico sencillez, limpieza y frescura, convirtiéndolo en ‘la región más transparente’ de la poesía: claras y agudas metáforas, rimas perfectas, delicadas y certeras anáforas”. Y nos pone un excepcional ejemplo del poeta español:

Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que raptor intrépido de un beso
yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla
y desde aquella gloria, aquel suceso
tu mejilla de escrúpulo y de peso
se te cae deshojada y amarilla.

El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más potente, negro y grande.

Y sin dormir estás celosamente
vigilando mi boca, ¡con qué cuido!,
para que no se vicie y se desmande.

5

Durante el llamado Siglo de Oro español, Boscán (1492-1542) y Garcilaso de la Vega (¿1494 o 1503?-¿1536?) “ejercieron una influencia directa en muchos sonetistas. Con ellos arranca la historia del soneto en España. El enorme corpus de miles de sonetos que se escribieron y que se publicaron en el Siglo de Oro (Lope de Vega solo escribió casi mil seiscientos, según el catálogo de Otto Jörder) no únicamente constituye por supuesto una sola masa informe, sino se estructura de acuerdo a múltiples subtradiciones sintácticas y temáticas que se entrecruzan”.

Dice Otto-Raúl González que publicar una edición de sonetos era un acto de lujo; “se dedicaba normalmente a un noble que pudiera recompensar los gastos de imprenta. Sólo un Lope de Vega ganaría dinero, además de prestigio personal, publicando sus Versos humanos y divinos con la ayuda de libreros capitalistas; un noble como Quevedo [1580-1645] regalaba sonetos en vida, dejando a sus herederos las eventuales ediciones póstumas. Entonces, como ahora, los sonetos no eran tanto mercancía vendible como artículos de lujo que podían aportar más prestigio que dinero a sus autores”.

El propio Otto-Raúl comprobó esta cruel indiferencia al publicar un anuncio en las páginas de un suplemento cultural lo siguiente: “Se zurcen sonetos a domicilio. Discreción absoluta”, cuyo resultado fue lamentable. “Mi buena voluntad —dijo el poeta radicado en México desde 1954— naufragó irremediablemente”.

6

Aparte de proporcionarnos las estructuras de estos catorce “fémures” poéticos, como los llama Otto-Raúl González (entre los que destacan los endecasílabos yámbicos y sáficos y los dactílicos o anapésticos y los provenzales), también nos hace una clasificación rigurosa de los cuartetos y los tercetos (denominados, aquéllos, de la quaderna vía, redondillas y serventesios o cruzados o las diversas combinaciones de éstos en sus rimas finales). Refiere también de las astucias poéticas, como la utilizada por el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) en un poema dedicado a su esposa Francisca:

Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame.

El último verso, obviamente, a diferencia de los otros tres —perfectas líneas de once sílabas— no era endecasílabo. “Ese verso —dice Otto-Raúl González— tenía nueve sílabas, tomando en cuenta que la esdrújula final restaba una sílaba. Su genio resolvió el problema usando el verbo final a la manera argentina: acompañamé”, lo cual, siendo aguda (no ingeniosa, sino oxífona), aumentaba evidentemente una sílaba logrando, así, el ansiado endecasílabo; pero, cada quien su perspectiva, en realidad Darío aquí no exhibió su genio (¿cómo va a ser genialidad argentinizar un verbo para resolver un problema poético?) sino, acaso, su astucia, que ahí sí era grande, muy grande.

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Otto-Raúl González, por supuesto, e hizo bien, también incluyó algunos trabajos suyos, como debía ser:

Querencias
Quiero que esté caliente el chocolate
quiero de cuitlacoche quesadillas
quiero aguacates, tunas, manzanillas
quiero escribir en un papel de amate.

Quiero columpiarme en un mecate
quiero redondas de maíz tortillas
quiero aguas frescas, de aguamiel jamillas
quiero dormirme encima de un petate.

Quiero beberme el zumo de un mezquite
quiero nopales, chiles y mostaza
quiero sorber las fibras del huauzontle.

Quiero el olor del papaloquelite
quiero un taco de flor de calabaza
quiero escuchar los trinos de un zenzontle.

No todos son versos perfectos (“Quiero columpiarme en un mecate”, por ejemplo, posee diez sílabas considerando la sinalefa, mas en efecto once si la eliminamos), pero aquí sí hay, a diferencia de Darío (y que me perdonen los darionistas), sí mucho ingenio.

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Su libro —si no el más aclamado, sí el más conocido— Diez colores nuevos (en varias editoriales desde que lo diera a la luz en 1967) se ha convertido en un clásico de la poesía en Latinoamérica, al grado de que en 1993 la Editorial Praxis, que comandaba el mexicanoguatemalteco Carlos López, publicó dicho volumen con sus respectivas traducciones al inglés y al francés, más el largo añadido de casi medio centenar de comentarios que Otto-Raúl González recibió desde el nacimiento de su brevísimo —y monumental— poemario.

Gaorín
El color gaorín caracteriza
la luz que esplenden los veranos indios,
por eso son las gaorinas uvas
las que producen los mejores vinos.
Las nubes que adquieren esa coloración
desatan en el mar las peores tempestades,
pues son de ese color las hecatombes,
la faz de las catástrofes
las letras efes
y la pierna del huracán.

Las inundaciones y los terremotos,
y todas las demás cóleras
de la Naturaleza son color gaorín:
desde la carga ciega del rinoceronte
hasta el sombrero de la bomba atómica.

En el ojo ciclópeo de toda destrucción
el color gaorín brilla en silencio
igual que en un pantano las fosforescencias
del nunca más y del todo se acabó.

Otto-Raúl González.

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